Vistas de página en total

miércoles, 23 de mayo de 2012

BINGO



Tarik fue siempre muy supersticioso y un ludópata incorregible. Tenía la costumbre de sumar las cifras de los números de las matrículas de los autos que se parqueaban delante y detrás del suyo, para luego comprar su Tinka en base al resultado de la aplicación de algunas fórmulas que sólo él comprendía. También tenía siempre en cuenta la primera noticia y la primera llamada del día. La ubicación de su silla en la oficina y la posición del sol también eran determinantes para su predisposición durante el día. La decoración de su casa tenía toda clase de objetos ‘de la suerte’ de diferentes culturas: gatos chinos, pirámides, budas y etcétera. Su llavero era una patita de cuy y su cenicero tenía forma de herraje.

A pesar de no ser precisamente un tipo desafortunado, tampoco se podía decir que era un tipo con suerte; nunca ganó un sorteo ni una lotería y su suerte en el juego podría decirse que era mediana, ya que nunca ganó tanto como para hacerse rico, pero tampoco perdió tanto como para quedarse en la miseria. 

Su vida transcurría sin mayores emociones que no fueran sus eventuales triunfos en bingos y tragamonedas. Se pasaba casi todas sus horas libres frente a las máquinas ganando y perdiendo casi en paralelo. Su lugar favorito de la casa era un ático al que se accedía por unas escaleras plegables que se descolgaban desde el techo de la sala de televisión. Allí guardaba toda clase de cachivaches que encontraba donde fuera y objetos viejos que se resistía a botar por inservibles que fueran. Aquel ático tenía una gran ventana redonda, desde donde solía quedarse horas observando los gatos y las palomas que pasaban y se posaban sobre los viejos y sucios techos de sus vecinos.

Una de esas tantas noches, cuando regresaba caminando a casa taciturno y cabizbajo y saliendo de un casino luego de haber perdido unos cuantos pesos, encontró dos naipes viejos que salían de una bolsa negra de basura. Esto  -como era de suponerse en su caso-  le llamó mucho la atención y tomó los dos naipes: uno era el 4 de corazones rojos y el otro era el as de espadas negras. Luego continuó su camino y a escasos metros encontró otro naipe que era el 7 de tréboles negros y sólo a diez metros de allí encontró dos naipes más, que eran el 2 de oros negros y el 3 de espadas rojas. Los recogió, se los metió al bolsillo y llegando a casa subió apresurado a su ático; sumó los cinco naipes y le dio el número 17. Luego sumó el 1 más el 7 y le dio 8. Anotó ese número y se fue a dormir.

Al día siguiente despertó pensando en ese número, pensaba que algún mensaje necesariamente escondería. A la salida de su oficina, en el camino hacia su casa, trataba de fijarse en todo lo que pudiera contener ese número, ya sea el símbolo propiamente dicho o simplemente cifrado. A mitad de camino entró a un anticuario de un amigo suyo donde era cliente habitual y en el que solía comprar cachivaches varios para guardar en su ático. Observaba detenidamente todo y de pronto pensó: ‘lo tengo’ cuando observó un viejo y grande timón de barco que, sumando sus manillas daban en total 8. Preguntó el precio, sacó dinero de sus bolsillos, pagó y se llevó el viejo timón a casa. 

No bien llegó a casa, y con la ayuda de la señora que le hacía la limpieza intentó subir el timón a su ático, pero no pudo. Aquel timón era muy grande y tendría que cortar la base de su ático para poder subirlo. La idea de llamar a un carpintero para subir su timón no le hacía mucha gracia y se puso a pensar en cómo subirlo sin cortar ni modificar nada, y pensando… pensando… se le ocurrió que quizás podría subirlo con una soga desde su gran ventana redonda. Tomó las medidas del diámetro de su ventana redonda y luego la del timón, y se dio con la sorpresa de que coincidían casi exactamente. No le importó que casi fuera de noche e inmediatamente puso manos a la obra. Sacó su caja de herramientas y con cuidado y prolijidad sacó el marco y la luna de su vieja ventana redonda, amarró el timón con una soga desde el primer piso, y con ayuda de la señora logró subir el timón hasta la ventana. Luego tomó un papel de lija y limó un poco el marco de la ventana; finalmente con la ayuda de unos clavos y algo de pegamento logró fijar el viejo timón de barco en su ventana redonda.

Terminado el trabajo observaba orgulloso y emocionado como había quedado el timón, exactamente calzado en su ventana redonda. No tenía dudas de que eso sería señal de algo nuevo y positivo para él. Luego se percató de que su ventana con el timón de barco no tenía vidrios y se fue a dormir con la intención de llamar a la vidriería al día siguiente para que le cortaran y colocaran el vidrio por fuera.

A la mañana siguiente, al despertar, lo primero que hizo fue subir a su ático a observar su nueva ventana en forma de timón de barco con 8 manillas. Grande fue su sorpresa cuando se percató que por los espacios sin vidrio de su ventana habían ingresado algunos gatos techeros que ensuciaron todo, y además, destrozado muchos de sus objetos de culto. No salía de su estupor y su furia cuando tomó una escoba para botarlos a golpes. Contó uno por uno los gatos. Eran 8. No era su número de suerte.

MAURICIO ROZAS VALZ



No hay comentarios:

Publicar un comentario