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martes, 29 de mayo de 2012

DESAMOR



Llegó a las 6 pm en punto. Bajó de un taxi algo apresurada y muy sonriente. Miraba en todas las direcciones en clara actitud de buscar a alguien. Vestía abrigo negro, botas y guantes negros y un gorro de lana. Tendría aproximadamente veinticinco años, no más. Ingresó hasta el fondo del local, luego salió, volvió a entrar, buscó detenidamente cada rincón con la mirada. Luego miró su reloj y se sentó en una de las mesas que daba hacia la puerta

Hacía mucho frío. Luego de unos minutos se incorporó, compró un café en el mostrador y volvió a sentarse en el mismo lugar. El tiempo pasaba y ella miraba su reloj cada minuto. Luego sacó su celular. Al parecer, enviaba mensajes de texto, o quizá correos; también marcaba un número de su directorio y era evidente que no le contestaban porque lo cerraba molesta y sin hablar. Al cabo de veinte minutos se volvió a poner en pie a comprarse otro café y repitió todo el ritual de los mensajes de texto y las llamadas fallidas.

Su rostro reflejaba una combinación entre angustia, tristeza y furia. Tomó un periódico del mostrador e intentó leerlo sin éxito, pasó las hojas apurada, lo cerró y lo arrojó sobre una silla. Se le notaba alterada. Volvió a ponerse en pie, pero esta vez pidió un vaso de agua. Sacó un cigarrillo de su cartera y salió a fumar  a la puerta. Miraba en todas las direcciones, se paraba de puntas y se frotaba las manos.

Ya había pasado como hora y media y ella seguía allí, sola, sin revista, ni periódico ni lap top. Se limitaba a mirar por la ventana y a mandar mensajes de texto. Poco antes de las dos horas, empezó a llorar discretamente y se dirigió hacia los servicios; allí se demoró casi quince minutos y salió con los rojos hinchados y enrojecidos y volvió a sentarse. Se tapaba la boca, se tomaba las orejas, se le veía angustiada y triste. Algunos comensales se percataron pero ninguno se atrevió a preguntarle qué le sucedía.

Luego se volvió a parar y pidió otro vaso de agua y salió a la puerta a fumar otro cigarrillo. Ya habían pasado cerca de dos horas y media, y entonces sonó su celular. Contestó presurosa en tono molesto, luego se quedó callada escuchando y colgó. Apoyó su mentón en su puño derecho y empezó a tocar la mesa con los dedos como quien toca un piano.

Diez minutos después, entró al café un señor de aproximadamente sesenta años. Era un tipo muy alto y canoso y elegantemente vestido, quien la saludó secamente y con gesto inexpresivo. Ella lo miraba temblando. Él le dijo algo en tono autoritario y solvente, y como para que no quedaran dudas, agregó: “¿No sabes que soy una persona ocupada? ¡Tienes que esperar pues!”. Extrajo del saco una billetera de cuero, de la cual sacó un fajín de billetes de diferentes colores y los tiró despectivamente sobre la mesa, y sin darle siquiera un beso, se marchó.

MAURICIO ROZAS VALZ

3 comentarios:

  1. Dan mucha pena aquellos seres que el dinero es la manera de solucionarlo todo....pobres ellos que de sentimientos no entienden nada.

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  2. Yo lo llamaría "desamor propio" muy a pesar de las circunstancias que la hayan llevado a aceptar tanta humillación.

    Anny

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