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jueves, 12 de abril de 2012

JUSTICIA DIVINA




El doctor Gástulo, trabajaba en un bufete jurídico que parecía haber sido objeto de una maldición gitana o de un grupo de hechiceras locales de aquel macondiano pueblo ubicado al sur oeste de los Andes. Toda clase de personajes pintorescos pasaron por aquel estudio, empezando por sus abogados, siguiendo por sus trabajadores y finalmente por sus clientes.

En aquel bufete trabajaban cuatro abogados, seis practicantes, dos secretarias y dos portapliegos. Uno de los cuatro abogados era el doctor Gástulo. Este parlanchín y dicharachero personaje era bajito, regordete, colorado, de abundante cabellera tiesa y clara y rasgos simiescos. Tenía entonces 33 años y gozaba de cierto prestigio en el medio abogadil. No hacía mucho que se había casado y aún no tenía hijos.

Una mañana de abril, fue presentada a todos los que trabajaban en aquel estudio una nueva practicante de nombre Sthepany. Sthepany era una sencilla muchacha pueblerina que cursaba el sétimo ciclo de derecho en la universidad; y que fuera enviada por sus padres a estudiar para forjarse un futuro. Sus calificaciones eran muy buenas, y el jefe de aquel bufete no dudo en tomarla. Cayó bien a casi todos, menos al doctor Gástulo, quien por ser colorado y de pelo tieso claro fue siempre muy racista y prejuicioso.

Fueron pasando los días, y todo el personal del bufete -dada su eficiencia y disposición para ayudar- fue tomando cariño y aprecio por Sthepany… excepto el doctor Gástulo, quien abusaba de la timidez y sencillez de Sthepany para maltratarla y humillarla. Le daba órdenes levantando la voz, y siempre la resondraba acusándola de ser muy lenta y culpándola de todo lo que pudiese salir mal; incluso algunas veces llegó al extremo de tomarla como recadera y la enviaba a comprar cigarrillos y bebidas. No desperdiciaba oportunidad para demostrar la animadversión gratuita que le tomó a la pobre de Sthepany por puro prejuicio y mala entraña.

En más de una oportunidad, los demás abogados y trabajadores del bufete le increparon el ser tan abusivo con la pobre muchacha, a lo que él respondía con argumentos estúpidos y levantando la voz, y dejando en claro que los casos de los mejores clientes del bufete los llevaba él. No fueron pocas las veces que encontraron a Sthepany encerrada en el baño llorando a mares. Sus compañeros siempre la consolaban y le decían que no le haga caso. Aquella situación consiguió que el doctor Gástulo sea blanco de toda clase de denuestos y antipatías, por cierto justificadas.

Fueron pasando las semanas y los meses, y Sthepany optó por la inteligente estrategia de no discutir ni defenderse ante el doctor Gástulo, simplemente hacía su trabajo y se esforzaba por no dar pie a que este la grite o maltrate… aun así, el doctor Gástulo no desperdició nunca la mínima oportunidad para recordarle su desmedida, injusta y absurda animadversión.

Llegaron las fiestas de diciembre y, como en toda oficina, las secretarias de aquel bufete organizaron el clásico coctel de fin de año. Decoraron todas las oficinas con adornos navideños, compraron bocadillos y algunas botellas de espumante para brindar. La celebración fue un 21 de diciembre, y nadie imaginó que aquel día aquella historia de animadversión y maltrato tomaría un rumbo totalmente imprevisible: la celebración empezó a las cinco de la tarde, y luego de algunos breves discursos, empezaron a destaparse las botellas de espumante y la gente se puso a conversar, reír y divertirse.

Fueron pasando las horas y, copas van… copas vienen, dieron la media noche y la gente estaba ya muy ebria. El doctor Gástulo pidió la palabra y dio por terminada la celebración. Todos se despidieron con abrazos. El doctor Gástulo fue el último en salir. Apagó la luz y echó llave a la puerta. Bajó al sótano, encendió el motor de su automóvil y partió rumbo a su casa. Llegó a la esquina de la cuadra siguiente del edificio donde se funcionaba el bufete, y vio a Sthepany parada con los brazos cruzados esperando un taxi. De primera intención siguió de largo. Luego de algunos metros le remordió la conciencia, y quién sabe, quizás por espíritu navideño se apiadó de Sthepany y decidió dar la vuelta a la manzana para recogerla y llevarla a su casa.

- Hey, Sthepany, sube que te llevaré a tu casa. A estas horas difícilmente pasará un taxi por aquí. Vamos, sube.
- No gracias doctor, seguro que no tarda en pasar un taxi. No se preocupe. Esperaré.
- Pero ¡Joder! Sthepany, no seas testaruda, puede pasarte algo. Vamos, sube.
- Está bien doctor, pero me da mucha vergüenza. No quiero molestarlo.
- Que va… anda, dale, sube tranquila que todo está bien.

Sthepany subió a regañadientes al auto del doctor Gástulo. Ambos estaban ebrios, y al doctor Gástulo le entró un ataque de remordimiento y pidió a Sthepany que le acepte la invitación de algunas copas en otro lugar como gesto de disculpas y reivindicación. Sthepany no aceptó y le pidió que la llevase a casa. Le dijo que no se preocupara, que ella daba por terminado el asunto. El doctor insistió, y en su terquedad de borracho se dirigió -sin oír los pedidos de Sthepany- a una discoteca discreta ubicada en los arrabales. Una vez ahí, a Sthepany no le quedó sino bajar y aceptar las copas -que con odiosa insistencia- le ofrecía el doctor Gástulo. Entraron a la discoteca, y el doctor la llevó a una mesa oscura y alejada y pidió una botella de champán helado y dos copas. Ambos empezaron a beber y a comentar banalidades sin sentido en el idioma ininteligible de los borrachos. Terminaron esa botella, luego otra… y finalmente, ya muy ebrios, salieron de la discoteca y terminaron en un hotel barato cercano a la discoteca. Aquel acontecimiento cambiaría el curso de los acontecimientos en forma irreversible.

Al día siguiente, el doctor Gástulo llegó temprano y a la hora acostumbrada para abrir el bufete. Sthepany, por el contrario, llegó muy descompuesta pasada las once de la mañana. El doctor Gástulo, obviamente no le llamó la atención, lo cual llamó poderosamente la atención a todo el resto de personal que allí trabajaba; tan sólo un día antes eso hubiera sido impensable, la reprimenda del doctor contra la pobre Sthepany hubiera sido inmisericorde. Pero nadie sospechó nada, tal era la animadversión que él le tenía que era imposible maliciar algo.

Al día subsiguiente fue noche buena, y mientras el doctor Gástulo ayudaba a su esposa a preparar la cena y a poner la mesa… no se podía quitar de la mente a Sthepany, al punto que llegando las doce de la noche, y luego de abrazar a su mujer… aprovecho que ésta entro a la cocina a servir la cena para encerrarse en el baño y llamar a Sthepany para desearle feliz navidad. Sthepany no contestó, y todo el resto de la cena y la sobremesa estuvo callado y evitó mirar a los ojos a su mujer. Ella se molestó y le preguntó qué pasaba; él dio cualquier excusa de trabajo, se paró, recogió la mesa y le dijo que se sentía algo indigesto y se fue a descansar. Mientras su mujer lavaba los trastos, intento otra vez llamarla y nuevamente entró la contestadora. No imaginó el doctor que esas dos llamadas truncas le llegarían a causar tal angustia y desesperación, al punto de no dejarlo dormir hasta el amanecer.

Al día siguiente, mientras su mujer se duchaba, intentó una vez más --sin fortuna- llamar a Sthepany. El día transcurrió entre visitas a sus padres, abuelos y suegros… no podía quitársela de la mente. Se llamaba la atención a sí mismo. Se preguntaba qué diablos le estaba pasando, si es que era posible que todo eso le estuviera sucediendo, que por qué a él, que hacía muy poco se había casado supuestamente muy enamorado, y encima, todo eso por una mujer por la que sentía un desprecio infinito. Todo eso se cuestionaba, mientras a su esposa empezaba a incomodarle y preocuparle que estuviera tan distante.

Al día siguiente de navidad, el doctor Gástulo fue temprano -como siempre- a la oficina, y apenas llegó Sthepany la llamó a su despacho, cerró con seguro la puerta y comenzaron los gritos:

- ¡Qué te has creído! ¡india de mierda, pezuñenta, muerta de hambre! Que a mí, al doctor Gástulo, a tu jefe, a tu patrón… no le vas a contestar el teléfono ¿Ah...? ¿Qué carajos te pasó? Cuando el patrón llama, la sirvienta obedece ¿entendiste?
- Sí doctor, ya le escuché, ya entendí, pero por favor, si me permite, tengo muchas cosas qué hacer. Así que… con su permiso.
- ¿Qué cosa? A mí me vas a dejar con la palabra en la boca.
- No doctor, sólo le digo que tengo que hacer, que estoy muy ocupada.

El doctor Gástulo la tomó con fuerza por la cintura y la apoyó contra su escritorio, le levantó la falda y le bajó las bragas hasta la rodilla. Sthepany no opuso resistencia. El doctor la besó en la boca y en el cuello y tampoco opuso resistencia. Dejó que el doctor se bajase el pantalón y sacara su miembro, y justo cuando este quiso penetrarla lo empujó, se subió las bragas, bajó su falda y se fue tirando la puerta con gesto imperturbable. El doctor Gástulo no podía creer lo que estaba sucediendo. Esa misma tarde tomó la decisión irrevocable de despedirla y ordenó a una de las secretarias redactar la respectiva carta. Sthepany la recibió y no hizo ningún reclamo; simplemente puso en una caja sus cosas, se despidió de todos con besos y abrazos y se fue muy sonriente silbando un huayno ante el estupor del doctor Gástulo que no salía de su asombro.

Pasaron los días, y el doctor Gástulo echaba de menos a Sthepany, la llamó por teléfono y le dijo que quería conversar con ella. Ella accedió, pero puso como condición que no sería en su oficina, sino en el café que estaba a la vuelta de la esquina del bufete. Ambos llegaron puntuales, pidieron dos cafés y ella apoyó su mentón en su mano derecha e hizo un gesto en señal de que podía empezar a hablar: el doctor le pidió que por favor vuelva a la oficina, le prometió que ya nunca más la trataría mal. Ella se limpió la boca con una servilleta luego de un sorbo de café y se quedó unos minutos en silencio mirando la calle, mientras el doctor Gástulo le miraba a los ojos esperando ansioso su respuesta. Ella tomó aire y le dijo que no, que de ninguna manera, y que es más… que ya había encontrado un trabajo mejor en otro bufete, pero que gracias de todas maneras. El doctor Gástulo entro entró en angustias y le hizo una oferta desesperada de pagarle sin trabajar. Le propuso pagarle el doble de lo que le pagarían en su nuevo empleo y que es más… que le rentaría el departamento que ella escoja y que le mandaría su sueldo sin trabajar… es decir, lo que ella pidiera, pero que no se aleje de su vida. Ella le miró a los ojos, tomó otra vez aire y le respondió:

- No insista doctor Gástulo, nunca más quiero volver a verlo en mi vida. Es usted muy malo, doctor; es usted muy cruel; y además, es usted muy feo doctor; usted me da mucho asco; la boca le apesta a desagüe, su panza es grotesca y su asqueroso pene parece un olluco maloliente. Aún recuerdo con repugnancia cuando usted, aquella noche, se aprovechó de mi borrachera y prácticamente me llevó a la fuerza a ese hotel miserable; recuerdo verlo desnudo vomitando en el piso y me entran ganas de vomitar. Pobre su esposa, en verdad la compadezco. ¿Tiene algo más que decirme?

Y ante el silencio y expresión desencajada del doctor Gástulo, tomó su cartera y se marchó sonriente silbando un huayno.



MAURICIO ROZAS VALZ

4 comentarios:

  1. Por desgracia no todo se paga en esta vida... No existe la contabilidad cósmica. A todos nos suceden cosas malas por simple probabilidad estadística, se trate de buenas o malas personas... Hay gente buena, cuyo paso por esta vida es un calvario miserable y hasta su muerte resulta penosa. Hay gente malvada a la que pocas cosas malas le ocurren, por desgracia esa es la realidad, ya que el universo está exento de cualquier tipo de consideraciones de carácter ético o moral... las mismas, pertenecen únicamente al ámbito de lo socio-cultural, antropológico.

    Gustavo Rozas Valz

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  2. Pues creo que de justicia divina no tiene nada, sencillamente la actitud que tomo ella el valor que se dio para poner limites, debio de haber sido antes del abuso de ese hombre, para mi no hay justice divina todo es Causa y Efecto.

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