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lunes, 14 de enero de 2013

OCEAN SIZE





En la Lima de 1,989,  era imposible sustraerse a la desesperanza de un país sin rumbo como nave al garete.  La crisis económica y la hiperinflación galopante, sumada al terrorismo que a paso lento pero seguro parecía consolidar su objetivo primigenio: “Del campo a la ciudad” constituían sin duda la receta perfecta para el caos y la incertidumbre.

Aquella noche de un domingo, Mario, luego de pagar la cuenta de un milkshake de lúcuma en el Haití, se empeñó en una larga caminata sin rumbo definido por calles y avenidas miraflorinas. Su estadía vacacional se había echado a perder por su imprudencia temeraria, sumada a la torpeza inaudita de un infeliz que cual misil lo interceptó cuando se desplazaba a casi ciento cuarenta  kph, por una avenida de tres vías, y sólo su sangre fría consiguió corregir el trompo inducido por la colisión  lateral y de paso evitar impactar de lleno con una columna de gruesos y vetustos árboles que adornaban el lado derecho de aquella vía,   y  que sin duda hubiesen resultado en una muerte segura para él y la total destrucción de su querida máquina. Esos y otros sombríos pensamientos acompañaban a Mario en su paseo nocturno y  aunque transcurrían las primeras semanas de abril, el clima era todavía agradable y una suave y fresca  brisa acariciaba su rostro;   transitaba por la calle Shell, cuando un ligero cansancio  lo obligó a realizar una breve pausa antes de retomar el largo camino a casa; procedió a sentarse en el bajo muro de una jardinera externa, cuando los elevados decibeles musicales de una inusual fiesta dominical proveniente del cuarto piso de un edificio de  departamentos, llamó  su atención al punto de levantar casi por reflejo la vista hacia aquel ventanal que remataba  en un pequeño balcón… Allí, ensimismada, con la mirada perdida y  como ajena a la algarabía y los gritos festivos del interior, una bella muchacha de dulces y delicadas facciones  daba la impresión de  escudriñar atribulada algún punto indefinido en el  horizonte;  y  podía oírse con absoluta claridad la pieza musical de fondo que provenía del interior; se trataba  sin duda de una salsa dura… dura  y cadenciosa… y el cantante con un comprensible acento caribeño decía algo  así:

                          La nota es porque es imposible
                     Seguir viviendo esta agonía
                     Quiero que sepas lo que yo siento
                      Aunque nunca podrás ser mía…

Y una estrofa lastimera y repetida muchas veces por un coro de mujeres:

                      Sin mirarte yo te miro
                      Sin sentirte yo te siento
                     Sin hablarte yo te hablo
                  Sin quererte yo te quiero….

Nunca le había gustado -ni gustaría-  de la salsa y los ritmos tropicales, sin imaginar siquiera para aquel entonces que alguna vez y en mala hora,  surgirían engendros decadentes y horrisonantes como la tecnocumbia y el impresentable reggaetón. Permaneció en aquel improvisado asiento  por apenas unos minutos antes de reanudar su marcha;  pero por alguna razón -y como si se tratase de algún mensaje premonitorio, simbólico y velado,  aquella imagen del  dulce y triste rostro de la  muchacha y su largo cabello castaño claro que, ajena a todo,  y que nunca se percató de su presencia ni de su mirada embelesada  con el marco musical de  aquella cadenciosa y triste melodía-  perdurarían por siempre en su memoria como recuerdo de una noche aciaga que sin saberlo aún en ese instante, le tenía deparada una sorpresa más.

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Clínica Ricardo Palma,   octubre del 2,010.
…. Un espantoso alarido seguido de una sorda y larga arcada proveniente de alguna habitación,  despertó a Mariella que aquella noche estaba de guardia. .- Es el paciente terminal de la 509, le informó con una voz aguda y chillona otra enfermera que presurosa corrió por el pasillo para atender la emergencia…
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Lo que no pudieron conseguir los innumerables peligros a los que se expuso en la vida, parecía que al final lo conseguiría una larga y  penosa enfermedad. Al principio no le dio importancia, pero la primera alarma fue un dolor atroz a la altura de los riñones, cuando empalmó una  bola en primera que cercana al ángulo terminó en un gol… no le hizo caso, y pensó que se trataba de un desgarramiento muscular. Pero poco a poco el dolor se fue intensificando, un pequeño bulto afloró por la zona adolorida, perdió peso sin explicación  aparente y unos vómitos recurrentes lo obligaron a visitar al doctor.

Nunca fue de amilanarse ante nada y decidió dar batalla por su recuperación hasta el final. El tratamiento sumado a las fuertes dosis de morfina, lo tenían sumido en una suerte de limbo que le impedía muchas veces distinguir la vigilia de la ensoñación; pero por otro lado fueron meses en los que tuvo mucho tiempo para reflexionar acerca de su azarosa vida y, entre tantos sucesos, como no, aquellos recuerdos de  1,989… la muchacha de la triste melodía con un mensaje cifrado y los sucesos violentos  que acontecerían algunas horas después.

Nunca supo de donde salió… todo sucedió tan pronto que  terminó por trastornar la cronología y precisión de los acontecimientos. Con el tiempo y para mayor zozobra, inexplicablemente lo principal, a fuerza de tanto recapitularlo y hasta soñarlo se desgastó y contaminó al punto que  terminó por dejarlo con mucho más dudas que certezas… sólo recordaría que luego de aquel instante de éxtasis y breve descanso, decidió continuar su camino  con la vívida imagen  de aquella chica de la inusual fiesta dominical  y la melodía aún  resonando en lo más profundo de su mente; que deambuló por cerca de dos horas más y que próximo a la media noche se percató que  por esos caprichos de distribución urbana, un camino corto a casa, implicaba transitar por una zona poco segura y la opción más recomendable,  un gran y agotador círculo…  que por cansancio y lo avanzado de la noche, optó por lo primero, confiando en la eficaz protección del arma que siempre llevaba consigo.

Atento, surcaba una solitaria avenida de talleres mecánicos, cuando un grupo de borrachos hablando en voz alta y que venían directo hacia él, hicieron que por precaución cruzara cambiando de acera y dos cuadras más adelante, cuando  ya había prácticamente salvado la zona peligrosa para adentrarse en la avenida boscosa que era su ruta habitual, y cuando se disponía a cruzar nuevamente la vía,  intempestivamente un hombre con capucha  se incorporó desde algún lugar indefinido de la vereda e hizo el ademán de sacar algo de un abrigo sucio y raído… su alerta se encontraba en el punto máximo luego del incidente con los borrachos y mecánicamente desenfundó su arma, no  sin antes barrer en fracciones de segundo todo el escenario con un rápido movimiento de cabeza para verificar si alguien más podría atacarle desde un punto ciego… en milésimas de segundo  creyó  ver un resplandor metálico reflejado por la luz artificial del poste y sin pensarlo dos veces realizó dos disparos consecutivos… el estruendo en medio del silencio nocturno le sorprendió a pesar de estar acostumbrado y luego  sobrevino un silencio invivible … había alcanzado  a ver  al sujeto tendido de espaldas, que por un momento antes de desplomarse lo miró como sorprendido y con los ojos muy abiertos  y sólo atinó a huir a toda carrera y lo más pronto posible de aquel lugar. En aquella época, disparos en la noche no era que sorprendieran ni alarmaran más de la cuenta a nadie; corrió unas cuantas cuadras, le pareció oír algún silbato (seguro de algún vigilante privado) y decidió esconderse en los arbustos de un jardín externo.  Comprensiblemente se había quedado sin aliento  y podía nítidamente escuchar el golpeteo de los acelerados latidos de su corazón; trató de agudizar el oído esperando escuchar sirenas o pasos cercanos,  pero sólo se escuchaban los habituales  ladridos de perros a la distancia… luego de algunos minutos que parecieron eternos,  recobró la calma habitual y pensó en qué hacer.  Por un momento se le ocurrió  enterrar el arma en ese mismo jardín, pero luego pensó que podría fácilmente ser hallada por un jardinero, identificada por el número de serie y relacionada con el hecho por la proximidad del lugar…  decidió entonces enfundarla, guardar la compostura y con paso firme y seguro  tranquilamente tratar de salvar las cinco cuadras que faltaban para llegar al hogar  familiar donde se alojaba; total,  las rondas de patrulleros eran casi inexistentes por falta de presupuesto y sólo muy de cuando en cuando podía verse algún vetusto patrullero Amazon o Chevrolet Opala  cayéndose a pedazos… Aquella noche apenas si pudo conciliar el sueño; durante dos días no salió sino hasta una bodega cercana junto a la que había un puesto ambulante de diarios  para ver si era noticia de algún titular, pero nada de nada; luego apuró la refacción a medias de su  carro y  apenas estuvo en condiciones, decidió   recorrer lo más pronto posible, sin escarmentar y a gran velocidad,   los  mil kilómetros del   largo regreso a casa.

Durante aquellas duras semanas, tendría   mucho  tiempo también  para  pensar  en las cosas  que había dejado de hacer… Recordó que aparte de volar aviones de combate y correr un grand  prix, deseos imposibles  por una simple cuestión presupuestaria,  una de sus más grandes frustraciones era no haber practicado el Surf, deporte que realmente  le fascinaba pero que nunca se animaría a llevar a la praxis  por un temor congénito y  atávico al mar…  lo atribuyo a su genealogía, y es que revisando el origen de sus ancestros, por ningún lado encontró una ciudad,  puerto  o poblado cercano al mar.

“… No podía recordar cuando había abandonado el hospital. Por un instante pensó que se trataba de uno más de tantos sueños delirantes, producto de la fiebre y los potentes  analgésicos y más precisamente de un sueño de consolación como los que suelen visitar y de hecho ya le había ocurrido en días anteriores a los enfermos graves… pero el lugar se veía  demasiado real a pesar de ser casi idéntico al de las pesadillas recurrentes que lo atormentaron cuando niño; pero  por fin se daba la oportunidad de vencer un temor antiguo y remontar olas colosales… el escenario no podía ser más espectral  y aterrador… las olas alcanzaban fácilmente los veinticinco metros con unos crespones blancos de espuma que contrastaban con la negrura de las aguas;  el cielo estaba tan cerrado que parecía de noche, de no ser por algunos lamparazos de luz solar que parecían emerger por los intersticios  de unas enormes y cargadas nubes… se trataba sin duda de una tempestad, llovía a cántaros, soplaba un viento gélido y huracanado que le calaba hasta  los huesos…” demasiado vívido para ser un sueño”, pensó, pero no había temor, sólo emoción que se le manifestaba como un nudo opresivo en el estómago y una gran carga de ansiedad… mientras luchaba por remontar el mar embravecido hasta la ola más grande, repasó mentalmente su rutina: recorrería el tubo de derecha izquierda hacia el farallón en postura “ backhand” , luego tentaría algunos “cutbacks” y si fuese posible, un impecable “ carve”… con una mano alcanzó a encender su reproductor de música acuático que consistía en un par de auriculares fuertemente ajustados a sus oídos con una suerte de velcro de gran adherencia; había decidido utilizar en su rutina la canción “ subdivisions” de Rush, que era el fondo musical recurrente cuando de imaginarse  corriendo olas se trataba… pero el estruendo de las olas reventando en el farallón y cortando el aire como un gigantesco cuchillo era tan atronador, que sintió que opacaban por completo la introducción… pensó en una segunda alternativa y se decidió al fin por “ Ocean size” de Jane’s Addiction, con su poderoso,  estridente y motivador  riff, más acorde con la brutal contaminación acústica del entorno.
Total, no se trataba de una mañana soleada en Australia o Hawai y no habría testigos, cámaras, ni pódium tomando por la cintura a dos turgentes y  espectaculares rubias de eurítmicas líneas en diminutos bikinis de hawaiian tropic… ni posterior y  sensual fiesta de antorchas por la noche…  se trataba crudamente  de un encuentro con el destino, de un desafío  personal, sin nadie que dé testimonio de su hazaña, como tantas batallas memorables de héroes trágicos y olvidados por la historia,  de causas a priori perdidas   que tuvieron por escenario áridos arenales o gélidos pajonales de su país … de victorias resonantes como  exordio y de cadáveres insepultos y mancillados como epílogo, derrotados por la oscura mano de la fatalidad y la perfidia…  por alguna razón pensó  por un instante en el  “joven” Pizarro y en su jamás derrotado en legítima acción de armas, el “ gran maestre de campo Carvajal”  y el   casi olvidado y resonante triunfo de Huarina… y lo que acaso pudo ser la primera oportunidad perdida para una prematura y más favorable  consolidación de su país.

Alcanzó por fin a duras penas -y agotado- su objetivo de montarse en la ola…  pronto se daría cuenta que nada de lo previamente visualizado acerca de  su rutina podría desarrollarse de acuerdo a lo planeado… de pronto se conformó con mantenerse de pie sobre la tabla y con la enorme  pared de la ola a escasos centímetros de su espalda se sintió brutalmente empujado dentro del tubo como si se tratase de la vertiginosa pendiente de una montaña rusa… casi de inmediato cayó en la cuenta de  que había pecado de optimista, y que el reto resultaría superior a sus fuerzas… en el acto tomó conciencia que no había forma de escapar de allí, faltaba todavía mucho recorrido y el tubo comenzada a cerrarse directamente sobre él… no salía de su asombro ante lo inexorable, cuando por el rabillo del ojo le pareció distinguir a una persona a orillas de la playa. Pensó que se trataba de una alucinación propiciada por aquel instante cumbre… pero uno de los fantasmales rayos de luz, que por sectores iluminaba la playa, permitió que distinguiera la silueta de un hombre que parecía empeñado en enseñarle un objeto metálico que sostenía con la mano… su cuerpo entero se estremeció cuando creyó reconocer la capucha y el abrigo viejo y raído… en un último instante antes de terminar de ser devorado por la gigantesca ola, alcanzó a distinguir su rostro… se trataba de un muchacho de raza negra casi adolescente… joven, más joven aún de lo que era él en aquel año de 1989; y el objeto brillante que en aquella ocasión apenas consiguió  distinguir con la tenue luz del poste, no era un arma;  era sólo un viejo y abollado tazón metálico de limosnero…  alcanzó a proferir un desgarrador grito de horror, apenas antes de que una náusea incontenible hiciera erupción desde  lo más profundo de sus entrañas y luego todo se hizo sólo silencio y oscuridad.


GUSTAVO ROZAS VALZ

Noviembre del 2012.



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