Su nombre es Adriana. Debe tener
aproximadamente treinta y cinco años, y desde hace por lo menos tres, se ha
convertido en una suerte de símbolo de un conocido supermercado que atiende las
24 horas.
No luce descuidada; parece tener
a alguien que se ocupa de ella o quizá, su conmovedor problema no ha alcanzado
a anular su cuidado personal. Deambula todos los días y a toda hora por el
supermercado. Compra algo, sale, pasea por la zona de las mesas; se sienta en
cualquiera de ellas y se queda mirando a la nada durante varios minutos; luego
se para, vuelve a entrar; camina por los pasillos mirando al piso con los
brazos cruzados; luego se acomoda el pelo; evita el mirar a los ojos a los
demás; toma un paquete de galletas o unos panes y vuelve a la caja; paga y
vuelve a salir. Luego se va por algunos minutos (Se presume que debe vivir por
ahí porque no demora mucho y al rato regresa. Quizás irá a su casa a comer o a
los servicios, y luego regresa a lo que -al parecer- se ha convertido en una suerte de trabajo u
ocupación para ella).
Todos los trabajadores de ese
centro comercial la conocen: cajeros, vigilantes, despachadores, etcétera.
Incluso, la mayor parte de la clientela que hace sus compras allí la conoce.
Difícil no verla. A pesar de ello, no saluda a nadie y nadie la saluda… pues
nunca mira a nadie a los ojos. Siempre está mirando al piso o a la nada y
hablándose a sí misma.
Cuentan los trabajadores más
antiguos y algunos vecinos, que esta mujer, hasta hace sólo cuatro o cinco
años, era una persona normal y que solía
-como cualquier vecino- asistir
rutinariamente al supermercado a hacer sus compras para la semana y cualquier
otra cosa que le faltase. Cuentan también, que era una mujer simpática,
sonriente y educada; pero que a pesar de su sonrisa, algunos -los más sensibles y observadores- pudieron ver mucho dolor en aquella sonrisa
dulce de mirada triste.
Se han tejido algunas leyendas
urbanas en torno a esta pobre mujer. Algunos, cuentan que su madre -con quien vivía- tuvo una prolongada y dolorosa agonía que la
afectó irreversiblemente. Otros, cuentan que perdió a su primer hijo con seis
meses de embarazo, y otros cuentan que tuvo un novio -con quien mantenía una relación de más de
siete años- que la abandonó a sólo una
semana de la boda.
¿Cuál será la verdadera historia?
Alguien por ahí lo sabrá. Lo cierto es que algo muy triste le tendría que haber
pasado a esta pobre mujer. Y en lo que coincidían todas las historias, es en
que producto de una terrible depresión, fue a parar a las manos de un reputado
y muy costoso psiquiatra, quien -para
variar- le calcinó el cerebro a punta de
medicamentos. Tremendo error.
MAURICIO ROZAS VALZ
Cuantos casos de ese tipo existen querido Mau, de lo más tristes. Sin ir muy lejos, este jóven que hace un par de semanas, se suicidó luego de encontrar a su madre muerta. La vida es tan pero tan injusta...después de todo, los finales felices están solo en las películas de Disney y en las tele lloronas mexicanas.
ResponderEliminarDuras situaciones, gringa. Gracias como siempre.
EliminarOh que triste historia Mau :( quien sabe que carga llevará a cuestas esa pobre mujer. Tu escrito merecía llevar el nombre de ella :) .. digo.
ResponderEliminarTe dejo un saludo y gracias por compartirme tus letras.
Calittha
Quizás deba cambiar el nombre, Calitha. Buen punto.
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