De pronto, algo o alguien nos informa que tenemos que partir, que
tendremos que dejar el espacio que hasta ese momento ocupábamos. Otro nuevo nos
espera, no sabemos precisamente cual, pero de que nos espera... nos espera. No
sabemos si será igual, mejor o peor, pero a él nos dirigimos inexorablemente.
Dejamos atrás toda una historia que se suma a las decenas, cientos, o
miles de historias (según nuestra edad) que dejamos atrás. Pero lo curioso es
que nunca nos llegamos a acostumbrar, siempre nos produce el mismo temor y la
misma pena: temor a lo desconocido y pena que anuncia lo que pronto se
convertirá en nostalgia.
En el camino hacia nuestro nuevo espacio, nos encontraremos
inevitablemente con un puente ligero, el cual está diseñado para soportar muy
poco peso. Para cruzarlo sin contratiempos, tendremos que deshacernos
necesariamente de muchas cosas: objetos, papeles, recuerdos, sueños, números
telefónicos, olores, sabores, etc.
Llegados al fin a nuestro ya no tan misterioso destino, aparecen los
nuevos inquilinos de nuestra vida, y poco a poco empiezan a ocupar sus
respectivos espacios y a marcar su territorio. Y también, por qué no decirlo, comienzan a
prepararse desde ya para convertirse en recuerdos, saben igual que nosotros que
pronto los dejaremos.
Mauricio Rozas Valz
Estoy a la espera de ir a mi nuevo espacio....sigo esperando...
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