¿Cuándo dejé de creer...? Un lamparazo de racionalidad que esperaba latente el
momento de manifestarse. Se dio a los
trece años y cuando todo parecía conducirme a una vida dedicada al “servicio”
de Dios. La herejía consistió justo en eso... en caer en la demoníaca tentación
de racionalizar asuntos de fè y
sustentables únicamente en la fe.
Pero,
¿cómo poder creer en el pecado, en la culpa, en el “libre albedrío” sin
incurrir en una “contradictio ab absurdum” con la pretendida esencia de un Dios
que se supone “omnipotente”, omnipresente” y “omnisciente” y que por lo mismo
todo lo puede, está en todas partes y
todo lo sabe, ergo: no hay nada que sucedió, sucede ni sucederá que no sea de
su total conocimiento y lo que es peor, un inevitable reflejo de su absoluta voluntad?¿Cómo creer
que fuimos hechos a imagen y semejanza suya, si precisamente no conocemos a
ciencia cierta ninguna imagen de él? Si en su abstracto y gaseoso concepto,
resulta imposible saber a ciencia cierta ¿Qué podría ser? ¿Qué es? ¿Cómo es? ¿Cuándo
es? Máxime si no cumple con el inmanente
principio de existir, cual es el
percibir y ser percibido.
El
hombre creó a Dios a su imagen y semejanza...
¿Cómo
pretender creer en un alma y vida eterna para una especie más como nosotros los humanos? ¿Por qué pensar que
tiene que haber algo más después de morir… sino lo hubo antes de nacer? Cuando
tanto tiempo habrá transcurrido antes de nacer, como después de morir, y si no: ¿dónde estaba uno en el infinito
lapso de tiempo que lo precedió y como sería esa “alma” y esa vida eterna? Equívocamente, nuestro sentido del yo individual (que no es otra cosa que nuestra conciencia
cerebral y su forma a priori de percibir imágenes y formas a través del espacio
y sucesiones a través del tiempo, haciendo de nuestra existencia puramente un
viaje experimental y sensorial) asumirá
erróneamente la ascensión de dicha entidad individual ya extracorpórea hacia una verdadera y eterna
existencia… y eso, porque dichas formas a priori nos condicionan para ver al
mundo en contraposición con nosotros, como algo diferente y alrededor de
nuestra persona.
Schopenhauer
decía: “A aquel que me pregunté, quién fui yo, en el infinito lapso de tiempo
que precedió a mi nacimiento, le contestaré: yo, siempre fui yo…. y todos cuantos
durante ese tiempo dijeron: yo… no eran otros que yo… o también: “ Aquel me
oiga decir, que el gato negro que hoy juega y salta en mi jardín es el mismo que jugaba y saltaba hace
quinientos años, podrá pensar de mi lo que quiera… absurdo más grande me parecería
creer que fundamentalmente es otro… ingeniosa ejemplificación de lo delusorio
de un yo individual y su prolongación ad
eternum.
El
flaco consuelo de que nada se destruye, que al morir se libera energía, que el
cuerpo vuelve a la tierra… en nada cambia las cosas.... nuestro regreso al
todo, aunque ni un solo átomo se pierda.... no implica la supervivencia de lo
formal, de la personalidad. El carácter y sobre todo las vivencias y
experiencias que nos hacen únicos, esas, todas, sin excepción se pierden.
“El
hombre solitario de Kant, no ríe, no canta, no baila... pero tampoco siente la
necesidad de sumirse en la desesperación y el llanto porque el universo está en
silencio...” sentencia Nietzsche.
Y
es pensando en todo esto, que en ésta insípida tarde de agosto, me queda más
que nunca claro de que sólo somos un breve INTERREGNO entre dos nadas,
inconscientes de que la magia y la tragedia residen justo en eso… en lo
irrevocable y único de todos y cada uno
de los momentos que vivimos… que somos una postrimería, un rosario de adioses y
despedidas para siempre… que con mi muerte… hasta nunca jamás, los militaristas
sueños de valor y gloria idolatrando a Aquiles, Alejandro, Julio César, a
Ricardo corazón de león, retando a combate singular a los emires árabes, a
Napoleón victorioso bajo el sol de Austerlitz,al Barón Rojo con su circo
volador, las panzer división del zorro del desierto en Benghazi y otros tantos héroes
de mis juegos de infancia… de una infancia que fue feliz… con los abuelos, los tíos,
primos, mis mascotas pérdidas y ese primer revelador y brutal encuentro con la muerte, a los cuatro
años sosteniendo el inerte cuerpecito de mi conejo Quique…
Se
perderán también, los gratos recuerdos de
juegos de riesgo, de acrobacias temerarias en motocicleta, límites de adherencia en
automóvil, fascinación por la velocidad... pruebas de valor…
correrías
cinegéticas por los andes, olor a pólvora
y sangre, el estruendo de las armas,
nevados contrastando al azul del
cielo…un bosque de piedras emergiendo de la bruma… y el rojo sol que se pierde en un helado
atardecer…la fascinación por la música,
golpe de batería, presencia de
los bajos, un solo de guitarra... los monstruos del rock... el fervoroso culto
a los libros... sus infinitos arcanos... inapelable potencia de la palabra...
Adiós
al incondicional amor y cariño de mi madre... a las interminables
disquisiciones con mi padre que ya no está, ni volverá a estar jamás... a las
caricias y afecto de mis “cachorros”, reconciliación con lo animal y
primigenio... inocencia de sus ojos puros y en su cálido fulgor, la posible
redención a la vergüenza de imperdonables excesos cometidos al amparo de una
impetuosa e irreflexiva juventud... mañana
azul... día azul...
Pero
también se irá con ellos, la tristeza y culpa al evocar tu rostro, que por siempre y como siempre sólo puedo imaginar llorando…no volverá tampoco
esa dolorosa sensación, ese desasosiego, el
nudo en el estómago, ese no saber qué hacer, ese desamparo que padecí
por vez primera ante las gemelas de mis seis años, con sus rostros de ángel,
sus claros ojos ,de rulos y piel dorados… premonitoria y admonitoria revelación
de una antinomia de mundos paralelos que sería recurrente con los años, y que
no es otra que la que hoy siento, cuando
mis taciturnos ojos y como a través
de un acuario de cristal, vislumbran tu
angelical sonrisa y rostro de niña... ajena a mí para siempre y a sideral
distancia de las altas y gélidas cumbres y enrarecida atmósfera de mi desértico
, abstracto y racional mundo masculino... delusoria fantasmagoría otoñal de una atormentada mente, tercamente refractaria al
inexorable ultraje de los años... tarde
gris, día gris...
(“Pero
Inexorablemente un día, todos estos momentos, como plegarias ahogadas que se lleva
el viento se perderán conmigo para siempre como lágrimas en la lluvia...” B.R.)
GUSTAVO
ROZAS VALZ
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