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miércoles, 25 de septiembre de 2013

BALCÓN










En esta misma silla
Bajo esta misma luz
Veo nuestro balcón

Hoy ocupado por plantas
Intentando demostrar
Que allí... en nuestro balcón
Todavía queda vida que se resiste a morir

Pronto dejaré este espacio
Y con él... nuestro balcón

Aquí se quedará todo
Todo aquello que fue nuestro
La mesa, la silla, el colchón
Y éste... nuestro balcón

Reduciré nuestra historia a una llave
Que pronto la entregaré
Y con ella... nuestra historia



MAURICIO ROZAS VALZ

martes, 24 de septiembre de 2013

LAS 4








Son ya las 4 y no llegas
No siento tu imagen cercana
Ni lejana ni mañana

Ya ni siquiera te intuyo
Y tu olor que en mi quedaba
Empieza a desvanecerse

Han pasado muchas horas
Y siguen siendo las 4
Y aún te sigo esperando

Esperaré algunas horas
Quizás llegues a las 4



MAURICIO ROZAS VALZ

sábado, 7 de septiembre de 2013

47







Mañana cumplo 47 años. Nada queda en común entre el inocente niño de la foto y el hombre cansado que escribe estas líneas. 43 larguísimos años separan una entidad de la otra. 43 larguísimos años en los que sucedieron –literalmente- miles de cosas, desde sucesos aparentemente banales -pero que en su momento fueron importantes-, y otros que retumban en mi memoria y en mi corazón como bofetadas de realidad y que oponen férrea resistencia al olvido y a  formar parte del pasado (el cual ha sido satanizado como algo que debería de olvidarse por principio).

Hace algunos años, resolviendo ‘La Frase Secreta’ de la revista Caretas, al final de un agotador ejercicio de memoria salió la frase: ‘Ya me empieza a sobrar un poco de pasado, tanto que ya no sé dónde meterlo ni qué hacer con él… ‘ . Hoy, dicha frase cobra mayor sentido que la primera vez que la leí… y es que, contrario a lo que la mayor parte de gente suele pensar y las frases que se suelen repetir como viejos estereotipos: ‘La vida pasa volando’ o ‘qué rápido pasa el tiempo’… yo pienso todo lo contrario, y no lo digo por la pretenciosa tendencia de marcar siempre una diferencia con el común… para nada. Lo digo en serio. La vida me parece extremadamente larga. La sensación del tiempo transcurrido desde que tomé conciencia que habitaba este mundo es que ha sido demasiado, que me siento cansado, agotado, desgastado y envejecido; que las bienintencionadas y cariñosas frases como: ‘que sean muchos más’ o ‘que Dios te dé muchos años más de vida’ me aterrorizan, me angustian, me preocupan y me entristecen. De solo pensar que podría vivir 20, 30, o (lo que sería peor)… 40 años más, me da infinita pereza, me da temor y me invade una angustia espantosa; pienso que sería demasiado.

No tengo la sensación del ‘parece que fue ayer’ cuando recuerdo con claridad meridiana mi primer día de clases en el colegio, en esa suerte de presidio de color gris por fuera y verde agua por dentro. Recuerdo la desgarradora sensación del destete, de la primera vez que giré la mirada en 360 grados y no miré ni a mi madre ni a mi padre ni a mis abuelos ni a mis tías, es decir, que no miré a nadie que me pudiera proteger de los rostros extraños de otros niños y de unos hombres que vestían -unos sotana y  otros- traje, y de una mujer espantosamente fea que vestía un mandil de color gris y que intentaba sonreírme. De este suceso han pasado larguísimos 42 años. (Recuerdo también, la indescriptible felicidad del último día en ese mismo lugar, luego de 11 interminables y tediosos años que parecían no terminar nunca).

Y bueno, para ser justos, si le quitamos ese espantoso lugar llamado ‘colegio’ a mi infancia, por lo demás debo decir que la pasé muy bien, que fui intensamente feliz y que nunca me faltó calor de hogar ni tuve mayores carencias y tuve amor a raudales de mi familia, empezando por mis padres, siguiendo por mis tías, mis abuelos y demás. Y no solo eso, sino que además me divertí mucho. La pasé muy bien.

Mi adolescencia fue, creo, la normal y corriente, similar a la de la mayoría de mis contemporáneos. Fueron los duros tiempos de los años ochenta, marcados por la crisis económica, por la inflación desgastante y por la carestía. Aprendimos a divertirnos y a pasarla bien con lo poco que había disponible en el país. Pero además… y quizás como compensación, bebí de las fuentes del amor sin medir ni racionar. Fueron épocas en las que no era difícil enamorarse y ser correspondido, casi como ley de la vida y en forma natural, sin estrategias ni esfuerzos… simplemente sucedía, llegaba, se iba y volvía a llegar, estaba en el ambiente, se respiraba el amor con poesía sin que sonara anacrónico y estrafalario.

A mi juventud y a mi adultez las voy a poner en el mismo saco, pues no se contraponen. La adultez es un buen comodín, ya que encaja bien al lado de la juventud (como también de la vejez). Se puede ser joven- adulto, tanto como adulto-viejo. Ya a partir de estas líneas se empiezan a mezclar las etapas y la cosa se va poniendo fea. La vida se empieza a prolongar y a hacerse cada día más agotadora.  Podemos sentirnos en un mismo día: jóvenes, adultos y viejos, siempre en relación a terceros y a las circunstancias. Es en esta -particularmente larga y dolorosa- etapa, que el cuerpo empieza ha presentar fallas con mayor frecuencia y nuestra resistencia a las malas noches y a los excesos se ve mermada sustancialmente. La tolerancia para con nuestros errores empieza a desaparecer, ya nadie nos dice: ‘te servirá de experiencia’, ‘aprenderás’, ‘tienes mucho por delante’,  ‘puedes comenzar de nuevo’… estas frases ya no son para nosotros; fueron reemplazadas por: ‘ya no estás para esos trotes’, ‘debería darte vergüenza seguir con esas cosas’ o ‘ya estás más que grandecito’.

Pero bueno, finalmente -y como una suerte de compensación a los dolores inherentes de la etapa que hoy me toca vivir-, debo decir que siempre me he resistido a ver el amor con eso que llaman ‘madurez emocional’, que no es otra cosa que una cobarde renuncia que implica quedarnos resignadamente al lado de quien –sabemos- que ya no nos quiere. No es mi caso, felizmente. Jamás me quedaré a lado de nadie por comodidad ni por temor a envejecer solo, ni hablar. Tengo vida interior, felizmente.

Mañana cumplo 47 y eso no me hace feliz. Ya dejó de ser gracioso. Tampoco quisiera morir mañana, pero no me seduce la idea de que sean ‘muchos más’. Me da una pereza infinita. Insisto, la vida es muy larga, demasiado larga.



MAURICIO ROZAS VALZ