El buen
Chalaco estaba muy contento con su nuevo reloj Bulova. Había ahorrado durante muchos
meses para al fin poder comprárselo. Le había puesto el ojo dos años atrás. Siempre
pasaba por la joyería para cerciorarse de que su ansiado reloj aún estuviera en
la vitrina. La sola posibilidad que fuese vendido y descontinuado le preocupaba
sobremanera. El reloj era rectangular, muy grande, vistoso y con aplicaciones
en oro de 24 quilates. Siempre se remangaba la camisa para lucir su elegante reloj.
No se cansaba de mirarlo. Lo cuidaba mucho. Incluso dormía con él. No se lo
quitaba ni para bañarse y se tomó muchas fotos con la muñeca izquierda a la
altura del pecho.
A
Chalaco le preocupaba la expresión de codicia con que el judío Snaiderman miraba
su reloj siempre que tenía que ir a su casa de cambios. Incluso averiguó si
había alguna otra casa de cambios en la zona para no tener que ir a la del
judío Snaiderman, pero lamentablemente no había otra en muchos kilómetros a la
redonda.
En
una de esas tantas veces, el judío Snaiderman le pidió por favor que pasara por
su oficina, le dijo que quería proponerle un negocio. Chalaco trató de
evitarlo, le dijo que estaba muy ocupado, pero el judío Snaiderman insistió
hasta el ruego y finalmente lo persuadió. Ya en su oficina, le ofreció
cambiarle su reloj por tres relojes de oro para dama de diferentes modelos más
dos pulseras y una esclava… todo de oro.
Chalaco no aceptó, pero tanto insistió el judío que Chalaco le prometió
que lo pensaría. Al salir, Chalaco -que
había tomado debida nota de lo ofrecido- buscó a diferentes personas para valorizar lo
ofrecido en cambio… y muy grande fue su sorpresa cuando supo que el valor de lo
ofrecido por el judío Snaiderman equivalía a diez veces el precio de lo que
pagó por su adorado Bulova. Pero esto, lejos de animarlo… logró obsesionarlo
aún más con su reloj y mandó un mensaje al judío Snaiderman con un emisario,
respondiéndole que su Bulova no estaba en venta ni era sujeto de canje alguno.
La
fijación del judío Snaiderman por el reloj de Chalaco logró ponerlo tan
nervioso que decidió contratar un empleado para que viaje todos los días a un
distrito vecino para hacer sus transacciones cambiarias. No quería volver a
tener que pisar la casa de cambios del judío Snaiderman nunca más. Incluso
temía que éste quisiera asesinarlo para quedarse con su reloj. Ya casi no salía por las noches
de su casa y siempre se hacía acompañar con su nuevo empleado a donde fuera.
Chalaco
visitaba todos los domingos a una tía suya, quien de alguna manera hizo las
veces de su madre cuando esta murió y él tenía dieciocho años. Aquella tía
vivía sola. Sus hijos se habían casado hacía muchos años y muy poco la visitaban.
Chalaco era su sobrino favorito. Una de esas tardes y luego de un suculento
almuerzo… Chalaco -como era su
costumbre- se recostó en uno de los
camarotes vacíos de los cuartos de la casa y se quedó profundamente dormido… y
al despertar, dos horas más tarde… encontró en su muñeca izquierda los tres
relojes, las dos pulseras y la esclava que días atrás le ofreciera el judío Snaiderman.
Se incorporó sorprendido, asustado e iracundo y fue hasta el dormitorio de su
tía a preguntarle qué había pasado. Tomó a su tía de las solapas del saco y
empezó a zarandearla mientras le exigía que le cuente cómo así permitió que eso
pasara… a lo que ella le respondió muy serena y sin inmutarse:
-
Pero hijo… no seas presumido ni testarudo; ¿por qué te
aferras a las cosas? Finalmente son objetos y ni siquiera has conseguido novia
en todos los meses que ya tienes ese reloj…
-
Y a ti qué mierda te importa que yo tenga o no tenga
novia ¡vieja de mierda! Quién carajos te crees tú para decidir sobre mis cosas
y encima aprovechando que duermo.
-
Mi intención no fue mala Chalaquito, los argumentos
del señor Snaiderman fueron contundentes y me convenció. Me dijo que te haga
entrar en razón, que ese reloj tenía que ser suyo te guste o no, y que mejor te
convenza de aceptar por la buena, pero como te conozco… sabía que dirías que
no, así que tuve que hacerlo mientras dormías. Ah… el señor Snaiderman te manda
muchos saludos y me encargó que te aconsejara que no fueras tan terco ni
engreído, que eso sólo te traería problemas a futuro, que recapacites y en eso
tiene mucha razón. También me dijo que te apreciaba, que no tengas miedo de
volver a su casa de cambios. Ya suéltame Chalaquito, tengo que prepararte el
lonche, no seas majadero hijito. Encima me dices ‘vieja de mierda’ eres un
malcriado, un malagradecido, me tienes que pedir perdón.
MAURICIO
ROZAS VALZ