María Laura estudió en un colegio
religioso para chicas de clase media. Era la menor de tres hermanos, siendo
varones los dos primeros, llevándole seis años el primero y tres el segundo.
Sus padres estaban formalmente casados; eran absolutamente conservadores y
católicos a un extremo que colindaba con el fanatismo. Sus hermanos adoptaron
sin mayor problema los hábitos y doctrinas de sus padres. María Laura, no… ella
salió algo rebelde. Realmente no tanto, pero dadas la circunstancias y en
comparación con sus dóciles y pusilánimes hermanos… Maríal Laura era una
revolucionaria.
Al terminar la secundaria, María
Laura quiso estudiar comunicaciones en alguna universidad pero sus padres se lo
negaron y la matricularon arbitrariamente en una academia de secretariado, lo
cual le causó una gran frustración y se prometió, sin comunicarlo a sus padres,
que vería la forma de encontrar un empleo y dejar la academia. No tuvo mucha
suerte y finalmente logró terminar de estudiar secretariado sin poder antes
conseguir un empleo. No obstante, su decisión de trabajar y salir de casa
seguía en pie y con su título de secretaria encontró un trabajo de secretaria
en una línea aérea local.
Fue trabajando en esta línea
aérea que conoció a Gabriel, quien era piloto de la aerolínea y le llevaba
dieciséis años, y con quien empezaría el primer gran romance de su vida ya que,
hasta entonces, sus padres y hermanos se habían encargado de ahuyentar a cuanto
pretendiente osara acercase a ella.
Sus padres no sabían nada, y el
hecho que su oficina quedara en el aeropuerto y a hora y media de distancia de
su casa, le permitía mentirles con su horario de llegada para poder encontrarse
con Gabriel y vivir su romance donde las calles se lo permitieran.
El lugar elegido para sus
encuentros románticos fue una de las playas de la costanera donde se parqueaban
frente al mar en el viejo VW escarabajo de Gabriel y siempre a la misma hora
(de 6 a 8 pm). Fue en una de esas salidas nocturnas del trabajo, y luego de
algunos meses de relación y varios intentos fallidos de Gabriel, que María
Laura tuvo su primera experiencia sexual, la que, aparte de dolorosa y
traumática, fue también muy decepcionante para la sufrida María Laura.
Aquella noche, apenas llegó a
casa, entro a la habitación de sus padres a saludarlos como de costumbre, e
inmediatamente se dirigió a su habitación para desvestirse lo más rápido
posible y tomar una ducha caliente por más de media hora. Al desvestirse,
advirtió que sus bragas blancas y parte de su falda beige estaban manchadas con
gotas de sangre. Inmediatamente las escondió en el fondo de uno de sus cajones
de ropa.
Aquella experiencia fue tan
decepcionante que, por varias semanas, no quiso ver a Gabriel y no podía sacar
de su mente la mancha de sangre sobre el tapiz de badana marrón del viejo y
sucio carro de Gabriel donde sucedió todo. El sentimiento de culpa y el
sentirse sucia e indigna de respeto ocupaban sus pensamientos de forma obsesiva.
Por más que siempre intentó rebelarse, aquella deformación religiosa y
moralista con que fue criada desde pequeña había logrado enquistarse en lo más
profundo de su subconsciente, y el hecho de haber perdido la virginidad sin
antes haberse casado, afectó mucho su autoestima.
Pasado poco más de un mes,
accedió nuevamente a encontrarse con Gabriel, quien a pesar de no entender por
qué tanto problema por algo tan natural, pensó que culparse por todo y pedir
disculpas a María Laura sería una forma inteligente de hacerle recobrar la confianza
en él y continuar la relación como lo habían hecho hasta entonces.
Pasaron algunas semanas y Gabriel logró convencer a María Laura de ir
a una hostal para hacerlo de nuevo, esta vez con más delicadeza y sin apuro, no
sin antes prometerle que se casaría con ella para que no se sienta mal. Le
argumentó que, no habiendo ya nada que perder, sería interesante encontrarle el
gusto a algo que por naturaleza era muy placentero y le prometió que esta vez
sería más delicado y considerado con ella. María Laura aceptó, a regañadientes,
pero aceptó.
Llegaron al hostal, y Gabriel
pidió a María Laura que se recueste sobre la cama y se relaje, que le deje todo
lo demás a él. Ella, sin hacer comentarios hizo lo que él le pidió. María Laura
cerró los ojos y Gabriel la fue desvistiendo con calma y cuidado para que tome
confianza, una vez que terminó de desnudarla, empezó a besarla por la boca,
bajando por el cuello, los senos, el vientre y finalmente le introdujo su
lengua abriéndole delicadamente las piernas para estar más cómodo.
María Laura, por primera vez
experimentaba una sensación extremadamente placentera que hacía que su
respiración se acelerase e incluso que le arranque algunos jadeos. Luego de
unos minutos, Gabriel se incorporó, y con ayuda de su mano derecha la penetró
despacio y empezó a moverse lentamente, acelerando pausadamente el ritmo. María
Laura estaba totalmente fuera de sí, se sacudía en espasmos y conforme Gabriel
aceleraba el ritmo de sus movimientos, sentía que en cualquier momento
estallaría, y así fue. María Laura había sentido por primera vez un orgasmo.
Luego de aquella experiencia, los
encuentros en aquel hostal escondido se hicieron muy frecuentes. La vida
parecía tomar un nuevo rumbo para la sufrida María Laura. Incluso, con la
complicidad de una amiga de la oficina, programó un viaje -supuestamente de vacaciones- a Iquitos, en el mismo avión que piloteaba
Gabriel, y vivir una breve luna de miel con el hombre del que se había
enamorado perdidamente. Aquel viaje se llevó a cabo, duró de jueves a domingo,
y fue la experiencia más maravillosa que Marial Laura había vivido hasta
entonces.
Con lo que no contaba María
Laura, fue con las sospechas que había despertado en su madre su inusual
alegría, el hecho de escucharla cantar todas las mañanas mientras se duchaba y que
en más de una ocasión se había negado a comulgar en la misa dominical, habían
sido razones suficientes para que su madre decidiera hurgar en la intimidad de
María Laura y buscar alguna pista que la lleve a descubrir el por qué de su
repentino cambio.
Fue en esa implacable, ventajista
e infame búsqueda, que esta señora encontró -al fondo de uno de sus
cajones- la ropa interior blanca y la
falda beige manchadas que aquella noche escondiera Marií Laura, y que por haber
sido una experiencia particularmente traumática para ella, había preferido no
volver a ver y que luego, pasadas las semanas incluso había olvidado. La madre,
apenas vio eso y entendió todo, arrancó en llantos inconsolables y llamó a su
marido, quien también lloró con ella tomándole la mano. Luego de eso, ambos se
arrodillaron frente al crucifijo que estaba colgado en la pared de la cabecera
de la cama de María Laura, y rezaron durante una hora pidiendo perdón a Dios y
rogándole que tenga piedad por su hija perdida para que no sea condenada al
fuego eterno del infierno. Luego de los rezos, continuaron las pesquisas y encontraron
en uno de los cajones del velador, una carta de amor con el nombre de Gabriel.
Fue domingo a las siete de la
noche que María Laura llegó a casa y encontró a sus padres en la sala con el
cura de la parroquia del barrio, y luego de humillarla con todos los adjetivos
imaginables delante del cura (quien
escuchaba y veía toda la escena con gesto adusto), le obligaron a confesar
quién era aquel hombre con quien tendría que casarse lo antes posible para no
seguir ofendiendo a Dios. Ella se negó. Su madre -a quien aún a pesar de todo
temía- le obligó a decirle el apellido
de Gabriel.
Esa noche María Laura no durmió,
se la pasó llorando y pensando la forma de huir de casa. Al día siguiente las
horas en el trabajo se hicieron eternas para encontrarse al fin con Gabriel.
Cuando al fin se encontró con él, le contó todo lo sucedido y le pidió por
favor que buscara un pequeño departamento para largarse de la casa de sus
padres e irse a vivir con él, total, ya era mayor de edad y lo que más quería
era salir de casa. Él le pidió que se calme, que viera las cosas con
tranquilidad y que todo –finalmente- debería arreglarse.
María Laura lloró
inconsolablemente en el hombro de Gabriel, quien trataba de consolarla acariciándole
la cabeza. Le sugirió que no agrave las cosas y que trate de llegar lo más
temprano a su casa durante esos días hasta que todo se calme.
Al día siguiente, Gabriel le dijo
que en dos días tendría que viajar por dos semanas a la Argentina por un mes a seguir
una capacitación. A ella todo eso le sorprendió mucho, notó a Gabriel distante
y evasivo. Pasaron los días y él sólo la llamó un par de veces para decirle que
estaba muy atareado. A los dos días, cuando se encontraron, él le dijo que esa
misma noche viajaría y que la extrañaría mucho. Ella lloró una vez más.
Pasaron los días, y María Laura
esperaba ansiosamente noticias de Gabriel, una carta, una llamada, algo… pero
nada. Ella empezó a sospechar, y preguntó en las oficinas de la aerolínea por
él. Le informaron que en efecto él se encontraba en Argentina siguiendo un
curso, pero que sí era algo muy urgente lo que tenía que comunicarle, podían
darle el teléfono de su casa para que su esposa, cuando hable con él, se lo
comunique.
María Laura inicialmente pensó
que se trataba de una broma y soltó una risotada. La secretaria de la aerolínea
se quedó mirándola sorprendida como diciendo… y ésta, de qué se ríe, cuando de pronto la risa de María Laura
mutó en gesto de pánico y pasó inmediatamente a convertirse en un llanto
inconsolable, al punto que las otras trabajadoras que se encontraban en ese
momento en la oficina le hicieron tomar asiento para calmarla llevándole un
vaso de agua.
Una de las secretarias se sentó
al lado de ella y le dijo: ¿Qué, a ti
también te la hizo? Ese hijo de puta nunca cambiará, mientras la cojuda de
Amalia atiende a sus hijas en casa y no sabe ni mierda… ¿Quieres un consejo? No lo vuelvas a buscar,
ni respondas sus llamadas, ni le escuches… te dirá que sólo a ti te quiere, que
no sabía cómo decírtelo porque temía que lo dejes, pero que le des una
oportunidad de demostrarte su amor. Ah… y que empezará de una vez sus trámites
de divorcio para casarse con el amor de su vida, es decir tú. Me conozco su
discurso de memoria. Y así, te convertirás en la otra hasta que se aburra y
aparezca otra que le guste más que tú. Eres la tercera chica nueva del
aeropuerto con la que hace lo mismo. Incluso hace unos meses, una chica de
nombre Juliana intentó suicidarse por su culpa. Hazme caso, si es posible
renuncia, no vuelvas a verlo ni de casualidad.
María Laura se secó las lágrimas
y no dijo una sola palabra. Entro a los servicios -donde permaneció aproximadamente quince
minutos- y salió con los ojos hinchados,
pero bien maquillada con rubor y los labios muy rojos. Fue hasta su escritorio,
tomó aire, rompió el retrato de Gabriel, tiró los pedazos a la basura, sacó
algunas cosas de sus cajones, los cerró, tiró unas llaves pequeñas sobre el
escritorio, tomó su cartera y se fue caminando a paso lento hasta la calle;
paró un taxi, volteó una vez más para ver el aeropuerto a todo lo ancho con las
manos en la cintura, se acomodó el pelo, secó sus mejillas con el antebrazo, subió,
el taxi se puso en marcha y nunca más nadie la volvió a ver por el aeropuerto.
MAURICIO ROZAS VALZ