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sábado, 28 de abril de 2012

INTERREGNO



¿Cuándo dejé de creer...? Un lamparazo de racionalidad que esperaba latente el momento de manifestarse. Se dio  a los trece años y cuando todo parecía conducirme a una vida dedicada al “servicio” de Dios. La herejía consistió justo en eso... en caer en la demoníaca tentación de racionalizar asuntos de  fè y sustentables únicamente en la fe.

Pero, ¿cómo poder creer en el pecado, en la culpa, en el “libre albedrío” sin incurrir en una “contradictio ab absurdum” con la pretendida esencia de un Dios que se supone “omnipotente”, omnipresente” y “omnisciente” y que por lo mismo todo lo puede, está en todas partes  y todo lo sabe, ergo: no hay nada que sucedió, sucede ni sucederá que no sea de su total conocimiento y lo que es peor,  un inevitable  reflejo de su absoluta voluntad?¿Cómo creer que fuimos hechos a imagen y semejanza suya, si precisamente no conocemos a ciencia cierta ninguna imagen de él? Si en su abstracto y gaseoso concepto, resulta imposible saber a ciencia cierta ¿Qué podría ser? ¿Qué es? ¿Cómo es? ¿Cuándo es? Máxime si  no cumple con el inmanente  principio de existir, cual es el percibir y ser percibido.

El hombre creó a Dios a su imagen y semejanza...

¿Cómo pretender creer en un alma y vida eterna para una  especie más como  nosotros los humanos? ¿Por qué pensar que tiene que haber algo más después de morir… sino lo hubo antes de nacer? Cuando tanto tiempo habrá transcurrido antes de nacer, como después de morir,  y si no: ¿dónde estaba uno en el infinito lapso de tiempo que lo precedió y como sería esa “alma” y esa vida eterna? Equívocamente,  nuestro sentido del yo individual  (que no es otra cosa que nuestra conciencia cerebral y su forma a priori de percibir imágenes y formas a través del espacio y sucesiones a través del tiempo, haciendo de nuestra existencia puramente un viaje experimental y sensorial) asumirá  erróneamente la ascensión de dicha entidad individual  ya extracorpórea hacia una verdadera y eterna existencia… y eso, porque dichas formas a priori nos condicionan para ver al mundo en contraposición con nosotros, como algo diferente y alrededor de nuestra persona.

Schopenhauer decía: “A aquel que me pregunté, quién fui yo, en el infinito lapso de tiempo que precedió a mi nacimiento, le contestaré: yo, siempre fui yo…. y todos cuantos durante ese tiempo dijeron: yo… no eran otros que yo… o también: “ Aquel me oiga decir, que el gato negro que hoy juega y salta en mi jardín  es el mismo que jugaba y saltaba hace quinientos años, podrá pensar de mi lo que quiera… absurdo más grande me parecería creer que fundamentalmente es otro… ingeniosa ejemplificación de lo delusorio de un  yo individual y su prolongación ad eternum.

El flaco consuelo de que nada se destruye, que al morir se libera energía, que el cuerpo vuelve a la tierra… en nada cambia las cosas.... nuestro regreso al todo, aunque ni un solo átomo se pierda.... no implica la supervivencia de lo formal, de la personalidad. El carácter y sobre todo las vivencias y experiencias que nos hacen únicos, esas, todas, sin excepción se pierden.

“El hombre solitario de Kant, no ríe, no canta, no baila... pero tampoco siente la necesidad de sumirse en la desesperación y el llanto porque el universo está en silencio...” sentencia Nietzsche.



Y es pensando en todo esto, que en ésta insípida tarde de agosto, me queda más que nunca claro de que sólo somos un breve INTERREGNO entre dos nadas, inconscientes de que la magia y la tragedia residen justo en eso… en lo irrevocable y único de todos y  cada uno de los momentos que vivimos… que somos una postrimería, un rosario de adioses y despedidas para siempre… que con mi muerte… hasta nunca jamás, los militaristas sueños de valor y gloria idolatrando a Aquiles, Alejandro, Julio César, a Ricardo corazón de león, retando a combate singular a los emires árabes, a Napoleón victorioso bajo el sol de Austerlitz,al Barón Rojo con su circo volador, las panzer división del zorro del desierto en Benghazi y otros tantos héroes de mis juegos de infancia… de una infancia que fue feliz… con los abuelos, los tíos, primos, mis mascotas pérdidas y ese primer revelador y  brutal encuentro con la muerte, a los cuatro años sosteniendo el inerte cuerpecito de mi conejo Quique…
Se perderán también, los gratos recuerdos de  juegos de riesgo, de  acrobacias temerarias  en motocicleta, límites de adherencia en automóvil, fascinación por la velocidad... pruebas de valor…
correrías cinegéticas por los andes,  olor a pólvora y sangre, el estruendo de las armas,  nevados contrastando al  azul del cielo…un bosque de piedras emergiendo de la bruma… y el  rojo sol que se pierde en un helado atardecer…la fascinación por la música,  golpe de  batería, presencia de los bajos, un solo de guitarra... los monstruos del rock... el fervoroso culto a los libros... sus infinitos arcanos... inapelable potencia de la palabra...

Adiós al incondicional amor y cariño de mi madre... a las interminables disquisiciones con mi padre que ya no está, ni volverá a estar jamás... a las caricias y afecto de mis “cachorros”, reconciliación con lo animal y primigenio... inocencia de sus ojos puros y en su cálido fulgor, la posible redención a la vergüenza de imperdonables excesos cometidos al amparo de una impetuosa e irreflexiva juventud...   mañana azul... día azul...

Pero también se irá con ellos, la tristeza y culpa al evocar tu rostro, que por  siempre y como siempre sólo  puedo imaginar llorando…no volverá tampoco esa dolorosa sensación, ese desasosiego, el  nudo en el estómago, ese no saber qué hacer, ese desamparo que padecí por vez primera ante las gemelas de mis seis años, con sus rostros de ángel, sus claros ojos ,de rulos y piel dorados… premonitoria y admonitoria revelación de una antinomia de mundos paralelos que sería recurrente con los años, y que no es otra que la que hoy siento, cuando  mis taciturnos ojos y  como a través de un acuario de cristal, vislumbran   tu angelical sonrisa y rostro de niña... ajena a mí para siempre y a sideral distancia de las altas y gélidas cumbres y enrarecida atmósfera de mi desértico , abstracto y racional mundo masculino... delusoria  fantasmagoría otoñal de una  atormentada mente, tercamente refractaria al inexorable ultraje  de los años... tarde gris, día gris...

(“Pero Inexorablemente un día, todos estos momentos, como plegarias ahogadas que se lleva el viento se perderán conmigo para siempre como lágrimas en la lluvia...” B.R.)

GUSTAVO ROZAS VALZ

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