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jueves, 3 de enero de 2013

UBICAÍNA






Marcela despertó primero que él, y le pareció buena idea ir al supermercado a comprar lo necesario para preparar un suculento desayuno y sorprenderlo. Le dio algo de pereza ponerse sus muy ceñidos jeans y sus botas taco aguja de nueve centímetros de alto. Entonces tomó una bermuda y un par de zapatillas blancas de él que encontró a la mano, se las puso y salió entusiasmada con rumbo al supermercado que tan cerca no quedaba.

Mientras tanto él, aún semidormido, buscó el regazo de Marcela en la cama y al percatarse que ella no estaba se incorporó angustiado. El ver las botas, el jean y la cartera tiradas en el piso, hizo que suspirara aliviado secándose el sudor de la frente y tocándose el pecho con la mano como para calmar sus latidos. Gritó su nombre pensando que ella estaría en el baño pero no obtuvo respuesta  (aquel departamento era muy pequeño, era un solo ambiente con una pequeña cocina y un baño. No tenía más de veinte metros cuadrados). Salió a la ventana, y como a media cuadra de distancia, divisó la cabellera roja de Marcela que flameaba ondulante al compás de su trote. Ella también lo vio y empezó a hacerle adiós con la mano derecha, mientras con la izquierda cargaba una pequeña bolsa.  

Él la esperó con la puerta abierta. Ella llegó algo asustada. Sólo traía puesta la zapatilla izquierda y el pie derecho descalzo. No bien entró se lanzó a sus brazos entre sollozos. Él le preguntó qué había pasado. Ella le contó que a sólo una cuadra de allí, una jauría de perros callejeros la había intentado atacar y que ella huyó como pudo lanzándoles piedras, y que en ese trance se le salió una de las zapatillas porque le quedaban grandes. Le pidió que la perdone, le dijo que ella sólo quería sorprenderlo con un rico desayuno y que le dio flojera ponerse su ropa ceñida, pero que no se preocupe, que ella le compraría un par de ‘Nike’ blancas exactamente iguales. Él la tranquilizó y le propuso tomar el desayuno con tranquilidad y que luego verían el asunto de las zapatillas.

Juntos prepararon huevos revueltos con jamón, jugo de frutas y café, y luego de comer entusiasmados se volvieron a echar en la cama. Ella aún vestía la bermuda de él, y él seguía en pijama. Él empezó a besarle los hombros y a acariciarle la zona del ombligo, intentando suave y disimuladamente introducir sus manos por debajo de sus bragas blancas con clara intención de excitarla para hacerlo nuevamente. Ella le sacó discretamente la mano e invirtió su posición, quedando su cabeza a los pies la cama, y colocando sus pies en la pared por encima de la cabecera de la cama. Él la siguió y también se puso en la misma posición colocando sus pies junto con los de ella.

Ambos se quedaron durante varios minutos sin decir palabra y jugueteando con sus pies, comparándolos, acariciándose con ellos. De cuando en cuando cruzaban algunas cucarachas por el filo de la cabecera, por la pared y por el piso. Él acercó la boca a sus senos intentando besarlos y en clara intención de volver a intentar hacerlo, y ella nuevamente lo alejó suavemente con el codo. Él insistió intentando subirse sobre su cuerpo a la fuerza y ella lo bajó de un empujón… pero sin molestarse, es más, con una sonrisa pícara y perversa. Esta vez él sí se molestó y le preguntó qué le pasaba… y ella le dijo simplemente: ‘nada’.

Él volvió a echarse en la misma posición y nuevamente colocó sus pies al lado de los de ella y siguió mirando las cucarachas que de cuando en cuando cruzaban. Trataba de disimular su frustración, y a manera de sutil venganza, le dijo que en la noche tenía un partido de fútbol y que necesitaría sus zapatillas, y que entonces, mejor sería  -luego de unas horas-  ir juntos al centro de la ciudad a comprarlas. Todo esto con la clara intención de vengarse por el rechazo y hacerla sentir mal por haber perdido su zapatilla derecha blanca y nueva de marca ‘Nike’. Ella le dijo que no se preocupe, que antes de la hora de su partido de fútbol tendría sus zapatillas nuevas, pero que no sería posible que vayan juntos de ninguna manera, que ella iría sola y le compraría sus zapatillas, que conocía perfectamente el modelo y su talla y que por favor no insista. Él le preguntó ¿por qué? ¿Otra vez vas a salir con eso? Ella le dijo que sí, y que por favor, más bien él no siga insistiendo con lo mismo.

¿Te sigue avergonzando que te vean conmigo? Le preguntó él entre triste y molesto. No me manipules amorcito, tú sabes bien cómo son las cosas. Desde el comienzo fui muy clara. No es que me des vergüenza, es simplemente que somos diferentes y pertenecemos a mundos distintos… le respondió ella.

Quedaron otra vez en silencio mirándose los pies apoyados en la pared, mientras un grupo numeroso de cucarachas caminaban por las piernas y el abdomen únicamente de él, quien se las sacaba de encima como podía. Ella entonces comentó: …Hasta las cucarachas tienen mejor sentido de ubicuidad que tú amorcito ¿es tan difícil entenderlo?

MAURICIO ROZAS VALZ


2 comentarios:

  1. Una relación de mundos opuestos que por los prejuicios existentes prefieren mantenerlo a escondidas, algo que siempre será doloroso para alguna de las partes. Buen relato Mauricio.

    Gloria Murillo V.

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    1. Gracias Gloria... historias como ésta se repiten todos los días.

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