Ana Lía nunca fue mi amiga, ni mi novia, ni mi amante. En
términos reales y prácticos fue una extraña. Sólo supe de su nombre cuando la
escuchaba llamar por teléfono a alguien y decir su nombre. Sin embargo, creo
que llegué a saber de su vida quizás algo más que la mayoría de sus allegados.
Nunca cruzó conmigo más de un buenas tardes o un buenas noches, a fuerza de
tanto verme casi a diario en el mismo café que se convirtió durante largo
tiempo en nuestro segundo hogar. Tenía una mirada muy dulce y triste, era
bonita sin llegar a ser hermosa ni llamar mucho la atención. Era pequeña, muy
delgada y tenía una bonita cabellera rojiza y ensortijada. Vestía con mucha
sobriedad. Era obvio que no le gustaba llamar la atención.
Muchas de las infinitas noches en que nos cruzamos en
aquel café, solía sentarse en una mesa contigua a la mía. Las únicas ocasiones
en que llegamos a comunicarnos fueron cuando alguno de los dos se dirigía a los
servicios. Para ello bastaba un lacónico: ¿cuidas mi portátil? o ¿Cuidas mi saco?
Fueron muchas las veces en que la escuché sollozar, al
parecer mendigando amor, o una oportunidad, o qué sé yo, a alguna pareja o expareja,
durante sus larguísimas conversaciones por celular. También solía hablar con
una mujer. Tampoco sé si sería su hermana o alguna amiga. Con ella también
sollozaba contándole sus cuitas del corazón. Cuando no conversaba, leía algún
libro. Dada mi curiosidad de bibliómano incorregible, logré ver algunos de los
títulos y los autores. Eran todos libros de autoayuda que yo menospreciaba. Sin
embargo, tenía una expresión inteligente, curiosa, pero indudablemente
perturbada y muy triste.
Nunca la vi acompañada. Sin embargo, en medio de sus
interminables y sufridas conversaciones, solían llegarle llamadas de alguno que
otro pretendiente. Era fácil percatarse de ello por las consabidas excusas que
daba, o por el gesto de desencanto con que miraba su teléfono que dejaba sonar
sin contestar.
Entre nosotros se llegó a establecer un vínculo. Eran
siempre las mismas horas, los mismos rituales, pedíamos siempre lo mismo. Yo,
un expreso doble con un vaso de agua, y ella un cappuccino con crema. Yo fumaba
en ese entonces Marlboro rojo, y ella Winston light. Algunas veces ella me
pedía fuego y otras yo a ella, y así, nunca cruzamos palabra. Todo se quedó en
señales.
Algunas veces la sorprendí con un libro igual al mío. Deduje
que ella también curioseaba mis libros cuando iba yo a los servicios. Aun así,
nunca se animó ni me animé a cruzar palabra con ella. Sin embargo, creo que de
alguna manera me enamoré de ella, y quiero pensar -para no maltratar mi autoestima- que ella también. Lo digo porque, en una
oportunidad, tuve que hacer un viaje de quince días, durante los que,
curiosamente, la eché de menos. Cuando regresé, lo primero que hice fue ir al
café. Ella no estaba. La esperé durante tres semanas a la misma hora, pero nunca
regresó. Como consecuencia de ello, tampoco regresé más a ese café. Me
consolaba pensando que ella dejó de ir luego de esas mismas dos semanas, cuando
seguramente concluyó que yo jamás regresaría.
MAURICIO ROZAS VALZ
Haces recordar tantas oportunidades que uno obvia, tantas tonterías que uno no hizo, tantas y tantas cosas que a veces no se vive. Pero bueno a seguir adelante con lo aprendido. Tal vez no sea el mensaje o lo que la historia quiera decir, pero despierta tal vez en personas desconocidas ciertos recuerdos e inexperiencias.
ResponderEliminarLa literatura tiene esa gracia. Cada quien lo visualiza y lo interpreta de manera única. Gracias Joseph.
EliminarMau que cálido lo que escribes en este relato, aunque dices que entre ella y tú no cruzaron casi palabras, se puede sentir cierto calorcito de "hogar" por así decirlo, creo que quizás los dos iban a encontrarse y les bastaba con saber que ahí estaban, seré así de romántica? jajaja bueno es lo que me trasmiten tus palabras, sería un amor en silencio? Y estoy de acuerdo con lo que dice la personita que opinó, dejamos pasar oportunidades que la vida o el destino nos ofrece, pero bueno yo aún estoy a tiempo jajajaja tomaré en cuenta esto para no dejar pasar lo que la vida me brinda :) saludos Mau y un abrazo!
ResponderEliminarCalittha.
Sí que eres romántica, Calittha. Harías bien en no dejar pasar la oportindad si se presentara... como bien comentó mi amigo Joseph líneas arriba. Gracias como siempre.
ResponderEliminarHola Mauricio, este relato nos muestra qué gracias a nuestro orgullo, arrogancia, miedo o sencillamente timidez, hemos de perder oportunidades valiosas a lo largo de nuestras vidas, en lo personal, laboral y/o profesional...
ResponderEliminarA mi me pasó algo similar y desde ese día me juré, jamás quedarme con la duda... La vida es un ratico.
Anny
Y sí, Anny... sí que es un ratico. Gracias por comentar.
EliminarMe quedé como con un vacío, con una tristeza....creo que a muchos nos ha pasado... Me uno a la reflexión de las pportunidades pero también en las verdaderas razones que nos detienen....Gracias Mauricio por compartirlo..
ResponderEliminarA todos, es cierto. Gracias por tu comentario, Nakari.
ResponderEliminar