El doctor Gástulo, trabajaba en un bufete jurídico que parecía haber
sido objeto de una maldición gitana o de un grupo de hechiceras locales de
aquel macondiano pueblo ubicado al sur oeste de los Andes. Toda clase de
personajes pintorescos pasaron por aquel estudio, empezando por sus abogados,
siguiendo por sus trabajadores y finalmente por sus clientes.
En aquel bufete trabajaban cuatro abogados, seis practicantes, dos
secretarias y dos portapliegos. Uno de los cuatro abogados era el doctor
Gástulo. Este parlanchín y dicharachero personaje era bajito, regordete,
colorado, de abundante cabellera tiesa y clara y rasgos simiescos. Tenía
entonces 33 años y gozaba de cierto prestigio en el medio abogadil. No hacía
mucho que se había casado y aún no tenía hijos.
Una mañana de abril, fue presentada a todos los que trabajaban en aquel
estudio una nueva practicante de nombre Sthepany. Sthepany era una sencilla
muchacha pueblerina que cursaba el sétimo ciclo de derecho en la universidad; y
que fuera enviada por sus padres a estudiar para forjarse un futuro. Sus
calificaciones eran muy buenas, y el jefe de aquel bufete no dudo en tomarla.
Cayó bien a casi todos, menos al doctor Gástulo, quien por ser colorado y de
pelo tieso claro fue siempre muy racista y prejuicioso.
Fueron pasando los días, y todo el personal del bufete -dada su
eficiencia y disposición para ayudar- fue tomando cariño y aprecio por Sthepany…
excepto el doctor Gástulo, quien abusaba de la timidez y sencillez de Sthepany
para maltratarla y humillarla. Le daba órdenes levantando la voz, y
siempre la resondraba acusándola de ser muy lenta y culpándola de todo lo que
pudiese salir mal; incluso algunas veces llegó al extremo de tomarla como
recadera y la enviaba a comprar cigarrillos y bebidas. No desperdiciaba
oportunidad para demostrar la animadversión gratuita que le tomó a la pobre de
Sthepany por puro prejuicio y mala entraña.
En más de una oportunidad, los demás abogados y trabajadores del
bufete le increparon el ser tan abusivo con la pobre muchacha, a lo que él
respondía con argumentos estúpidos y levantando la voz, y dejando en claro que
los casos de los mejores clientes del bufete los llevaba él. No fueron pocas
las veces que encontraron a Sthepany encerrada en el baño llorando a mares. Sus
compañeros siempre la consolaban y le decían que no le haga caso. Aquella
situación consiguió que el doctor Gástulo sea blanco de toda clase de denuestos
y antipatías, por cierto justificadas.
Fueron pasando las semanas y los meses, y Sthepany optó por la
inteligente estrategia de no discutir ni defenderse ante el doctor Gástulo,
simplemente hacía su trabajo y se esforzaba por no dar pie a que este la grite
o maltrate… aun así, el doctor Gástulo no desperdició nunca la mínima
oportunidad para recordarle su desmedida, injusta y absurda animadversión.
Llegaron las fiestas de diciembre y, como en toda oficina, las secretarias
de aquel bufete organizaron el clásico coctel de fin de año. Decoraron todas
las oficinas con adornos navideños, compraron bocadillos y algunas botellas de
espumante para brindar. La celebración fue un 21 de diciembre, y nadie imaginó
que aquel día aquella historia de animadversión y maltrato tomaría un rumbo
totalmente imprevisible: la celebración empezó a las cinco de la tarde, y luego
de algunos breves discursos, empezaron a destaparse las botellas de espumante y
la gente se puso a conversar, reír y divertirse.
Fueron pasando las horas y, copas van… copas vienen, dieron la media
noche y la gente estaba ya muy ebria. El doctor Gástulo pidió la palabra y dio
por terminada la celebración. Todos se despidieron con abrazos. El doctor
Gástulo fue el último en salir. Apagó la luz y echó llave a la puerta. Bajó al
sótano, encendió el motor de su automóvil y partió rumbo a su casa. Llegó a la
esquina de la cuadra siguiente del edificio donde se funcionaba el bufete, y
vio a Sthepany parada con los brazos cruzados esperando un taxi. De primera
intención siguió de largo. Luego de algunos metros le remordió la conciencia, y
quién sabe, quizás por espíritu navideño se apiadó de Sthepany y decidió
dar la vuelta a la manzana para recogerla y llevarla a su casa.
- Hey, Sthepany, sube que te llevaré a tu
casa. A estas horas difícilmente pasará un taxi por aquí. Vamos, sube.
- No gracias doctor, seguro que no tarda
en pasar un taxi. No se preocupe. Esperaré.
- Pero ¡Joder! Sthepany, no seas
testaruda, puede pasarte algo. Vamos, sube.
- Está bien doctor, pero me da mucha
vergüenza. No quiero molestarlo.
- Que va… anda, dale, sube tranquila que
todo está bien.
Sthepany subió a regañadientes al auto del doctor Gástulo. Ambos estaban
ebrios, y al doctor Gástulo le entró un ataque de remordimiento y pidió a
Sthepany que le acepte la invitación de algunas copas en otro lugar como gesto
de disculpas y reivindicación. Sthepany no aceptó y le pidió que la llevase a
casa. Le dijo que no se preocupara, que ella daba por terminado el asunto. El
doctor insistió, y en su terquedad de borracho se dirigió -sin oír los
pedidos de Sthepany- a una discoteca discreta ubicada en los arrabales.
Una vez ahí, a Sthepany no le quedó sino bajar y aceptar las copas -que
con odiosa insistencia- le ofrecía el doctor Gástulo. Entraron a la
discoteca, y el doctor la llevó a una mesa oscura y alejada y pidió una botella
de champán helado y dos copas. Ambos empezaron a beber y a comentar banalidades
sin sentido en el idioma ininteligible de los borrachos. Terminaron esa
botella, luego otra… y finalmente, ya muy ebrios, salieron de la discoteca y
terminaron en un hotel barato cercano a la discoteca. Aquel acontecimiento
cambiaría el curso de los acontecimientos en forma irreversible.
Al día siguiente, el doctor Gástulo llegó temprano y a la hora
acostumbrada para abrir el bufete. Sthepany, por el contrario, llegó muy
descompuesta pasada las once de la mañana. El doctor Gástulo, obviamente no le
llamó la atención, lo cual llamó poderosamente la atención a todo el resto
de personal que allí trabajaba; tan sólo un día antes eso hubiera sido
impensable, la reprimenda del doctor contra la pobre Sthepany hubiera sido
inmisericorde. Pero nadie sospechó nada, tal era la animadversión que él le
tenía que era imposible maliciar algo.
Al día subsiguiente fue noche buena, y mientras el doctor Gástulo
ayudaba a su esposa a preparar la cena y a poner la mesa… no se podía quitar de
la mente a Sthepany, al punto que llegando las doce de la noche, y luego de
abrazar a su mujer… aprovecho que ésta entro a la cocina a servir la cena para
encerrarse en el baño y llamar a Sthepany para desearle feliz navidad. Sthepany
no contestó, y todo el resto de la cena y la sobremesa estuvo callado y evitó
mirar a los ojos a su mujer. Ella se molestó y le preguntó qué pasaba; él dio
cualquier excusa de trabajo, se paró, recogió la mesa y le dijo que se sentía
algo indigesto y se fue a descansar. Mientras su mujer lavaba los trastos,
intento otra vez llamarla y nuevamente entró la contestadora. No imaginó el
doctor que esas dos llamadas truncas le llegarían a causar tal angustia y
desesperación, al punto de no dejarlo dormir hasta el amanecer.
Al día siguiente, mientras su mujer se duchaba, intentó una vez más
--sin fortuna- llamar a Sthepany. El día transcurrió entre visitas a sus
padres, abuelos y suegros… no podía quitársela de la mente. Se llamaba la
atención a sí mismo. Se preguntaba qué diablos le estaba pasando, si es que era
posible que todo eso le estuviera sucediendo, que por qué a él, que hacía muy
poco se había casado supuestamente muy enamorado, y encima, todo eso por una
mujer por la que sentía un desprecio infinito. Todo eso se cuestionaba,
mientras a su esposa empezaba a incomodarle y preocuparle que estuviera tan
distante.
Al día siguiente de navidad, el doctor Gástulo fue temprano -como
siempre- a la oficina, y apenas llegó Sthepany la llamó a su despacho, cerró
con seguro la puerta y comenzaron los gritos:
- ¡Qué te has creído! ¡india de mierda,
pezuñenta, muerta de hambre! Que a mí, al doctor Gástulo, a tu jefe, a tu
patrón… no le vas a contestar el teléfono ¿Ah...? ¿Qué carajos te pasó? Cuando
el patrón llama, la sirvienta obedece ¿entendiste?
- Sí doctor, ya le escuché, ya entendí,
pero por favor, si me permite, tengo muchas cosas qué hacer. Así que… con su
permiso.
- ¿Qué cosa? A mí me vas a dejar con la
palabra en la boca.
- No doctor, sólo le digo que tengo que
hacer, que estoy muy ocupada.
El doctor Gástulo la tomó con fuerza por la cintura y la apoyó contra su
escritorio, le levantó la falda y le bajó las bragas hasta la rodilla.
Sthepany no opuso resistencia. El doctor la besó en la boca y en el cuello y
tampoco opuso resistencia. Dejó que el doctor se bajase el pantalón y sacara su
miembro, y justo cuando este quiso penetrarla lo empujó, se subió las bragas,
bajó su falda y se fue tirando la puerta con gesto imperturbable. El
doctor Gástulo no podía creer lo que estaba sucediendo. Esa misma tarde tomó la
decisión irrevocable de despedirla y ordenó a una de las secretarias redactar
la respectiva carta. Sthepany la recibió y no hizo ningún reclamo; simplemente
puso en una caja sus cosas, se despidió de todos con besos y abrazos y se fue
muy sonriente silbando un huayno ante el estupor del doctor Gástulo que no
salía de su asombro.
Pasaron los días, y el doctor Gástulo echaba de menos a Sthepany, la
llamó por teléfono y le dijo que quería conversar con ella. Ella accedió, pero
puso como condición que no sería en su oficina, sino en el café que estaba a la
vuelta de la esquina del bufete. Ambos llegaron puntuales, pidieron dos cafés y
ella apoyó su mentón en su mano derecha e hizo un gesto en señal de que podía
empezar a hablar: el doctor le pidió que por favor vuelva a la oficina, le
prometió que ya nunca más la trataría mal. Ella se limpió la boca con una
servilleta luego de un sorbo de café y se quedó unos minutos en silencio
mirando la calle, mientras el doctor Gástulo le miraba a los ojos esperando
ansioso su respuesta. Ella tomó aire y le dijo que no, que de ninguna manera, y
que es más… que ya había encontrado un trabajo mejor en otro bufete, pero que
gracias de todas maneras. El doctor Gástulo entro entró en angustias y le hizo
una oferta desesperada de pagarle sin trabajar. Le propuso pagarle el doble de
lo que le pagarían en su nuevo empleo y que es más… que le rentaría el
departamento que ella escoja y que le mandaría su sueldo sin trabajar… es
decir, lo que ella pidiera, pero que no se aleje de su vida. Ella le miró a los
ojos, tomó otra vez aire y le respondió:
- No insista doctor Gástulo, nunca más
quiero volver a verlo en mi vida. Es usted muy malo, doctor; es usted muy
cruel; y además, es usted muy feo doctor; usted me da mucho asco; la boca le
apesta a desagüe, su panza es grotesca y su asqueroso pene parece un olluco
maloliente. Aún recuerdo con repugnancia cuando usted, aquella noche, se
aprovechó de mi borrachera y prácticamente me llevó a la fuerza a ese hotel
miserable; recuerdo verlo desnudo vomitando en el piso y me entran ganas de
vomitar. Pobre su esposa, en verdad la compadezco. ¿Tiene algo más que decirme?
Y ante el silencio y expresión desencajada del doctor Gástulo, tomó su
cartera y se marchó sonriente silbando un huayno.
MAURICIO ROZAS VALZ
Por desgracia no todo se paga en esta vida... No existe la contabilidad cósmica. A todos nos suceden cosas malas por simple probabilidad estadística, se trate de buenas o malas personas... Hay gente buena, cuyo paso por esta vida es un calvario miserable y hasta su muerte resulta penosa. Hay gente malvada a la que pocas cosas malas le ocurren, por desgracia esa es la realidad, ya que el universo está exento de cualquier tipo de consideraciones de carácter ético o moral... las mismas, pertenecen únicamente al ámbito de lo socio-cultural, antropológico.
ResponderEliminarGustavo Rozas Valz
Pues creo que de justicia divina no tiene nada, sencillamente la actitud que tomo ella el valor que se dio para poner limites, debio de haber sido antes del abuso de ese hombre, para mi no hay justice divina todo es Causa y Efecto.
ResponderEliminarUn relato impactante.
ResponderEliminarGracias por el comentario, querida Su.
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