Extrañas sensaciones suelen producir los libros viejos. Con ‘libros
viejos’, no me refiero a los que hayan envejecido con nosotros y que cuando los
adquirimos fueron nuevos (y nosotros también éramos más nuevos, o menos viejos, no lo sé…) Me refiero concretamente, a los libros que caen en nuestras manos
ya viejos, desgastados, de páginas amarillentas con puntitos de óxido y algo de
olor a moho… es a esos que específicamente me refiero.
Al adentrarnos en ellos, podemos vivir una aventura paralela a la
historia en sí que en sus páginas nos cuentan (esto en el caso concreto de
novelas y relatos; en textos, ensayos y poemas la reacción es diferente, aunque
no menos interesante).
Una vez que comenzamos, y conforme vamos avanzando en las historias y
pasando página tras página, podemos encontrarnos con mechoncitos de cabello en forma de
rulos (aparentemente de un niño), también con estampas de La
Virgen o del Señor de los Milagros o de San Martín de Porres. A veces,
también podemos encontrarnos con almanaques de bolsillo de treinta o cuarenta
años atrás, con platinas de chocolate perfectamente aplanadas, con estampillas,
con la factura del libro propiamente dicho con el membrete de una librería que
ya no existe hace mucho tiempo, con billetes fuera de circulación, con
fotografías resquebrajadas en sepia, con postales y hasta con cartas de amor.
Si aquellos libros pertenecen (o pertenecieron) a algún familiar,
podemos identificar con facilidad de quien se trataba. Por ejemplo: si lo que
encontré fue un almanaque de bolsillo antiguo o una platina de chocolate, puedo
estar seguro de que fue mi padre el último en tener ese libro en sus manos; si
lo que encontré fue un mechón de cabello o una pedazo de papel con un el dibujo
perfecto del perfil femenino, de hecho que ese libro estuvo en manos de
mi madre; y si lo que encontré fue un billete antiguo, una foto vieja o una
factura en soles de oro, de hecho que fue de mi abuela.
Pero también, hay muchos libros que no caen por herencia, simplemente
caen en nuestras manos por fuerza del azar y por inexorable decisión del
destino… ahí la cosa cambia. Ya deja de ser nostalgia y se convierte en
misterio y hace volar nuestra imaginación. He encontrado en muchos libros
viejos: cartas de amor dolientes y desgarradoras, cartas de un hijo a su madre
ausente y a miles de kilómetros, postales en cuyas fotografías aparecen
paisajes urbanos con ciudades que hoy en día lucen completamente transformadas
y modelos de automóviles que dejaron de existir hace muchos años, y en cuyas
líneas, se puede percibir mucha emoción, felicidad y nostalgia del amigo,
novia, o familiar que partió a tierras lejanas por diferentes motivos.
Las historias paralelas que se viven al leer las historias que nos
cuentan los libros viejos, se dan a manera de conversación imaginaria con un
acompañante imaginario. Algo parecido a cuando vemos alguna película
acompañados de alguien que tiene un comentario que hacernos o una opinión
distinta a la nuestra. En el caso de las películas, nuestra compañía ve la
misma película que nosotros… y opina, y discute, y se ríe, y reniega, y llora…
y por último… se duerme. Algo parecido pasa con los libros viejos. Especulamos
sobre qué pensaría: mamá, papá, la abuela o el extraño, cuando leían las mismas
líneas que en ese momento leemos nosotros. Podemos -según el
libro-imaginar a mamá llorando, a la abuela renegando, a papá indignándose… o
todo al revés. Podemos también sumar a mamá, papá y la abuela y a algunos tíos,
amigos y extraños. Todos leyendo el mismo libro, y todos imaginando sus propias
películas en sus respectivas mentes… diferentes todas y en torno a una misma
historia y a un mismo autor.
MAURICIO ROZAS VALZ
Muy bonito!! =')
ResponderEliminarMuy interesante lo que escribiste Mau, a mi me fascina oler las páginas de los libros, ojalá pudiera aborber hasta mi mente y mis venas cada letra escrita en ellos, sería maravilloso! Aunque también lo es el leerlos y adentrarnos en historias lindas y a veces fantasiosas :)gracias por ésta entrega de hoy, me gustó muchsísimo! Un abrazo.
ResponderEliminarCalittha
Muy buen post Mauricio, tal como tú yo también siento esa fascinación por los libros viejos, un abrazo.
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