A pesar de los frecuentes -y al parecer, interminables- desaciertos y frustraciones de Tarik con el
juego y las cábalas, no pudo cambiar sus viejos hábitos y timberos ni sus supersticiones.
Conservaba su costumbre de sumar los números telefónicos que tenía que marcar
durante el día, más los números de casas de las direcciones que visitaba más
las fechas… y en base a eso compraba sus rifas y hacía sus apuestas en el
hipódromo. Total, nunca había perdido demasiado como para quedar en la miseria,
ni había ganado mucho como para hacerse rico y, sobre todo, se había
acostumbrado a eso desde niño.
Una tarde de domingo de Agosto,
saliendo del hipódromo, y luego de perder algún dinero, se fue al café de
siempre a ver si se encontraba con alguno de sus amigos para conversar un rato
y apurar el tiempo para que el día termine al fin. Odiaba los domingos de
invierno por la tarde. Siempre los odió. Siempre.
Fue un domingo particularmente
frío y sólo encontró a Luana –con quien no tenía mucha confianza- sentada en una mesa, pero al menos se saludaban y
solían cruzar algunas palabras y además siempre le había gustado. Le pareció
una buena ocasión para acortar la distancia y se sentó en su mesa. Le comentó
lo sucedido en el hipódromo y decidió sin meditarlo abrirse un poco con ella.
Le comentó también que nunca le habían gustado los domingos por la tarde ni el
cielo nublado. Ella le comentó que le daba lo mismo, que incluso a veces le
parecía bonito el cielo gris. Él le propuso beber unos vinos y ella aceptó.
Terminaban la quinta copa, y él
le propuso comprar una botella de vino e ir caminando hacia la costanera para
sentarse en una banca a ver y oír el mar mientras seguían conversando. Ella
aceptó, pagaron la cuenta y salieron caminando rumbo a la costanera, se
detuvieron en un supermercado que había en el camino, compraron el vino, dos
vasos de plástico y continuaron camino hacia las escaleras que conducían hasta
el circuito de playas.
Llegaron algo cansados, eran
aproximadamente las cinco de la tarde, y les quedaba al menos una hora y unos
minutos para ver el atardecer nubloso de la playa fría antes que anochezca.
Conversaron de todo, mientras
ella no paraba de fumar mientras bebía el vino. Ambos miraban el mar y a los
surfistas, quienes empezaban a salir del
agua y a guardar sus equipos y marcharse. El efecto de la luz de los autos, más
la de los postes de la avenida costanera con el cielo y el mar, daban un
aspecto muy triste –al menos para él- a
todo el paisaje y al momento en sí.
Ya quedaba muy poco del vino, y
Tarik pidió a Luana que lo mire a los ojos, ella volteó y lo miró fijamente, él
la quiso besar y ella lo esquivó. Pero, como para que no se moleste, lo abrazó
y posó su cabeza en su hombro derecho. Él asintió y acarició su larga cabellera.
Mientras permanecían en esa posición, ella jugaba con una pequeña placa de
hombro que llevaba en el cuello con una cadena. A él le dio curiosidad e
intentó tomar la placa para verla. Ella se lo impidió, él insistió en verla, le
pidió que por favor le dejara verla. A regañadientes, ella aceptó. La placa
tenía grabado en un lado el nombre de ‘Ángel’ y en el otro la fecha:
08-12-2004. Como era de esperarse, le preguntó quién era Ángel y qué relación
guardaba con esa fecha. Ella le dijo que Ángel era su ex novio, a quien aún
amaba y estaba segura que nunca olvidaría, y que la fecha correspondía a su
cumpleaños número 26; y que ese había sido el regalo que él le hizo ese mismo
día.
Tarik no pudo disimular su
desencanto al oír ese relato, se reprochaba a sí mismo por haber hecho esa
pregunta, sabiendo en el fondo que la respuesta sería penosa para él. Le dijo
que ya era algo tarde y era peligroso caminar por allí en la noche. Ella se
paró e iniciaron el camino de regreso. Durante todo el trayecto no cruzaron
palabra. Llegaron a la puerta de la casa de Luana, y ella le preguntó por qué
estaba tan callado. Él le respondió que por nada, que estaba preocupado por
algunos asuntos que tendría que resolver al día siguiente. Ella lo miró con
gesto de ‘no te creo’ se dieron un beso en la mejilla y se despidieron.
Mientras Tarik caminaba rumbo a
su casa, volvía a su rutina mental de sumar los números y de asociarlos con
cábalas. Sumo los números de la fecha de la placa, y daban 17; 1 + 7 = 8, luego
sumó los años que cumpliera en esa fecha Luana, es decir: 26; 2 + 6 = 8. Es
decir, 8, el mismo número por el que compró el timón de barco con ocho radios
para su ventana redonda por donde se metieron los 8 gatos que le destrozaron su
ático aquella vez. Definitivamente no era su número de suerte. Ya no le
quedaban dudas de eso.
MAURICIO ROZAS VALZ
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