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lunes, 11 de junio de 2012

EL SÚPER



Su nombre es Adriana. Debe tener aproximadamente treinta y cinco años, y desde hace por lo menos tres, se ha convertido en una suerte de símbolo de un conocido supermercado que atiende las 24 horas.

No luce descuidada; parece tener a alguien que se ocupa de ella o quizá, su conmovedor problema no ha alcanzado a anular su cuidado personal. Deambula todos los días y a toda hora por el supermercado. Compra algo, sale, pasea por la zona de las mesas; se sienta en cualquiera de ellas y se queda mirando a la nada durante varios minutos; luego se para, vuelve a entrar; camina por los pasillos mirando al piso con los brazos cruzados; luego se acomoda el pelo; evita el mirar a los ojos a los demás; toma un paquete de galletas o unos panes y vuelve a la caja; paga y vuelve a salir. Luego se va por algunos minutos (Se presume que debe vivir por ahí porque no demora mucho y al rato regresa. Quizás irá a su casa a comer o a los servicios, y luego regresa a lo que  -al parecer-  se ha convertido en una suerte de trabajo u ocupación para ella).

Todos los trabajadores de ese centro comercial la conocen: cajeros, vigilantes, despachadores, etcétera. Incluso, la mayor parte de la clientela que hace sus compras allí la conoce. Difícil no verla. A pesar de ello, no saluda a nadie y nadie la saluda… pues nunca mira a nadie a los ojos. Siempre está mirando al piso o a la nada y hablándose a sí misma.

Cuentan los trabajadores más antiguos y algunos vecinos, que esta mujer, hasta hace sólo cuatro o cinco años, era una persona normal y que solía  -como cualquier vecino-  asistir rutinariamente al supermercado a hacer sus compras para la semana y cualquier otra cosa que le faltase. Cuentan también, que era una mujer simpática, sonriente y educada; pero que a pesar de su sonrisa, algunos  -los más sensibles y observadores-  pudieron ver mucho dolor en aquella sonrisa dulce de mirada triste.

Se han tejido algunas leyendas urbanas en torno a esta pobre mujer. Algunos, cuentan que su madre  -con quien vivía-  tuvo una prolongada y dolorosa agonía que la afectó irreversiblemente. Otros, cuentan que perdió a su primer hijo con seis meses de embarazo, y otros cuentan que tuvo un novio  -con quien mantenía una relación de más de siete años-  que la abandonó a sólo una semana de la boda.

¿Cuál será la verdadera historia? Alguien por ahí lo sabrá. Lo cierto es que algo muy triste le tendría que haber pasado a esta pobre mujer. Y en lo que coincidían todas las historias, es en que producto de una terrible depresión, fue a parar a las manos de un reputado y muy costoso psiquiatra, quien  -para variar-  le calcinó el cerebro a punta de medicamentos. Tremendo error.

MAURICIO ROZAS VALZ

4 comentarios:

  1. Cuantos casos de ese tipo existen querido Mau, de lo más tristes. Sin ir muy lejos, este jóven que hace un par de semanas, se suicidó luego de encontrar a su madre muerta. La vida es tan pero tan injusta...después de todo, los finales felices están solo en las películas de Disney y en las tele lloronas mexicanas.

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  2. Oh que triste historia Mau :( quien sabe que carga llevará a cuestas esa pobre mujer. Tu escrito merecía llevar el nombre de ella :) .. digo.
    Te dejo un saludo y gracias por compartirme tus letras.
    Calittha

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  3. Quizás deba cambiar el nombre, Calitha. Buen punto.

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