Nunca llegaré entender el
infinito rencor que me llegó a guardar Brunella. Una vez más me convencí de que
la razón y el sentido común son sólo argumentos individuales para justificarnos
ante nosotros mismos, y que la comprensión entre dos seres humanos es siempre
relativa, y está siempre llena de concesiones pacifistas que sólo el amor puede
mantener en silencio.
Hoy la vi, saliendo de un
centro comercial, algo regordeta en su 4 x 4, con su nana uniformada de blanco
sentada en la fila de atrás cargando un niño, al lado de una silla para bebés.
Han pasado cinco años desde la última vez que la vi. No obstante, me miró con
el mismo odio conque me mirara los últimos tres años en que tuve que soportar
sus agresiones. Confieso que su mirada logró asustarme. Rebuscaba una vez más
en mi memoria algún suceso, alguna actitud mía, algo razonable que pudiera
explicar tanto viejo encono, al parecer eterno.
Durante ese ejercicio de
memoria, recordé gratamente como empezó nuestra leve y breve historia. Quizá en
lo leve que fue para mí radique la
razón de su rencor. No encuentro otra explicación. Su primo era mi amigo. Cierta
vez me llamó para que lo acompañase al cumpleaños de una de sus primas, oferta a
la que inicialmente me resistí porque ya era bastante grande como para zamparme
a una fiesta a la que no había sido invitado. Él me convenció. Delante de mí la
llamó por teléfono avisándole que iría con un amigo, y acercó su teléfono a mi
oreja para que escuchara:
–Encantadísima primo, con
toda confianza. ¿Qué tal está tu amigo?
–Horrible prima, horrible,
pero es buena gente –respondió mi amigo, y ella se despidió riendo.
Camino a la fiesta, le pedí
a mi amigo que parara en un supermercado para comprar algo. No quería
aparecerme en un cumpleaños con las manos vacías. Compré un ramo con tres
botones de rosas rojas y una botella de vino tinto. Mi amigo empezó a burlarse.
Me dijo que abandonase esas costumbres provincianas, que su prima se reiría de
mí. Antes de bajar del auto, dudé si dejarlo todo o entrar a la casa con el
ramo y la botella en las manos. Tomé valor y bajé con los regalos, pese a los
gestos de desaprobación de mi amigo.
Brunella nos abrió la
puerta, abrazó a su primo, y él luego nos presentó. Le di un tímido abrazo y le
entregué avergonzado las rosas. Ahí creo que empezó todo. Sus ojos se
encendieron, se tomó el pecho con la mano derecha y me dio un beso. Sí que era
linda Brunella, vaya que sí, muy linda. Quedé medio atontado y caminé nervioso
hacia la sala de su enorme y lujosa casa.
Durante la fiesta todo
fueron atenciones y sonrisas para conmigo. Bailamos algunas canciones y sucedió
algo terriblemente vergonzoso. Conforme iban pasando las horas, las
conversaciones y los bailes, se me pasaron las copas y me emborraché. Si bien felizmente
supe luego que no había hecho ningún escándalo, recordé unas manos que me
movían los hombros. Era Brunella, quien me despertaba porque me había quedado
dormido en una pequeña sala que estaba a oscuras. De la vergüenza se me pasó la
borrachera. Me despedí de ella, quien, lejos de molestarse, me miraba con una
sonrisa piadosa y me hizo un guiño de complicidad. Me trajo un café y me
sugirió que me quedara un rato hasta que me sintiera mejor. No le hice caso, la
vergüenza fue mayor y le pedí que me enseñara la salida de servicio por el
garaje y me fui.
Al día siguiente, desperté
arrepentido y con la típica crisis de nervios post-borrachera. Me preocupaba
pensando qué habría pasado en el lapso entre que bailaba con ella y desperté en
la salita oscura. Mi memoria había borrado toda una parte de aquella fiesta.
Llamé a mi amigo, quien me preguntó con quién me fui y a qué hora. Le conté lo
sucedido. Le dio un ataque de risa: “Ya perdiste cholo, ya perdiste”, me dijo
con cariñosa crueldad.
Decidí no tocar más el
asunto y esperar a que pasara un tiempo. A los tres días, me encontré con
Brunella en el club al que solía ir siempre con su primo. La abordé y le pedí
disculpas. Me dijo que no me preocupara, que hubo un momento durante la fiesta
en que me fui a paso lento y en silencio hacia la sala del sótano y que no
regresé mas, que no había hecho nada malo, lo cual me alivió mucho. “Son cosas que pasan
siempre, tú tranquilo”, me dijo ella en tono muy dulce. Le propuse tomar una
cerveza y fumar un cigarrillo en las poltronas de la piscina. Fuimos y
conversamos mucho. Su primo me avisó para irnos y ella se ofreció a llevarme.
Conversamos un rato más y subimos a su auto camino a mi casa. Llegamos a la
puerta, y al despedirme, le robé un beso y luego bajé presuroso para no darle
tiempo a hacer preguntas ni reclamar nada.
Luego de eso, me enteré por
su primo que ella tenía un novio con el que llevaba como cuatro años, y que
éste se encontraba en Europa siguiendo una maestría, lo cual me entristeció
mucho. A los pocos días me la encontré nuevamente en el club y me saludó muy
coqueta y sonriente. Le pregunté a boca de jarro sin ocultar mis celos si era
cierto lo del novio. Me respondió que sí. No quise hacerle más preguntas para
no oír cosas que pudieran acrecentar mi dolor. Me puse serio, y tratando de
disimular, me despedí de ella con un beso en la mejilla. “¿Estás molesto?”, me
preguntó muy suelta de huesos. Le dije que no, que estaba cansado y quería irme
a casa. Se encogió de hombros y me hizo una seña de adiós con la mano derecha.
Durante esa noche, me quedé
pensando en cómo debería actuar en adelante con ella, tomando en cuenta que
tendría que seguirla viendo, pues empezamos a frecuentar los mismos lugares y
el mismo grupo de amigos. Decidí, luego de muchas vueltas, que le seguiría el
juego y que nunca más le preguntaría por su novio, a ver qué pasaba, y en
efecto, así lo hice.
Pasaron varias semanas en
que nos seguimos encontrando, unas veces por “casualidad” en el club, otras, ya
previamente coordinadas por teléfono. Toda nuestra historia real no duró más de
cinco meses, durante los cuales las dudas sobre lo que realmente significaba
aquel novio para ella me atormentaban. Si no era tan importante ese tipo, me
preguntaba por qué entonces no terminaba con él y formalizaba lo nuestro, dadas
mis evidentes demostraciones de amor e interés por ella.
Todo eso me fue cansando. Las
últimas semanas ya evitaba encontrarme con ella. Hasta que una noche de un
jueves de enero hubo un suceso que cambió el rumbo de los acontecimientos para
siempre. Me encontré con una ex novia, a la que no veía desde hacía cuatro años.
Nuestra historia había quedado trunca por impedimentos entonces insalvables. El
verla fue como retroceder en el tiempo y despertarlo todo y empezamos entonces un
tormentoso romance. Pero ésa es otra historia.
Como nunca hubo compromiso
entre Brunella y yo, no consideré necesario contarle nada. Simplemente
desaparecí de su vida sin despedirme ni darle ninguna explicación. Supe por su
primo que cuando se enteró, se enfadó mucho, que inclusive se puso a llorar a
mares maldiciéndome. Él me dijo que todo
eso le parecía una frescura, que con qué raza se molestaba si ella nunca pensó
en terminar con su estudioso novio. Por supuesto, yo estaba de acuerdo con él.
Nunca más conversamos ni
cruzamos palabra. Nunca llegó a haber las aclaraciones pertinentes y tampoco ya
me interesaban. Supe que al poco tiempo regresó su novio y la pidió en
matrimonio. Pensé que eso sería suficiente para poner tierra, cemento y lápida
al asunto, pero no fue así. Amigos comunes me comentaban que ella hablaba muy
mal de mí, cosas inimaginables que me dejaron estupefacto.
Al cabo de un tiempo me
hackearon el correo electrónico y enviaron a todos mis contactos correos llenos
de barbaridades supuestamente escritas por mí. Luego me di cuenta que habían entrado
a la casilla de voz de mi celular porque nunca cambié la clave universal. Y lo
mismo con en el teléfono de mi casa. Pude confirmar que había sido ella, ya que
en los correos que envió desde mi dirección, firmaba con un apodo que sólo ella
utilizaba para dirigirse a mí. En verdad logró asustarme. No sé como averiguó
el teléfono de mi novia y la hacía llamar con algún tipo amenazándola de
muerte. Una verdadera pesadilla, no lo podía creer ni entender. En ese plan
estuvo cerca de un año, sin que nada ni nadie pudiera convencerla para dejar de
hacerlo. Incluso le mandé a decir que si seguía le haría saber a su novio de lo
nuestro. Ni eso la persuadió. Pues lo hice, y el muy idiota de su novio se
había creído el cuento de que la cosa era al revés. Que era yo quien me había obsesionado
con ella y sólo quería separarlos con mentiras. Lo cual me abrió un frente más.
Vivía aterrado por lo que ella o él pudieran hacerme a mí o a mi novia.
Decidí alejarme de todo
lugar y amigo común para siempre. Incluso me mudé de casa. Cambié de número de
celular y creé una nueva cuenta de correo electrónico. Aun así solían llegarme
sus infamias. Me contaron que cuando se emborrachaba siempre sacaba “nuestro”
asunto sobre el tapete para demolerme con sus calumnias. Poco a poco todo se
fue calmando, sus ataques se hicieron más espaciados hasta que no supe más de
ella ni la volví a ver. Hasta hoy.
Luego de ver nuevamente su intimidante
expresión de odio que yo creía olvidado,
me puse a pensar en qué habría sucedido realmente, qué podría haber
pasado por su cabeza. Quizá lo que ella esperaba era que yo le preguntara más
por su novio, que le rogara para que terminase con él, que le suplicara para
que lo dejara para estar al fin juntos, o que me tirara al piso pidiéndole que fuera
sea sólo mía. Nunca lo hice… Quizás fue eso. Quizás. No lo sé.
MAURICIO ROZAS VALZ
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