Toda nueva etapa en nuestra
vida es difícil, implica sentarse en una mesa y tratar de diseñar una
estrategia, un plan con pasos específicos a seguir y una meta concreta que
dibujamos en la mente con escenario y personajes incluidos.
En éste proceso, se van
presentando siempre imprevistos, unas veces agradables, otras no tanto y otras
totalmente desagradables; es allí donde sale a relucir nuestra imaginación,
nuestra creatividad y capacidad de improvisación. Es en esos momentos donde
descubrimos qué tan aguda es nuestra intuición, qué tan valientes somos y quiénes
están con nosotros. A veces, nos invade la paranoia y acusamos a propios y
extraños de estar en nuestra contra, cosa que en realidad casi nunca sucede;
los demás están demasiado ocupados en sus propios asuntos que les faltaría tiempo
para estar en contra nuestra. Superada esta especulación, actuamos en
consecuencia. Algo o alguien -que no
somos específicamente nosotros- nos da
órdenes concretas que obedecemos espontáneamente y sin vacilar, y por lo
general, si aún nuestra partida no está decretada por el destino, surge una
mano providencial -de no sabemos dónde- y nos da el impulso anhelado que nos adapta a
nuestra nueva etapa.
Es en toda ésta sucesión de
hechos que transcurren entre etapa y etapa -y otros más largos dentro de cada
etapa- en que se dan las escenas más significativas de la película que lleva
nuestro nombre, y son todos esos sucesos que la hacen única e intensa, y a
veces hasta maravillosa, digna quizá hasta de un premio que nos será entregado
por los demás en ausencia llamado recuerdo.
MAURICIO ROZAS VALZ
No hay comentarios:
Publicar un comentario