Verónica cursaba primero de
secundaria, y todas las tardes asistía a clases de francés en la Alianza
Francesa. Tenía trece años y vivía a diez cuadras de aquel lugar. Jorge Luis
tenía también trece, pero cursaba el quinto de primaria porque había repetido
el año. Todas las tardes la esperaba a la salida de sus clases que era a las
seis y treinta de la tarde. Siempre se paraba en la vereda de enfrente apoyado
en la pared con la pierna derecha doblada pisando el zócalo de la pared de una
casona. Esto se repetía de lunes a viernes: ella salía, se daban un beso en la
mejilla, caminaban hasta el quiosco de la esquina, compraban algunas golosinas
o bebidas y se sentaban en la batiente de cualquier puerta cercana a conversar.
Eso duraba máximo cinco minutos. Luego se limpiaban la parte trasera de la ropa
y partían a paso lento mirándose embobados.
A la mitad del camino a casa de
Verónica tenían que cruzar por un parque muy antiguo que tenía muchos
eucaliptos viejos; ahí hacían su segunda parada. Ella se apoyaba en el árbol y
se daban algunos tímidos besos que no cruzaban sus labios. Jorge Luis siempre
le preguntaba qué había aprendido ese día. Ella obedientemente le contaba y
pronunciaba las frases y las palabras en francés que había aprendido ese día.
Él la escuchaba con mucha atención y cuando terminaba le daba un beso más; otra
vez se limpiaban la parte trasera de su ropa y seguían camino a casa hasta
perderse caminando por las calles, justo en el preciso momento en que el sol se
terminaba de ocultar totalmente y las luces de los postes se encendían.
Ese ritual se repetía a diario.
En una de esas tantas paradas en el parque, él, como siempre, le preguntó qué
palabras en francés había aprendido ese día. Ella le contó que ese día le
habían enseñado por primera vez una canción en francés. Él le pidió que se la
cante. Inicialmente ella no quiso, le dijo que le daba vergüenza y que además
era muy desorejada. Jorge Luis insistió, hasta que Verónica a regañadientes
aceptó. Tomó aire y cantó la canción completa, con baile incluido, ante la
mirada absorta de Jorge Luis, quién apenas terminó la canción la aplaudió tan
fuerte que la gente que pasaba volteó a verlos. Ella se puso colorada de la
vergüenza y empezó a reír nerviosamente a carcajadas. Jorge Luis la abrazó y la
besó en la sien derecha, la tomó de la mano y siguieron como siempre su camino.
Todo esto me lo contó Jorge Luis
treinta años después de esa historia, al medio día de un lunes de verano en
horas de trabajo, cuando, buscando música en la radio de su auto, me pidió que
me detenga en una conocida emisora de música del recuerdo en la que empezaba el
tema: Soleil Soleil. Luego sonó su celular, no sé
quién sería pero le dijo molesto que estaba muy ocupado, que él le llamaría más
tarde. Botó el celular en la gaveta, se pasó la mano por la cabeza en ademán de
peinarse con gesto de hastío. La luz se puso en verde y continuamos nuestro
camino a la oficina.
MAURICIO ROZAS VALZ
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