La semana pasada estuve por pocas horas en mi ciudad. Tuve un breve espacio de libre disposición y decidí hacer algo que sabía, desde antes de hacerlo, que sería conmovedor. No sé si seré masoquista o tendré cierta adicción a las emociones nostálgicas, no lo sé, pero eso no es lo importante.
Tomé un taxi al que alquilé por dos horas para que me lleve a donde le indicara y me esperase si fuera necesario. El primer lugar que visité fue el lugar donde viví desde que tuve cuatro días hasta los veintiún años. La casa ya no existía, la calle había cambiado mucho y las casas de mis primeros amigos tampoco ya existían. Sentí un frío en el alma, me pareció mala idea haber empezado ese periplo, pero igual, había algo en mi interior que me ordenaba que siguiera. Caminé durante unos minutos por aquella vieja calle, quedaban algunos resquicios y al menos el piso de rocas y algunas viejas casonas aun existían, me pareció todo muy pequeño. Lo que era exactamente igual era el sol y el cielo azul intenso con algunas pocas nubes. Me paré junto a lo que entonces fue mi ventana y apunté la mirada hacia el cielo y hacia las sombras que producía el sol con las esquinas de las casas disparejas, sombras que de pequeño intentaba asemejar con perfiles y siluetas de personas y animales. Identifiqué calculando la posición del sol y el espacio, lo que entonces fue el dormitorio de mis padres, espacio en donde lo más probable fue que empezó mi atribulada existencia. Extraña sensación, una combinación de emoción, tristeza y de alegría cuando me imaginaba rubicundo y regordete corriendo por ese mismo suelo que en ese momento pisaba, no había caminado por allí desde hace veintiún años, quizá por eso la emoción. Y bueno, ya era suficiente, tenía otra dirección que sobrevolar en mi nostálgico itinerario. Pasé por la casa de mi primera novia, la casa estaba allí, no la habían demolido. Me quedé sentado un rato en el taxi, estacionado al frente. Sabía positivamente que ni ella ni su familia vivían allí, pero de todas maneras quería mirar un rato, imaginar el auto de papá que me prestaba estacionado en la puerta, mi moto dentro del garaje, la vi salir con su uniforme plomo y su camisa blanca impecable, linda, muy linda, bellísima, al menos así la veía yo y la veintena de galifardos a los que tuve que vencer para conseguirla, fue justamente en esa puerta que me dio el sí que hasta hoy me cala los huesos. La casa tenía algunas modificaciones pero era básicamente la misma. Muy cerca de esa casa, vivían unos tíos y primos míos, pasé por allí, esa casa también existía, igualita, siempre bien pintada y sin ninguna modificación. Allí aun habita mi tío, solo, muy solo, me acobardó la idea de visitarle, tampoco me daba el tiempo. Recordaba lo llena de vida que fue esa casa, hoy mis primos viven lejos y mi tía en otra casa. Pensar que mi tío se casó feliz, pensando que al hacerlo y tener sus hijos no envejecería ya solo, pensó que había logrado conjurar tan terrible amenaza, sí, ésa, la de envejecer e irse muriendo solo, cuan equivocado estaba.
Tomando ya otra dirección, me dirigí a la que fue la casa de los abuelos, la que nunca consideré ajena, la sentía también mía, de hecho también era mi casa. Aun existía, pero sí, con muchas modificaciones. Bajé del taxi y caminé por la puerta (el taxista me miraba extrañado, quizá pensaba que era yo policía o que estaba loco, quizá en esto último podría tener algo de razón). Parecía muy habitada, en los diez minutos que estuve por ahí, vi entrar y salir como a seis personas, me dio mucho coraje, me sentí invadido, indignado, me daba ganas de entrar y botarlos a patadas, ¡invasores! ¡Malditos! ¡Qué se habrán creído! Pensaba, mientras los miraba con desprecio, gente muy fea, no merecían ocupar ese sagrado espacio, donde años atrás habitaron mis abuelos y cinco de mis tías, jovencitas y solteras entonces, y donde jugábamos durante horas con los primos los días domingo, tiempos maravillosos. No me parecía justo que el tiempo se tragara toda esa energía, y lo peor, que toda esa energía sea tomada por seres tan anodinos y grises. En fin.
Ya camino a casa, pasé por donde vivía otra de mis novias, sabía también que ya no vivía allí, seguía todo igual, mejor dicho no, ya nada era igual sin ella habitando allí, no le encontré mucho sentido bajar. Le pedí al taxista que siguiera camino, ya habían sido suficientes emociones para tan pocos minutos, en verdad estaba agotado, tenía la sensación de haber viajado a través del tiempo, pero a pie y cargando a la espalda miles de recuerdos. Pedí que me llevara a casa.
En el camino, pensaba en todas las imágenes que vi y recordé en esos mágicos minutos, se me cruzaba la realidad con los recuerdos. Pensé en lo breve y burlona de la vida, pensé en los esfuerzos que hacen las personas por aferrarse a algo, comprando una casa, casándose, teniendo hijos, nietos y comprender y comprobar que todo es prestado, que un buen día llegamos a éste mundo y transitamos por donde nos lleve el antojadizo destino, de casa en casa, de ciudad en ciudad, de país en país, de brazos en brazos, etc. y un mal día también nos iremos de él, dejando casas, ciudades, brazos, labios y demás.
Al margen de estas sensaciones, pensé también que todo, absolutamente todo, había valido la pena, desde los más banales y aparentemente intrascendentes sucesos que nuestra memoria no registró, hasta los acontecimientos que marcaron con sangre y fuego nuestra emocionante vida. Concluí también que todo esto tiene sentido, muchísimo sentido, que no había que buscar ese sentido en ningún lado, ahí estaba, siempre estuvo ahí.
MAURICIO ROZAS VALZ
Cuanta vanidad existe en nosotros,somos flechas al viento,deseosas de vivir,y a la vez nos ponemos trabas,para dejar que nuestro impulso nos lleve al lugar correcto...cuantos recuerdos?.
ResponderEliminarEl volver a mi tierra de vez en cuando y caminar por las calles en as cuales cometí cada travesura,cada locura,cada pelea con los chicos varones por darme el lugar que deseaba tener,pero mi querido amigo,la vida es LIBERTAD!!!
Me encantó Mauricio... mientras pises tus huellas y no recojas tus pasos =) Que deliciosa manera la tuya de conjurar espíritus del ayer para seguir pisando firme...
ResponderEliminar¡Como siempre!, tus nostalgias invaden las mías.
ResponderEliminarGracias como siempre a ti, Sandra.
EliminarEstaba tan concentrada leyendo, que creo, viajé a Arequipa en 5 minutos...
ResponderEliminarQué bonito que nos cuentes esa parte tan personal de tu vida, y me alegra que esos hermosos recuerdos permanezcan intactos en tu memoria... Todos deberíamos regalarnos esos "mágicos minutos" de vez en cuando, vaya que valen la pena!
Anny
Me gustan tus comentarios, Anny. Gracias.
EliminarMe conectó intensamente y tocó fibras íntimas del pasado y no tan pasado. Creo que un escritor se hace tal cuando logra ese vínculo con el lector. Lo lograste.
ResponderEliminarGracias, Ángel
Eliminar