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jueves, 23 de febrero de 2012

PELUCHÍN







Pequeño, marrón claro y con la cola bien erguida, andaba siempre Peluchín, un gracioso shitzu por las calles del barrio. Era viejito, un poco cojo y además tenía un ojo lastimado por el salvaje ataque de un perro más grande que él.

Solía seguirme, aunque tímidamente, moviendo la cola, pero manteniendo la distancia de algunos pasos cuando yo llegaba o salía de la urbanización.

Hace algún tiempo, noté llegando a avanzadas horas de la noche, que habían empezado a dejarlo dormir a la intemperie, expuesto al frío y a quién sabe que otros peligros. En dos oportunidades intenté llamarlo para hacerlo dormir en la cocina, pero no se atrevía a acercarse tanto, sólo movía la cola a una distancia prudencial; algunas madrugadas lo había sorprendido retozando en el jardín.

Después de varios días de no verlo, preguntando, he sabido que se ha perdido, convirtiéndose en una víctima más de la negligencia y el desamor.

Hay ventanas en la vida de una persona, desde donde es posible conectar de veras con estos nobles animales, reflejarse en sus puros e inocentes ojos, y es entonces que ya no es posible no quererlos. Como cuando nos regalan su incondicional afecto y lealtad  (que ningún ser humano es capaz de brindar), y cuando su única alegría y recompensa es justamente disfrutar de nuestra presencia y atención, poblando de alegría y gratos momentos el inmenso vacío de nuestras áridas existencias.

¡Pobre Peluchín!  Seguramente que no hubo un lugar preferencial en el agrietado y duro corazón de tus ordinarios e insignificantes dueños para ti, y tus achaques comenzaron a ser para ellos sólo un motivo de malestar, gastos e incomodidad.

Hoy, indagando por la zona, he sabido que fue encontrado el domingo de hace tres semanas por el vigilante, a tres cuadras de la urbanización, en el límite de una calle que seguramente era el último lindero en el mundo mágico de Peluchín. Lo reconoció y trajo de vuelta a la puerta de su casa, dónde ya rara vez se le permitía entrar.

La chocolatera de la esquina me contó ayer, que el siguiente lunes estuvo toda la tarde echado en esa esquina limítrofe donde fue por última vez visto; que al caer la noche, de pronto se incorporó y pesadamente cruzó la calle dónde terminaba para él lo seguro y conocido.

¿Qué grado de rechazo y desamor pudo llevar a un animalito gregario, dependiente y enfermo, a afrontar la angustia y el temor al desarraigo de un voluntario autoexilio?

En la ventana de esta noche triste de primavera, imagino por última vez a Peluchín, aletargado en la vereda de aquella calle transitada. Algunas veces, al caer la tarde, la brisa nos susurra al oído el eco de algún recuerdo querido y lejano… seguro Peluchín fue despertado, cuando oyó -o creyó hacerlo- a la distancia, una querida, suave y dulce voz que al otro lado de la calle con insistencia lo llamó… movió la cola, se incorporó pesadamente, cruzó la calle a lo desconocido y sin dudarlo la siguió… ya no hubo temor y tampoco estaba solo, la indiferencia y el olvido viajaban con él, cuando se adentró por última vez en la azul penumbra de aquel atardecer indolente en que para siempre se marchó.

¡Hasta nunca, Peluchìn!


Gustavo Rozas V.


2 comentarios:

  1. ayyy, a mi las historias de animales me conmueven profunda y especialmente. Me he dado cuenta que, desde que tengo a Tequila, mi perro, no tengo tolerancia alguna frente a historias tristes o incluso la muerte de cualquier tipo de animal, en especial, los perros. Si tan solo la gente fuera mas HUMANA y menos SER.

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