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lunes, 23 de diciembre de 2013

ADVIENTO









Se acercaban las fiestas de fin de año, y Pedro y Luciana se preparaban para pasar su tercera navidad juntos. A diferencia de las dos anteriores, ésta era particularmente difícil. No había sido un buen año para ellos como pareja.

Meses atrás, él la había sorprendido contestando el celular a escondidas y en actitudes extrañas. La duda había quedado sembrada en él, a pesar de los repetidos esfuerzos de Luciana para que le creyera que todo estaba bien, Pedro no quedó conforme con las nerviosas y suplicantes explicaciones de Luciana. Entonces decidió indagar e investigar con todos los recursos posibles.

Contactó por internet con un hacker profesional para poder tener acceso al correo de Luciana y, como era de esperarse… descubrió algunas cosas que hubiese preferido no saber nunca. Eran mensajes amorosos de un tal Facundo que, a juzgar por su espantosa ortografía y su redacción lamentable, parecían haber sido escritos por: o bien por un peón pampeano o por un cantante de bailantas y cumbias villeras. De lo que no le quedaban dudas era que el tal Facundo era argentino y de que estaba enamorado de Luciana. Extrañamente, no encontró una sola respuesta de ella, todos eran mensajes de Facundo.

Al principio, es decir, apenas descubrió todo eso, su reacción fue encarar inmediatamente a Luciana y romper la relación. Luego se calmó y se fue a un café a pensar con tranquilidad cómo enfrentar tan delicada  -y triste-  situación para él. Trataba de pensar cómo sería su vida en adelante sin ella, se imaginaba haciendo maletas y yéndose a vivir a un departamento totalmente solo. Todo eso lo asustaba mucho. La sola idea de empezar una nueva vida sin Luciana lo intimidaba. Entonces, decidió darle el beneficio de la duda y escucharla antes de tomar una decisión irreversible. El buen Pedro había caído en la muy común trampa del autoengaño y necesitaba inconscientemente escuchar algo que no le doliese tanto. Necesitaba escuchar una mentira creíble, algo que le calmara el intenso dolor que en ese momento sentía. Fue entonces que, sin pensarlo más, tomó rumbo a su casa para hablar con Luciana.

Entró violentamente a la casa. Luciana se encontraba en ese momento en el comedor tecleando su portátil y Pedro se quedó observándola con la mirada perdida y los labios resecos. Luciana lo miró sorprendida, y al ver la expresión desencajada de Pedro le preguntó:

-      ¿Te sucede algo mi amor? ¿Estás bien? Traes una carita...
-      ¿Qué significa esto?
-      ¿A qué te refieres?
-      A esto, ¡no te hagas la cojuda! ¡Perra!
-      ¿Qué tienes mi amor? ¿Qué te pasa?
-      ¡Qué mierda significa todo esto! (Le tiró los correos impresos en la mesa)
-      Ah…
-       
Luciana tomó los papeles y los empezó a leer comiéndose la uña del dedo medio derecho y temblando con ambas manos. Luego le retrucó:

-      ¿Cómo conseguiste todo esto? ¿Cómo te atreves a entrar en mi correo?
-      No me vengas ahora con eso. El asunto es que los conseguí y punto. ¡No me vengas con pendejadas! ¡Perra de mierda!
-       
Ella comenzó a reír nerviosamente y le dijo que podía explicarle todo. Y es más, que él tendría luego que pedirle disculpas por haberla insultado injustamente y se avergonzaría por haber osado hackear su correo sin preguntarle antes a ella cuál era la verdad. Le contó que el tal Facundo era un tipo al que ella ni siquiera conocía personalmente y que la había abordado por el facebook y que ella tenía la mala costumbre de aceptar siempre a todos los que la invitaban a formar parte de su lista de amigos. Que únicamente habían chateado en algunas oportunidades y que se hicieron amigos porque aquel argentinito era muy gracioso y la hacia reír mucho, y que eso había sido todo lo que sucedió.

Pedro empezó a sentir un suave alivio que poco a poco le calmó el temblor que sufría en todo el cuerpo. Poco a poco sentía que por los pies le subía una sensación de paz que calmaba todo el desasosiego que hasta hacía sólo minutos antes experimentaba dolorosamente. Observaba las paredes de su casa y el rostro de Luciana con detenimiento, y le aliviaba mucho el pensar que ya no tendría que salir de allí y que su vida ya no cambiaría tan traumáticamente. Entonces la abrazó y ella comenzó a llorar y le pidió que por favor le creyera y que le perdonara, pero que ella no había hecho en realidad nada, que todo había sido puro entusiasmo del tal Facundo y que ella nunca le había respondido, y que su error fue no pedirle que no le escribiera más. Le dijo que eso había sido todo y le prometió que inmediatamente le pediría que no la molestara más y borraría todos sus correos y que lo bloquearía. Pedro inicialmente le creyó, pero siempre le quedaría la duda.

Ese año el 24de diciembre cayó sábado  y Luciana quiso sorprenderlo disfrazándose se Mamá Noela. Llegó a casa con el típico abrigo rojo con bordes blancos, gorro y minifalda del mismo color y con una bolsa grande de regalos. Serían aproximadamente las doce del mediodía, y en el condominio en que vivían, una cuadrilla de albañiles se encontraba descargando toneladas de asfalto de varios volquetes  muy grandes. Luciana comenzó a silbar desde el parqueo para que Pedro la viese por la ventana. No se percató del aviso que advertía del peligro de pasar por la parte trasera de los volquetes y tratando de hacer equilibrio con sus tacos, resbaló y cayó en una zanja profunda. Pedro observaba todo eso callado. Ella intentaba pararse, pero al parecer se había roto el tobillo y pedía auxilio a gritos para que no descargasen todo el volquete de asfalto sobre ella. Había mucha maquinaria funcionando y nadie lograba escucharle. En vano hacía señas suplicantes a Pedro, levantando las manos para que hiciera algo para ayudarle. Él observaba todo ese cuadro con los brazos cruzados desde su ventana. Miraba indiferente y con una sonrisa perversa cómo toneladas de asfalto iban enterrando a Luciana, mientras ella gritaba desesperadamente pidiendo auxilio. La maquinaria hacía demasiado ruido, además los albañiles tenían puestas las orejeras y no podían escucharla. Mientras el asfalto le iba llegando al cuello y el pánico se apoderaba de ella, miraba con expresión de horror el gesto complacido de Pedro, hasta que, finalmente, el asfalto terminó sepultando su mano derecha que no había parado de moverse hasta ser completamente sepultada.




MAURICIO ROZAS VALZ


domingo, 15 de diciembre de 2013

ÚLTIMA CARTA DE AMOR









Lima, 7 de abril de 2005



Hola mi amor:

Para cuando leas esta carta estaré a miles de kilómetros de ti. No digo esto pensando que mi alejamiento te provocará algún dolor ni te hará recapacitar; solo aprovecho la ventaja de la distancia para imaginar que mientras lees esta carta tomas el teléfono llorando (pero de furia, no de tristeza, tú no sabes lo que es eso). Sé que eso no sucederá, pero al menos estando en el avión me quedará el consuelo de la duda. Imaginaré arbitrariamente que me llamaste desesperada para insultarme, que no reíste ni enseñaste mi carta a tus amigas burlándote para luego botarla; total, de todas maneras ya no podrán mirarme con sorna cuando camino por la calle; creo que eso es un alivio.

Pero bueno, vayamos al tema de fondo: quería decirte que en los cinco largos años que te acompañé de la mano conocí muy de cerca el infierno. La realidad superó a la ficción y empecé a creer en el demonio, ya que dormía a mi lado y tenía forma de mujer (como lo explicó aquel cura  del colegio al cual no le creía, pero vaya que tenía razón).

Nunca podré olvidar  las infinitas veces que me serviste la cena fría y con un gesto de desprecio, las otras cientos de veces que estuve muy enfermo y te burlaste de mis dolencias llevándome a la cama el café frío y sin endulzar.  “Si quieres nomás”,  fue la frase que acuñaste cuando de atenderme se trataba. Aún me pregunto: ¿qué me pasó? ¿Por qué cuando era al revés yo te atendía con tanto cuidado y cariño? No lo sé… nunca lo podré entender. 

Al comienzo, cuando recién empezaron tus maltratos, pensé que se trataba de una venganza, de un simple desquite por aquellos meses en que me conociste y tenía otra novia. Yo nunca quise lastimarte, además, eso duró solo pocos meses y finalmente fuiste tú quien me buscó y se metió y saliste con tu gusto.

¿Qué explicación me podrías dar  sobre las razones de tus interminables rechazos aquellas noches en que te quise para mí? Aún tengo en mi mente grabada tu expresión de asco secándote mis besos de la mejilla con el antebrazo; las otras cientos de veces que disfrutabas dándome la contra en cualquier tema polémico con los amigos comunes; el placer que encontrabas desmintiéndome en público; tu sonrisa de oreja a oreja al ver mi expresión de desagrado al ver en la mesa los platillos que odiaba y que adrede enviabas a preparar con la señora que nos atendía; el gusto perverso que le encontrabas en estar de acuerdo siempre con mis falsos amigos (con los que siempre supiste que eran mis no tan secretos detractores). Quizás y hasta con alguno de ellos me engañaste (o con más de uno), más por el placer de humillarme que por lo que te pudieran gustar, no tengo la prueba pero podría asegurarlo. Pero bueno, ya tampoco importa.

Resalta también en mi mente el rostro fiero de tu puta madre, sí, de esa vieja maldita,  de la mismísima puta que te parió. Debí deducirlo, nada bueno podría salir de ese monstruo. Me vi reflejado en el rostro de tu padre, aquel pobre hombre que era lo único valioso de toda tu apestosa familia. Me vi retratado en su rostro y hace dos semanas decidí huir de ti, sí, huir despavorido. A tu pobre padre le faltaron cojones para dejarlas; sí, dejarlas: a ti, a tu madre y tus dos reputas hermanas. Pobre hombre, lo compadezco y le agradezco por ayudarme con su desgracia a ver el espantoso futuro que me esperaba a tu lado.

También tengo presente la interminable cantidad de camisas que me quemaste con la plancha y adrede; a pesar de pedirte que no lo hicieras y te dije que le pagaría a una muchacha para que lo hiciera; pues tú te ofrecías para consumar tu maldad. No llego a entender nada, ni qué sería ‘eso’ que nunca pudiste perdonarme y hacía que me odiases tanto, ni mucho menos llego a entender por qué yo lo permitía.

Me voy también sin entender por qué me llamabas llorando para manipularme, suplicarme y hacerme regresar todas las veces que intenté dejarte. No entiendo nada ni lo entenderé.

Pero se acabó pues, esta vez sí. Sé que si sabes dónde me encuentro me buscarás porque extrañarás a quién hacer lo que más te gusta, es decir: hacerle la vida imposible a quien esté a tu lado. Pero no todo es malo, hay algo que te agradeceré hasta el final de mis días, debes de adivinarlo ¿no? Sí, justamente eso que estás pensando, el no haber querido darme un hijo; las probabilidades de que saliera un monstruo como su madre o sus tías o su abuela maternas, eran altísimas, y además me hubiera amarrado al infierno (es decir, a ti) hasta el final de mis días. Muchas gracias por eso.

Para cuando leas esto serán aproximadamente las nueve de la noche. Yo ya estaré descansando en mi nueva cama, en mi nuevo hogar, en mi nueva ciudad. Botarás la carta  (lo sé, si casi te estoy viendo), pero llegará el fin de semana, el domingo, irán pasando los días y me extrañarás; no tendrás a quien joder. Pero jódete, idiotas como yo no abundan, dudo que alguien quiera quedarse contigo. De tan malvada te has puesto muy fea, estás toda desmondongada, fofa y vieja… y además la boca te apesta a desagüe por tu halitosis.  Pero por si acaso acepta este humilde consejo: si por ahí apareciera un nuevo pretendiente incauto y ciego, nunca… lee bien… ‘nunca’ le presentes a la puta de tu madre ni a tus repugnantes hermanas porque huirá despavorido.

Ah… hay algo más, no he pagado la hipoteca de la casa hace ocho meses y la cobranza ya debe de haber pasado a legal. Prepárate para las cartas notariales, las demandas judiciales y tu inminente lanzamiento porque sé positivamente que no conseguirás el dinero necesario… y ni tu pobre padre ni la puta de tu madre ni las reputas de tus hermanas están en condición de ayudarte. En verdad eso sí me da mucha pena, pero no por el hecho de que te lancen, sino porque no podré ver tu expresión de angustia y desesperación al verte con tus trastos en medio de la calle. Me hubiese encantado ver eso.

Eso es todo mi amor, espero que la próxima vez que te vea estés dentro de un cajón de caoba y con algodones en la boca y la nariz. Me las ingeniaré para abrir el cajón y escupirte.

Te voy a extrañar, besos




Tu ex 




p.d. Jódete.




 

MAURICIO ROZAS VALZ                                             




viernes, 8 de noviembre de 2013

MARIMBA








Fue el primogénito de una numerosa familia que migró desde el altiplano para establecerse en la ciudad de Arequipa. Su familia fue una de las cientos y miles de familias que tuvieron que huir del flagelo del terrorismo a mediados de la década de los ochenta. Su nombre completo era Mario Maquera Bastidas, pero sus compañeros de clase y amigos del barrio lo llamaron siempre ‘Marimba’.

Marimba terminó sus estudios escolares en un colegio estatal sin mayores contratiempos, incluso con calificaciones superiores al promedio. Pero dados los escasos recursos de sus padres le fue negada la posibilidad de seguir una carrera universitaria, y tuvo además que cumplir con el servicio militar obligatorio en la Marina de Guerra del Perú, que entonces tenía vigencia. Fue en esta dura etapa que el buen Marimba encontraría lo más parecido que puede haber a una vocación. Fue un eficiente soldado; incluso combatió durante regular tiempo en algunas zonas de emergencia, entonces tomadas por el narcotráfico y el terrorismo, y en relativamente poco tiempo se ganó la confianza de la oficialidad y obtuvo algunos ascensos. 

Estando por terminar su servicio militar, sus jefes inmediatos le ofrecieron ciertas facilidades para que pudiera ingresar a la escuela técnica de La Marina. Sus padres hicieron algunos esfuerzos adicionales y finalmente se concretó  su tan ansiado sueño de ser cadete de la escuela técnica de la Marina de Guerra del Perú.

Pasaron los años de escuela, y finalmente Marimba egresó con honores y empezó su auspiciosa carrera como suboficial en la Marina de Guerra del Perú. Durante los primeros años de su carrera recorrió casi todo el país y fue destacado incluso en misiones secretas de inteligencia y contra inteligencia durante los años mas convulsionados de la guerra subversiva. Luego de algunos años, y siempre por el servicio, fue enviado junto con otros compañeros del arma a recorrer los diferentes mares del mundo. Jamás Marimba imaginó, ni en sus más febriles sueños, que surcaría los siete mares y conocería los lugares más hermosos que existen sobre la faz de la tierra. Mucho menos imaginó, cuando llegó a las costas de Europa, que podría besar y tener sexo con las mujeres más altas, rubias y hermosas que jamás sus ojos vieron personalmente. Un mundo nuevo y lleno de emociones se abría al fin para el buen Marimba que tantas privaciones y angustias sufriera cuando niño y adolescente.

Luego de aquel largo y maravilloso viaje, Marimba regresó reconfortado a su rutina militar de viajes por el interior del país, campamentos, armas, municiones, misiones armadas y etcétera. De pronto fue informado que sería destacado a la costa norte del país, más precisamente a Talara. Como buen militar que era no hizo ningún gesto de agrado ni desagrado, se cuadró ante su superior y se fue raudo a preparar sus valijas para emprender su viaje.

Partió hacia su nueva ciudad un día domingo por la tarde, en una de esas tristes tardes de domingo arequipeño en las que el brillo del sol se va atenuando hasta desaparecer tras los grises cerros que contrastan con el azul intenso del cielo del ocaso… y sólo se oye el ruido lejano de las bocinas de algunos buses en las vacías calles y la pena por el fin de fiesta lo ocupa todo. Sus padres fueron a despedirlo al parque del que recogerían a todos los soldados que partirían en diferentes misiones por el norte del país. Marimba vestía su impecable uniforme caqui con sus botas bien lustradas y su liviana valija. Como buen militar que era, Marimba disimuló toda pena para no entristecer más a su madre, que lloraba desconsoladamente ante lo que ella presentía que sería sólo el comienzo de un interminable periplo que nunca terminaría, y que sabía en el fondo que en adelante su hijo sería para siempre una esporádica visita. Y besos van, abrazos vienen, llantos van, adioses vienen… Marimba partió hacia su nuevo destino en el preciso momento en que el sol se terminó de ocultar.

Llegó al fin Marimba a su nuevo destino. Un oficial de mayor rango lo recibió y le mostro el pequeño dormitorio dentro de la base que sería su hogar en adelante. Llego muy exhausto. Pidió permiso al oficial y se fue a descansar para estar fresco al día siguiente en que oficialmente empezaría una nueva etapa en su vida.

A la mañana siguiente, Marimba se levantó en el horario acostumbrado, se puso en formación y se reportó al alférez que sería en adelante su nuevo jefe. El alférez lo recibió entusiastamente, era un tipo alegre y le informó que en adelante sería su asistente y hombre de confianza en la división logística de la base. Le presentó a sus nuevos compañeros y compañeras de trabajo, tanto en los almacenes de alimentos, la cocina y los depósitos de uniformes y demás enseres. A Marimba no le disgustó para nada su nuevo trabajo, estaba ya cansado de misiones peligrosas y sangrientas y la sola idea de volver a vivir esa pesadilla lo aterrorizaba. Muy aparte de la pena que lo embargaba por haber tenido que alejarse de su familia… en realidad estaba contento. El clima de trabajo era tranquilo y sobre todo le entusiasmaba el tener por primera vez compañeras de trabajo.

Fue en su segundo día de trabajo que le presentaron a Rosario, una joven suboficial recién egresada que trabajaba como despachadora en el almacén de uniformes. El amor fue a primera vista y en sólo una semana empezarían un largo y tórrido romance que cambiaría para siempre el rumbo de la vida de Marimba. Rosario era la típica muchacha provinciana: ingenua, hacendosa, muy disciplinada y correcta. No medía más de metro cincuenta ni pesaba más de cuarenta kilos; tenía voz muy aguda y la sonrisa a flor de boca.

Todo esto enamoró perdidamente a Marimba, y estando por cumplir los dos años de novios (el mismo tiempo que trabajaba en aquella base) informaron a Marimba que sería destacado al sur, más exactamente a la ciudad de Tacna. Esto preocupó mucho a Marimba, y la sola posibilidad de perder a Rosario lo apenaba mucho. Luego de pensarlo por varias noches, una noche de domingo estando por terminar su día de franco y regresando a la base le pidió matrimonio a Rosario, quien aceptó inmediatamente y dando un salto abrazó a Marimba estampándole un beso en la boca. Ambos estaban felices. Acordaron que el mismo lunes informarían a sus jefes de su decisión y harían lo imposible por persuadir a sus superiores para que ambos sean destacados al mismo lugar.

Luego de algunas gestiones, les informaron que su solicitud sería aceptada siempre y cuando estén legalmente casados antes que desde Lima llegaran formalmente las órdenes de los cambios. Entonces, sin perder más tiempo Marimba y Rosario se casaron en una semana en una ceremonia muy sencilla y sólo con dos colegas de arma como testigos por lado en un pequeño municipio de un distrito muy humilde. Sus cuatro colegas se vistieron de gala e hicieron su clásico cruce de espadas, y luego de algunos champanes y una fuente de ceviche en un restaurant cercano concluyó la celebración y estaban formalmente casados. El lunes siguiente llevaron su certificado a sus superiores y empezaron a alistar su largo viaje al otro extremo del país. En efecto, a los tres días llegó la orden de cambio para los dos, y luego de una divertida y concurrida fiesta de despedida que les ofrecieron sus colegas… tomaron el bus que los llevaría en dos días a su nueva sede de labores.

Luego de un largo y pesado viaje llegaron a la ciudad de Tacna, se reportaron en su base y tomaron una habitación en un hotel barato en tanto buscaban un lugar donde vivir. Al día siguiente les informaron de sus nuevas labores y les presentaron a sus nuevos compañeros de trabajo. A Marimba le dieron un puesto burocrático en el área de inscripción de voluntarios y Rosario fue designada como parte de la seguridad personal del prefecto de la ciudad. A la semana tomaron en alquiler un pequeño departamento y en un mes ya estaban habituados a la nueva ciudad, a sus nuevos puestos y su matrimonio pasaba por su etapa más emocionante y feliz.

Pasaron cinco meses, y un viernes Rosario citó a Marimba en una pollería para cenar  y le dio la buena noticia que tenía siete semanas de embarazo. Esta noticia puso muy contento a Marimba e inmediatamente llamó por teléfono a sus padres en Arequipa para darles la buena nueva. Pasaron los nueves meses sin mayores contratiempos, y una madrugada de un domingo de abril nació el primogénito de la pareja a quien llamaron Romualdo, quien fue bienvenido con todos los beneficios de ser el primer hijo y el primer nieto de una joven familia. Rosario tuvo el respectivo pre y postnatal de ley y estuvo en casa criando a su niño personalmente por cinco meses. Luego de esto contrataron a una muchacha que llegó desde su pueblo para ayudarlos a cuidar a Romualdo en horas de trabajo.

La llegada de Romualdo cambió drásticamente la vida de la joven pareja. Rosario volcó totalmente su atención y cariño físico en Romualdo y empezó a sentir cierto rechazo por Marimba, quien no reclamó nada los primeros cinco meses pensando que sería algo pasajero por la llegada de su hijo… pero la cosa empezó a prolongarse más de la cuenta llegando casi al año. A Marimba le ofendía y hería en su amor propio el rechazo total de Rosario a tener sexo con él. Cada que él intentaba acercarse a besarla, ella le volteaba la cara. Incluso, de madrugada, cuando él la acariciaba para excitarla, ella al principio correspondía y seguía todo el juego erótico hasta que Marimba subía sobre ella y la miraba a la cara; en ese preciso momento ella lo empujaba y pataleaba hasta hacerlo bajar y se volteaba para dormir jalando el cubrecama y envolviéndose con él. 

Así fueron pasando semanas y meses llegando a cumplirse año y medio (fecha límite que se puso a sí mismo Marimba para tomar una decisión). Justo al día siguiente en que se cumpliera un año, Marimba citó a Rosario en la misma pollería en que ella le diera la noticia de su embarazo, y le hizo saber de su decisión de poner solución definitiva a sus problemas de pareja. Le dijo que deberían de intentar hacer algo para salvar su matrimonio por el bien de su hijo, y le informó que no estaba dispuesto a permitir que las cosas siguieran como están… y que si por A o B no funcionaba lo que decidan, debían divorciarse. Rosario escuchó callada asintiendo con gestos y moviendo la cabeza. Luego le dijo que aceptaba lo que fuera, que la perdonara pero no era nada contra él, sino que desde que nació Romualdo se le había ido la libido totalmente, y que es más, las veces que él la penetraba le causaba dolor y posteriores nauseas. Él le dijo que había comentado el asunto con un amigo del arma, y que este le había hablado muy bien del sacerdote de su parroquia llamado Efraín. El padre Efraín era  un señor español de setenta y dos años que trabajaba entregadamente en ese distrito desde hacía más de treinta años y que era conocido por haber reconciliado a muchísimas parejas en problemas. Ella le dijo que también quería que todo fuera como antes, pero que hubiese preferido acudir a una psicóloga o en todo caso a una monja, que hubiera preferido que sea una mujer y que se hubiera sentido más cómoda y comprendida. Marimba le dijo que no tenía opción, y que nadie podía saber más que ese cura que tenía setenta y dos años y larga experiencia en el tema y que eso ya estaba decidido por él, y le pidió que por favor no complique más las cosas y vaya a la parroquia donde vivía el cura a partir del domingo siguiente tres veces por semana. Ella aceptó moviendo la cabeza y siguió callada hasta que salieron de allí.

Rosario, muy obedientemente y con la mejor de las disposiciones, empezó a visitar al padre Efraín en su parroquia tres veces por semana, y en efecto, al cabo de sólo dos meses las cosas empezaron a mejorar con Marimba. Llegaba casi siempre contenta a casa y poco a poco la intimidad con su marido retomó su antiguo ritmo, llegando en un tiempo incluso a ser más frecuente e intenso que antes. Marimba estaba muy contento, nuevamente la vida le sonreía y estaba feliz con su esposa, su hijo y su trabajo. A sólo seis meses de retomar con nuevos bríos su vida sexual, Rosario le informó que estaba nuevamente embarazada y esto nuevamente puso muy contento a Marimba, quien además estaba muy contento porque era otro varoncito. Estaba tan contento, que decidió ofrecer un gran almuerzo en su casa el día domingo para agradecer al padre Efraín. 

El almuerzo fue programado para el domingo siguiente. Ambos invitaron a unas cuantas parejas amigas y Marimba mandó a preparar un bufet de comida arequipeña para agasajar a sus invitados y en especial al padre Efraín. Llegó la hora del almuerzo, fueron pasando los minutos y el padre nunca llegó. Los demás invitados habían llegado puntualmente, y siendo ya las tres de la tarde decidieron almorzar sin el padre. Marimba había bebido unas cervezas con sus amigos, mientras las esposas murmuraban y reían en la cocina tratando de alegrar a Rosario que estaba muy triste por el plantón del padre Efraín. Terminaron el almuerzo, y la expresión triste y desanimada de Rosario incomodó a sus invitados, quienes decidieron irse en de un solo tirón usando el pretexto de aprovechar la camioneta de uno de ellos. 

Rosario y Marimba se quedaron solos. Marimba no entendía por qué tanta tristeza de su esposa. Le pareció normal que se molestara por el plantón, pero finalmente ellos estaban contentos y eso era lo que importaba, y en medio de su leve borrachera le pareció buena idea hacer un comentario gracioso  -según él-  a su amada esposa para arrancarle una sonrisa. Entonces le dijo:

-   ¿Qué pasa Charito, qué tanta pena por el cura? Más parece que te estuviera tirando… ja ja ja ja.
-      Charito, mi amor, ¿qué pasa? Perdóname, fue una broma tonta.
-      ¿Charitooo? No pues mi amor, no te vas a poner a llorar ahora.

Y Rosario empezó a llorar a lágrima viva y se lanzó a los brazos de Marimba abrazándolo tan fuerte que él no podía sacarla para verle la cara. Y otra vez le preguntó.

-     ¿Qué pasa mi amor? No entiendo nada. Estamos tan bien. La comida estuvo muy buena, nuestros invitados te trajeron muchos regalos para nuestro hijo. ¡Qué te pasa! ¡Por Dios!
-      Perdóname Marimbita por favor. Perdóname
-      ¿Que te perdone qué? No entiendo nada.
-      Perdóname amorcito por favor, por lo que más quieras, te juro que no volverá a pasar. Marimbita, por favor.
-      ¿Que no volverá a pasar qué? ¡Carajo! Me estás asustando. O… es que el cura y tú…
-      Síiiiiiiiiii mi amor síiiiiiii… te lo tenía que contar, ya no podía más con esto. Lo amoooooo… no sé que me ha pasado… de pronto empecé a sentir que lo extrañaba y a pensar en él todo el día. Todo fue tan rápido, tan sin darnos cuenta…

Entonces Marimba se la sacó del cuello y de un empujón la lanzó sobre el sofá, se agachó, la tomó con fuerza por los hombros de su blusa acercando su cara a la de ella y le dijo:

-      No me hagas esas bromas Rosario… ¡Por Favor! No juegues con esas cosas que son sagradas… si no te conociera de bromista te hubiera golpeado.
-      Pégameeeee… por favor, pégameee… me sentiría mejor, es lo que merezco, no es broma Marimbita, mi amorcito, te he fallado. Y lo peor es que lo amo. No sé qué hacer. Ayúdame mi vida. Tú eres bueno.

Marimba se sentó en el sillón que estaba frente al sofá tomándose la cabeza con las manos y mirando al piso. No podía creer lo que sus oídos acababan de oír. Le parecía que todo eso era una pesadilla de la que no tardaría en despertar. Se pellizcaba los brazos y se golpeaba la cara con las manos hasta que suenen como bofetadas y se quedó durante varios minutos mirando al piso sin saber qué hacer, mientras ella lloraba desconsoladamente arrodillada en la alfombra tomando a Marimba por las canillas.

Pasaron unos minutos y de pronto Marimba reaccionó y se incorporó. Tomó a Rosario del brazo con fuerza y le dijo que en ese preciso momento tomarían un taxi e irían a la parroquia para encarar a ese mal sacerdote. Ella le imploró que se calmara y le pidió que no haga ninguna locura. Y antes de salir él le preguntó:

-      ¿Y el bebé, de quién es?
-      No lo sé mi amor, no lo sééé…

Nuevamente tomó a Rosario del brazo y la llevó a empellones hasta la calle. Tomó un taxi y partieron rumbo a la parroquia. Llegaron y Marimba llevó a jalones a Rosario hasta el interior de la iglesia y entró a la sacristía pateando la puerta. Ahí se encontraba el padre Efraín. Era primera vez que Marimba lo veía en persona. Era un hombre de metro setenta de estatura, cabellera totalmente blanca, de piel rosada muy arrugada y ojos azules. Representaba bien sus setenta y dos años. Marimba lo tomó de la sotana y le increpó lo que había hecho provocándole un ataque de tos al apretar con fuerza la parte del cuello. El padre, mirando con gesto de reprobación a Rosario le dijo:

-      Hijo mío, perdóname. Dios lo ha querido así. Sólo somos esclavos de su voluntad. Dios es quien decide todo, y si Dios perdona… quienes somos nosotros para juzgar… hijo mío, entiéndelo, Dios sabe por qué hace las cosas. Tranquilízate. Dios te puede castigar por el pecado capital de la Ira. No te expongas a su furia. Recuerda que estás en la casa del señor.
-      ¡Qué Dios ni qué mierda! ¡Cura pendejo! Yo le envío a mi mujer para que nos ayude a salvar nuestro matrimonio y usted se  la termina culeando… ¡hijoputa!
-      Cuidado hijo mío con lo que dices. Más respeto por la casa de Dios. Tú confía en él. El señor nos ayudará a solucionar esta complicada situación. No olvides que también soy un ser humano, un hombre, un pecador… yo sé que Dios me sabrá perdonar, como perdonará a tu esposa por adúltera y a ti por violento… ten fe. Tú refúgiate en Dios que él cuidará de ti.
-      ¿Me cree huevón? ¡Cura de Mierda, Hijoputa! Si no fuera sacerdote y no estuviera en la casa de Dios lo mataba.
-      Tranquilízate hijo mío… que Dios te perdone por faltar el respeto a su casa.
-      Bueno señor… está bien. Quien tiene que dar gracias a Dios por seguir con vida es usted, Dios me puede castigar por gritar improperios en su casa y por agredir a uno de sus emisarios y hombres de confianza… pero dígame: ¿Por qué me hizo eso? ¿Por qué no tuvo piedad de mí? ¿Qué hará Dios con usted?
-      Ya le dije hijo mío, también soy hombre y el demonio tomó el hermoso, firme y suave cuerpo de su esposa para hacerme caer en tentación… y fui débil hijo mío… fui muy débil.
-      Bueno cura hijoputa, espero sepa guardar la discreción del caso, si esto trasciende será mi ruina.
-     Pierda cuidado, señor… Dios me lo bendiga. Vaya tranquilo ¿No quiere que lo confiese para que se vaya en gracia de Dios?
-      ¡Métase su confesión al culo! ¡Ya, vámonos Rosario!

Entonces Marimba tomó del brazo a Rosario, y advirtió al padre Efraín que no vuelva a acercarse a su esposa, y que si se enteraba que volvían a verse se olvidaría de que era cura y lo mandaría a fondear con sus colegas de inteligencia.

El matrimonio de Marimba y Rosario nunca más volvió a ser el mismo, se convirtió en adelante en una relación fría y distante. Pese a ello y porque a ninguno de los dos les convenía un divorcio para sus respectivas fojas de ascensos, decidieron mantener las apariencias. Se les veía siempre juntos en eventos sociales y posando para las fotos con sus dos amados hijos: Romualdo, de grandes ojos marrones, piel canela y cabello lacio y castaño; y Grimaldito, de grandes ojos azules, piel rosada y abundantes rizos rubios.



MAURICIO ROZAS VALZ