En la Lima de 1,989,
era imposible sustraerse a la desesperanza de un país sin rumbo como
nave al garete. La crisis económica y la
hiperinflación galopante, sumada al terrorismo que a paso lento pero seguro
parecía consolidar su objetivo primigenio: “Del campo a la ciudad” constituían
sin duda la receta perfecta para el caos y la incertidumbre.
Aquella noche de un domingo, Mario, luego de pagar la cuenta
de un milkshake de lúcuma en el Haití, se empeñó en una larga caminata sin
rumbo definido por calles y avenidas miraflorinas. Su estadía vacacional se
había echado a perder por su imprudencia temeraria, sumada a la torpeza
inaudita de un infeliz que cual misil lo interceptó cuando se desplazaba a casi
ciento cuarenta kph, por una avenida de
tres vías, y sólo su sangre fría consiguió corregir el trompo inducido por la
colisión lateral y de paso evitar
impactar de lleno con una columna de gruesos y vetustos árboles que adornaban
el lado derecho de aquella vía, y que sin duda hubiesen resultado en una muerte
segura para él y la total destrucción de su querida máquina. Esos y otros
sombríos pensamientos acompañaban a Mario en su paseo nocturno y aunque transcurrían las primeras semanas de
abril, el clima era todavía agradable y una suave y fresca brisa acariciaba su rostro; transitaba
por la calle Shell, cuando un ligero cansancio lo obligó a realizar una breve pausa antes de
retomar el largo camino a casa; procedió a sentarse en el bajo muro de una
jardinera externa, cuando los elevados decibeles musicales de una inusual
fiesta dominical proveniente del cuarto piso de un edificio de departamentos, llamó su atención al punto de levantar casi por
reflejo la vista hacia aquel ventanal que remataba en un pequeño balcón… Allí, ensimismada, con
la mirada perdida y como ajena a la
algarabía y los gritos festivos del interior, una bella muchacha de dulces y
delicadas facciones daba la impresión
de escudriñar atribulada algún punto
indefinido en el horizonte; y podía
oírse con absoluta claridad la pieza musical de fondo que provenía del interior;
se trataba sin duda de una salsa dura…
dura y cadenciosa… y el cantante con un
comprensible acento caribeño decía algo así:
La
nota es porque es imposible
Seguir viviendo esta
agonía
Quiero que sepas lo que yo
siento
Aunque nunca podrás ser
mía…
Y
una estrofa lastimera y repetida muchas veces por un coro de mujeres:
Sin mirarte yo te miro
Sin sentirte yo te siento
Sin hablarte yo te hablo
Sin quererte yo te quiero….
Nunca le había gustado -ni gustaría- de la salsa y los ritmos tropicales, sin
imaginar siquiera para aquel entonces que alguna vez y en mala hora, surgirían engendros decadentes y horrisonantes
como la tecnocumbia y el impresentable reggaetón. Permaneció en aquel
improvisado asiento por apenas unos
minutos antes de reanudar su marcha; pero por alguna razón -y como si se tratase de
algún mensaje premonitorio, simbólico y velado, aquella imagen del dulce y triste rostro de la muchacha y su largo cabello castaño claro que,
ajena a todo, y que nunca se percató de
su presencia ni de su mirada embelesada con el marco musical de aquella cadenciosa y triste melodía- perdurarían por siempre en su memoria como
recuerdo de una noche aciaga que sin saberlo aún en ese instante, le tenía
deparada una sorpresa más.
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Clínica Ricardo Palma, octubre del 2,010.
…. Un espantoso alarido seguido de una sorda y larga arcada
proveniente de alguna habitación, despertó a Mariella que aquella noche estaba
de guardia. .- Es el paciente terminal de la 509, le informó con una voz aguda
y chillona otra enfermera que presurosa corrió por el pasillo para atender la
emergencia…
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Lo que no pudieron conseguir los innumerables peligros a los
que se expuso en la vida, parecía que al final lo conseguiría una larga y penosa enfermedad. Al principio no le dio
importancia, pero la primera alarma fue un dolor atroz a la altura de los
riñones, cuando empalmó una bola en
primera que cercana al ángulo terminó en un gol… no le hizo caso, y pensó que
se trataba de un desgarramiento muscular. Pero poco a poco el dolor se fue
intensificando, un pequeño bulto afloró por la zona adolorida, perdió peso sin
explicación aparente y unos vómitos recurrentes
lo obligaron a visitar al doctor.
Nunca fue de amilanarse ante nada y decidió dar batalla por
su recuperación hasta el final. El tratamiento sumado a las fuertes dosis de
morfina, lo tenían sumido en una suerte de limbo que le impedía muchas veces
distinguir la vigilia de la ensoñación; pero por otro lado fueron meses en los
que tuvo mucho tiempo para reflexionar acerca de su azarosa vida y, entre
tantos sucesos, como no, aquellos recuerdos de 1,989… la muchacha de la triste melodía con un
mensaje cifrado y los sucesos violentos
que acontecerían algunas horas después.
Nunca supo de donde salió… todo sucedió tan pronto que terminó por trastornar la cronología y
precisión de los acontecimientos. Con el tiempo y para mayor zozobra,
inexplicablemente lo principal, a fuerza de tanto recapitularlo y hasta soñarlo
se desgastó y contaminó al punto que terminó por dejarlo con mucho más dudas que
certezas… sólo recordaría que luego de aquel instante de éxtasis y breve descanso,
decidió continuar su camino con la
vívida imagen de aquella chica de la
inusual fiesta dominical y la melodía
aún resonando en lo más profundo de su
mente; que deambuló por cerca de dos horas más y que próximo a la media noche
se percató que por esos caprichos de
distribución urbana, un camino corto a casa, implicaba transitar por una zona
poco segura y la opción más recomendable, un gran y agotador círculo… que por cansancio y lo avanzado de la noche,
optó por lo primero, confiando en la eficaz protección del arma que siempre
llevaba consigo.
Atento, surcaba una solitaria avenida de talleres mecánicos,
cuando un grupo de borrachos hablando en voz alta y que venían directo hacia él,
hicieron que por precaución cruzara cambiando de acera y dos cuadras más
adelante, cuando ya había prácticamente
salvado la zona peligrosa para adentrarse en la avenida boscosa que era su ruta
habitual, y cuando se disponía a cruzar nuevamente la vía, intempestivamente un hombre con capucha se incorporó desde algún lugar indefinido de
la vereda e hizo el ademán de sacar algo de un abrigo sucio y raído… su alerta
se encontraba en el punto máximo luego del incidente con los borrachos y
mecánicamente desenfundó su arma, no sin
antes barrer en fracciones de segundo todo el escenario con un rápido movimiento
de cabeza para verificar si alguien más podría atacarle desde un punto ciego… en
milésimas de segundo creyó ver un resplandor metálico reflejado por la
luz artificial del poste y sin pensarlo dos veces realizó dos disparos
consecutivos… el estruendo en medio del silencio nocturno le sorprendió a pesar
de estar acostumbrado y luego sobrevino
un silencio invivible … había alcanzado a ver al sujeto tendido de espaldas, que por un
momento antes de desplomarse lo miró como sorprendido y con los ojos muy
abiertos y sólo atinó a huir a toda
carrera y lo más pronto posible de aquel lugar. En aquella época, disparos en
la noche no era que sorprendieran ni alarmaran más de la cuenta a nadie; corrió
unas cuantas cuadras, le pareció oír algún silbato (seguro de algún vigilante privado)
y decidió esconderse en los arbustos de un jardín externo. Comprensiblemente se había quedado sin
aliento y podía nítidamente escuchar el
golpeteo de los acelerados latidos de su corazón; trató de agudizar el oído
esperando escuchar sirenas o pasos cercanos, pero sólo se escuchaban los habituales ladridos de perros a la distancia… luego de
algunos minutos que parecieron eternos, recobró la calma habitual y pensó en qué
hacer. Por un momento se le ocurrió enterrar el arma en ese mismo jardín, pero
luego pensó que podría fácilmente ser hallada por un jardinero, identificada
por el número de serie y relacionada con el hecho por la proximidad del
lugar… decidió entonces enfundarla,
guardar la compostura y con paso firme y seguro tranquilamente tratar de salvar las cinco cuadras
que faltaban para llegar al hogar
familiar donde se alojaba; total, las rondas de patrulleros eran casi inexistentes
por falta de presupuesto y sólo muy de cuando en cuando podía verse algún
vetusto patrullero Amazon o Chevrolet Opala
cayéndose a pedazos… Aquella noche apenas si pudo conciliar el sueño;
durante dos días no salió sino hasta una bodega cercana junto a la que había un
puesto ambulante de diarios para ver si
era noticia de algún titular, pero nada de nada; luego apuró la refacción a medias
de su carro y apenas estuvo en condiciones, decidió recorrer lo más pronto posible, sin
escarmentar y a gran velocidad, los
mil kilómetros del largo regreso a casa.
Durante aquellas duras semanas, tendría mucho
tiempo también para pensar en las cosas que había dejado de hacer… Recordó que aparte
de volar aviones de combate y correr un grand
prix, deseos imposibles por una
simple cuestión presupuestaria, una de
sus más grandes frustraciones era no haber practicado el Surf, deporte que
realmente le fascinaba pero que nunca se
animaría a llevar a la praxis por un
temor congénito y atávico al mar… lo atribuyo a su genealogía, y es que
revisando el origen de sus ancestros, por ningún lado encontró una ciudad, puerto o poblado cercano al mar.
“… No podía recordar cuando
había abandonado el hospital. Por un instante pensó que se trataba de uno más
de tantos sueños delirantes, producto de la fiebre y los potentes analgésicos y más precisamente de un sueño de
consolación como los que suelen visitar y de hecho ya le había ocurrido en días
anteriores a los enfermos graves… pero el lugar se veía demasiado real a pesar de ser casi idéntico al
de las pesadillas recurrentes que lo atormentaron cuando niño; pero por fin se daba la oportunidad de vencer un
temor antiguo y remontar olas colosales… el escenario no podía ser más
espectral y aterrador… las olas
alcanzaban fácilmente los veinticinco metros con unos crespones blancos de
espuma que contrastaban con la negrura de las aguas; el cielo estaba tan cerrado que parecía de
noche, de no ser por algunos lamparazos de luz solar que parecían emerger por
los intersticios de unas enormes y
cargadas nubes… se trataba sin duda de una tempestad, llovía a cántaros,
soplaba un viento gélido y huracanado que le calaba hasta los huesos…” demasiado vívido para ser un
sueño”, pensó, pero no había temor, sólo emoción que se le manifestaba como un
nudo opresivo en el estómago y una gran carga de ansiedad… mientras luchaba por
remontar el mar embravecido hasta la ola más grande, repasó mentalmente su
rutina: recorrería el tubo de derecha izquierda hacia el farallón en postura “
backhand” , luego tentaría algunos “cutbacks” y si fuese posible, un impecable
“ carve”… con una mano alcanzó a encender su reproductor de música acuático que
consistía en un par de auriculares fuertemente ajustados a sus oídos con una
suerte de velcro de gran adherencia; había decidido utilizar en su rutina la
canción “ subdivisions” de Rush, que era el fondo musical recurrente cuando de
imaginarse corriendo olas se trataba…
pero el estruendo de las olas reventando en el farallón y cortando el aire como
un gigantesco cuchillo era tan atronador, que sintió que opacaban por completo
la introducción… pensó en una segunda alternativa y se decidió al fin por “
Ocean size” de Jane’s Addiction, con su poderoso, estridente y motivador riff, más acorde con la brutal contaminación
acústica del entorno.
Total, no se trataba de una
mañana soleada en Australia o Hawai y no habría testigos, cámaras, ni pódium
tomando por la cintura a dos turgentes y
espectaculares rubias de eurítmicas líneas en diminutos bikinis de
hawaiian tropic… ni posterior y sensual
fiesta de antorchas por la noche… se
trataba crudamente de un encuentro con
el destino, de un desafío personal, sin
nadie que dé testimonio de su hazaña, como tantas batallas memorables de héroes
trágicos y olvidados por la historia, de
causas a priori perdidas que tuvieron
por escenario áridos arenales o gélidos pajonales de su país … de victorias
resonantes como exordio y de cadáveres
insepultos y mancillados como epílogo, derrotados por la oscura mano de la
fatalidad y la perfidia… por alguna
razón pensó por un instante en el “joven” Pizarro y en su jamás derrotado en
legítima acción de armas, el “ gran maestre de campo Carvajal” y el
casi olvidado y resonante triunfo de Huarina… y lo que acaso pudo ser la
primera oportunidad perdida para una prematura y más favorable consolidación de su país.
Alcanzó por fin a duras
penas -y agotado- su objetivo de montarse en la ola… pronto se daría cuenta que nada de lo
previamente visualizado acerca de su
rutina podría desarrollarse de acuerdo a lo planeado… de pronto se conformó con
mantenerse de pie sobre la tabla y con la enorme pared de la ola a escasos centímetros de su
espalda se sintió brutalmente empujado dentro del tubo como si se tratase de la
vertiginosa pendiente de una montaña rusa… casi de inmediato cayó en la cuenta
de que había pecado de optimista, y que
el reto resultaría superior a sus fuerzas… en el acto tomó conciencia que no
había forma de escapar de allí, faltaba todavía mucho recorrido y el tubo
comenzada a cerrarse directamente sobre él… no salía de su asombro ante lo
inexorable, cuando por el rabillo del ojo le pareció distinguir a una persona a
orillas de la playa. Pensó que se trataba de una alucinación propiciada por
aquel instante cumbre… pero uno de los fantasmales rayos de luz, que por
sectores iluminaba la playa, permitió que distinguiera la silueta de un hombre
que parecía empeñado en enseñarle un objeto metálico que sostenía con la mano…
su cuerpo entero se estremeció cuando creyó reconocer la capucha y el abrigo
viejo y raído… en un último instante antes de terminar de ser devorado por la
gigantesca ola, alcanzó a distinguir su rostro… se trataba de un muchacho de
raza negra casi adolescente… joven, más joven aún de lo que era él en aquel año
de 1989; y el objeto brillante que en aquella ocasión apenas consiguió distinguir con la tenue luz del poste, no era
un arma; era sólo un viejo y abollado
tazón metálico de limosnero… alcanzó a
proferir un desgarrador grito de horror, apenas antes de que una náusea
incontenible hiciera erupción desde lo
más profundo de sus entrañas y luego todo se hizo sólo silencio y oscuridad.
GUSTAVO ROZAS VALZ
Noviembre del 2012.
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