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martes, 30 de octubre de 2012

EL PIBE DE ORO





Hoy es cumpleaños del Diego… y es todo un logro que haya sobrevivido a su delicado mal cardiaco. Cuando la muerte nos echa el ojo es muy difícil huirle mucho tiempo, nos terminamos cansando e igual nos alcanza. Personalmente me apena mucho, era todo un lujo verlo jugar, fue el mejor, el más grande, el más querido por los amantes del buen fútbol y el más odiado por los mediocres acomplejados.


Pero lo que más me apena e indigna, es todo el escarnio que el vulgo hizo con su atormentada y atolondrada vida. La prensa amarillista en su afán de alimentar a sus hambrientos buitres, no tuvo reparo en acosarlo y provocarlo hasta en su propia casa cuando jugaba con sus hijas entonces niñas, pasando de provocadores a víctimas manipulando la información y dejándolo ante la opinión pública como un maleante cuando, si somos honestos, estaba en todo el derecho de reaccionar violentamente ante semejante atrevimiento.



Luego se hicieron habituales sus escándalos, los pseudo-periodistas astutos le cogieron el truco, sabían dónde encontrarlo, qué actitud tomar y qué preguntas hacerle para sacarlo de sus casillas y hundirlo poco a poco en un cuadro depresivo irreversible (caldo de cultivo para los vicios y excesos), abusando de su ingenuidad y poca educación, propias de un hombre de infancia menesterosa, empujándolo hasta hacerlo caer en la olla de podredumbre en la que siempre se ceban los moralistas.


Y hablando de moralistas, yo pregunto: ¿En qué código moral se incluye la humildad como valor? ¿Existe realmente la modestia? ¿No queda claro acaso, que justo en el momento en que creemos poseer tal “virtud” se confirma que nos es ajena? ¿El auto-definirnos como modestos, sencillos o humildes no denota una soberbia sin límites? Otra pregunta para los moralistas: ¿Dónde está la firma del Diego comprometiéndose a ser un ejemplo para la juventud? ¿Dónde se puede leer ese compromiso? ¿Dónde dice que es su obligación?


El es simplemente un futbolista, ése fue su único oficio y lo ejerció de manera magistral, excelente, fabulosa. Los únicos obligados a dar el ejemplo a los niños y adolescentes son sus propios padres, si ellos no lo hacen bien, no vengan a echar la culpa a un futbolista famoso de los descarriles de sus hijos, eso sí que está bueno ¡Habrase visto! Por último, lo que hiciera con su cuerpo es su problema, y si eso llego a los ojos de los niños es por culpa de la prensa amarilla, no del Diego.


En fin, pobre Diego. Víctima de su precoz éxito, No tuvo la astucia de hacerse el humilde con los fracasados para no despertar sus iras santas, a los mediocres les encanta que los exitosos los traten piadosamente, de igual a igual.



MAURICIO ROZAS VALZ










domingo, 28 de octubre de 2012

VELVET MORNINGS








Estoy en la sala de esa vieja casa de pisos de madera crujiente. Es una soleada mañana de sábado; tengo seis o siete años (no lo recuerdo bien). Ella riega sus plantas con entusiasmo, con esmero, con amor. Entonces termina de sonar el disco de 45 que puso hace unos minutos. Yo la observo, disfruto ese momento (como todos los momentos en que le da por escuchar su interminable colección de discos). Ella saca uno nuevo de su sobre, lo sopla y lo limpia con la manga de su saco, los ojos le brillan, le brilla todo el rostro. Entonces baja la aguja y empieza esa canción, sí, esa, Velvet Mornings de Demis Roussos. Empieza a tararearla y a bailar sola. Yo la sigo observando y tarareo con ella, entonces se acerca y me abraza con ternura y me aferro a su cintura… bailamos. Ella está feliz, yo también. De aquel momento han pasado cuarenta años, esa casa ya no existe y aquel disco tampoco; pero ella aún existe (felizmente) y aquella canción también; ahora la escucho y me sigue gustando, pero ya no me alegra, ha pasado demasiado tiempo y me produce una tristeza infinita.

MAURICIO ROZAS VALZ

TRABAJO





¿El trabajo dignifica? No pues, no le atribuyamos virtudes que no tiene. El trabajo simplemente es necesario. Es, simplemente, el más antiguo y conocido método para la subsistencia. El delincuente que planea y ejecuta un asalto o un “pase” de droga, también está trabajando; quizás tanto o más que un burócrata del estado que cobra por rascarse la barriga.

Entonces, debemos de admitir que el trabajo en sí no puede ser digno ni indigno; será únicamente limpio o sucio, legal o ilegal, según el caso. La dignidad es cualidad consustancial a la calidad de la persona, independientemente del trabajo que realice (o no realice).

Tampoco se puede condenar o tildar de indigna o proscribir a la persona que no trabaja por el simple hecho que no lo hace, ya sea porque heredó una gran fortuna o porque a sus padres, abuelos o esposa les da la gana de mantenerlo. No pues, no es así, a eso se llama envidia, envidia pura, y quizás con todo derecho, (la envidia también puede ser legítima y no necesariamente tiene que ser condenable).

Sino, miremos a nuestro alrededor, ¿cuántas personas conocemos que trabajan quince horas diarias y de dignas no tienen nada? Y ¿Cuántas también conocemos que no hacen nada, sin embargo su dignidad se mantiene intacta?
En tanto la condición de “ocioso” de alguna persona no nos perjudique, no tenemos ningún derecho a criticarle, menos a condenarle.

Entendámonos pues, el trabajo no nos hace mejores ni peores personas, simplemente nos permite la subsistencia. Desde aliviar el hambre llevándonos un pan a la boca, hasta satisfacer nuestros más estrafalarios caprichos, según nuestra realidad, nada más.

MAURICIO ROZAS VALZ


martes, 23 de octubre de 2012

33 FERIA RICARDO PALMA 2012







No dejen de visitar el stand número 65 de la Editorial Casatomada, en  la 33 Feria Ricardo Palma de Miraflores. En él se estarán vendiendo mis dos títulos: 'Nunca a Tiempo' y 'Epílogo',  además de muchos otros títulos como 'Dirty Sexy Money' de Gianfranco Languasco y la antología de Gabriel Rimachi: '17 Cuentos Fantásticos' ... y muchos títulos más.
El stand es el primero de la entrada que colinda con el Café de la Paz.

Los esperamos

Mauricio Rozas Valz

DESTINO








n no puedo quitar su mirada de mi mente. Nunca antes la había visto por el barrio. Era de raza negra, de unos sesenta años aproximadamente, contextura delgada y pelo corto y escaso con huellas de mechones arrancados o caídos por alguna enfermedad que dejaban ver su cuero cabelludo por zonas.

Llevaba unos aretes pequeños y un anillo grueso, la cubría un abrigo de cuero negro largo y raído. Bajo el abrigo se podía ver sus piernas amoratadas y desnudas y un pantalón corto. Se le veía muy sucia y emanaba un olor desagradable sin llegar a ser nauseabundo.

Caminaba mirando al piso agarrándose la cabeza, llegaba a la esquina y regresaba.  Traté cobardemente de que no me perturbe, entré a mi casa y me puse a hacer mis rutinas. Pasó como una hora y me asomé a la ventana y aún estaba allí, pero esta vez estaba de cuclillas. Bajé a ver qué pasaba. Gritaba de dolor. Lloraba como una niña. Reclamaba a su madre. Gritaba ¡Mamàaaa! Desgarradoramente. Le pregunté si tenía hambre y si quería que llamara a alguien para que venga en su auxilio, sólo movía la cabeza negativamente. La gente pasaba, miraba y seguía su camino. Sólo una vecina le sacó una manta y me acompañaba en todo ese trance. Llamé al serenazgo que nunca llegó, luego a los bomberos, quienes llegaron inmediatamente, la atendieron y se la llevaron en una ambulancia.

Luego que los bomberos partieran, me senté un momento en la vereda a beber una gaseosa y a pensar… mi mala costumbre de pensar que no hay coincidencias, que todo tiene un sentido. Me preguntaba si esta pobre mujer alguna vez fue esperada por una ilusionada madre, si alguna vez fue protegida y mimada por un orgulloso padre, si más de alguna vez fue la musa inspiradora de mas de un adolescente enamorado, y si también, alguna vez, habría sido la amada y reclamada madre de algún vulnerable niño.

Pensaba, preocupado y triste, en qué desafortunado minuto habría cambiado su destino para siempre, en qué clase de desgracia o suceso habría llevado a esta pobre mujer a esa situación de total abandono, a la desposesión total y a los glaciares de la indiferencia del mundo.


MAURICIO ROZAS VALZ

miércoles, 17 de octubre de 2012

TACONES CERCANOS





Siento entre sueños los tacones de siempre. Logran despertarme. Prendo la luz. Son las dos de la mañana. Otra vez los tacos que retumban en las escaleras de madera del departamento vecino. Otra vez es ella, mi perturbadora vecina. La viuda negra hecha mujer. En mis fantasías eróticas llegué a imaginar que en su espalda encontraría los lunares rojos propios de esa especie de arácnidos. Los tacones una y otra y otra vez... Con el tiempo, a fuerza de tanto escucharlos, llegué a distinguir si subían o bajaban las escaleras, llegué a distinguir con claridad si el primer paso empezaba en el mezzanine donde dormía y libraba sus escandalosas y apasionadas batallas, o si recién empezaba a subir. Sí que era todo un personaje mi carismática vecina. Nos hicimos muy amigos. Tenía detalles muy tiernos conmigo, como llevarme el desayuno algunos domingos, tocarme la puerta para invitarme algunas cosas, además cocinaba delicioso. Llegó a conocer mis gustos y disfrutaba engriéndome. Felizmente nunca me atreví a cruzar la línea. ¡Felizmente!... Y sí que era guapa, espectacular, llamaba la atención. Ya era madurita. Se había casado muy joven. Sus hijos –la visitaban de vez en cuando, no vivían con ella– tenían dieciocho y veinte años. Su cabellera era platinada al pomo, pero combinaba muy bien con su tez blanca y pecosa. Hacía una hora de gimnasio diario. Cosa seria mi vecinita. Me daba temor cruzar la línea… Y quiero creer que hice bien.

Con el tiempo llegué a distinguir las voces de sus innumerables y sufridos amantes cuando llegaban a su puerta. Llegué a saber perfectamente de la boca de qué amante provenían los gritos, los insultos. Aquellos escándalos se armaban en las madrugadas… por celos siempre. Puta por aquí, perra por allá…Y así continuamente. Lo gracioso, y lo vergonzoso, es que aquellos amantes volvían siempre. Cuando yo llegaba tarde a casa ya sabía con quién estaba. Su departamento tenía dos parqueos, uno para ella y otro que alquilaba para sus amantes. Con el tiempo llegué a conocer sus nombres y los modelos de sus coches: Passat = Samir, Patrol = Sergio, Volvo = Víctor, Renault = Matías, BMW = Abelardo,  Kawasaki1000 = Santiago… Sólo un par de veces se le cruzaron dos. La primera vez tuve que llamar a la policía. Se armó un escándalo de proporciones que despertó a todos los vecinos. Salí a auxiliar a mi amiga que gritaba aterrada, tenía un ojo hinchado y el labio ensangrentado. Al pobre Santiago se lo llevaron en camilla. Había llegado Víctor y encontró en el parqueo la moto de Santiago. Entonces subió iracundo,  tumbó la puerta a patadas y les pegó a los dos. La segunda vez fue parecida. Otra vez Víctor llegaba tarde y encontró el auto de Samir. Igualmente subió rabioso y tumbó la puerta a patadas. Pero esta vez no tuve que llamar a la policía. Samir lo esperaba tras la puerta y Samir era un gorila. Víctor se arrugó feísimo. Se limitó a insultar y a bravuconear mientras retrocedía, bajaba de espaldas las escaleras y subía a su auto… Patético. Vergonzoso. Después supe que Víctor era el más exigente, justamente porque era él quien pagaba el alquiler del departamento. Luego se resignó calladito.

Yo creo que Alberto Moravia no habría escrito La Romana, ni Jorge Amado Tieta do agreste,  si hubiesen conocido a mi encantadora vecina. Agradecí al destino el haberme acobardado, venciendo la tentación de ser uno de sus amantes. Ocasiones hubieron… pero me dio terror. Algo muy especial debía de tener esa mujer que los volvía locos, los aniquilaba, los envilecía, al punto de hacerles aceptar, a todos, el ignominioso acuerdo de no ir sin llamar antes para no cruzarse, y que todos aceptasen que ella era de todos y de ninguno.


MAURICIO ROZAS VALZ