Marcela
despertó primero que él, y le pareció buena idea ir al supermercado a comprar
lo necesario para preparar un suculento desayuno y sorprenderlo. Le dio algo de
pereza ponerse sus muy ceñidos jeans y sus botas taco aguja de nueve
centímetros de alto. Entonces tomó una bermuda y un par de zapatillas blancas
de él que encontró a la mano, se las puso y salió entusiasmada con rumbo al
supermercado que tan cerca no quedaba.
Mientras
tanto él, aún semidormido, buscó el regazo de Marcela en la cama y al
percatarse que ella no estaba se incorporó angustiado. El ver las botas, el
jean y la cartera tiradas en el piso, hizo que suspirara aliviado secándose el
sudor de la frente y tocándose el pecho con la mano como para calmar sus
latidos. Gritó su nombre pensando que ella estaría en el baño pero no obtuvo
respuesta (aquel departamento era muy
pequeño, era un solo ambiente con una pequeña cocina y un baño. No tenía más de
veinte metros cuadrados). Salió a la ventana, y como a media cuadra de
distancia, divisó la cabellera roja de Marcela que flameaba ondulante al compás
de su trote. Ella también lo vio y empezó a hacerle adiós con la mano derecha,
mientras con la izquierda cargaba una pequeña bolsa.
Él
la esperó con la puerta abierta. Ella llegó algo asustada. Sólo traía puesta la
zapatilla izquierda y el pie derecho descalzo. No bien entró se lanzó a sus
brazos entre sollozos. Él le preguntó qué había pasado. Ella le contó que a
sólo una cuadra de allí, una jauría de perros callejeros la había intentado
atacar y que ella huyó como pudo lanzándoles piedras, y que en ese trance se le
salió una de las zapatillas porque le quedaban grandes. Le pidió que la
perdone, le dijo que ella sólo quería sorprenderlo con un rico desayuno y que
le dio flojera ponerse su ropa ceñida, pero que no se preocupe, que ella le
compraría un par de ‘Nike’ blancas exactamente iguales. Él la tranquilizó y le
propuso tomar el desayuno con tranquilidad y que luego verían el asunto de las
zapatillas.
Juntos
prepararon huevos revueltos con jamón, jugo de frutas y café, y luego de comer
entusiasmados se volvieron a echar en la cama. Ella aún vestía la bermuda de
él, y él seguía en pijama. Él empezó a besarle los hombros y a acariciarle la
zona del ombligo, intentando suave y disimuladamente introducir sus manos por
debajo de sus bragas blancas con clara intención de excitarla para hacerlo
nuevamente. Ella le sacó discretamente la mano e invirtió su posición, quedando
su cabeza a los pies la cama, y colocando sus pies en la pared por encima de la
cabecera de la cama. Él la siguió y también se puso en la misma posición
colocando sus pies junto con los de ella.
Ambos
se quedaron durante varios minutos sin decir palabra y jugueteando con sus
pies, comparándolos, acariciándose con ellos. De cuando en cuando cruzaban algunas
cucarachas por el filo de la cabecera, por la pared y por el piso. Él acercó la
boca a sus senos intentando besarlos y en clara intención de volver a intentar
hacerlo, y ella nuevamente lo alejó suavemente con el codo. Él insistió
intentando subirse sobre su cuerpo a la fuerza y ella lo bajó de un empujón…
pero sin molestarse, es más, con una sonrisa pícara y perversa. Esta vez él sí
se molestó y le preguntó qué le pasaba… y ella le dijo simplemente: ‘nada’.
Él
volvió a echarse en la misma posición y nuevamente colocó sus pies al lado de
los de ella y siguió mirando las cucarachas que de cuando en cuando cruzaban.
Trataba de disimular su frustración, y a manera de sutil venganza, le dijo que
en la noche tenía un partido de fútbol y que necesitaría sus zapatillas, y que
entonces, mejor sería -luego de unas
horas- ir juntos al centro de la ciudad
a comprarlas. Todo esto con la clara intención de vengarse por el rechazo y hacerla
sentir mal por haber perdido su zapatilla derecha blanca y nueva de marca
‘Nike’. Ella le dijo que no se preocupe, que antes de la hora de su partido de
fútbol tendría sus zapatillas nuevas, pero que no sería posible que vayan
juntos de ninguna manera, que ella iría sola y le compraría sus zapatillas, que
conocía perfectamente el modelo y su talla y que por favor no insista. Él le
preguntó ¿por qué? ¿Otra vez vas a salir con eso? Ella le dijo que sí, y que por
favor, más bien él no siga insistiendo con lo mismo.
¿Te sigue avergonzando que te vean conmigo? Le preguntó él entre triste y molesto. No me manipules amorcito, tú sabes bien cómo
son las cosas. Desde el comienzo fui muy clara. No es que me des vergüenza, es
simplemente que somos diferentes y pertenecemos a mundos distintos… le
respondió ella.
Quedaron
otra vez en silencio mirándose los pies apoyados en la pared, mientras un grupo
numeroso de cucarachas caminaban por las piernas y el abdomen únicamente de él,
quien se las sacaba de encima como podía. Ella entonces comentó: …Hasta las cucarachas tienen mejor sentido de
ubicuidad que tú amorcito ¿es tan difícil entenderlo?
MAURICIO
ROZAS VALZ
Una relación de mundos opuestos que por los prejuicios existentes prefieren mantenerlo a escondidas, algo que siempre será doloroso para alguna de las partes. Buen relato Mauricio.
ResponderEliminarGloria Murillo V.
Gracias Gloria... historias como ésta se repiten todos los días.
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