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lunes, 9 de febrero de 2015

ASIENTO TRASERO








Atilio era un arquitecto exitoso. Estudió su carrera en España y tuvo muchos postgrados y maestrías en diferentes países. Era bien parecido y carismático, y además ganaba mucho dinero.  A todos los que  lo conocían les intrigaba el hecho que nunca ninguna pareja le durase mucho tiempo.  Era claro que homosexual no era. Era muy enamorador y le brillaban los ojos cuando le presentaban a una mujer que le gustase. Tenía mucha facilidad de palabra y dominaba muy bien todo el complejo arte del cortejo.

Los amigos tampoco le duraban mucho. Siempre andaba solo. Nadie se explicaba qué lo unía con ese ser tan extraño que siempre se sentaba en el lado izquierdo del asiento trasero de su automóvil. Todas sus efímeras amantes y amigos bajaban aterrados cuando subían por primera vez a su automóvil  y además, con la firme promesa de nunca más frecuentarlo.

Ese ser extraño que siempre estaba sentado en la parte trasera del automóvil de Atilio, tenía cabeza y rostro de cerdo; era difícil de afirmar si era un humano con rasgos porcinos, o un cerdo con rasgos humanoides. La nariz, la trompa, la frente y la nuca eran las de un cerdo, las orejas y los ojos eran humanos. Mediría un metro veinte aproximadamente y la cabeza era demasiado grande en proporción al cuerpo que era muy delgado; y siempre iba vestido con impecables ternos, camisas y corbatas de diferentes colores.

Según contaban algunos amigos y pretendidas novias que habían subido a su automóvil, siempre que alguien nuevo subía, ésta suerte de cerdo humanoide comenzaba a insultar a Atilio con una voz aguda y nasal, y le decía: ¡Hijoputa!¡Hijoputa! ¿Quién mierda es esta? ¡Hijoputa!. Y lo que más los sorprendía,  era que Atilio no se inmutaba ni le respondía, ni siquiera le ponía silencio. Asentía callado y continuaba la conversación con quien estuviera sentado al lado suyo. Y ante la pregunta inevitable de quién era este personaje, Atilio guardaba silencio y cambiaba de tema sin ningún rubor. 

Este ser extraño acompañaba a Atilio a todo lado. Cuando Atilio iba a trabajar a su despacho, el ser extraño se quedaba esperándolo en el auto hasta que termine. Lo llevaba a todas sus inspecciones, obras y compromisos sociales. Nunca lo dejó en casa.

Nadie nunca supo quién era este ser. Si era algún hermano o un hijo anormal de Atilio. Nunca además respondió esa pregunta. Lo que quedaba muy claro era que Atilio lo quería.  Siempre lo llevó elegantemente vestido e impecable, siempre.


MAURICIO ROZAS VALZ

1 comentario:

  1. Wow qué relato! La verdad me ha dejado imaginando a ese ser y ha picado mi curiosidad.

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