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miércoles, 16 de octubre de 2013

EL TERAPEUTA











El Dr. Rochabrún, recibía todos los días a sus pacientes en su gélido consultorio cuyos pisos eran tipo damero en blanco y negro. Las paredes estaban totalmente cubiertas con mayólicas blancas,  las pequeñas ventanas eran cubiertas por persianas horizontales clásicas, los focos eran fluorescentes blancos  y todos sus muebles eran de base metálica, incluido el diván.

Tenía sólo tres pacientes, a quienes recibía siempre a la misma hora: Ivana, de veinticinco años, soltera y con una hija de cuatro, a la que recibía a las 7 am; Medardo de sesenta años, divorciado dos veces, un hijo y tres nietos adolescentes, a quien recibía a las 10 am; y Jaime, de cuarenta, soltero y sin hijos, a quien recibía a las 7 pm. La rutina era siempre la misma, de lunes a domingo:

Lunes, 7 am.-

-      Buenos días doctor ¿qué tal descansó anoche?
-      Muy bien mi buena Ivana y usted ¿Cómo amaneció? ¿Qué tal le fue con su hijo?
-      Bien felizmente, doctor, gracias a usted todo va mejor cada día. Mas bien, estoy ansiosa por escucharlo, usted me prometió que hoy me tendría algunas conclusiones acerca de lo que hablamos.
-      Y bueno, sí, pero antes quisiera contarte algunos antecedentes: cuando estuve haciendo mi maestría en Singapur, conocí a un famoso psiquiatra, quien fue mi gran maestro y me prometió presentarme nada menos que a…
-      Perdón doctor, pero ya me tengo que ir, se me hizo tarde, mañana me sigue contando.
-      Hasta mañana Ivana
-      Hasta mañana doctor.

Luego que Ivana se despedía, siempre a la misma hora, el doctor Rochabrún se sentaba ante su vieja máquina de escribir y avanzaba en la escritura de su ensayo sobre psiquiatría moderna a manera de hacer tiempo hasta las 10 am en que llegaba Medardo, siempre puntual.

-      Buenos días Doctor, ¿qué tal descansó? ¿Qué le cuenta Ivana? ¿Cómo va su ensayo?
-      Muy bien, Medardo, usted ¿Qué tal? ¿Cómo le va con el tratamiento?
-      Y bueno, doctor, ahí nomás, pero eso lo veremos después; si no le importa, preferiría que prosiga con lo que me estuvo contando ayer y que no le dio el tiempo.
-      Ah bueno, como prefieras, yo encantado: … como te contaba, aquel famoso psiquiatra en Singapur, me presentó a Jean Piaget, con quién luego viajé a Bruselas para reunirme con Henry Miller, que fue quien me enseñó las primeras técnicas narrativas. Me ayudó mucho, fuimos grandes amigos y gracias a él escribí mi primer best seller. Algunas veces nos emborrachamos a punta de daiquirís. También, gracias a ese psiquiatra…
-      Perdón doctor, ya me tengo que ir, otro médico me espera. Hasta mañana doctor.
-      Bueno, está bien. Hasta mañana Medardo.

Luego que Medardo se marchaba, siempre también a la misma hora, el doctor Rochabrún continuaba con su escritura y apilando miles de hojas escritas y al cabo de unos minutos se quedaba profundamente dormido hasta las 7 pm en que llegaba Jaime, siempre también puntual.

-      Buenas noches Doctor ¿Qué tal su siesta? ¿Cómo va su ensayo? ¿Cómo siguen Ivana y Medardo?
-      Hola Jaime, la siesta reparadora, Ivana y Medardo cada día están peor, ya casi ni me prestan atención y se nota que no me están haciendo caso con la medicación. Pero bueno, problema de ellos, y déjame decirte que tú también me preocupas.
-      No pues doctor, no se me moleste usted conmigo. Más bien, me gustaría que me siga contando la historia que me contaba anoche, en verdad me gusta.
-      Está bien, Jaime, como tú digas: … ya cansado de las borracheras con Henry Miller, decidí dejar Bruselas y viajé a Londres a una convención de psiquiatría donde conocí a Jung y Pavlov. Nos hicimos grandes amigos, pero discrepamos mucho sobre nuestros respectivos métodos de terapia. Luego, un tal Wundt, me recomendó buscar en Buenos Aires a unos colegas que habían trabajado para el tercer reich. Me dio sus coordenadas, no sin antes aconsejarme que tenga mucho cuidado porque esos colegas eran buscados intensamente por el mossad. Luego de unos meses de búsqueda, al fin di con uno de ellos, un gran tipo, quien me dio muchas luces sobre las bondades del electroshock, la lobotomía y los neurolépticos. Todo iba muy bien, hasta que un día me presentaron a Borges, quien me invitó a…
-      Perdón doctor, mañana me sigue contando, ya se me hizo tarde. Hasta mañana, doctorcito, descanse bien.
-      Cómo quieras Jaime, mañana te espero, no olvides tomar tu medicación.

Luego que Jaime se retiraba, el doctor Rochabrún continuaba con la escritura de su ensayo, que ya iba por la página noventa y cuatro mil doscientos trece, sin un solo borrón ni enmendadura, hasta quedar profundamente dormido.



MAURICIO ROZAS VALZ



4 comentarios:

  1. Me pregunto si ese terapeuta les cobraba a sus pacientes jejejeje más se la pasaba contándoles su historia que analizándolos. De hecho él estaba necesitando urgente un terapeuta. Gracias Mauricio, siempre con tus interesantes y apasionantes historias.

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  2. Siempre hemos escuchado la frase, "todo psicólogo y psiquiatra tienen algo de locos". Y en mi experiencia, y al decir de ellos mismos, algo de "manías hay". Basta saber, en este caso, la cantidad de páginas (94 213) que ya tenía escritas y con solo 3 pacientes... En definitiva él era un 《prisionero de su propia doctrina》, se había convertido en su 《propio paciente 》, si acaso tenía algún remedio. En tanto sus "clientes", hace mucho que dejaron ser "sus pacientes"; pero hay que ver pues, como en muchos casos y de qué formas la "costumbre" siempre tiene esa extraña "fuerza" que aferra a unos y otros, en "juntos, pero no revueltos".
    Gracias estimado "Mau" por compartir tus textos; siempre reflexivos. Saludos!
    Laura (@MaiaKaizen)

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    1. Muchar gracias por tu sesuno análisis del relato, Laura
      Saludos

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