Me encontraba en
altamar, solo, en un bote. No me pregunten cómo es que fui a parar allí, ni yo
mismo lo sé. Sólo sé que me encontraba allí, sin norte y sin puntos de
referencia. Serían las cinco de la tarde y estábamos en plena canícula. Vestía
un impecable terno azul y llevaba un par de zapatos negros relucientes. El
calor era insoportable, llevaba el saco en el brazo y aflojada la corbata.
Extrañamente no me
asustaba la situación. Tenía la sensación de haber estado en similares
situaciones antes, o quizás las había soñado. Lo concreto es que, contrario a
lo que se pudiera pensar, experimentaba una sensación de infinita paz. Sabía en
el fondo que todo eso tendría un final. No sabía si llegaría a tierra, si
alguien me rescataría o si simplemente moriría ahogado o por inanición, pero me
daba exactamente lo mismo.
Los minutos
transcurrían y empezaba a oscurecer. De pronto empezó a timbrar mi celular. En
la pantalla aparecía el número de mamá. Contesté presuroso. Sólo se escuchaban
algunos sollozos entrecortados y por más que levantaba la voz, ella parecía no
escucharme, hasta que finalmente se cortaba la comunicación. Pasaron varios
minutos y nuevamente empezó a sonar el celular. Esta vez era el número de mi
oficina, la voz al otro lado era la de mi empleador, que gritaba furibundo
reclamándome el pago de una deuda que, hasta donde yo sabía, todavía no había
vencido. Él tampoco lograba escucharme. Minutos después nuevamente sonó el
celular. Esta vez era el número de ella. Contesté, pero solo escuchaba su típica
carcajada sarcástica con la que siempre celebraba mis derrotas. Ella tampoco
lograba escucharme.
Luego no sonó mas,
se hizo de noche y no podía dormir por el frío. Al día siguiente mi cuerpo
estaba un poco hinchado. Ya no soportaba el reloj, la correa ni los zapatos. Me
los quité y sentí cierto alivio. Extrañamente, no sentía sed ni hambre. Fueron
pasando los días y yo seguía sin esperar nada. Nada me llamaba la atención.
Poco a poco mi
piel fue tomando un color que variaba entre morado y rojo oscuro. También
empecé a despedir un olor nauseabundo y algunos pedazos de carne empezaron a
desprenderse. Me asomé al borde del bote para ver mi rostro reflejado en el
agua. Me veía algo delgado, pero mi sonrisa estaba como congelada. No podía
cambiar de gesto, era una sonrisa permanente.
Me senté
tranquilo. Hacía ya algunos días había dejado de esperar algo. Total, llevaba
una imborrable sonrisa, y era lo que siempre había soñado.
MAURICIO ROZAS VALZ
Hoy has estado macabro pero bien vale con tal de leerte!!!
ResponderEliminarUn poco gringa... un poco, gracias como siempre.
ResponderEliminarTenebroso pero lo sentí real, debe ser así. Saludos
ResponderEliminarGracias por el comentario. Un abrazo.
EliminarDificil situacion Mau :) Que miedooooo estar asi en altamar jejeje espero nunca te encuentres en esa situación pero lo qe si deseo esque nunca dejes de sonreir. En tu foto se ve que tienes una linda sonrisa. Siempre me acaparan tus letras, me gusta leerte. Saludos :)
ResponderEliminarCalittha
Me ruboriza tu comentario sobre mi sonrisa. Gracias Calittha, tú siempre generosa con tus comentarios.
EliminarBesos.