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sábado, 30 de junio de 2012

Q.E.P.D.



Es natural e inevitable el temor a la muerte, ya sea a la nuestra o a la de alguien que queremos. Temor que varía según el grado de amor que podamos sentir por tal o cual persona. La sola idea de su ausencia en nuestras vidas nos produce tal pánico que, inmediatamente, la mente se encarga de cambiar de pensamiento. Este mecanismo funciona muy bien y es una maravilla que así sea.

Sin embargo, hay algo que no termina de parecerme justo, algo que la mayor parte de gente niega porque es difícil de admitir, pero es tristemente cierto. Me refiero concretamente a la muerte de los viejos, de los ancianos. Muerte muchas veces esperada para quedar en libertad. Para disponer al fin de los bienes y herencias y,  si no los hay, para por fin dejar de gastar en medicinas o enfermeras. La mente y el sistema han creado muchas frases estereotipadas para la ocasión, tales como: Ya está descansando, ya dejó de sufrir, al fin está con Dios, etc.

Me molesta que se dé por sentado que tal o cual anciano ya quería morir sin saberlo a ciencia cierta, de sus propios labios. Esa pretensión de creer saber mejor que él, qué era lo mejor. Si bien, hay pena, me llama la atención y me indigna que ésta no sea mucha. Que toda una larguísima historia, una extensa biografía llena de vivencias y acontecimientos únicos,  queden de pronto convertidos en nada. Es como terminar de leer una larga e intensa novela y, al terminarla, botemos el libro a la basura. No tendría por qué ser así, no sería justo.


A veces pienso que, de existir el infierno, éste tiene su lugar en la tierra y su tiempo en la vejez. Y que no necesariamente van a él los malos (como nos quieren hacer creer). Dios escoge al azar, como también escoge quien es afortunado y quién no, quien es dichoso y quién no, quién es enfermo y quién no. Los verdaderos dioses parecen ser sus dados (algo así pensaría Vallejo).


Y bien, al margen de especulaciones religiosas. Es triste saber cuan olvidables somos, lo horriblemente prescindibles que podemos ser… es muy triste.





MAURICIO ROZAS VALZ

miércoles, 27 de junio de 2012

EUDEMONIA



“… Todo aquel que de la vida espera, felicidad y tranquilidad, deberá necesariamente alejarse del camino que conduce a una cultura superior…” F. Nietzsche.



Cuando se escucha en todas partes, cuando se vè en las películas hablar de forma recurrente sobre el fin supremo de alcanzar la felicidad, no puede uno hacer menos que cuestionarse en dónde puede tener su origen tan ambiciosa  aspiración.



Más aun, si tenemos en cuenta lo penosa y ardua que ha sido para la humanidad a lo largo de toda su evolución e historia la simple lucha por la supervivencia; en la que el simple hecho de haber nacido, significa un azaroso golpe de suerte en millones de probabilidades.



Para complicar más las cosas, es de por sí un término bastante relativo, ese de “felicidad”, puès nadie sabe a ciencia cierta, cuan extensos son sus dominios, como poco determinados son a su vez sus supuestos linderos.



Y es que abarca supuestamente tanto y nada, que ha terminado por convertirse en un concepto por demás vago e incomprensible, de contenido absolutamente  indeterminado.



Es por eso que pienso, que de lo único que puede concretamente hablarse es de momentos, de chispazos de alegría y satisfacción que nos sacuden del marasmo de lo cotidiano y que contrastan con las desgracias, desventuras y frustraciones que ineluctablemente se nos presentan a lo largo de la vida… Hablar de felicidad, sólo cabe, creo, como una suerte de  balance contable al final de la vida… que nos arrojará saldo favorable, en la medida que no hayan sido muchas las desventuras que nos haya tocado afrontar.



Pero nada nos hará paradójicamente más infelices, que la búsqueda de la felicidad misma y, para los que pretendan encontrarla en los bienes materiales ( que son de una gran ayuda) se darán cuenta con el tiempo, que el apetito de lujo y placer se tornan directamente proporcionales  y cada vez queremos más y más bienes, para poder sentirnos mejor y lo que es peor, sucede que más pensamos en lo que aún no tenemos, que en lo que buenamente nos ha sido posible -las más de las veces con muchísimo esfuerzo-  finalmente conseguir.



Para los que buscan la felicidad en el reconocimiento, el halago y la fama, el desencanto a la larga será igualmente frustrante; aun para los que buscan el halago y reconocimiento de la posteridad, que vale tanto como el actual, que finalmente  no vale nada…



Y los que buscan la felicidad en el amor de una mujer…quizá sean los más ilusos de todos. Más cuando sabemos que dicho proceso no es mas que una sublimación del instinto para la conservación de la especie… un cóctel químico y hormonal deflagrante que nubla la razón y que opera soterradamente a través de  arquetípicos e inconscientes espejismos que nos inducen a  asumir que, detrás de un rostro delicado y una sonrisa angelical, (sofisticado señuelo evolutivo) se esconde un espíritu puro y noble, confiable y leal…. Y lo más probable es que, con un poco de suerte, sólo esconda a un ser frívolo, egoísta y manipulador, si es que no, acaso ignorante, taimado y cruel… por lo tanto, duro de corazón y pobre de espíritu… con el agravante  actual de una generación “border line”y nihilista que no parece tener claro cual es el imperio de la ética y mucho menos de lo que puede o no ser moralmente correcto o incorrecto.



Lo mismo va para la amistad y para cualquier relación  social con  nuestros pares, a cuyo amparo, se cocinan siempre sibilinas rivalidades, rencores y envidias… ya lo dijo bien el sabio Séneca, citado como epílogo de lujo por el Dr. Steckel en su libro “Psicoanálisis de los sueños”:



“… No es frecuente, pero es accidente, caer del carruaje o sufrir un naufragio…  pero más graves son los peligros que enfrenta el hombre en su trato diario con el hombre… las estructuras, crujen antes de derrumbarse, el humo precede al incendio, la tempestad antecede a un naufragio… pero la corrupción humana se agazapa cuidadosamente, y tanto más cuidadosamente, cuanto más próxima está a estallar; no puedes confiar en los rostros que te salen al paso, su apariencia es humana…pero su espíritu es salvaje!. El hombre goza destruyendo al hombre…” por lo mismo cabe citar oportunamente  a Aristóteles cuando dice: “…Felicitas sibi sufficientium est…” (La felicidad es de aquellos que se bastan a si mismos).



Es por todo ello, que ahora pienso que tienen mucha razón los místicos orientales en su propuesta de procurar un viaje interior, introspectivo… no buscar la felicidad fuera de nosotros, sino más bien, procurar un profundo viaje interior, que resulta muy difícil de comprender para las personas de nuestro mundo occidental , que viven más mirando  hacia  afuera que explorando  hacia adentro…  tal vez sea más acorde con nuestra visión del mundo, seguir el sabio consejo del occidental  maestro Shopenhauer en sus “Aforismos sobre la sabiduría de la vida ” en el que propone, desterrar la peregrina idea de buscar la felicidad que es intangible y quimérica,  y tratar más bien de vivir cerrándole el paso al dolor, que si es opresivamente real y tangible, que nuestro principal objetivo  de vida sea el  evitar sufrir,  y no empecinarnos mas en esa angustiosa, estéril y frenética carrera en pos de una siempre esquiva e inasible FELICIDAD…



Gustavo Rozas V.




martes, 26 de junio de 2012

EL BOTE



Me encontraba en altamar, solo, en un bote. No me pregunten cómo es que fui a parar allí, ni yo mismo lo sé. Sólo sé que me encontraba allí, sin norte y sin puntos de referencia. Serían las cinco de la tarde y estábamos en plena canícula. Vestía un impecable terno azul y llevaba un par de zapatos negros relucientes. El calor era insoportable, llevaba el saco en el brazo y aflojada la corbata.

Extrañamente no me asustaba la situación. Tenía la sensación de haber estado en similares situaciones antes, o quizás las había soñado. Lo concreto es que, contrario a lo que se pudiera pensar, experimentaba una sensación de infinita paz. Sabía en el fondo que todo eso tendría un final. No sabía si llegaría a tierra, si alguien me rescataría o si simplemente moriría ahogado o por inanición, pero me daba exactamente lo mismo.

Los minutos transcurrían y empezaba a oscurecer. De pronto empezó a timbrar mi celular. En la pantalla aparecía el número de mamá. Contesté presuroso. Sólo se escuchaban algunos sollozos entrecortados y por más que levantaba la voz, ella parecía no escucharme, hasta que finalmente se cortaba la comunicación. Pasaron varios minutos y nuevamente empezó a sonar el celular. Esta vez era el número de mi oficina, la voz al otro lado era la de mi empleador, que gritaba furibundo reclamándome el pago de una deuda que, hasta donde yo sabía, todavía no había vencido. Él tampoco lograba escucharme. Minutos después nuevamente sonó el celular. Esta vez era el número de ella. Contesté, pero solo escuchaba su típica carcajada sarcástica con la que siempre celebraba mis derrotas. Ella tampoco lograba escucharme.

Luego no sonó mas, se hizo de noche y no podía dormir por el frío. Al día siguiente mi cuerpo estaba un poco hinchado. Ya no soportaba el reloj, la correa ni los zapatos. Me los quité y sentí cierto alivio. Extrañamente, no sentía sed ni hambre. Fueron pasando los días y yo seguía sin esperar nada. Nada me llamaba la atención.

Poco a poco mi piel fue tomando un color que variaba entre morado y rojo oscuro. También empecé a despedir un olor nauseabundo y algunos pedazos de carne empezaron a desprenderse. Me asomé al borde del bote para ver mi rostro reflejado en el agua. Me veía algo delgado, pero mi sonrisa estaba como congelada. No podía cambiar de gesto, era una sonrisa permanente.

Me senté tranquilo. Hacía ya algunos días había dejado de esperar algo. Total, llevaba una imborrable sonrisa, y era lo que siempre había soñado.



MAURICIO ROZAS VALZ

lunes, 25 de junio de 2012

MARÍA LAURA



María Laura estudió en un colegio religioso para chicas de clase media. Era la menor de tres hermanos, siendo varones los dos primeros, llevándole seis años el primero y tres el segundo. Sus padres estaban formalmente casados; eran absolutamente conservadores y católicos a un extremo que colindaba con el fanatismo. Sus hermanos adoptaron sin mayor problema los hábitos y doctrinas de sus padres. María Laura, no… ella salió algo rebelde. Realmente no tanto, pero dadas la circunstancias y en comparación con sus dóciles y pusilánimes hermanos… Maríal Laura era una revolucionaria.

Al terminar la secundaria, María Laura quiso estudiar comunicaciones en alguna universidad pero sus padres se lo negaron y la matricularon arbitrariamente en una academia de secretariado, lo cual le causó una gran frustración y se prometió, sin comunicarlo a sus padres, que vería la forma de encontrar un empleo y dejar la academia. No tuvo mucha suerte y finalmente logró terminar de estudiar secretariado sin poder antes conseguir un empleo. No obstante, su decisión de trabajar y salir de casa seguía en pie y con su título de secretaria encontró un trabajo de secretaria en una línea aérea local.

Fue trabajando en esta línea aérea que conoció a Gabriel, quien era piloto de la aerolínea y le llevaba dieciséis años, y con quien empezaría el primer gran romance de su vida ya que, hasta entonces, sus padres y hermanos se habían encargado de ahuyentar a cuanto pretendiente osara acercase  a ella.

Sus padres no sabían nada, y el hecho que su oficina quedara en el aeropuerto y a hora y media de distancia de su casa, le permitía mentirles con su horario de llegada para poder encontrarse con Gabriel y vivir su romance donde las calles se lo permitieran.

El lugar elegido para sus encuentros románticos fue una de las playas de la costanera donde se parqueaban frente al mar en el viejo VW escarabajo de Gabriel y siempre a la misma hora (de 6 a 8 pm). Fue en una de esas salidas nocturnas del trabajo, y luego de algunos meses de relación y varios intentos fallidos de Gabriel, que María Laura tuvo su primera experiencia sexual, la que, aparte de dolorosa y traumática, fue también muy decepcionante para la sufrida María Laura.

Aquella noche, apenas llegó a casa, entro a la habitación de sus padres a saludarlos como de costumbre, e inmediatamente se dirigió a su habitación para desvestirse lo más rápido posible y tomar una ducha caliente por más de media hora. Al desvestirse, advirtió que sus bragas blancas y parte de su falda beige estaban manchadas con gotas de sangre. Inmediatamente las escondió en el fondo de uno de sus cajones de ropa.

Aquella experiencia fue tan decepcionante que, por varias semanas, no quiso ver a Gabriel y no podía sacar de su mente la mancha de sangre sobre el tapiz de badana marrón del viejo y sucio carro de Gabriel donde sucedió todo. El sentimiento de culpa y el sentirse sucia e indigna de respeto ocupaban sus pensamientos de forma obsesiva. Por más que siempre intentó rebelarse, aquella deformación religiosa y moralista con que fue criada desde pequeña había logrado enquistarse en lo más profundo de su subconsciente, y el hecho de haber perdido la virginidad sin antes haberse casado, afectó mucho su autoestima.

Pasado poco más de un mes, accedió nuevamente a encontrarse con Gabriel, quien a pesar de no entender por qué tanto problema por algo tan natural, pensó que culparse por todo y pedir disculpas a María Laura sería una forma inteligente de hacerle recobrar la confianza en él y continuar la relación como lo habían hecho hasta entonces.

Pasaron algunas semanas  y Gabriel logró convencer a María Laura de ir a una hostal para hacerlo de nuevo, esta vez con más delicadeza y sin apuro, no sin antes prometerle que se casaría con ella para que no se sienta mal. Le argumentó que, no habiendo ya nada que perder, sería interesante encontrarle el gusto a algo que por naturaleza era muy placentero y le prometió que esta vez sería más delicado y considerado con ella. María Laura aceptó, a regañadientes, pero aceptó.

Llegaron al hostal, y Gabriel pidió a María Laura que se recueste sobre la cama y se relaje, que le deje todo lo demás a él. Ella, sin hacer comentarios hizo lo que él le pidió. María Laura cerró los ojos y Gabriel la fue desvistiendo con calma y cuidado para que tome confianza, una vez que terminó de desnudarla, empezó a besarla por la boca, bajando por el cuello, los senos, el vientre y finalmente le introdujo su lengua abriéndole delicadamente las piernas para estar más cómodo.

María Laura, por primera vez experimentaba una sensación extremadamente placentera que hacía que su respiración se acelerase e incluso que le arranque algunos jadeos. Luego de unos minutos, Gabriel se incorporó, y con ayuda de su mano derecha la penetró despacio y empezó a moverse lentamente, acelerando pausadamente el ritmo. María Laura estaba totalmente fuera de sí, se sacudía en espasmos y conforme Gabriel aceleraba el ritmo de sus movimientos, sentía que en cualquier momento estallaría, y así fue. María Laura había sentido por primera vez un orgasmo.

Luego de aquella experiencia, los encuentros en aquel hostal escondido se hicieron muy frecuentes. La vida parecía tomar un nuevo rumbo para la sufrida María Laura. Incluso, con la complicidad de una amiga de la oficina, programó un viaje  -supuestamente de vacaciones-  a Iquitos, en el mismo avión que piloteaba Gabriel, y vivir una breve luna de miel con el hombre del que se había enamorado perdidamente. Aquel viaje se llevó a cabo, duró de jueves a domingo, y fue la experiencia más maravillosa que Marial Laura había vivido hasta entonces.

Con lo que no contaba María Laura, fue con las sospechas que había despertado en su madre su inusual alegría, el hecho de escucharla cantar todas las mañanas mientras se duchaba y que en más de una ocasión se había negado a comulgar en la misa dominical, habían sido razones suficientes para que su madre decidiera hurgar en la intimidad de María Laura y buscar alguna pista que la lleve a descubrir el por qué de su repentino cambio.

Fue en esa implacable, ventajista e infame búsqueda, que esta señora encontró -al fondo de uno de sus cajones-  la ropa interior blanca y la falda beige manchadas que aquella noche escondiera Marií Laura, y que por haber sido una experiencia particularmente traumática para ella, había preferido no volver a ver y que luego, pasadas las semanas incluso había olvidado. La madre, apenas vio eso y entendió todo, arrancó en llantos inconsolables y llamó a su marido, quien también lloró con ella tomándole la mano. Luego de eso, ambos se arrodillaron frente al crucifijo que estaba colgado en la pared de la cabecera de la cama de María Laura, y rezaron durante una hora pidiendo perdón a Dios y rogándole que tenga piedad por su hija perdida para que no sea condenada al fuego eterno del infierno. Luego de los rezos, continuaron las pesquisas y encontraron en uno de los cajones del velador, una carta de amor con el nombre de Gabriel.

Fue domingo a las siete de la noche que María Laura llegó a casa y encontró a sus padres en la sala con el cura de la parroquia del barrio, y luego de humillarla con todos los adjetivos imaginables delante del cura  (quien escuchaba y veía toda la escena con gesto adusto), le obligaron a confesar quién era aquel hombre con quien tendría que casarse lo antes posible para no seguir ofendiendo a Dios. Ella se negó. Su madre -a quien aún a pesar de todo temía-  le obligó a decirle el apellido de Gabriel.

Esa noche María Laura no durmió, se la pasó llorando y pensando la forma de huir de casa. Al día siguiente las horas en el trabajo se hicieron eternas para encontrarse al fin con Gabriel. Cuando al fin se encontró con él, le contó todo lo sucedido y le pidió por favor que buscara un pequeño departamento para largarse de la casa de sus padres e irse a vivir con él, total, ya era mayor de edad y lo que más quería era salir de casa. Él le pidió que se calme, que viera las cosas con tranquilidad y que todo  –finalmente-  debería arreglarse.

María Laura lloró inconsolablemente en el hombro de Gabriel, quien trataba de consolarla acariciándole la cabeza. Le sugirió que no agrave las cosas y que trate de llegar lo más temprano a su casa durante esos días hasta que todo se calme.

Al día siguiente, Gabriel le dijo que en dos días tendría que viajar por dos semanas a la Argentina por un mes a seguir una capacitación. A ella todo eso le sorprendió mucho, notó a Gabriel distante y evasivo. Pasaron los días y él sólo la llamó un par de veces para decirle que estaba muy atareado. A los dos días, cuando se encontraron, él le dijo que esa misma noche viajaría y que la extrañaría mucho. Ella lloró una vez más.

Pasaron los días, y María Laura esperaba ansiosamente noticias de Gabriel, una carta, una llamada, algo… pero nada. Ella empezó a sospechar, y preguntó en las oficinas de la aerolínea por él. Le informaron que en efecto él se encontraba en Argentina siguiendo un curso, pero que sí era algo muy urgente lo que tenía que comunicarle, podían darle el teléfono de su casa para que su esposa, cuando hable con él, se lo comunique.

María Laura inicialmente pensó que se trataba de una broma y soltó una risotada. La secretaria de la aerolínea se quedó mirándola sorprendida como diciendo… y ésta, de qué se ríe, cuando de pronto la risa de María Laura mutó en gesto de pánico y pasó inmediatamente a convertirse en un llanto inconsolable, al punto que las otras trabajadoras que se encontraban en ese momento en la oficina le hicieron tomar asiento para calmarla llevándole un vaso de agua.

Una de las secretarias se sentó al lado de ella y le dijo: ¿Qué, a ti también te la hizo? Ese hijo de puta nunca cambiará, mientras la cojuda de Amalia atiende a sus hijas en casa y no sabe ni mierda…  ¿Quieres un consejo? No lo vuelvas a buscar, ni respondas sus llamadas, ni le escuches… te dirá que sólo a ti te quiere, que no sabía cómo decírtelo porque temía que lo dejes, pero que le des una oportunidad de demostrarte su amor. Ah… y que empezará de una vez sus trámites de divorcio para casarse con el amor de su vida, es decir tú. Me conozco su discurso de memoria. Y así, te convertirás en la otra hasta que se aburra y aparezca otra que le guste más que tú. Eres la tercera chica nueva del aeropuerto con la que hace lo mismo. Incluso hace unos meses, una chica de nombre Juliana intentó suicidarse por su culpa. Hazme caso, si es posible renuncia, no vuelvas a verlo ni de casualidad.

María Laura se secó las lágrimas y no dijo una sola palabra. Entro a los servicios  -donde permaneció aproximadamente quince minutos-  y salió con los ojos hinchados, pero bien maquillada con rubor y los labios muy rojos. Fue hasta su escritorio, tomó aire, rompió el retrato de Gabriel, tiró los pedazos a la basura, sacó algunas cosas de sus cajones, los cerró, tiró unas llaves pequeñas sobre el escritorio, tomó su cartera y se fue caminando a paso lento hasta la calle; paró un taxi, volteó una vez más para ver el aeropuerto a todo lo ancho con las manos en la cintura, se acomodó el pelo, secó sus mejillas con el antebrazo, subió, el taxi se puso en marcha y nunca más nadie la volvió a ver por el aeropuerto.



MAURICIO ROZAS VALZ












jueves, 21 de junio de 2012

NO SE SIENTE BONITO



Es extraño no sentir nada

… no se siente bonito

No sentir ningún dolor,  si la ocasión lo amerita

… no se siente bonito

No tiene ninguna gracia no sentir nada

Cuando así debiera ser

… no se siente bonito

No me hace nada feliz, tener que fingir la pena

Tener que forzar abrazos, decir: ‘te voy a extrañar’

… no se siente bonito

Quisiera sufrir, llorar, desesperarme…

… pero no viene de adentro

Y me quieren consolar, me compadecen, me abrazan

Y yo no sé qué decirles

… solamente ‘gracias’ y ‘está todo bien’

No es nada bonito dejar de querer, no sentir nada

Da pena no sentir pena

… no se siente bonito



MAURICIO ROZAS VALZ

miércoles, 20 de junio de 2012

DECEPCIONANTE



El ser humano es un animal social, qué duda cabe. Desde pequeños aprendemos a alternar con el prójimo. Intercambiamos palabras, preguntamos nombres y damos el nuestro. Hacemos muchas preguntas y respondemos otras tantas cuando alguien se cruza por nuestro destino.  El juego es siempre el mismo, casi inmediatamente surgen las simpatías y las antipatías. Muchas veces también las simpatías mutan en antipatías y viceversa.  Luego vienen los intercambios de tarjetas o números telefónicos, direcciones de correo, etc. Así se inician nuestros vínculos sociales, ya sea por trabajo, colonia, vecindad y etcétera; y así se va formando nuestro entorno social, el cual permanentemente se renueva casi sin darnos ni cuenta.
Las decenas de personas que conocimos de niños, fueron entrando y desapareciendo primero de nuestro entorno, y luego la mayor parte incluso desaparece de nuestra memoria;  ya sea porque cambiamos de barrio, colegio, ciudad, etc. Luego viene la universidad, el primer trabajo, el segundo, el tercero; y así, vamos conociendo y hasta queriendo a cientos de personas que pronto vamos olvidando y dejando de querer.
Pocas personas logran saltar todos los altos muros que marcan los cambios más significativos de nuestra vida. Y aun así, lo mejor es, creo, que a esas pocas personas que logran mantenerse vivas en nuestra memoria y corazón, nunca las lleguemos a conocer demasiado bien. Siempre será mejor (si queremos seguir queriendo a alguien), vivir un poco engañados. Nunca pasar del todo de la superficie. Si nos dejamos ganar por nuestra curiosidad e incontrolable sed de verdad, lo más probable es que veamos a estas queridas personas de perfil (parafraseando a Vallejo), veremos su oscura sombra, su miseria interior. Así la decepción estará garantizada.
No escarbemos demasiado en la intimidad de una persona si no queremos decepcionarnos, tampoco  dejemos que se escarbe en la nuestra si no queremos decepcionar. La verdad es el bien supremo, pero no siempre debe de saberse.



MAURICIO ROZAS VALZ

domingo, 17 de junio de 2012

NUNCA A TIEMPO


Queridos visitantes y seguidores de este modesto blog.

Quería agradecerles por la buena acogida que ha tenido en las últimas semanas mi libro de cuentos NUNCA A TIEMPO.

A los que aún no lo hayan comprado, les informo que aún quedan ejemplares en la Librería El Virrey del Óvalo Bolognesi en Miraflores (Frente a Brujas de Cachiche),  Crisol del Jockey Plaza y Librería Contracultura de la cuadra 9 de Larco. El precio va de 25 a 30 soles. A quienes vivan por Miraflores, también lo venden en el puesto de revistas que está frente a Vivanda de Benavides con Alcanfores.

En Arequipa, pueden encontrarlo en la principal de las Librerías San Francisco, en El Lector de la cuadra 2 de San Francisco, en El Aquelarre de la cuadra 2 de San José y el Libunsa, en la casona Chávez de la Rosa de la Calle San Agustín

Muchas Gracias

Mauricio Rozas Valz

sábado, 16 de junio de 2012

AUSENCIA



Encontré la luz del fondo
Olor a papel impreso
A café y a cigarrillo


También encontré tu lápiz
Tu borrador y tu block
Estaban tus viejos lentes
Tu reloj y un vaso de agua


Tú no estabas, te habías ido
Dejaste incluso tu saco
Tus guantes y tu chalina


Encontré al fin tu llavero
Tu encendedor y un cigarro


Supe ahí que nunca más
Volvería a ver tu rostro.


MAURICIO ROZAS VALZ

viernes, 15 de junio de 2012

PICHANGUITA



Frank Bustamante creció en un barrio de clase media alta. Su padre era un conocido médico que también ejercía la cátedra y su madre era enfermera. Estudió en uno de los colegios para varones más caros y tradicionales de la ciudad y su infancia transcurrió de manera normal, como la de cualquier muchacho de su edad y estrato social. Nunca fue un alumno brillante, pero tampoco fue de los últimos del salón. Pero sí hubo algo en lo que logró destacar sobre el resto de sus compañeros, y fue su habilidad innata para pelear. Cada vez que  -como es frecuente en colegios de hombres-  se daba la ocasión de intercambiar golpes, él siempre salía ganando y se ganó el respeto de todos sus compañeros.

Esa habilidad innata para pelear se fue sofisticando con el tiempo, al punto que, cuando entro en la adolescencia, cruzó la línea de lo normal y se convirtió en el típico matón de esquina. No obstante, los chicos del barrio lo apreciaban y nunca dejaban de convocarlo para los partidos de fútbol (conocidos también como ‘pichanguitas’) que los días sábado por la tarde se llevaban a cabo en la canchita del barrio. Estos partidos solían terminar en grandes peleas masivas en las que siempre, el equipo para el que jugaba Frank salía ganando.

Dentro del grupo de chicos del barrio que jugaban fútbol con Frank, estaba Guillermo Luján, quien era tres años mayor que él y vivía a una cuadra de su casa. A veces jugaban para el mismo equipo y otras veces en el equipo contrario, pero nunca se llevaron mal ni tuvieron que pelearse.

Frank y Guillermo compartieron juegos de fútbol, mataperradas, coqueteos con muchachas y todo cuanto toca vivir en la adolescencia durante largos tres años. Cuando Guillermo salió del colegio y cumplió diecinueve, se fue a la capital e ingresó a la escuela de oficiales del ejército. Luego de eso llegó una vez más al barrio para despedirse de los muchachos antes de internarse y, a partir de esa día, sólo se verían durante los breves días de las fiestas de fin de año.

Guillermo Luján, destinaba siempre uno de esos  -pocos-  días de descanso para jugar una pichanguita con sus amigos del barrio y recordar viejos tiempos. Frank tampoco dejaba de asistir y aquellas pichanguitas solían terminar en grandes borracheras. Frank y Guillermo siempre se llevaron bien, nunca fueron confidentes ni grandes y mejores amigos, pero se apreciaban y respetaban.

Pasaron dos años y Frank también terminó también el colegio con dieciocho cumplidos. Ingresó a la universidad para seguir la carrera de sociología… y es ahí que cambiaría radicalmente su historia en forma irreversible y trágica.

Cursaba el segundo año de facultad, y un viernes de octubre no llegó a dormir a casa. Sus padres imaginaron que se había emborrachado por ahí y que aparecería al día siguiente. Llegó el sábado y no aparecía. Su madre entró a su dormitorio en busca de algún número telefónico que diera alguna pista y, en el velador, bajo la lámpara, encontró una carta manuscrita que decía:

Queridos papá, mamá y hermana
Espero algún día lleguen a perdonarme por el inmenso dolor que les causo, pero quiero que traten de comprenderme: el deber por una patria justa me llama.
En estos meses en la universidad, he descubierto que existía un mundo mucho más complejo y extenso que está más allá de la burbuja de cristal en que ustedes  -con mucho amor-  me hicieron vivir.
El dolor del hambre y la pobreza de mis compatriotas, me obliga a asumir una actitud responsable ante la historia de mi país, y exige de mí un compromiso mayor a un discurso. Las cosas no pueden seguir como están.
La única manera que hará posible que vivamos en un país con más justicia social, es la revolución, la lucha armada, la guerra popular. Marx tenía razón: ‘La violencia es la partera de la historia’ y me uniré al ejército de liberación.
Pero no se preocupen, sobreviviré y me verán entrar a la ciudad triunfante con mis valientes combatientes y esté será un país diferente y ustedes estarán orgullosos de mi.
 Los quiero
Frank


Pasaron dos años y nunca nadie supo más de Frank, ni siquiera sus padres, quienes no contaron a nadie lo de la carta por la vergüenza y el dolor que les causaba el incierto destino de su único hijo varón. Ante las preguntas de vecinos, amigos y familiares, la respuesta era siempre la misma: ‘Se fue a estudiar a España y no tuvo tiempo de despedirse, todo fue muy rápido’.

Luego de aproximadamente un año, empezaron a llegar las noticias en los diarios con el nombre de Frank y no pudieron ocultar más tiempo la historia. Noticias en diarios y TV como: Se busca: Frank Ramiro Bustamante Quiroz, Alias ‘camarada Rafael’ o ‘el chino’…  con la foto de Frank del registro electoral, eran cosa de todos los días, y sus sufridos padres decidieron no volver a hablar del tema, no sólo ante terceros, sino en la propia casa. Su padre, en un último discurso en una cena, pidió por el alma de su hijo muerto y pidió a Dios que se apiade de su alma y asunto terminado. No se volvería a pronunciar su nombre.

Fueron pasando los meses y las noticias que llegaban de Frank eran cada vez peores, se había convertido en el principal mando militar de ese grupo terrorista en la sierra norte del país. Las noticias sobre las masacres y ajusticiamientos masivos en los pueblos por donde pasaba eran cosa de todas las semanas. La crueldad con la que actuaba Frank con cuanto desafortunado campesino se cruzaba en su camino no tenía límites. Los muertos que se atribuía a la columna que tenía a su mando eran incuantificables, se sumaban por cientos.

Todo esto deprimió mucho a sus padres, quienes tuvieron que enviar a su hija a Buenos Aires a casa de unos parientes para que pueda terminar la secundaria sin que nadie la hostilice y sin pasar humillaciones. Decidieron también regalar los dos televisores que había en casa y no volver a abrir un solo periódico. No podían creer que su hijo, no sólo se había convertido en un terrorista, sino que era uno de los mandos más temidos por su extrema crueldad.

Pasaron algunos años, y de pronto la madre de Frank recibió una llamada. Era la policía, le informaban que su hijo había caído abatido a manos del ejército en una emboscada durante un sangriento combate en la sierra norte del país. Su madre arrancó en llantos, el padre trataba de consolarla diciéndole que eso era lo mejor que les podía pasar, que él prefería ver a su hijo muerto que esposado y preso por criminal. La madre no decía nada, sólo lloraba. No paraba de llorar.

Al día siguiente llegaron en un vuelo a la capital donde el cuerpo de su hijo les sería entregado. Su padre no pudo resistir la tentación de averiguar cómo se habían dado los hechos sobre la muerte de su hijo. Le dijeron que esa era información reservada, que de ninguna manera podrían darle mayores alcances sobre lo sucedido. Él se negó a quedarse con la duda y llamó al esposo de una prima lejana que era coronel del ejército y le pidió por favor que le deje saber cómo habían sido las cosas.

Aquel coronel lo citó al día siguiente a su oficina a las 10.00 am. Llegó puntual, el coronel le dio el pésame y le hizo tomar asiento. Luego se acercó a él, le tomó el hombro derecho y le dijo: Ramiro, lo hago porque también soy padre y me pongo en tus zapatos, pero antes debes darme tu palabra de hombre que esto quedará acá, que ni siquiera lo comentarás con tu esposa ¿está bien? – Está bien, respondió el padre de Frank. El coronel sacó un folder de su archivo, lo abrió y lo puso en su escritorio al frente del padre de Frank. El informe decía lo siguiente:

Jueves, 19 de setiembre de 1990.
El día de hoy, aproximadamente a las 5.30 de la mañana, se llevó a cabo con éxito el ‘plan chifa’ que fuera debidamente planificado gracias a reportes de inteligencia que nos informaron que a esa hora, la principal columna de la sierra norte, pasaría por el pequeño valle rumbo a la selva en plan de huída por haberse enterado de que habían sido ubicados.
Toda la operación duró aproximadamente veinte minutos. En el fuego cruzado cayó el cabecilla, conocido con los apelativos de ‘camarada Rafael’ o ‘el chino’ junto con otros trece subversivos. De los nuestros, falleció el cabo Cruz de un balazo en el estómago. Finalmente se rindieron dos  -que los hemos traído-  y lograron fugar aproximadamente seis o siete.
El ‘plan chifa’ fue cumplido con éxito
Léase, infórmese y archívese
Atentamente
Guillermo Luján Martínez – Capitán de infantería, EP.


MAURICIO ROZAS VALZ


 





jueves, 14 de junio de 2012

LIBROS



Cuánto misterio guardan los libros
Y cuantas cosas querrán contarnos


Algunos, muchas historias
Otros, muchas verdades


Otros también...  hay que decirlo
Muchas banalidades


Al margen del contenido
Su silencio es una ofensa.


Casi siempre amordazados
Ocupando un anaquel


Unos bellos,  otros feos
Viejos, nuevos, gordos, flacos


Aquellos... los elegidos
Los que pudieron hablar.


Sonríen agradecidos
Desde su pequeño espacio


Y aquellos... los despreciados
Que no fueron  escuchados


Envejecen humillados
Condenados al silencio


MAURICIO ROZAS VALZ