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martes, 21 de agosto de 2012

PUERTO CELESTE





Sol aprovechó sus cortas vacaciones para viajar a su país. Hacía más de diez años que, por su trabajo como funcionaria de la ONU, había tenido que abandonarlo y se mudaba contínuamente de un país a otro… de un continente a otro. Eran realmente pocas las oportunidades que tenía de viajar a su país y visitar a sus padres y hermanos. Esta vez era diferente porque contaba con treinta días de vacaciones y quería aprovecharlos viajando por su propio país que en realidad conocía muy poco.

Sol era muy osada y la mayor parte de sus viajes los había realizado sola, enfrentando todos los riesgos que eso conlleva. Quería saber si era real o era ficción, la existencia de un pequeño y rústico albergue en la costa sur sobre el que había leído en una novela hacía mucho años, y al que se llegaba por un camino afirmado y poco transitado que quedaba en una pequeña caleta llamada: Puerto Celeste. Alquiló una camioneta y partió a las seis de la madrugada de la capital con rumbo a aquel lugar, acompañada únicamente con el perro de su padre, un labrador de nombre: Maximiliano.

Eran aproximadamente las dos de la tarde, y de acuerdo a las coordenadas que había anotado en un pequeño mapa, tomó el desvío afirmado que lo llevaría en aproximadamente media hora a su destino. Aquel camino era realmente intransitable, a pesar de conducir una Land Rover 4 x 4, tuvo que parar hasta en dos oportunidades por haberse encallado, llegando en poco más de una hora a su misterioso destino.

Aquel lugar era muy extraño pero no menos acogedor. Era una pequeña casa de hachones y madera que tenía una terraza muy grande con varias hamacas y una pequeña barra con tres sillas de bar muy modernas de color rojo, una cava muy grande y una congeladora también roja y muy moderna que rompían con todo el estilo rústico del lugar. 

La recibió un hombre de aproximadamente cuarenta años de escasa cabellera y larga barba entrecana. Se presentó ante ella con el nombre de Tarik. Luego de las preguntas de rigor acerca de cómo así había llegado hasta ahí, cargó sus maletas y la acompañó hasta un pequeño bungalow que estaba ubicado como a cincuenta metros de la casa. En el camino, la química entre Tarik y Maximiliano fue inmediata. Maximiliano le movía la cola y jugaba con un pequeño palo que Tarik le lanzaba y que él obedientemente alcanzaba y traía de vuelta a sus manos. Una vez que llegaron, le dijo que la esperaría afuera a que se instale para hacerle un recorrido por el lugar.

Sol desempacó, tomo una ducha y se vistió con prisa. Aquel lugar le despertaba mucha curiosidad. A pesar de haber viajado incontables veces y conocer los cinco continentes y haber visitado los más exóticos e insólitos lugares… aquel lugar en su propio país le llamaba mucho la atención. Salió a la puerta de su bungalow, y Tarik la esperaba recostado en una hamaca acariciando la cabeza de Maximiliano que se había quedado dormido.

Tarik llevaba permanentemente el torso desnudo, tenía la piel curtida por el sol y la sal del mar, y usaba una cadena de oro muy gruesa con un relicario redondo. Conversaron de diferentes cosas hasta llegar a su pequeña casa, detrás de la cual, había un puente colgante que comunicaba con un camino delgado que bordeaba un peñasco. Detrás de ese peñasco había una suerte de pequeño club que tenía una cancha de tenis sobre césped, una piscina muy chica que estaba vacía y un juego de sapo con un pizarrín. En ese momento se encontraban jugando tenis dos mujeres de rasgos asiáticos, una muy gorda y otra muy delgada, quienes de inmediato pararon el juego y se acercaron a saludar a Tarik y a su huésped. Las presentó como sus amigas y su único personal de confianza; la más gorda se llamaba Fiorella y las más delgada Fabiana, ambas se comprometieron a servirle en lo que se ofreciera, le indicaron que en la entrada de su bungalow había una campana y solo tenía que tañerla para que cualquiera de las dos se acercara a atenderla.

Como a cincuenta metros del pequeño club, había una cabaña muy grande con una terraza muy cerca del mar. Tarik le dijo que ese era su estudio privado. Lo que más le extrañó a Sol, fue que en los cuatro lados del techo de aquella cabaña se encontraban ocho pelícanos, todos de color muy negro. Ella nunca había visto algo así y no resistió la tentación de preguntarle de dónde los había conseguido. A él le molestó la pregunta y le pidió más respeto para con sus consejeros espirituales. Ella asintió y se quedó callada. Luego de unos segundos de silencio, él le dijo: Te los voy a presentar, son mis ocho amigos, mis amados pelícanos negros. De izquierda a derecha: Fabricio, Venancio, Prudencio, Fulgencio, Vinicio, Tarsicio, Patricio y Gervasio. Sol no pudo contener la risa por los nombres de los pelícanos, es más, le dio un ataque de risa que logró contagiar a Tarik y ambos rieron por varios segundos. Tarik aplaudió con los brazos levantados y todos los pelícanos encabezados por Gervasio alzaron vuelo con dirección al mar.  

La hizo pasar a su estudio y el ambiente rompía totalmente con la rusticidad exterior. El piso era de madera laminada y las paredes estaban pintadas de muchos colores llamativos. Tenía un equipo de música muy moderno y cientos de discos perfectamente ordenados en  anaqueles que ocupaban casi una pared. Empalmaban esos anaqueles, otros llenos de libros, entre viejos y modernos. Había una computadora de pantalla muy grande y algunas portátiles apiladas y muchos cuadros colgados uno muy cerca del otro y todos muy diferentes.

La invitó a tomar asiento, destapó dos cervezas que sacó de un congelador y él también se sentó.

-      Bueno, Sol, ya conoces mi modesto hogar ¿qué te parece?
-      Muy bonito, Tarik, bueno… la verdad, bonito precisamente… no es, pero es original, especial… imagino que será cosa de acostumbrarse.
-      ¿Qué te parece tan especial? ¿Mis empleadas chinas? ¿Mis pelícanos negros? ¿Mi casa?
-      Todo, Tarik… todo, es más, te confieso que me intriga y hasta me atemoriza un poco. ¿Cuánto tiempo trabajan para ti Fiorella y Fabiana?
-      Desde siempre, igual que mis ocho pelícanos, igual que este lugar, que todo, siempre estuvieron conmigo…  siempre.
-      Y bueno, no te termino de creer. Todo comienza un día y termina otro… todo. Tú, yo, tus pelícanos, tus empleadas chinas y Maximiliano… todo. ¿No es así?
-      No, Sol, no es así, aparentemente quizás… pero si lo analizas bien, es tu percepción sobre las cosas la que comienza y termina, pero a mis ocho pelícanos negros, a mis empleadas chinas, a Maximiliano y a mí nos importa muy poco tu percepción, y no te ofendas pero es así, o es que acaso a ti te importa mucho mi percepción y la de ellos.  Bueno, quizás te importe pero nunca sabrás como es esa percepción.
-      Bueno, ya, no intentes  marearme con tu discursete metafísico que a mí no me apabullas, querido Tarik… pero tú tampoco te molestes… ya estoy más tranquila y adaptada. ¿Tienes otra cosa que no sea cerveza? ¿Un vino, quizás?
-      Claro que sí, Sol, claro que sí.

Tarik se paró hacia un pequeño bar, descorchó una botella de vino tinto y la llevó con una copa hasta la pequeña sala en la que conversaba con Sol.

-      Bueno, Estábamos en que pensabas que todo lo que te decía sobre el principio y el fin de todas las cosas te parecía un discursete embaucador.
-      No dije ‘embaucador’ dije ‘discursete’, eso sí, y no te molestes que no fue mi intención. Entenderás que soy abogada, que mi trabajo es muy especializado y que tengo por fuerza que tener siempre los pies en la tierra ¿Lo comprendes?
-      Claro que sí, Sol, claro que sí. Bueno, ahora, si no te molesta, cuéntame de ti.

Sol, conforme iba bebiendo fue entrando en confianza y le contó muchas de sus aventuras, sus fascinantes anécdotas y vivencias en su agitada vida viajando siempre, de un pueblo a otro, de una ciudad a otra, de un país a otro y de un continente a otro. Tarik estaba fascinado con su narración, la escuchaba con mucha atención y reía a carcajadas con la gracia que ella le contaba algunos pasajes de su vida. De rato en rato le pedía una pausa para anotar algunas de esas vivencias en su bloc y para sacar una cerveza del congelador. 

Dieron las ocho de la noche y Sol se paró de su silla. Le dijo que ya le había contado más de lo prudente tratándose de alguien a quien recién conoce y que no se acordaba cuando fue la última vez  -si acaso la hubo-  que ella llegaba a tomar ocho copas de vino, que ya era suficiente y estaba un poco mareada y que tenía que descansar porque al día siguiente, a los ocho de la mañana, partiría continuando su viaje rumbo al sur del país. 

Sol se despidió de Tarik con un beso en las dos mejillas. Él sonrió, le tomó las manos y le agradeció por su visita. Ella Le pidió que la despida de sus ocho pelícanos negros y de sus empleadas chinas. Tarik le agradeció, se despidió de Maximiliano acariciándole la cabeza y le deseó buenas noches.
 
MAURICIO ROZAS VALZ



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