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sábado, 22 de febrero de 2014

GALLETITA



   


  Era un niño de siete años. Una tarde, en la vieja casa de campo de sus abuelos, junto con sus numerosos primos decidieron jugar a las escondidas.  Dieron la cuenta de sesenta y empezó la búsqueda. Pasó una hora y sus primos estaban asustados por no encontrarlo, avisaron a los mayores para que los ayudaran. Llamaron a la policía pues la cosa dejó de ser graciosa. Pasó la noche, tres días y nada, no había ni luz de él. Empezaron las especulaciones y se tejieron algunas leyendas urbanas en torno a su extraña desaparición.

     La angustia no cesaba, la tarde del miércoles siguiente, a su abuelo se le antojó podar sus ciruelos a manera de relajo. Estaba en  esa faena, cuando creyó escuchar unos golpes que venían del fondo de la huerta. Se acercó sigilosamente y los golpes se hicieron más cercanos. El abuelo por fin ubicó el lugar. Venían nada menos que de su viejo horno para pan que no usaban hacía muchos años, y con la ayuda de una estaca logró levantar la pesada tapa de hierro que cubría la entrada. Ahí estaba su buscadísimo nieto, moribundo, debilitado, hediondo y embarrado por todas sus emanaciones y flujos de cuatro días. Le había parecido buena idea esconderse en el horno, y al entrar, con la vibración dejó caer la pesada puerta y ya no la pudo abrir. Desde aquel acontecimiento, se quedó con el apelativo de: “Galletita” por el resto de su vida. Aquel aterrador suceso, marcaría de ignominia algunos capítulos en la agitada vida de novela del buen Galletita.

     Galletita tenía aproximadamente veinticuatro años cuando conoció a Tatiana, una linda muchacha ligeramente mayor que él, divorciada y con dos niños. Se enamoró perdidamente de ella y a primera vista. Vivían un tórrido romance de seis meses cuando su mejor amigo y compañero de la infancia, el negro Parada, le anunciaba vía correo electrónico de su llegada para las fiestas de fin de año. Galletita estaba emocionado, le contó a Tatiana que su mejor amigo estaba próximo a llegar y que tenía muchas ganas de presentárselo. 

     Un jueves previo a la semana de navidad, Galletita acudió al aeropuerto con Tatiana para recibir a su entrañable amigo. Aterrizó el avión y por las escaleras bajaba el negro Parada tratando de buscar entre la multitud de la terraza el rostro de su amigo. Cuando por fin salió se fundieron en un efusivo y largo abrazo que Tatiana observaba conmovida. Luego del abrazo, Galletita le presentó orgulloso a su nueva y linda novia, abordaron su auto y se dirigieron a la casa de los padres del negro Parada. Quedaron en cenar esa noche en casa de Tatiana, quien había preparado algo especial para el mejor amigo de su novio.

     Tatiana invitó a una amiga para aquella velada. El negro Parada llegó puntual y, tragos van, tragos vienen, terminaron de cenar. A galletita se le ocurrió poner en el estéreo sus discos de salsa cubana. El negro Parada sacó a bailar a la amiga de Tatiana y esta no quiso salir; entonces Galletita le dijo que bailara con Tatiana, que ellos eran como hermanos, lo que inmediatamente aceptó su amigo. El disco era largo y continuado. El baile de Tatiana y el negro Parada empezaba a extenderse y el disco no tenía cuando acabar. Ninguno de los dos bailarines parecían estar apurados, su entusiasmo era total. Pasaron como diez larguísimos minutos, y al fin terminó la canción. Galletita estaba algo confundido, pero luego recordaba que se trataba de su mejor amigo y de la mujer que lo amaba por sobre todo y eso lo calmó. El negro parada propuso ir a bailar a la discoteca que estuviese de moda en la ciudad, que él invitaría una botella de whisky Old Parr. La amiga de Tatiana no aceptó, pidió su taxi y al salir de casa de Tatiana, dio un codazo a Galletita como advirtiendo algo que Galletita no entendió, o no quiso entender.

     Llegaron a la discoteca. El negro Parada pagó una fuerte suma para que lo dejen entrar a la zona VIP. Pidió la prometida botella de whisky con sodas y hielo y propuso un brindis por el amor y la amistad, ¡Salud!  Chocaron sus vasos y bebieron. Los merengues de Juan Luis Guerra empezaron a sonar. El negro parada pidió permiso a Galletita para sacar a bailar a Tatiana, éste aceptó a regañadientes, el negro la tomó de la mano y se la llevó a la pista que quedaba en el primer piso. Pasaban los minutos y Tatiana y el negro Parada danzaban mágicamente y sin parar. Galletita los observaba desde la mezzanine, en tanto iba bebiendo vaso tras vaso de whisky. Seguía pasando el tiempo, la botella de Old Parr iba por menos de la mitad y Tatiana y el negro Parada seguían bailando. Todo esto empezó a molestar a Galletita, ya habían pasado veinte minutos y no regresaban. Entonces Galletita creyó oportuno bajar a pedirles que regresen, pero antes pasó por los servicios higiénicos. No bien salió de los servicios, bajó inmediatamente a buscar a su novia y a su amigo. Llegó a la pista de baile y no los vio, volvió a subir a la zona VIP pensando que habían regresado y nada. Volvió a buscar por toda la discoteca. Pidió a la cuidadora de los servicios femeninos que la llame, ahí no estaba, su amigo tampoco estaba en los servicios para varones. Galletita empezó a entrar en pánico, los casi dos tercios de botella de whisky que había ingerido empezaban a hacer sus efectos. Entonces marcó el número de Tatiana y si desea, deje su mensaje después del tono, marcaba el número compulsivamente, el color de su rostro se tornaba rojo intenso. Regresó a la discoteca, creyó ver al negro Parada en la puerta del baño y le asestó una trompada, con tan mala puntería que golpeó la pared rompiéndose los nudillos. Entonces el agredido -que no era el negro Parada- le devolvió la trompada, pero a diferencia suya, le partió los labios y le voló dos dientes. Galletita trató de responder cuando empezó a ver luces y se desplomó.

     Cuando estaba por amanecer, Galletita despertó en la vereda de enfrente con la ropa manchada de sangre, sin zapatos, ni casaca, ni billetera, ni celular y con dos dientes menos. Aún le duraba la borrachera y empezó a caminar en zigzag rumbo a casa de Tatiana. Llegó a la media hora, cuando el sol ya empezaba a asomar sus primeros rayos. Tocó el timbre, y el portero del edificio  -quien lo conocía-  le dijo que Tatiana aún no llegaba. Lo hizo pasar a su pequeño cuarto para limpiarle las heridas del rostro, invitarle un café y que descansase siquiera un par de horas.

     Galletita se quedó dormido en el camastro del vigilante. Despertó como a las nueve de la mañana, desconcertado, e inmediatamente fue a tocar la puerta del departamento de Tatiana.  El vigilante le dijo que aún no llegaba, le aconsejó que se fuera a descansar y a reponerse del todo, que en ese estado tenía todas las de perder en una eventual discusión. Galletita le hizo caso.

     Durmió cerca de siete horas, despertó a las cinco de la tarde, se bañó, tomó su automóvil y arrancó raudo a casa de Tatiana. Al llegar, lo recibió el portero con expresión misericordiosa y le dijo: … no te gastes Galletita, ella no está… y si quieres un consejo de amigo: no regreses más por acá, no vale la pena, un hombre debe tener dignidad…  Galletita entró en pánico, y temblando le preguntó por qué le decía eso y qué era lo que había pasado.  El vigilante le contó que cerca de las doce del día, Tatiana había llegado en un taxi con un señor muy alto y moreno, y que media hora después, este mismo señor llegó en una camioneta cuatro por cuatro, a la que ella se subió con sus dos hijos y dos maletas, y que además le encargó que cuide su departamento porque se iba a la playa hasta el lunes por la tarde. Galletita no podía creer lo que estaba pasando, le parecía que todo debía ser una pesadilla de la que despertaría pronto, pero no, era la cruda y dura realidad, la suerte estaba echada. En menos de veinticuatro horas, su mejor amigo le había quitado la novia. Había sido miserablemente traicionado por dos de las personas que más quería en la vida. No salía de su estupor cuando el vigilante le dio una palmada en la espalda y en su simpleza primitiva le dijo:  Lo que sobran son mujeres Galletita, anda a descansar y en una semana te consigues otra hembrita hasta más rica y te olvidas de esta puta de la señora Tatiana… yo sé lo que te digo… anda nomás Galletita, para la próxima no presentes a tu hembra a nadie hasta que no la veas vomitar por ti, yo sé lo que te digo, y a la primera sonrisita con cualquiera, cachetadón bien fuerte, así funcionan estas… anda tranquilo, descansa… y galletita enrumbó a casa, cabizbajo y con el corazón destrozado.

     Al llegar, empezó a marcar una y otra vez el número de Tatiana, quien tenía el celular apagado. Se quedó dormido. El domingo también hizo lo mismo. Tomó su auto y se dirigió rumbo a las playas del sur. Recorrió metro a metro todas las playas y preguntó en casi cien hoteles por los nombres de Tatiana y el negro Parada sin resultado alguno. Resignado, regresó a la ciudad y decidió esperar hasta el martes para buscar a Tatiana. Aún no tomaba conciencia y se resistía a creer que lo habían traicionado vilmente. Su mente se bloqueó.
Llegó al fin el martes, y Galletita se levantó muy temprano para buscar a Tatiana antes de ir a trabajar. Eran las seis de la mañana cuando llegó casi volando a casa de Tatiana. El vigilante le dijo: … ¿Qué haces acá Galletita?... ya fuiste, no te expongas… te van a humillar, estás a tiempo… vete calladito, no digas nada… así, hasta quizá te llama la hembrita… de rogón nada vas a conseguir…  Galletita le dijo que no hable huevadas, que no se meta. El vigilante se encogió de hombros y le dijo: … jódete pues, también es tu derecho…  y se metió en su caseta.

     Galletita tocó el timbre insistentemente. Tatiana le abrió la puerta en bata y lo hizo pasar. Él le pidió explicaciones, le preguntó donde había estado, qué había pasado. Ella le dijo que no tenía por qué darle explicaciones, que ella había sido sólo su novia y nada más, y en ese mismo momento le informaba que ellos ya no eran nada y punto, que allí terminaba todo, y que por favor saliera por el mismo lugar que entró. Galletita no se movía, entonces ella le abrió la puerta y se quedó de pie cogiendo la manija de la puerta, esperando a que él salga. Galletita se arrodilló y arrancó en llantos inconsolables. La abrazó a la altura de la cintura y le rogaba a gritos que no lo dejara, que le perdonaría todo, pero que por favor no lo dejara. Ella le tomó los brazos y se los sacó de encima, le dijo que no recordaba haberle pedido perdón y entonces ¿de qué tendría que perdonarla?  Galletita insistía en llantos, seguía de rodillas. Tatiana llamó al vigilante y le pidió que lo sacara, y que si no quería salir, que llamara a la policía. El vigilante una vez más le habló y le dijo: … Párate Galletita, vamos… párate…  lo tomó de los brazos, lo ayudó a pararse y lo abrazó. Galletita caminaba apoyado en él, a paso lento, con los ojos hinchados y enrojecidos. Subió a su automóvil despacio y se fue a veinte por hora con la mano izquierda tapándose la boca.

     Galletita llamó a su oficina dando una excusa, ese día no iría a trabajar. Buscó al negro Parada en casa de los padres de éste. Nadie le abría la puerta. Empezó a patearla. Entonces salió el negro Parada con sus dos hermanos y le propinaron una paliza, llamaron a la policía, que llegó a llevarse a Galletita a la posta médica para que le curen las heridas. Pasados los dolores de la golpiza, Galletita sabiamente decidió dejar ahí esa historia. Al fin parecía haber entendido lo ocurrido y decidió empezar el largo camino hacia el anhelado y a veces inalcanzable olvido. Pero aquella sensata actitud no duraría mucho.

     A dos meses después de las fiestas del fin de año más tristes de su vida, apareció un sobre de fina cartulina por debajo de su puerta. Lo abrió y leyó el parte matrimonial de otro de sus mejores amigos: el gordo Charly. Se casaba en un lujoso hotel en un balneario del norte. La invitación incluía alojamiento, desayuno y cena. Galletita mandó a lavar su mejor traje y se armó de optimismo e ilusión por conocer en aquella fiesta a alguna muchacha que le ayudara a olvidar el penoso final de su romance con Tatiana. El día del matrimonio, a galletita lo ubicaron en una mesa junto a varias chicas que fueron solas. La hermana del gordo Charly, sabía por terceras personas del desconsuelo de Galletita e hizo las funciones de celestina, lo estimaba mucho, era también su amigo de la infancia.

     Galletita conversaba muy amenamente con una de sus compañeras de mesa, cuando vio ingresar a la terraza del hotel al negro Parada de la mano de Tatiana, quien lucía minifalda y un pronunciado escote y estaba más linda que nunca. Galletita se quedó mudo, se le borró la sonrisa. La muchacha con la que conversaba le preguntó qué le pasaba, Galletita le dijo que nada y trató de reanudar la conversación. No podía seguir el hilo de lo que hablaba y bebía el whisky como si fuera refresco. La muchacha se aburrió y se cambió de mesa. 

     Galletita no paraba de servirse whisky y miraba fijamente la mesa de Tatiana y el negro Parada. Un par de horas después ya estaba otra vez muy ebrio. Se paró y fue a buscar lío a la mesa de Tatiana y el negro Parada, vociferando a voz en cuello: ¡Tú! ¡Negro de mierda! Mal amigo… y ¡tú! Perra maldita, les juro que me la van a pagar ¡Se los juro! O dejaré de ser el gran ¡Galletita!... ¡Malditos!... ¡Miserables!... se acercó el propio novio  -el gordo Charly-  quien lo tomó del brazo y le pidió que se calmara, que no le arruinase la fiesta, que se fuera a descansar a su habitación. Galletita hacía rato que estaba fuera de sí, totalmente ebrio y enloquecido. Se sacó la mano del gordo Charly del hombro y le propinó una trompada que le reventó la nariz, manchando la camisa blanca y el chaleco gris de su frac. Vinieron agentes de seguridad, y Galletita, en su intento de escapar, cayó aparatosamente a la piscina. Los vigilantes lo ayudaron a salir, mientras todos los asistentes reían a carcajadas. Cuando por fin lo sacaron de la piscina, lo llevaron a empeñotes hasta la calle. El agua había estropeado su celular, su dinero, sus documentos y sus cigarrillos. Quiso volver a entrar para ir a su habitación a cambiarse, pero no lo dejaron. Empezaba a anochecer y toda su ropa mojada empezaba a enfriarse. Comenzó a temblar de frío sentado en el sardinel del parque que había frente al hotel. Hasta ahí le llegaba la música de la fiesta a la que ya no podría regresar.  Imaginaba a Tatiana bailando feliz con el negro Parada. Los imaginaba luego desnudos en su habitación, a ella gimiendo de placer, y al culo negro del negro Parada meciéndose cadenciosamente sobre Tatiana. Todo esto pasaba por su mente mientras se tomaba la cabeza y lloraba desconsoladamente temblando de frío. 

     En medio de su caos mental y emocional, maldecía a su extinto abuelo; maldecía la hora en que lo rescató de aquel horno. Pensaba que quizá hubiese sido mejor esa muerte ignominiosa ahogado en su propio hedor y embarrado en su propia mierda, al fin y al cabo ya todo eso habría pasado y le hubiese ahorrado tanta humillación y sufrimiento que parecían no tener cuando acabar.



MAURICIO ROZAS VALZ

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