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lunes, 23 de diciembre de 2013

ADVIENTO









Se acercaban las fiestas de fin de año, y Pedro y Luciana se preparaban para pasar su tercera navidad juntos. A diferencia de las dos anteriores, ésta era particularmente difícil. No había sido un buen año para ellos como pareja.

Meses atrás, él la había sorprendido contestando el celular a escondidas y en actitudes extrañas. La duda había quedado sembrada en él, a pesar de los repetidos esfuerzos de Luciana para que le creyera que todo estaba bien, Pedro no quedó conforme con las nerviosas y suplicantes explicaciones de Luciana. Entonces decidió indagar e investigar con todos los recursos posibles.

Contactó por internet con un hacker profesional para poder tener acceso al correo de Luciana y, como era de esperarse… descubrió algunas cosas que hubiese preferido no saber nunca. Eran mensajes amorosos de un tal Facundo que, a juzgar por su espantosa ortografía y su redacción lamentable, parecían haber sido escritos por: o bien por un peón pampeano o por un cantante de bailantas y cumbias villeras. De lo que no le quedaban dudas era que el tal Facundo era argentino y de que estaba enamorado de Luciana. Extrañamente, no encontró una sola respuesta de ella, todos eran mensajes de Facundo.

Al principio, es decir, apenas descubrió todo eso, su reacción fue encarar inmediatamente a Luciana y romper la relación. Luego se calmó y se fue a un café a pensar con tranquilidad cómo enfrentar tan delicada  -y triste-  situación para él. Trataba de pensar cómo sería su vida en adelante sin ella, se imaginaba haciendo maletas y yéndose a vivir a un departamento totalmente solo. Todo eso lo asustaba mucho. La sola idea de empezar una nueva vida sin Luciana lo intimidaba. Entonces, decidió darle el beneficio de la duda y escucharla antes de tomar una decisión irreversible. El buen Pedro había caído en la muy común trampa del autoengaño y necesitaba inconscientemente escuchar algo que no le doliese tanto. Necesitaba escuchar una mentira creíble, algo que le calmara el intenso dolor que en ese momento sentía. Fue entonces que, sin pensarlo más, tomó rumbo a su casa para hablar con Luciana.

Entró violentamente a la casa. Luciana se encontraba en ese momento en el comedor tecleando su portátil y Pedro se quedó observándola con la mirada perdida y los labios resecos. Luciana lo miró sorprendida, y al ver la expresión desencajada de Pedro le preguntó:

-      ¿Te sucede algo mi amor? ¿Estás bien? Traes una carita...
-      ¿Qué significa esto?
-      ¿A qué te refieres?
-      A esto, ¡no te hagas la cojuda! ¡Perra!
-      ¿Qué tienes mi amor? ¿Qué te pasa?
-      ¡Qué mierda significa todo esto! (Le tiró los correos impresos en la mesa)
-      Ah…
-       
Luciana tomó los papeles y los empezó a leer comiéndose la uña del dedo medio derecho y temblando con ambas manos. Luego le retrucó:

-      ¿Cómo conseguiste todo esto? ¿Cómo te atreves a entrar en mi correo?
-      No me vengas ahora con eso. El asunto es que los conseguí y punto. ¡No me vengas con pendejadas! ¡Perra de mierda!
-       
Ella comenzó a reír nerviosamente y le dijo que podía explicarle todo. Y es más, que él tendría luego que pedirle disculpas por haberla insultado injustamente y se avergonzaría por haber osado hackear su correo sin preguntarle antes a ella cuál era la verdad. Le contó que el tal Facundo era un tipo al que ella ni siquiera conocía personalmente y que la había abordado por el facebook y que ella tenía la mala costumbre de aceptar siempre a todos los que la invitaban a formar parte de su lista de amigos. Que únicamente habían chateado en algunas oportunidades y que se hicieron amigos porque aquel argentinito era muy gracioso y la hacia reír mucho, y que eso había sido todo lo que sucedió.

Pedro empezó a sentir un suave alivio que poco a poco le calmó el temblor que sufría en todo el cuerpo. Poco a poco sentía que por los pies le subía una sensación de paz que calmaba todo el desasosiego que hasta hacía sólo minutos antes experimentaba dolorosamente. Observaba las paredes de su casa y el rostro de Luciana con detenimiento, y le aliviaba mucho el pensar que ya no tendría que salir de allí y que su vida ya no cambiaría tan traumáticamente. Entonces la abrazó y ella comenzó a llorar y le pidió que por favor le creyera y que le perdonara, pero que ella no había hecho en realidad nada, que todo había sido puro entusiasmo del tal Facundo y que ella nunca le había respondido, y que su error fue no pedirle que no le escribiera más. Le dijo que eso había sido todo y le prometió que inmediatamente le pediría que no la molestara más y borraría todos sus correos y que lo bloquearía. Pedro inicialmente le creyó, pero siempre le quedaría la duda.

Ese año el 24de diciembre cayó sábado  y Luciana quiso sorprenderlo disfrazándose se Mamá Noela. Llegó a casa con el típico abrigo rojo con bordes blancos, gorro y minifalda del mismo color y con una bolsa grande de regalos. Serían aproximadamente las doce del mediodía, y en el condominio en que vivían, una cuadrilla de albañiles se encontraba descargando toneladas de asfalto de varios volquetes  muy grandes. Luciana comenzó a silbar desde el parqueo para que Pedro la viese por la ventana. No se percató del aviso que advertía del peligro de pasar por la parte trasera de los volquetes y tratando de hacer equilibrio con sus tacos, resbaló y cayó en una zanja profunda. Pedro observaba todo eso callado. Ella intentaba pararse, pero al parecer se había roto el tobillo y pedía auxilio a gritos para que no descargasen todo el volquete de asfalto sobre ella. Había mucha maquinaria funcionando y nadie lograba escucharle. En vano hacía señas suplicantes a Pedro, levantando las manos para que hiciera algo para ayudarle. Él observaba todo ese cuadro con los brazos cruzados desde su ventana. Miraba indiferente y con una sonrisa perversa cómo toneladas de asfalto iban enterrando a Luciana, mientras ella gritaba desesperadamente pidiendo auxilio. La maquinaria hacía demasiado ruido, además los albañiles tenían puestas las orejeras y no podían escucharla. Mientras el asfalto le iba llegando al cuello y el pánico se apoderaba de ella, miraba con expresión de horror el gesto complacido de Pedro, hasta que, finalmente, el asfalto terminó sepultando su mano derecha que no había parado de moverse hasta ser completamente sepultada.




MAURICIO ROZAS VALZ


domingo, 15 de diciembre de 2013

ÚLTIMA CARTA DE AMOR









Lima, 7 de abril de 2005



Hola mi amor:

Para cuando leas esta carta estaré a miles de kilómetros de ti. No digo esto pensando que mi alejamiento te provocará algún dolor ni te hará recapacitar; solo aprovecho la ventaja de la distancia para imaginar que mientras lees esta carta tomas el teléfono llorando (pero de furia, no de tristeza, tú no sabes lo que es eso). Sé que eso no sucederá, pero al menos estando en el avión me quedará el consuelo de la duda. Imaginaré arbitrariamente que me llamaste desesperada para insultarme, que no reíste ni enseñaste mi carta a tus amigas burlándote para luego botarla; total, de todas maneras ya no podrán mirarme con sorna cuando camino por la calle; creo que eso es un alivio.

Pero bueno, vayamos al tema de fondo: quería decirte que en los cinco largos años que te acompañé de la mano conocí muy de cerca el infierno. La realidad superó a la ficción y empecé a creer en el demonio, ya que dormía a mi lado y tenía forma de mujer (como lo explicó aquel cura  del colegio al cual no le creía, pero vaya que tenía razón).

Nunca podré olvidar  las infinitas veces que me serviste la cena fría y con un gesto de desprecio, las otras cientos de veces que estuve muy enfermo y te burlaste de mis dolencias llevándome a la cama el café frío y sin endulzar.  “Si quieres nomás”,  fue la frase que acuñaste cuando de atenderme se trataba. Aún me pregunto: ¿qué me pasó? ¿Por qué cuando era al revés yo te atendía con tanto cuidado y cariño? No lo sé… nunca lo podré entender. 

Al comienzo, cuando recién empezaron tus maltratos, pensé que se trataba de una venganza, de un simple desquite por aquellos meses en que me conociste y tenía otra novia. Yo nunca quise lastimarte, además, eso duró solo pocos meses y finalmente fuiste tú quien me buscó y se metió y saliste con tu gusto.

¿Qué explicación me podrías dar  sobre las razones de tus interminables rechazos aquellas noches en que te quise para mí? Aún tengo en mi mente grabada tu expresión de asco secándote mis besos de la mejilla con el antebrazo; las otras cientos de veces que disfrutabas dándome la contra en cualquier tema polémico con los amigos comunes; el placer que encontrabas desmintiéndome en público; tu sonrisa de oreja a oreja al ver mi expresión de desagrado al ver en la mesa los platillos que odiaba y que adrede enviabas a preparar con la señora que nos atendía; el gusto perverso que le encontrabas en estar de acuerdo siempre con mis falsos amigos (con los que siempre supiste que eran mis no tan secretos detractores). Quizás y hasta con alguno de ellos me engañaste (o con más de uno), más por el placer de humillarme que por lo que te pudieran gustar, no tengo la prueba pero podría asegurarlo. Pero bueno, ya tampoco importa.

Resalta también en mi mente el rostro fiero de tu puta madre, sí, de esa vieja maldita,  de la mismísima puta que te parió. Debí deducirlo, nada bueno podría salir de ese monstruo. Me vi reflejado en el rostro de tu padre, aquel pobre hombre que era lo único valioso de toda tu apestosa familia. Me vi retratado en su rostro y hace dos semanas decidí huir de ti, sí, huir despavorido. A tu pobre padre le faltaron cojones para dejarlas; sí, dejarlas: a ti, a tu madre y tus dos reputas hermanas. Pobre hombre, lo compadezco y le agradezco por ayudarme con su desgracia a ver el espantoso futuro que me esperaba a tu lado.

También tengo presente la interminable cantidad de camisas que me quemaste con la plancha y adrede; a pesar de pedirte que no lo hicieras y te dije que le pagaría a una muchacha para que lo hiciera; pues tú te ofrecías para consumar tu maldad. No llego a entender nada, ni qué sería ‘eso’ que nunca pudiste perdonarme y hacía que me odiases tanto, ni mucho menos llego a entender por qué yo lo permitía.

Me voy también sin entender por qué me llamabas llorando para manipularme, suplicarme y hacerme regresar todas las veces que intenté dejarte. No entiendo nada ni lo entenderé.

Pero se acabó pues, esta vez sí. Sé que si sabes dónde me encuentro me buscarás porque extrañarás a quién hacer lo que más te gusta, es decir: hacerle la vida imposible a quien esté a tu lado. Pero no todo es malo, hay algo que te agradeceré hasta el final de mis días, debes de adivinarlo ¿no? Sí, justamente eso que estás pensando, el no haber querido darme un hijo; las probabilidades de que saliera un monstruo como su madre o sus tías o su abuela maternas, eran altísimas, y además me hubiera amarrado al infierno (es decir, a ti) hasta el final de mis días. Muchas gracias por eso.

Para cuando leas esto serán aproximadamente las nueve de la noche. Yo ya estaré descansando en mi nueva cama, en mi nuevo hogar, en mi nueva ciudad. Botarás la carta  (lo sé, si casi te estoy viendo), pero llegará el fin de semana, el domingo, irán pasando los días y me extrañarás; no tendrás a quien joder. Pero jódete, idiotas como yo no abundan, dudo que alguien quiera quedarse contigo. De tan malvada te has puesto muy fea, estás toda desmondongada, fofa y vieja… y además la boca te apesta a desagüe por tu halitosis.  Pero por si acaso acepta este humilde consejo: si por ahí apareciera un nuevo pretendiente incauto y ciego, nunca… lee bien… ‘nunca’ le presentes a la puta de tu madre ni a tus repugnantes hermanas porque huirá despavorido.

Ah… hay algo más, no he pagado la hipoteca de la casa hace ocho meses y la cobranza ya debe de haber pasado a legal. Prepárate para las cartas notariales, las demandas judiciales y tu inminente lanzamiento porque sé positivamente que no conseguirás el dinero necesario… y ni tu pobre padre ni la puta de tu madre ni las reputas de tus hermanas están en condición de ayudarte. En verdad eso sí me da mucha pena, pero no por el hecho de que te lancen, sino porque no podré ver tu expresión de angustia y desesperación al verte con tus trastos en medio de la calle. Me hubiese encantado ver eso.

Eso es todo mi amor, espero que la próxima vez que te vea estés dentro de un cajón de caoba y con algodones en la boca y la nariz. Me las ingeniaré para abrir el cajón y escupirte.

Te voy a extrañar, besos




Tu ex 




p.d. Jódete.




 

MAURICIO ROZAS VALZ