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viernes, 7 de febrero de 2014

PEQUEÑO DETALLE







Hace ya algún tiempo, en mi agitado trajín en busca de un techo donde desparramar mis huesos, tuve, para variar, una experiencia que quiero compartir:

El letrero SE ALQUILA en el departamento de un edificio, en una céntrica calle miraflorina, detallaba los números de teléfono. Tomé debida nota y llamé tan pronto como pude. Era la voz de un señor con acento marcadamente piurano. Me describió el área y las características del departamento. El costo y las condiciones sonaban interesantes, así que decidí sacar cita lo más pronto posible dada mi premura.

Llegué puntual a la cita. El edificio era nuevo y no se veía nada mal. Toqué el timbre, me abrió el mismo señor y muy amable me hizo pasar para enseñarme los espacios. Tenía buen tamaño, dos dormitorios, sala, comedor, una buena cocina, dos baños y cuarto de servicio. 

Hasta ahí todo iba bien. Pasé detenidamente por la cocina, la sala, el segundo dormitorio y todo iba bien. El dormitorio principal estaba cerrado, era el último ambiente que faltaba ver. El señor sacó una llave de su bolsillo y abrió. Ahí entendí el por qué del precio cómodo, aunque quizá el señor lo ignoraba. Cuando llegué  -minutos antes de la cita-  le pregunté al portero cuánto tiempo estaba alquilándose el departamento y me contestó que hacía casi tres meses, y que lo venían bajando poco a poco ya que nadie quería tomarlo. Entonces entendí todo, asocié lo que me dijo el portero, con la puerta cerrada y que fuera el último ambiente que quería mostrar.

Fue entonces que el pobre señor abrió la puerta del dormitorio principal, y un olor nauseabundo a pezuña salió de la habitación como una lengua de fuego, era algo impresionante, ni en mis más sufridos viajes en combi en pleno verano había sentido algo semejante, ni siquiera aquel día en que, siendo adolescente, me tomaron el examen médico para la boleta militar y me hicieron desnudar y colocar mi ropa en un solo ambiente lleno de reclutas que emanaban toda clase de miasmas vomitivos. Esto era algo peor. Acerqué mi nariz a las paredes, a las puertas del closet, a las cortinas y a todo. El olor a patas estaba impregnado en lo más profundo de las estructuras.

Empalidecí, sentí un vacío en las entrañas y unas ganas irresistibles de vomitar. Una verdadera pesadilla. Salí corriendo hasta el pasillo tapándome la nariz para poder respirar. El señor me miraba confundido. Le agradecí, le dije que le avisaría. 

Mientras bajaba por el ascensor, pensaba en la mala suerte de este señor. Lamentablemente, no existe ninguna norma legal que estipule el olor a patas como causal de reparación civil por daños y perjuicios y que pueda incluirse en un contrato de alquiler. Pensé que debería incluirse en el código civil. Era obvio que si en tres meses el hedor no se había ido, ya no se iría nunca, ni demoliendo el edificio.

Me entró la tentación de subir de nuevo y aconsejarle a este pobre señor que tapie ese dormitorio con cemento y para siempre, y que lo alquile como de un solo dormitorio, no veo otra solución. Pobre señor.



MAURICIO ROZAS VALZ

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