Cursaba el primer grado del
colegio. Por aquel entonces se le llamaba “transición”, nombre de lo más
adecuado, a mi parecer, porque en efecto era la transición entre la libertad y
el presidio. Por primera vez en mi vida alternaba con tanto extraño de mi edad.
Había estado acostumbrado a alternar y jugar con mi hermano y con mis primos
entre cercanos y lejanos.
En aquel salón, entre otros
personajes, tenía un compañero algo mayor, muy alto y corpulento comparado con el
resto. Su nombre era Flavio, pero todos lo conocíamos como El Mustang. En efecto,
él estaba seguro de ser un Mustang de ocho cilindros en V. Yo para ese entonces no tenía muy claro el
concepto de locura. Ese término lo asociaba exclusivamente a los indigentes
pelucones, semidesnudos y sucios que eventualmente veía transitando por la
calle. Lo único que tenía claro era que no era igual al resto, lo cual
francamente no me molestaba. Es más, incluso llegaba a divertirme.
Recuerdo que muchas veces, a
mitad de alguna clase, lo veía mover la mano derecha como haciendo algún cambio
en la caja. También movía los pies bajo la carpeta como quien frena y acelera,
y lo más gracioso era la mirada fija en la puerta del salón. Pienso que para él
la hoja derecha de la doble puerta del salón era como la bandera que al abrirse
daba inicio a la carrera. En efecto funcionaba así: miraba el reloj, y a
escasos minutos de la hora de salida al recreo, encendía el motor, ruun, ruun,
ruun… mientras movía el pie derecho bajo la carpeta y mantenía el izquierdo fijo,
como esperando la señal para soltar el embrague. Se abría al fin la puerta,
ponía primera y arrancaba disparado hacia la puerta, atropellando a todos lo
que osaban cruzarse en su camino.Ya con el tiempo lo dejábamos salir primero
para no salir lastimados. Una vez en el pasillo, corría como alma que lleva el
diablo hacia el patio y los jardines. Ya en campo abierto, no paraba de correr
con los brazos y las manos en posición de piloto. Si alguien se le cruzaba,
decía: “tiiiiiiii-tiiiii-tiiiii…”, y había que hacerle paso porque si no, te
pasaba por encima.
Recuerdo que una vez, en uno
de tantos recreos, me encontraba devolviendo una botella de gaseosa en el kiosco.
El kiosko, para él, eran los “pits” donde recargaba combustible, y la kola escocesa,
su gasolina. Se colocó a mi lado y me dijo: “Ya pues amigo, tú eres un Camaro… Una
carrerita, no seas maricón”. Nadie aceptaba sus carreritas, de manera que, para
que no se molestara, acepté. Pusimos primera los dos, arrancamos, y antes de
los primeros diez metros hice como que se malograba mi Camaro. Él siguió raudo
girando levemente la cabeza a la izquierda como mirando por el retrovisor, para
carcajada de los demás compañeros, que se burlaban siempre cruelmente de
nuestro compañero El Mustang.
Y así transcurrió
transición, con el ruido de fondo del motor de nuestro compañero El Mustang. Al
año siguiente, pasando a primero, no lo volvimos a ver.
¿Qué habrá sido de la vida
de nuestro compañero Flavio, el famoso Mustang? ¿Habría terminado estrellado
contra un poste, en un cementerio de autos viejos, o en el garaje de algún
coleccionista? ¿O por fin se habría cambiado por un modelo más moderno?
MAURICIO ROZAS VALZ
y no encontraste nunca mas a Flavio ni por facebook ? supongo que no , saludos Mauricio
ResponderEliminarNunca más, estimado Elvis... nunca más. Abrazos.
EliminarDespués de muchos años lo volví a ver al Mustang, fue en el año 2002 lo encontré en la Plaza de Armas de Arequipa. Que increíble coincidencia pues yo muy poco voy a Arequipa, claro que lo reconocí se me acercó ofreciéndome limpiar mi vehículo. Inmediatamente le recordé que estudiamos juntos en el Colegio y le di un abrazo. El sonreía cuando le recordaba a nuestros compañeros y a la madre Jacinta. Lamentablemente, sufría de retardo mental y de haber sido tan grande para nosotros en ese tiempo ahora mediría solo 1.50 metros. Conservaba su mismo rostro y su espíritu de niño travieso que me facilitó identificarlo y recordar nuestra infancia de un amigo de cerca de 5 décadas pero que se quedó, por causas naturales, en la edad infantil, sin preocupaciones ni prejuicios, sin problemas de la gente mayor.
EliminarQué increíble y triste lo que me cuentas, querido amigo. Yo no lo reconocería. Imposible. Pero quizás el rollo lo tenemos nosotros y él, en su aparente desdicha, es más feliz que nosotros. Un abrazo.
EliminarHola Mau! Que historia tan más curiosa, me hiciste recordar a una amiga que tuve en la primaria, Betty se llamaba o se llama, nunca más volvi a saber de ella y a veces la recuerdo, espero que este bien donde sea que se encuentre y también me recuerde :) te dejo como siempre, un saludo y un abrazo!
ResponderEliminarCalittha.
Hola Calittha, solemos recordar a esos personajes. Gracias por comentar, como siempre. Besos.
EliminarEntrañables épocas Mau. Hay personajes que a veces se aparecen en la memoria; que se me cruzaron en varias etapas de la vida; pero que ya no pertenecen al presente y a mi parecer así deben continuar; extraviados en alguna esquina del tiempo, sin sospechar siquiera que asomaron alguna vez en mis recuerdos.
ResponderEliminarExcelente relato, como siempre.
Un abrazo. Zakkoff.
Así es, mi estimado. Muchas gracias por comentar.
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