Vistas de página en total

martes, 28 de agosto de 2012

DECADENCIA





Últimamente, como consecuencia de la rebaja en los impuestos a los espectáculos, han llegado a nuestro país muchos cantantes y grupos musicales de todos los géneros. 

En más de una ocasión, he podido apreciar con mucha pena la decadencia de algunos cantantes o músicos que en otros tiempos fueron mis favoritos. Es triste verlos ya viejos, algunos con evidente sobrepeso y otros todo lo contrario. Y lo que es peor, escuchar sus voces tenues y apagadas, sus movimientos y bailes torpes. Algunos incluso cantando en espectáculos distritales junto a grupos de barrio, quizá por cuatro pesos, porque el destino les jugó sucio, porque la suerte les cobró con intereses de usura sus tiempos de gloria, en fin, es una pena. 

Suele pasar lo mismo con otro tipo de artistas y deportistas. Es también muy triste ver a un futbolista que hasta hace poco jugaba en una de las planillas más caras, verlo hacer el ridículo en un equipo de segunda división de un país que con las justas aparece en el mapa. O ver a un boxeador otrora imbatible siendo derrotado por cualquier paquete, en fin. Salvando las enormes distancias, e imaginando  casos hipotéticos. No soportaría ver a Szyszlo sentado y vendiendo sus cuadros en el parque Kennedy, como tampoco soportaría ver a Mario Vargas Llosa escribiendo su columna en “El Trome” o el “Ajá” sería muy triste.

Es por eso que a veces es preferible enterrar vivas a algunas personas cuando percibimos que empiezan a cambiar para mal, cuando la curva hacia abajo no sube por nada, cuando sentimos la primera vocecita interior que nos avisa con pena que hemos dejado de admirarlas. Es en ese momento que hay que correr sin mirar atrás. No escuchar más, no ver más, guardar suficiente distancia para tratar de conservar lo poco que queda de aquella vieja admiración.

MAURICIO ROZAS VALZ

sábado, 25 de agosto de 2012

PARA SIEMPRE


 
 
¿Fueron unos días?

¿Algunos meses?

¿Varios años?

Finalmente da lo mismo

 

Durante ese tiempo se dieron íntegramente

Conocieron desde sus más aromáticos y sensuales perfumes

Hasta el aliento rancio de sus amaneceres

 

Disfrutaron sus lados mágicos y luminosos

Y se confesaron sus más sórdidas sombras

 

Nuevamente se convencieron

Repitiéndose hasta el cansancio: “Esta vez sí”.

 

Una vez más

Soñaron una casa frente al mar y niños hermosos.

 

Planificaron con oficiosidad cada paso a seguir

Se pusieron reglas

Y juraron… por su amor... respetarlas

 

Una noche

Cual designio de Dios

Sus perfumes se volvieron azufre

Y opacáronse sus brillos

 

Las horas del día duplicaron

Y el sexo retomó su primigenia condición biológica

 

Y una vez más

Regresaron a su estado original.

 

Es decir solos

 

Solos como vinieron

 

Solos como se irán

 

 

MAURICIO ROZAS VALZ

 

 

 

jueves, 23 de agosto de 2012

NOCIÓN DEL RIDÍCULO




Hace ya algunos meses, en un programa de tv dominical, vi una más de las miles de escenas horriblemente vergonzosas que últimamente se han puesto de moda. Se trataba de un muchachito idiota que dicen que es cantante y una conocida ex vedette del medio farandulero. 

Aquel muchachito idiota  (quién sólo pocos días antes de ese programa ocupaba sendos titulares de diarios y noticieros de tv, anunciando a gritos y escandalosamente su rompimiento definitivo e irreversible con la ex vedette por infidelidad), ahora daba marcha atrás. Declaraba ante cámaras (miles de personas)  que estaba dispuesto a perdonar y retomar su dizque ‘relación’. Y como condimento a su ya bochornoso papelón, el muchachito idiota lloriqueaba como plañidera y sin ningún pudor ante las cámaras. Además, aducía como infame argumento a su pequeño hijo, lo que hacía más indignante aquella bochornosa escena; es decir… exponía y utilizaba de manera ruin a un inocente niño para justificar su total ausencia de dignidad, amor propio y noción del ridículo.

Algo parecido ocurrió tiempo atrás con un cómico anciano, quién también, luego de hacer tremendo escándalo anunciando indignado y entre lágrimas que rompía su relación porque le habían chantado un hijo ajeno… al poco tiempo regresó con aquella mujercita, quién no tuvo reparos en jugar con algo tan delicado como un niño para atrapar un hombre con relativa fortuna; y éste viejo idiota… no tuvo mejor idea que contar chistes sobre sus cuernos, como si así pudiera tapar todo el manto de ignominia que cubría toda esa vergonzosa situación.

Pero esto es sólo el reflejo mediático de una penosa realidad. Hace unos meses, una amiga me contaba que había conocido a un hombre que le había movido el piso, y que entonces había decidido dejar a su novio de hace siete años por él. Me contó además, que a ella no le gustaba mentir y que en una última conversación le había contado toda la verdad sobre su nuevo romance. Pero bueno, hasta ahí la historia no tendría nada de especial, esto pasa todos los días. Lo penoso fue que, hace un par de semanas me la encontré caminando en un supermercado y bien abrazada con su  -para mí-  ex novio. A él se le veía muy contento y además me saludó con mucha efusividad… yo respondí el saludo en automático y sin salir de mi estupor. Al día siguiente me llamó mi amiga en ataques de risa para comentarme lo graciosa de mi expresión de sorpresa que no pude disimular. Me contó que, sobre la marcha de las dos primeras semanas de relación con su nuevo novio, había visto “cosas que no le gustaron mucho”… entonces… decidió dejarlo ahí y retomar su relación con su ex, quien aceptó casi inmediatamente ¿…?  No pude resistir el preguntarle: - ¿luego de todas las escenas de indignación que protagonizó? ¿Luego de llamarte ‘puta’ en todos los idiomas y hasta la saciedad, e ir a contarle lo sucedido en llantos a todo el mundo y hasta a tu madre?...  no puedo creerlo (… )  - es que tú eres muy machista, cholito, ya las cosas cambiaron…  me respondió.

Y  para demostrar  que no subyace machismo alguno… pondré otros tantos ejemplos muy cercanos pero al revés… de mujeres que soportan toda clase de humillaciones en nombre de lo que llaman (al igual que los arriba mencionados) ‘amor’. Hace algún tiempo, una conocida tuvo la desgracia de caer en manos de un hombre casado, quién, para variar, le hizo el viejo cuento del ‘separado’, (cuento más viejo que el ‘tumi de oro’), y le prometió que inmediatamente iniciaría sus trámites de divorcio para casarse con ella. Pasó cerca de un año, y ante la presión de ella… le dijo que tenía ‘problemas’ para concretar su divorcio y que tenía que pasar más tiempo con su esposa y su pequeño hijo. Luego de eso, vi a esta mujer muy segura y decidida a terminar esa complicada relación… muy valiente, ella mostraba un orgullo enajenado… y al poco tiempo… nuevamente retomó esa relación ante una nueva promesa de reiniciar el tema del divorcio. 

Hasta ahí  -y por principio-  podríamos darle el beneficio de la duda… pero al poco tiempo… el tipo otra vez le dijo que no se podía divorciar… y que es más, pensando en su hijo había decidido retomar la relación con su esposa.  Ella sufrió mucho, se había obsesionado con aquel despreciable tipo. Pero nuevamente, hasta ahí, se podría hablar de una relación fallida más y que llegó a su final por imposibilidades infranqueables, pero no… hace sólo una semana los vi otra vez juntos. Incluso ella - sin ruborizarse de la vergüenza-  lo llevó de la mano a una parrillada donde estaban todos sus amigos y amigas a los que había contado entre lágrimas cómo la había dejado por segunda  -y definitiva- vez y el sufrimiento que todo esto le causaba. La situación era clara, esta chica había decidido aceptar el denigrante papel de ‘la otra’ por el resto de los tiempos  ¿a eso puede llamársele ‘amor’?

He visto también a más de una amiga humillarse soportando engaños, relaciones paralelas y toda clase de maltratos emocionales y físicos en nombre del ‘amor’. Tengo una conocida que es profesional con dos maestrías y un hermano abogado… a ella, cada cierto tiempo la veo con un moretón diferente y hace varios años que soporta a un marido que la golpea cada que se emborracha y además tiene otra familia en otro distrito… pero… ‘ay de quién ose rajar de su maridito’ sólo cuando está recién golpeada llora, luego se le pasa y lo defiende como leona… ¿ustedes entienden algo?

Todos los ejemplos arriba mencionados obedecen a conductas envilecidas y tienen todas como causal común, lo que -creo- se conoce erradamente como ‘amor’. Al menos, a mí me enseñaron que amor era afecto, cariño, entrega, solidaridad, respeto, consideración, sinceridad, lealtad, desprendimiento, generosidad y hasta piedad; todo eso se podía expresar en una sola palabra llamada ‘amor’. Me pregunto… ¿en qué momento se incluyó como manifestación de amor al engaño, a la desconsideración, a la deslealtad, a las humillaciones, a los golpes y a las ofensas? No lo sé. Quizás, supongo, la real academia de la lengua tendría que pensar en una nueva palabra que englobe todo lo sublime… y dejarle por uso, costumbre y ocupación la palabra ‘amor’ a toda esta clase de pasiones vergonzosas, denigrantes y viles.

MAURICIO ROZAS VALZ

martes, 21 de agosto de 2012

PUERTO CELESTE





Sol aprovechó sus cortas vacaciones para viajar a su país. Hacía más de diez años que, por su trabajo como funcionaria de la ONU, había tenido que abandonarlo y se mudaba contínuamente de un país a otro… de un continente a otro. Eran realmente pocas las oportunidades que tenía de viajar a su país y visitar a sus padres y hermanos. Esta vez era diferente porque contaba con treinta días de vacaciones y quería aprovecharlos viajando por su propio país que en realidad conocía muy poco.

Sol era muy osada y la mayor parte de sus viajes los había realizado sola, enfrentando todos los riesgos que eso conlleva. Quería saber si era real o era ficción, la existencia de un pequeño y rústico albergue en la costa sur sobre el que había leído en una novela hacía mucho años, y al que se llegaba por un camino afirmado y poco transitado que quedaba en una pequeña caleta llamada: Puerto Celeste. Alquiló una camioneta y partió a las seis de la madrugada de la capital con rumbo a aquel lugar, acompañada únicamente con el perro de su padre, un labrador de nombre: Maximiliano.

Eran aproximadamente las dos de la tarde, y de acuerdo a las coordenadas que había anotado en un pequeño mapa, tomó el desvío afirmado que lo llevaría en aproximadamente media hora a su destino. Aquel camino era realmente intransitable, a pesar de conducir una Land Rover 4 x 4, tuvo que parar hasta en dos oportunidades por haberse encallado, llegando en poco más de una hora a su misterioso destino.

Aquel lugar era muy extraño pero no menos acogedor. Era una pequeña casa de hachones y madera que tenía una terraza muy grande con varias hamacas y una pequeña barra con tres sillas de bar muy modernas de color rojo, una cava muy grande y una congeladora también roja y muy moderna que rompían con todo el estilo rústico del lugar. 

La recibió un hombre de aproximadamente cuarenta años de escasa cabellera y larga barba entrecana. Se presentó ante ella con el nombre de Tarik. Luego de las preguntas de rigor acerca de cómo así había llegado hasta ahí, cargó sus maletas y la acompañó hasta un pequeño bungalow que estaba ubicado como a cincuenta metros de la casa. En el camino, la química entre Tarik y Maximiliano fue inmediata. Maximiliano le movía la cola y jugaba con un pequeño palo que Tarik le lanzaba y que él obedientemente alcanzaba y traía de vuelta a sus manos. Una vez que llegaron, le dijo que la esperaría afuera a que se instale para hacerle un recorrido por el lugar.

Sol desempacó, tomo una ducha y se vistió con prisa. Aquel lugar le despertaba mucha curiosidad. A pesar de haber viajado incontables veces y conocer los cinco continentes y haber visitado los más exóticos e insólitos lugares… aquel lugar en su propio país le llamaba mucho la atención. Salió a la puerta de su bungalow, y Tarik la esperaba recostado en una hamaca acariciando la cabeza de Maximiliano que se había quedado dormido.

Tarik llevaba permanentemente el torso desnudo, tenía la piel curtida por el sol y la sal del mar, y usaba una cadena de oro muy gruesa con un relicario redondo. Conversaron de diferentes cosas hasta llegar a su pequeña casa, detrás de la cual, había un puente colgante que comunicaba con un camino delgado que bordeaba un peñasco. Detrás de ese peñasco había una suerte de pequeño club que tenía una cancha de tenis sobre césped, una piscina muy chica que estaba vacía y un juego de sapo con un pizarrín. En ese momento se encontraban jugando tenis dos mujeres de rasgos asiáticos, una muy gorda y otra muy delgada, quienes de inmediato pararon el juego y se acercaron a saludar a Tarik y a su huésped. Las presentó como sus amigas y su único personal de confianza; la más gorda se llamaba Fiorella y las más delgada Fabiana, ambas se comprometieron a servirle en lo que se ofreciera, le indicaron que en la entrada de su bungalow había una campana y solo tenía que tañerla para que cualquiera de las dos se acercara a atenderla.

Como a cincuenta metros del pequeño club, había una cabaña muy grande con una terraza muy cerca del mar. Tarik le dijo que ese era su estudio privado. Lo que más le extrañó a Sol, fue que en los cuatro lados del techo de aquella cabaña se encontraban ocho pelícanos, todos de color muy negro. Ella nunca había visto algo así y no resistió la tentación de preguntarle de dónde los había conseguido. A él le molestó la pregunta y le pidió más respeto para con sus consejeros espirituales. Ella asintió y se quedó callada. Luego de unos segundos de silencio, él le dijo: Te los voy a presentar, son mis ocho amigos, mis amados pelícanos negros. De izquierda a derecha: Fabricio, Venancio, Prudencio, Fulgencio, Vinicio, Tarsicio, Patricio y Gervasio. Sol no pudo contener la risa por los nombres de los pelícanos, es más, le dio un ataque de risa que logró contagiar a Tarik y ambos rieron por varios segundos. Tarik aplaudió con los brazos levantados y todos los pelícanos encabezados por Gervasio alzaron vuelo con dirección al mar.  

La hizo pasar a su estudio y el ambiente rompía totalmente con la rusticidad exterior. El piso era de madera laminada y las paredes estaban pintadas de muchos colores llamativos. Tenía un equipo de música muy moderno y cientos de discos perfectamente ordenados en  anaqueles que ocupaban casi una pared. Empalmaban esos anaqueles, otros llenos de libros, entre viejos y modernos. Había una computadora de pantalla muy grande y algunas portátiles apiladas y muchos cuadros colgados uno muy cerca del otro y todos muy diferentes.

La invitó a tomar asiento, destapó dos cervezas que sacó de un congelador y él también se sentó.

-      Bueno, Sol, ya conoces mi modesto hogar ¿qué te parece?
-      Muy bonito, Tarik, bueno… la verdad, bonito precisamente… no es, pero es original, especial… imagino que será cosa de acostumbrarse.
-      ¿Qué te parece tan especial? ¿Mis empleadas chinas? ¿Mis pelícanos negros? ¿Mi casa?
-      Todo, Tarik… todo, es más, te confieso que me intriga y hasta me atemoriza un poco. ¿Cuánto tiempo trabajan para ti Fiorella y Fabiana?
-      Desde siempre, igual que mis ocho pelícanos, igual que este lugar, que todo, siempre estuvieron conmigo…  siempre.
-      Y bueno, no te termino de creer. Todo comienza un día y termina otro… todo. Tú, yo, tus pelícanos, tus empleadas chinas y Maximiliano… todo. ¿No es así?
-      No, Sol, no es así, aparentemente quizás… pero si lo analizas bien, es tu percepción sobre las cosas la que comienza y termina, pero a mis ocho pelícanos negros, a mis empleadas chinas, a Maximiliano y a mí nos importa muy poco tu percepción, y no te ofendas pero es así, o es que acaso a ti te importa mucho mi percepción y la de ellos.  Bueno, quizás te importe pero nunca sabrás como es esa percepción.
-      Bueno, ya, no intentes  marearme con tu discursete metafísico que a mí no me apabullas, querido Tarik… pero tú tampoco te molestes… ya estoy más tranquila y adaptada. ¿Tienes otra cosa que no sea cerveza? ¿Un vino, quizás?
-      Claro que sí, Sol, claro que sí.

Tarik se paró hacia un pequeño bar, descorchó una botella de vino tinto y la llevó con una copa hasta la pequeña sala en la que conversaba con Sol.

-      Bueno, Estábamos en que pensabas que todo lo que te decía sobre el principio y el fin de todas las cosas te parecía un discursete embaucador.
-      No dije ‘embaucador’ dije ‘discursete’, eso sí, y no te molestes que no fue mi intención. Entenderás que soy abogada, que mi trabajo es muy especializado y que tengo por fuerza que tener siempre los pies en la tierra ¿Lo comprendes?
-      Claro que sí, Sol, claro que sí. Bueno, ahora, si no te molesta, cuéntame de ti.

Sol, conforme iba bebiendo fue entrando en confianza y le contó muchas de sus aventuras, sus fascinantes anécdotas y vivencias en su agitada vida viajando siempre, de un pueblo a otro, de una ciudad a otra, de un país a otro y de un continente a otro. Tarik estaba fascinado con su narración, la escuchaba con mucha atención y reía a carcajadas con la gracia que ella le contaba algunos pasajes de su vida. De rato en rato le pedía una pausa para anotar algunas de esas vivencias en su bloc y para sacar una cerveza del congelador. 

Dieron las ocho de la noche y Sol se paró de su silla. Le dijo que ya le había contado más de lo prudente tratándose de alguien a quien recién conoce y que no se acordaba cuando fue la última vez  -si acaso la hubo-  que ella llegaba a tomar ocho copas de vino, que ya era suficiente y estaba un poco mareada y que tenía que descansar porque al día siguiente, a los ocho de la mañana, partiría continuando su viaje rumbo al sur del país. 

Sol se despidió de Tarik con un beso en las dos mejillas. Él sonrió, le tomó las manos y le agradeció por su visita. Ella Le pidió que la despida de sus ocho pelícanos negros y de sus empleadas chinas. Tarik le agradeció, se despidió de Maximiliano acariciándole la cabeza y le deseó buenas noches.
 
MAURICIO ROZAS VALZ



viernes, 17 de agosto de 2012

EL MUSTANG




Cursaba el primer grado del colegio. Por aquel entonces se le llamaba “transición”, nombre de lo más adecuado, a mi parecer, porque en efecto era la transición entre la libertad y el presidio. Por primera vez en mi vida alternaba con tanto extraño de mi edad. Había estado acostumbrado a alternar y jugar con mi hermano y con mis primos entre cercanos y lejanos.

En aquel salón, entre otros personajes, tenía un compañero algo mayor, muy alto y corpulento comparado con el resto. Su nombre era Flavio, pero todos lo conocíamos como El Mustang. En efecto, él estaba seguro de ser un Mustang de ocho cilindros en V.  Yo para ese entonces no tenía muy claro el concepto de locura. Ese término lo asociaba exclusivamente a los indigentes pelucones, semidesnudos y sucios que eventualmente veía transitando por la calle. Lo único que tenía claro era que no era igual al resto, lo cual francamente no me molestaba. Es más, incluso llegaba a divertirme. 

Recuerdo que muchas veces, a mitad de alguna clase, lo veía mover la mano derecha como haciendo algún cambio en la caja. También movía los pies bajo la carpeta como quien frena y acelera, y lo más gracioso era la mirada fija en la puerta del salón. Pienso que para él la hoja derecha de la doble puerta del salón era como la bandera que al abrirse daba inicio a la carrera. En efecto funcionaba así: miraba el reloj, y a escasos minutos de la hora de salida al recreo, encendía el motor, ruun, ruun, ruun… mientras movía el pie derecho bajo la carpeta y mantenía el izquierdo fijo, como esperando la señal para soltar el embrague. Se abría al fin la puerta, ponía primera y arrancaba disparado hacia la puerta, atropellando a todos lo que osaban cruzarse en su camino.Ya con el tiempo lo dejábamos salir primero para no salir lastimados. Una vez en el pasillo, corría como alma que lleva el diablo hacia el patio y los jardines. Ya en campo abierto, no paraba de correr con los brazos y las manos en posición de piloto. Si alguien se le cruzaba, decía: “tiiiiiiii-tiiiii-tiiiii…”, y había que hacerle paso porque si no, te pasaba por encima.

Recuerdo que una vez, en uno de tantos recreos, me encontraba devolviendo una botella de gaseosa en el kiosco. El kiosko, para él, eran los “pits” donde recargaba combustible, y la kola escocesa, su gasolina. Se colocó a mi lado y me dijo: “Ya pues amigo, tú eres un Camaro… Una carrerita, no seas maricón”. Nadie aceptaba sus carreritas, de manera que, para que no se molestara, acepté. Pusimos primera los dos, arrancamos, y antes de los primeros diez metros hice como que se malograba mi Camaro. Él siguió raudo girando levemente la cabeza a la izquierda como mirando por el retrovisor, para carcajada de los demás compañeros, que se burlaban siempre cruelmente de nuestro compañero El Mustang.

Y así transcurrió transición, con el ruido de fondo del motor de nuestro compañero El Mustang. Al año siguiente, pasando a primero, no lo volvimos a ver.

¿Qué habrá sido de la vida de nuestro compañero Flavio, el famoso Mustang? ¿Habría terminado estrellado contra un poste, en un cementerio de autos viejos, o en el garaje de algún coleccionista? ¿O por fin se habría cambiado por un modelo más moderno?


MAURICIO ROZAS VALZ

martes, 14 de agosto de 2012

SIESTA




Son las tres y treinta de la tarde de un sábado de febrero. Estamos en plena canícula. El sol es abrasador, el calor insoportable. He bebido unas cervezas y he comido unas anchoas. El sueño me vence. Voy al dormitorio, tomo una ducha y me echo a dormir. El sol entra radiante por la ventana. Hace calor, mucho calor. He llevado un vaso de agua al velador, bebo un sorbo, me seco el sudor. Escucho las voces y las risas de mis amigos. Trato de distinguir con leve esfuerzo la voz de ella, no la logro escuchar. Mis ojos se cierran, el ruido se hace lejano. Escucho en mi vigilia el reventar de las olas en los acantilados. Un vallenato de Carlos Vives se oye a lo lejos. Hay ambiente de fiesta, la gente celebra, no sé bien qué, tampoco interesa, pero celebra, están contentos. Yo también lo estaba hasta hace unos minutos. Quería quedarme, quería reírme, quería bailar, mi cuerpo no daba. Mis ojos se cierran, escucho abrirse la cerradura, siento unos pasos húmedos que ingresan al cuarto, escucho la ducha y su voz en canto suave. Quiero despertar, pararme y mirarla, no me obedece el cuerpo. Ya no se oye la ducha, sus manos suaves acarician mis hombros, me besa en la nuca, se recuesta a mi lado. Y quiero volverme hacia ella. Distingo su olor, pero nada puedo hacer. Luego se levanta, se cierra la puerta. Nuevamente risas, nuevamente bulla, y los vallenatos.

No recuerdo más. Luego me despierto, todo es muy oscuro. Ya no se oye ruidos, ya no hay risotadas ni música alegre, sólo se oye el mar. Ya todos se fueron, se acabó la fiesta. Otra vez no estuve, y ahora que lo pienso, ella nunca estuvo. No me perdí nada.


MAURICIO ROZAS VALZ


domingo, 12 de agosto de 2012

EDIFICIO QUEMADO




Corría tras ella. No sé por qué le dio por teñirse de rubia. Nunca la había visto así. Tampoco sé qué hacía corriendo por las calles de la vieja avenida en camisón. Me parecía peligroso y muy extraño. Era además un camisón blanco de satín que con las justas le tapaba la mitad de los muslos, y al correr se le levantaba y dejaba ver demasiado. Corría velozmente. Yo la seguía angustiado. Los noctámbulos, los borrachos y los taxistas lechuceros la miraban estupefactos. Era muy peligroso. No podía dejar de perseguirla, me aterraba la idea de que hiciera una locura mayor a la que ya de por sí estaba haciendo. De hecho que estaba loca, demasiado loca. Pero la quería más de lo que es normal y sensato querer a una mujer. La sola idea de que algo le sucediera era algo que no estaba dispuesto a soportar.

Estaba pronto a alcanzarla, cuando ingresó velozmente a un edificio viejo. Aquel edificio estaba abandonado. Se había incendiado hacía muchos años y desde entonces nunca fue refaccionado. Tenía diez pisos, y al centro, una enorme escalera tipo caracol. El espacio al centro era redondo y cada giro de la escalera subía un piso,  era muy amplio. Las escaleras no tenían baranda y todas las paredes estaban quemadas. No tenía puertas ni ventanas, todo se había quemado. Sólo quedaban huecos. No había ninguna luz interior, sólo la luz de los postes de la vieja avenida que entraba por los huecos de las ventanas. 

Cuando empecé a subir, sólo veía moverse, dos pisos arriba, una tela blanca. Oía sus pasos descalzos subir presurosos. Yo subía corriendo. cada paso mío era un paso de ella. No podía acortar la distancia. Era muy angustiante. Mientras subía, pensaba que su intención era llegar al piso diez y saltar. No podía hacerme eso. No, de ninguna manera, el sentimiento de culpa y la sola posibilidad de que ya no continuara en este mundo era demasiado. Es más, mientras subía corriendo, pensaba que si ella lo hacía, no me dejaría más alternativa que saltar tras ella. Eso era algo que tampoco me podía permitir. Toda mi vida, desde la infancia, transcurría por mi mente mientras ya iba por el piso siete. Luego de unos escalones no escuché mas sus pasos. De pronto hubo silencio, dejé de ver la parte baja de su camisón.

Llegué al piso nueve. Me detuve. La buscaba por todos los departamentos. Todo estaba vacío, quemado y sin puertas. Escuché una respiración agitada, la que trataba de seguir a oído. Caminaba de puntas, trataba de ser silencioso, no quería asustarla. Los respiros se hacían cercanos. Me acerqué a un balcón. Allí estaba, tendida al filo del balcón que no tenía barandas. Profundamente dormida. La cargué con mucho cuidado. Temía que despertara y cayera. 

La cargaba en brazos mientras bajaba pausadamente por la escalera. Despertó. Me preguntó: “¿Qué pasó?”. “Nada mi amor, descansa. Mañana es otro día”, le respondí.


MAURICIO ROZAS VALZ


miércoles, 8 de agosto de 2012

FINALES



Hay en el último día de cualquier capítulo siempre algo muy intenso y ambivalente. Todos los finales nos dejan una marca imborrable en el espíritu; nos dibujan una línea, ya sea con sangre o miel, que nos indica el inicio de una nueva etapa, algunas veces llena de ilusión y esperanza  y con una dosis de temor,  y otras inicialmente desoladora y confusa, pero con esperanza también.



Si el capitulo que se cerró fue doloroso, el último día será alegre y emocionante, como por ejemplo: el último día en una prisión o en un hospital, el final de un secuestro, el último día de clases en el colegio, o el día que pagamos la ultima cuota de una deuda que nos quitaba el sueño.  Pero si lo que termino fue pleno y nos creamos muchas expectativas o simplemente nos habíamos acostumbrado; como pueden ser: la muerte de un ser querido, el ultimo día en un empleo que necesitábamos, o el final de un gran amor;  su día final será desolador y confuso, más aun si no lo esperábamos.


Y así, a medida que pasen los años, serán cada vez más los capítulos cerrados, que al final conformaran todos, la gran novela de nuestra vida, a veces triste,  a veces feliz como todas las novelas.


Cuanto más capítulos se vayan cerrando, su efecto en nosotros será cada vez menor y erradamente pensaremos que nos hicimos mas fuertes, cuando simplemente lo que sucedió fue que nos fuimos insensibilizando (no es lo mismo fortalecerse que insensibilizarse),  nuestro corazón encalleció y dejamos en cada capítulo... algo de nosotros.

MAURICIO ROZAS VALZ