Me hacía lustrar los zapatos en una calle miraflorina. El
cielo estaba -como
siempre- nublado y hacía algo de frío.
Me encontraba distraído leyendo la sección farandulera de un diario chicha,
cuando de pronto sentí que unas manos tocaron mi hombro derecho. No pude
ocultar mi pavor al ver el rostro de aquel hombre; bueno, no sé si podría
llamarse rostro a algo tan sobrecogedoramente espantoso. Metí mis manos a los
bolsillos buscando apresuradamente una moneda para darle, movido más, creo, por el
horror y el apuro porque se vaya, que por caridad propiamente dicha. Le di una
moneda de un sol, me hizo una venia y se fue caminando despacio.
El lado derecho del rostro era un colgajo de piel
amoratada y arrugada que llegaba hasta por debajo del cuello, el ojo de ese
lado estaba totalmente cerrado y emanaba un olor desagradable. Además cojeaba y
el brazo derecho lo tenía inmóvil con la mano tullida.
Luego que se marchó, mientras lo veía caminar
pausadamente y deteniéndose a pedir limosna a todos cuantos se encontraba en su
camino, para variar, me dejó pensando. Me preguntaba si habría nacido así, y de
ser así, si su madre lo amó o lo rechazó, cómo habría sido su infancia y su
toma de conciencia en el momento en que supo que era un monstruo. Me pregunté
también, si alguna vez alguien -no importa quien fuere- lo habría querido de verdad (no con la
perversión afectiva de la compasión, sino querer de verdad, admirándolo
enorgullecido… me temo que no).
Especulaba también, si habría sido quizá una enfermedad,
cosa peor aún, ya que perder algo siempre será peor a no haberlo tenido jamás,
y de ser así, ¿cómo es que le quedaron -y
le quedan- ganas de seguir viviendo? ¿Cómo
serán de atroces sus despertares, su día a día? ¿Cómo será vivir una película
de terror que jamás termina, que continúa todos los días al despertar? No lo
sé, no lo puedo -ni quiero- imaginar.
Tomé conciencia -por
primera vez en mi vida- de lo importante
que es tener un rostro, algo tan simple… un rostro, con el que hablamos todos
los días en la mañana y algunas veces más, y encima a veces hasta nos desagrada
porque se ensanchó por unos kilos demás, o nos salió un grano o una arruga o se
nos cayó el pelo o nos salieron algunas canas.
MAURICIO ROZAS VALZ
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