Les inventaremos un nombre a
cada uno: a la mayor, de aproximadamente seis años, le llamaremos María; al
segundo, de aproximadamente cuatro, le llamaremos Juan; y a la menor, que no tendría más de tres, le
llamaremos Anita.
Era treintaiuno de octubre.
Todos los niños de la ciudad celebraban la fiesta de Halloween. María, Juan y
Anita no fueron la excepción y estaban debidamente maquillados. Las dos niñas
de brujitas y el niño de payasito. Sus disfraces eran muy humildes, no era
difícil deducir que eran muy pobres y sus mejillas aún conservaban el rubor y
la resequedad propias de la piel de la gente que vive en las alturas. Se notaba
que no hacía mucho que habían llegado a la hostil e indolente capital.
Como todos los demás niños,
por la tarde salieron con sus canastitas en forma de calabaza a pedir dulces
por calles y plazas. Los tres caminaban de la mano por orden de edad, sólo que,
a falta de madre o de alguien mayor que los cuidara, María -con sus cortos seis
años- asumió esa función.
Todo iba muy bien, era su
primer Hallloween. Estaban los tres emocionados con sus disfraces, y también un
tanto sorprendidos por el hecho de ver a los grandes dar dulces a los niños. La
alegría se reflejaba en sus rostros. Caminaron muchas calles, siguiendo a los
demás grupos de niños que poblaron las calles con su infinita variedad de
disfraces.
Entraron, sin darse cuenta,
a un centro comercial muy grande y lujoso. Aquel centro comercial estaba también lleno de niños disfrazados y
todas las tiendas lucían decoradas con motivos alusivos a Halloween. Dentro de
ese centro comercial, en una exclusiva tienda de ropa para bebés, se
encontraban dos anfitrionas disfrazadas de brujas repartiendo chocolates finos
a todos los niños que se les acercaban. Se formó una multitud alrededor de ellas.
María, Juan y Anita, como los demás niños, fueron en busca de sus chocolates e
hicieron obedientemente una fila que se formó para entrar a aquella tienda.
Llegó al fin su turno, y un
monstruo vestido de traje gris (que no necesitaba disfraz) les impidió el paso
con su enorme brazo. Juan logró escabullirse por debajo de sus piernas y entró
corriendo, logrando acercarse a las
anfitrionas y estiró su canastita, entonces apareció otro monstruo con el mismo
color de terno del otro y con un radio en la mano, quien tomó del brazo a Juan
y lo arrastró hasta la puerta. A María y Anita ya las habían sacado de la fila;
ahora estaban los tres juntos fuera de la tienda. Los tres lloraban
desconsoladamente. Nadie les hacía caso y a nadie parecía importarle tamaña
infamia. Luego se acercó una señorita con uniforme de vigilante, los tomó de la
mano y los acompañó hasta la calle.
Ya en la vereda, los tres
seguían llorando y emprendieron el camino de regreso a casa. La fiesta había
terminado para ellos. ¿Quién podría imaginarse que en su pobreza se les podría
robar algo? Pero aquella tarde su inocencia les fue robada para siempre.
MAURICIO ROZAS VALZ
Dejamos de jugar, de hacer travesuras, de soñar.
ResponderEliminarOlvidamos nuestra infancia, nuestra franqueza, nuestras locuras, porque nos hicimos mayores o porqué perdimos las ilusiones que nos impulsaba en nuestra niñez. Esperemos crecer, madurar y no perder nunca la fe y la frescura del niño qué fuimos una vez. #FrancisAragón.
Respuesta atrasada, pero no importa. Es tristemente cierto lo que dices.
Eliminarlloré....
ResponderEliminarRespuesta tardía... gringuita, pero la fecha lo amerita. Bueno... no fue mi intención hacerte llorar.
EliminarHay Mauuuu!! Que triste todo eso :( también lloré, imaginé todo tal cual lo escribiste. Cruda realidad, eso es. Aprovecho para decirte que ayer lei "desamor" miraba todo desde tu escrito, hasta pude "oler" ese cafe y "sentir" el ambiente de ese lugar, ahhh! Hubiera querido saber más jajaja pero bueno, gracias de nuevo por compartirnos todo esto. Saludos :)
ResponderEliminarCalittha
perdona por responder recién, Calittha. Y bueno, estas cosas suceden.
EliminarDebieron celebrar el día de la canción criolla psss también andan con una fiesta alienada xD
ResponderEliminarY bueno...
EliminarMauricio, buen relato que nos llama a la reflexión, lamentablemente esta aún es una realidad en nuestro país, un país con desigualdad y con estereotipos que no nos deja avanzar. No reparamos en lastimar a los seres mas inocentes en el mundo los niños y los animales quienes deberían ser protegidos antes que nada, quizás cuando superemos esto seremos una mejor sociedad, un mejor país. Saludos.
ResponderEliminarHagámonos cargo, Carla. Gracias.
Eliminarestupendo! como siempre y llego al corazón! saludos..
ResponderEliminarGracias Mariella.
EliminarImposible cerrar los ojos para dejar de sentir el dolor de hechos que de alguna forma suceden todos los días en nuestro entorno. Tanto que hacer todavía como sociedad,para empezar la pobreza no debería existir. Con la solidaridad nuestra se pueden dar oportunidades distintas. Existen instituciones a nivel de Latinoamérica que buscan padrinos para niños en situación irregular y de esta forma ayudarlos a terminar sus estudios.
ResponderEliminarBueno tu artículo Mauricio, ojalá que sirva para algo más que sólo permitirnos el don de la lectura.
Este relato es una gran metáfora de la realidad. Ya se les cierra la puerta a esos vecinos que no les que más que sus pies para seguir andando. Muy buen relato. Gracias por la reflexión.
ResponderEliminar¡Qué amarga tristeza que sea un cuento real!
ResponderEliminarRealmente lamentable que no sea solo un cuento sino la triste y dolorosa realidad...
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