Leí un artículo sobre la
amistad hace unos días; y al igual que la autora de dicho artículo, temo no
estar a la altura de las circunstancias. Prefiero comenzar con la seguridad de
que cualquier cosa que escriba al respecto será insuficiente.
Estando en la que yo
quisiera que fuese la mitad de mi vida (espero que el destino no sea mezquino
conmigo y me haga ese favor), creo pertinente y necesario hacer un balance, no
de mi vida en sí misma, es decir, no de mis fueros internos; más bien externos,
en lo que han sido mis relaciones con los demás.
Debo, como es lógico, respetar
cierto orden cronológico: Cuando niño, por ciertos prejuicios y el hecho de
tener una familia numerosa, no tuve muchos amigos. Tenía hermano y primos
coetáneos suficientes como para no sentir la necesidad de tenerlos. Tuve
compañeros de aula y vecinos con los que jugaba e interactuaba, pero sin que se
llegaran a crear vínculos afectivos sólidos, por tanto, no los podría llegar a
considerar realmente amigos.
Durante la niñez, al menos a
mi parecer, la dependencia emocional con la madre y el inconmensurable amor por
ella, no nos deja espacio para mayores afectos, con las justas le deja algo al
padre y al resto de familiares, dejando realmente muy poco para los amigos.
Es en la adolescencia, y
luego que el amor que hemos recibido de nuestros padres (o quienes hayan hecho
las veces de), ha formado y nutrido nuestra capacidad de dar afecto, es que
recién empezamos a crear verdaderos y reales vínculos afectivos. En mi caso al
menos fue así. Ya estando en secundaria fue que tuve mis primeros amigos de
verdad, algunos de los cuales, habiendo pasado tres décadas, aún conservo,
protejo y frecuento.
Ya en la etapa
universitaria, y estando totalmente desarrollada mi capacidad de sociabilizar,
y de alguna manera controlada mi ligera timidez, fue que conocí a muchísima
gente. Tuve muchos amigos y amigas y algunos amores breves que se devoró el olvido.
Y fue en esta etapa que, luego de una inevitable depuración, consolidé otro
pequeñísimo grupo de amigos y amigas que hasta hoy también conservo.
Durante los veintes y los
treintas, es decir, toda mi juventud y parte de mi adultez hasta el día de hoy,
logré también consolidar algunas amistades realmente entrañables, y que han
pasado las diferentes pruebas que el destino se encargó de poner en mi camino.
Situaciones límite, momentos realmente duros y angustiosos, caídas en picada de
las que creí que no sobreviviría. Me sorprendió gratamente con qué facilidad
algunas de estas queridas personas me solucionaron muchos problemas sin que yo
se los pidiera, la naturalidad con la que percibieron la angustia en mi risa y
el ‘ya no doy más’… en mi ‘hola cómo
estás’. Y de pronto, y como por arte de magia, estuvieron alrededor mío; no
mirándome con piedad ni con sonrisa triste; simplemente tratándome igual que
siempre, como si nada hubiese pasado y tomándonos un café.
Al igual que la autora que
mencioné al comienzo, pienso que, si en las postrimerías de mi vida quisiera
escribir mis memorias, los amigos ocuparían un papel protagónico, como una
suerte de postes de alumbrado plantados a lo largo de todo el camino de mi
accidentada y acontecida vida, observando y alumbrando todas y cada una de mis
vivencias, trascendiendo la mezquindad propia de los amores apasionados -que
con facilidad mutaron en odio y olvido-, sin resentimientos, sin nada que
reprochar, que siempre me trataron bien, que nunca me ofendieron, que siempre
me respetaron, que nunca les repugnó un abrazo o un beso mío, que cuando destaparon
una cerveza, o un vino, o pusieron un champiñón en la parrilla, y pensaron en
convocar a alguien… pensaron en mí; que
nunca me hirieron ‘ubicándome’ y marcándome límites con frases hirientes como: hasta ahí nomás, o no seas confianzudo, o no
te subas al codo; que no se ‘olvidaron’ de invitarme a sus celebraciones
especiales y no se excusaron (sin que se los pida) por haberme excluido de las
mismas, aduciendo que fue algo ‘muy íntimo’; que no les arruinó el día ni la
semana ni el mes algún efímero éxito mío ni les molestaron mis esporádicas y
exultantes euforias ni mis breves alegrías; que no sonrieron en secreto al
enterarse de mis fracasos ni les reconfortaron mis prolongadas tristezas; que
nunca me pusieron como requisito -para ser digno de su amistad- el ser humilde y
sencillo ni les molestaron mis exabruptos ni mi –a veces- ruidosa soberbia; que
siempre estuvieron conmigo; que nunca me abandonaron ni me despreciaron ni me reemplazaron
ni me traicionaron, que siempre me quisieron de verdad y me lo hicieron saber.
MAURICIO ROZAS VALZ
que te puedo decir querido Mau, los amigos son la familia que uno escoge...esa es la verdad y después de nuestra familia inmediata, son lo más importante y valioso que nos puede pasar.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo con Sandra
ResponderEliminarlos amigos son esas luces que sin ver sabemos que existen, besos y bendiciones mi amado Mau
ResponderEliminarGracias por los comentarios. Abrazos.
ResponderEliminar