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jueves, 19 de abril de 2012

EL CONGRESISTA


Me encontraba por terminar de almorzar en un restaurante en pleno centro de Lima al que por primera vez asistía, cuando de pronto entró una piara de chanchos en estampida. Esa piara de cerdos tenía un líder, cuyo rostro recordé haber visto en la TV, pero no recordé su nombre (y dudo que lo tenga, posiblemente sólo tiene número de registro).

El líder de la piara, vestía un terno azul seboso y el nudo de la corbata intentaba dar forma, junto con la camisa, a un cuello inexistente. El chancho líder sudaba a mares, y las gotas de sudor caían por la superficie de su nuca rolliza y llena de cerdas.

Lo acompañaban aproximadamente diez chanchos, todos vestidos con el mismo color de terno y medias blancas de deporte. Pidieron al mozo que les junte tres mesas para sentarse. Dos mozos, en una vergonzosa y servil actitud, corrieron presurosos a juntar las mesas. Saludaron con venia y sonrisa sobona al chancho líder, mientras le ayudaban a quitarse el saco (y seguramente soportando su hediondo olor a axilas).

Se sentaron todos los chanchos muy sonrientes y pidieron las cartas con el menú. Pedían y pedían platos y platos. Los platos no terminaban de llegar. Los mozos recogían un plato y dejaban otro. Tragaban y trituraban todo lo que les ponían en frente. La mesa parecía un muladar, llena de granos de arroz de diferentes colores; huesos de pollo y chuletas, legumbres y servilletas sucias. Los chanchos no hablaban, sólo tragaban y a veces reían enseñando la comida dentro del hocico (estoy seguro que si me paraba y echaba sobre su mesa las sobras de mi plato, también se las hubiesen tragado).

En tanto los chanchos tragaban dando un espectáculo repugnante, pensaba con indignación, que todo el dinero que se gastaba en dar de tragar a esos cerdos salía de mi bolsillo, de los impuestos que todos los días pagamos los ciudadanos para saciar la gula de estos desagradables y despreciables seres. Me dio mucha furia. Felizmente ya casi había terminado.

Como si no fuese suficiente, los demás comensales del restaurante saludaban al chancho líder con venias serviles. El chancho se sentía muy importante. Correspondía los saludos sonriente y con el hocico lleno. Luego pidieron muchas botellas de gaseosa, las que bebían de un solo tirón y eructando a la vez. Botellas y más botellas. Eructos y más eructos.

No soporté más. Me paré y caminé presuroso hacia la puerta. El chancho líder, como buen político, me saludó muy sonriente como saludaba a todos. No le respondí el saludo. Me esforcé en gesticular mi asco y mi infinito desprecio por todos los cerdos que ocupaban esas tres mesas. Al menos me di ese gusto.

MAURICIO ROZAS VALZ

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