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jueves, 12 de julio de 2012

SOLEIL




Verónica cursaba primero de secundaria, y todas las tardes asistía a clases de francés en la Alianza Francesa. Tenía trece años y vivía a diez cuadras de aquel lugar. Jorge Luis tenía también trece, pero cursaba el quinto de primaria porque había repetido el año. Todas las tardes la esperaba a la salida de sus clases que era a las seis y treinta de la tarde. Siempre se paraba en la vereda de enfrente apoyado en la pared con la pierna derecha doblada pisando el zócalo de la pared de una casona. Esto se repetía de lunes a viernes: ella salía, se daban un beso en la mejilla, caminaban hasta el quiosco de la esquina, compraban algunas golosinas o bebidas y se sentaban en la batiente de cualquier puerta cercana a conversar. Eso duraba máximo cinco minutos. Luego se limpiaban la parte trasera de la ropa y partían a paso lento mirándose embobados.

A la mitad del camino a casa de Verónica tenían que cruzar por un parque muy antiguo que tenía muchos eucaliptos viejos; ahí hacían su segunda parada. Ella se apoyaba en el árbol y se daban algunos tímidos besos que no cruzaban sus labios. Jorge Luis siempre le preguntaba qué había aprendido ese día. Ella obedientemente le contaba y pronunciaba las frases y las palabras en francés que había aprendido ese día. Él la escuchaba con mucha atención y cuando terminaba le daba un beso más; otra vez se limpiaban la parte trasera de su ropa y seguían camino a casa hasta perderse caminando por las calles, justo en el preciso momento en que el sol se terminaba de ocultar totalmente y las luces de los postes se encendían.

Ese ritual se repetía a diario. En una de esas tantas paradas en el parque, él, como siempre, le preguntó qué palabras en francés había aprendido ese día. Ella le contó que ese día le habían enseñado por primera vez una canción en francés. Él le pidió que se la cante. Inicialmente ella no quiso, le dijo que le daba vergüenza y que además era muy desorejada. Jorge Luis insistió, hasta que Verónica a regañadientes aceptó. Tomó aire y cantó la canción completa, con baile incluido, ante la mirada absorta de Jorge Luis, quién apenas terminó la canción la aplaudió tan fuerte que la gente que pasaba volteó a verlos. Ella se puso colorada de la vergüenza y empezó a reír nerviosamente a carcajadas. Jorge Luis la abrazó y la besó en la sien derecha, la tomó de la mano y siguieron como siempre su camino.

Todo esto me lo contó Jorge Luis treinta años después de esa historia, al medio día de un lunes de verano en horas de trabajo, cuando, buscando música en la radio de su auto, me pidió que me detenga en una conocida emisora de música del recuerdo en la que empezaba el tema: Soleil  Soleil. Luego sonó su celular, no sé quién sería pero le dijo molesto que estaba muy ocupado, que él le llamaría más tarde. Botó el celular en la gaveta, se pasó la mano por la cabeza en ademán de peinarse con gesto de hastío. La luz se puso en verde y continuamos nuestro camino a la oficina.

MAURICIO ROZAS VALZ

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