Frank Bustamante creció en un
barrio de clase media alta. Su padre era un conocido médico que también ejercía
la cátedra y su madre era enfermera. Estudió en uno de los colegios para
varones más caros y tradicionales de la ciudad y su infancia transcurrió de
manera normal, como la de cualquier muchacho de su edad y estrato social. Nunca
fue un alumno brillante, pero tampoco fue de los últimos del salón. Pero sí
hubo algo en lo que logró destacar sobre el resto de sus compañeros, y fue su
habilidad innata para pelear. Cada vez que
-como es frecuente en colegios de hombres- se daba la ocasión de intercambiar golpes, él
siempre salía ganando y se ganó el respeto de todos sus compañeros.
Esa habilidad innata para pelear
se fue sofisticando con el tiempo, al punto que, cuando entro en la
adolescencia, cruzó la línea de lo normal y se convirtió en el típico matón de
esquina. No obstante, los chicos del barrio lo apreciaban y nunca dejaban de
convocarlo para los partidos de fútbol (conocidos también como ‘pichanguitas’) que
los días sábado por la tarde se llevaban a cabo en la canchita del barrio.
Estos partidos solían terminar en grandes peleas masivas en las que siempre, el
equipo para el que jugaba Frank salía ganando.
Dentro del grupo de chicos del
barrio que jugaban fútbol con Frank, estaba Guillermo Luján, quien era tres
años mayor que él y vivía a una cuadra de su casa. A veces jugaban para el
mismo equipo y otras veces en el equipo contrario, pero nunca se llevaron mal
ni tuvieron que pelearse.
Frank y Guillermo compartieron juegos
de fútbol, mataperradas, coqueteos con muchachas y todo cuanto toca vivir en la
adolescencia durante largos tres años. Cuando Guillermo salió del colegio y
cumplió diecinueve, se fue a la capital e ingresó a la escuela de oficiales del
ejército. Luego de eso llegó una vez más al barrio para despedirse de los
muchachos antes de internarse y, a partir de esa día, sólo se verían durante
los breves días de las fiestas de fin de año.
Guillermo Luján, destinaba
siempre uno de esos -pocos- días de descanso para jugar una pichanguita
con sus amigos del barrio y recordar viejos tiempos. Frank tampoco dejaba de asistir
y aquellas pichanguitas solían terminar en grandes borracheras. Frank y
Guillermo siempre se llevaron bien, nunca fueron confidentes ni grandes y
mejores amigos, pero se apreciaban y respetaban.
Pasaron dos años y Frank también
terminó también el colegio con dieciocho cumplidos. Ingresó a la universidad
para seguir la carrera de sociología… y es ahí que cambiaría radicalmente su
historia en forma irreversible y trágica.
Cursaba el segundo año de
facultad, y un viernes de octubre no llegó a dormir a casa. Sus padres
imaginaron que se había emborrachado por ahí y que aparecería al día siguiente.
Llegó el sábado y no aparecía. Su madre entró a su dormitorio en busca de algún
número telefónico que diera alguna pista y, en el velador, bajo la lámpara,
encontró una carta manuscrita que decía:
Queridos papá, mamá y hermana
Espero algún día lleguen a perdonarme por el inmenso dolor
que les causo, pero quiero que traten de comprenderme: el deber por una patria
justa me llama.
En estos meses en la universidad, he descubierto que
existía un mundo mucho más complejo y extenso que está más allá de la burbuja
de cristal en que ustedes -con mucho
amor- me hicieron vivir.
El dolor del hambre y la pobreza de mis compatriotas,
me obliga a asumir una actitud responsable ante la historia de mi país, y exige
de mí un compromiso mayor a un discurso. Las cosas no pueden seguir como están.
La única manera que hará posible que vivamos en un
país con más justicia social, es la revolución, la lucha armada, la guerra
popular. Marx tenía razón: ‘La violencia es la partera de la historia’ y me
uniré al ejército de liberación.
Pero no se preocupen, sobreviviré y me verán entrar a
la ciudad triunfante con mis valientes combatientes y esté será un país
diferente y ustedes estarán orgullosos de mi.
Los quiero
Frank
Pasaron dos años y nunca nadie
supo más de Frank, ni siquiera sus padres, quienes no contaron a nadie lo de la
carta por la vergüenza y el dolor que les causaba el incierto destino de su
único hijo varón. Ante las preguntas de vecinos, amigos y familiares, la
respuesta era siempre la misma: ‘Se fue a estudiar a España y no tuvo tiempo de
despedirse, todo fue muy rápido’.
Luego de aproximadamente un año,
empezaron a llegar las noticias en los diarios con el nombre de Frank y no
pudieron ocultar más tiempo la historia. Noticias en diarios y TV como: Se busca: Frank Ramiro Bustamante Quiroz,
Alias ‘camarada Rafael’ o ‘el chino’… con la foto de Frank del registro electoral, eran
cosa de todos los días, y sus sufridos padres decidieron no volver a hablar del
tema, no sólo ante terceros, sino en la propia casa. Su padre, en un último
discurso en una cena, pidió por el alma de su hijo muerto y pidió a Dios que se
apiade de su alma y asunto terminado. No se volvería a pronunciar su nombre.
Fueron pasando los meses y las
noticias que llegaban de Frank eran cada vez peores, se había convertido en el
principal mando militar de ese grupo terrorista en la sierra norte del país.
Las noticias sobre las masacres y ajusticiamientos masivos en los pueblos por
donde pasaba eran cosa de todas las semanas. La crueldad con la que actuaba
Frank con cuanto desafortunado campesino se cruzaba en su camino no tenía
límites. Los muertos que se atribuía a la columna que tenía a su mando eran
incuantificables, se sumaban por cientos.
Todo esto deprimió mucho a sus
padres, quienes tuvieron que enviar a su hija a Buenos Aires a casa de unos
parientes para que pueda terminar la secundaria sin que nadie la hostilice y
sin pasar humillaciones. Decidieron también regalar los dos televisores que
había en casa y no volver a abrir un solo periódico. No podían creer que su hijo,
no sólo se había convertido en un terrorista, sino que era uno de los mandos
más temidos por su extrema crueldad.
Pasaron algunos años, y de pronto
la madre de Frank recibió una llamada. Era la policía, le informaban que su
hijo había caído abatido a manos del ejército en una emboscada durante un
sangriento combate en la sierra norte del país. Su madre arrancó en llantos, el
padre trataba de consolarla diciéndole que eso era lo mejor que les podía
pasar, que él prefería ver a su hijo muerto que esposado y preso por criminal.
La madre no decía nada, sólo lloraba. No paraba de llorar.
Al día siguiente llegaron en un
vuelo a la capital donde el cuerpo de su hijo les sería entregado. Su padre no
pudo resistir la tentación de averiguar cómo se habían dado los hechos sobre la
muerte de su hijo. Le dijeron que esa era información reservada, que de ninguna
manera podrían darle mayores alcances sobre lo sucedido. Él se negó a quedarse
con la duda y llamó al esposo de una prima lejana que era coronel del ejército y
le pidió por favor que le deje saber cómo habían sido las cosas.
Aquel coronel lo citó al día
siguiente a su oficina a las 10.00 am. Llegó puntual, el coronel le dio el
pésame y le hizo tomar asiento. Luego se acercó a él, le tomó el hombro derecho
y le dijo: Ramiro, lo hago porque también
soy padre y me pongo en tus zapatos, pero antes debes darme tu palabra de
hombre que esto quedará acá, que ni siquiera lo comentarás con tu esposa ¿está
bien? – Está bien, respondió el padre de Frank. El coronel sacó un folder
de su archivo, lo abrió y lo puso en su escritorio al frente del padre de
Frank. El informe decía lo siguiente:
Jueves, 19 de setiembre de 1990.
El día de hoy, aproximadamente a las 5.30 de la
mañana, se llevó a cabo con éxito el ‘plan chifa’ que fuera debidamente
planificado gracias a reportes de inteligencia que nos informaron que a esa
hora, la principal columna de la sierra norte, pasaría por el pequeño valle rumbo a la selva
en plan de huída por haberse enterado de que habían sido ubicados.
Toda la operación duró aproximadamente veinte minutos.
En el fuego cruzado cayó el cabecilla, conocido con los apelativos de
‘camarada Rafael’ o ‘el chino’ junto con otros trece subversivos. De los
nuestros, falleció el cabo Cruz de un balazo en el estómago. Finalmente se
rindieron dos -que los hemos traído- y lograron fugar aproximadamente seis o siete.
El ‘plan chifa’ fue cumplido con éxito
Léase, infórmese y archívese
Atentamente
Guillermo Luján Martínez – Capitán de infantería, EP.
MAURICIO ROZAS VALZ
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