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martes, 24 de julio de 2012

ÚLTIMO LECHO




Armando tenía un hermano mellizo llamado Ignacio, quien se volvió alcohólico entrada la adolescencia como consecuencia de la muerte de sus padres en un terrible accidente y por ende no pudo estudiar, y para quien, a partir de ese momento, todo en su vida serían infortunios.

Terminada su carrera, Armando fue llamado para trabajar en una transnacional que quedaba en la capital y con un cargo muy alto. La gran preocupación para Armando fue siempre su hermano Ignacio, de quien siempre se ocupó y quien cada día se hundía más en sus depresiones y en su pernicioso vicio; pero no había nada que hacer, Armando no podía dejar pasar esa gran oportunidad. Hizo sus maletas y con el dolor de su corazón se tuvo que marchar.

El tiempo fue ganando a Armando, quien además se casó al poco tiempo de llegar a la capital y tuvo tres hijos seguidos uno del otro. En todo ese tiempo no dejó de asistir económicamente a su hermano, pero el destino y las demandas de tiempo y recursos económicos propias de su nueva familia, impedían que visitase a su hermano y hacían que cada vez su ayuda hacia él fuera menor.

Luego de algunos años, Armando se enteró de que Ignacio había falsificado su firma para vender la casa que les habían dejado sus padres. Esto le molestó mucho, y no porque pensara que a él debiera corresponderle la mitad, sino porque sabía positivamente que, dados los vicios y la casi nula lucidez de Ignacio, estaba seguro de que la casa habría sido vendida por debajo de su valor comercial, y también, porque además sabía que Ignacio no tardaría en dilapidar ese poco dinero. Se enteró también de que cada vez estaba peor, y pensó que ya no tenía caso pensar en ello y dejó de llamarlo y de asistirlo.

Pasaron muchísimos años, décadas, tantos que ambos se hicieron viejos. Armando sabía cada vez menos de su hermano, y lo poco que conseguía saber lograba entristecerlo. Supo que su hermano no sólo seguía bebiendo, sino que se había vuelto completamente loco, y que caminaba andrajoso por las calles y dormía en las bancas de las plazas. Incluso en dos oportunidades fue a buscarlo a su ciudad y no lo logró encontrar. Luego supo que unos curas que conocían a su familia lo habían recogido para internarlo en su albergue.

Una tarde cualquiera, cuando Armando salía de su oficina rumbo al garaje donde parqueaba su auto,  le pareció divisar en la vereda de enfrente a su hermano, quien, -según contaba Armando-  se dio cuenta de que él lo vio y empezó a acelerar el paso. Armando intentaba cruzar, pero el tránsito congestionado no lo dejaba; desesperado, cruzó como pudo esquivando los autos y ganándose varios tañidos de claxon y toda clase de insultos. Logró al fin cruzar y, quien él creía su hermano, había conseguido sacarle una considerable distancia. Intentó correr y empezó a gritar su nombre para que se detuviera. Luego de tres cuadras de persecución y al doblar una esquina… no volvió a ver a quien él creía su hermano.

Agotado y resignado, Armando retomó su camino al garaje, tomó su auto y se marcho a casa. Ya en su casa, toda esta escena lo había dejado confundido y no estaba dispuesto a dejarlo ahí. Llamó a unos primos que tenía en su ciudad y les preguntó si sabían algo de Ignacio. Su prima le dijo que sí, que es más, que había tratado de ubicarlo para contarle que Ignacio se encontraba muy enfermo e internado en la clínica de los curas que lo acogieron, y que tenía pocas posibilidades de sobrevivir. Armando hizo inmediatamente sus maletas, le pidió a su hijo mayor que lo acompañase y se dirigió al aeropuerto a tomar el primer avión que saliera hacia ese destino.

Al llegar, antes de buscar hotel, lo primero que hizo fue dirigirse a la clínica donde se encontraba Ignacio, quien a pesar de su demencia reconoció inmediatamente a su hermano y se paró de su cama para abrazarlo en llantos inconsolables. Armando tampoco pudo contenerse y estuvieron algunos minutos abrazados. Luego de eso le presentó a su hijo  -quien se llamaba Ignacio, como él-  de pronto se acercó la enfermera, le inyectaron los calmantes de siempre y quedó profundamente dormido.

Armando conversó con los médicos, quienes le dijeron que Ignacio ya no tenía posibilidad alguna de sobrevivir y que le daban como máximo una semana de vida. Esto entristeció mucho a Armando, se sentía culpable además por haber abandonado durante tantos años a su débil hermano dejándolo a su suerte. Maldecía a su esposa por egoísta tratando de buscar algún culpable más para aliviar su conciencia. Finalmente nada lograba consolarlo… nada.

Pasaron cuatro días e Ignacio parecía que había entrado ya en la etapa terminal. Para esto, a Armando lo llamaron de su trabajo exigiéndole su presencia con carácter de urgencia para un comité al día siguiente so pena de ser reemplazado. Entonces, le pidió a una de sus primas que lo acompañase a la funeraria a escoger un ataúd y a un cementerio privado para comprar una tumba, quería dejar todo en orden para la inminente muerte de Ignacio. Luego de ese penoso trámite, entró a la sala de cuidados intensivos de la clínica para despedirse con un beso en la frente de su hermano, quien se encontraba entubado y sedado.

Tomó un taxi rumbo al aeropuerto, ahí le dijeron que no había cupo en ningún vuelo hacia la capital hasta dentro de tres días. Tomó entonces otro taxi rumbo al terminal terrestre, y logró embarcarse junto con su hijo en un bus que partía en los siguientes quince minutos. Al fin el bus partió. Armando no dejaba de sollozar y su hijo trataba de consolarlo, se le venían a la mente todos los juegos, travesuras y secretos que compartió con su hermano mellizo cuando fueron niños y hasta la adolescencia. Recordaba también, aquella horrorosa tarde en que les avisaron que sus padres habían tenido un accidente, recordaba la desesperación y la expresión de dolor de su hermano Ignacio, quien pese a ser su mellizo, siempre fue más débil y su protegido. Todo eso le iba contando a su hijo mientras viajaban.

Habían pasado sólo dos horas de viaje, cuando de pronto el bus empezó a derrapar y a irse de lado a lado y cayó a un barranco de ciento cincuenta metros de profundidad. A los pocos minutos llegaron las ambulancias y todos fueron trasladados a la ciudad. Al hijo no le pasó nada, quedó ileso; Armando murió llegando al hospital. Horas después llegó una de sus primas a recoger a su sobrino y a que le entreguen el cuerpo de Armando, quien fue velado y enterrado en el mismo ataúd y la misma tumba que el día anterior había comprado para Ignacio.

Luego se supo que Ignacio se recuperó milagrosamente y sobrevivió muchos años a su hermano… el buen Armando, a quien jamás podría pasársele por la mente que aquel lujoso ataúd de caoba que esmeradamente escogiera para su hermano… sería su último lecho.

MAURICIO ROZAS VALZ







2 comentarios:

  1. Qué conmovedora historia...

    Dos Almas unidas por la misma sangre, una se refugió en una eterna oscuridad, el otro fue atormentado por las sombras de ese lazo irrompible... Una hazaña contener el llanto a esta hora del día.

    Anny

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