El mozo sonríe, parece estar
muy contento, lleva el azafate con maestría, con cuidado, con esmero; el
comensal que espera ansioso su desayuno también parece estar muy contento,
hojea una revista y teclea su celular hasta que llega el mozo con su pedido, a
quien agradece efusivamente; a los pocos minutos llega una niña de aproximadamente
trece años… es su hija, quien también está muy contenta y saluda con un sonoro
beso a su padre. A dos mesas de distancia, un anciano lee un diario en inglés y
también sonríe, bebe sorbos de café con voluptuosidad y su expresión de placer
es evidente; suena su celular, mira quién es… y decide no contestar con una
sonrisa malévola; vuelve a su lectura y pide un jugo de papaya. En la terraza, un grupo de cincuentones ha
juntado dos mesas para que entren todos cómodamente; sus carcajadas se oyen a
varios metros de distancia, algunos beben café, otros cerveza y uno bebe un
pisco sour.
El local empieza a llenarse,
todos parecen estar muy contentos. De pronto me entra la tentación de preguntar
a cualquiera de ellos, qué es eso que los tiene tan contentos; no lo hago, pues
deduzco que es el clima, en efecto… el día está muy bonito… el sol salió a
plenitud. Por los parlantes se escucha "Los Molinos de tu pensamiento" de Waldo De Los Ríos, a nadie
parece importarle; busco expresiones y miradas cómplices que me confirmen que
en efecto estoy allí… que los estoy observando… que soy uno de esos comensales…
que no me metí en una película… que no es sólo un sueño del que quiero
despertar y no puedo.
MAURICIO ROZAS VALZ
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