Siempre
que cambiamos de aires y comenzamos a transitar por lugares nuevos, ya sea que
nos mudemos, cambiemos de centro de trabajo, de ciudad o de país… si hacemos
memoria, siempre que empezamos a reconocer las nuevas calles y vecinos, aparecen
personajes que salen de lo común y le dan un toque novelesco y hasta macondiano
al lugar.
Aquellos
personajes especiales que no pasan inadvertidos y que suelen ser marginales… ya
sea el borrachín que siempre hace bulla gritando improperios en sus frecuentes
diablos azules; o el drogadicto que para sucio y desaliñado pidiendo monedas o
viendo qué puede ‘levantar’ para vender y comprar lo que le gusta; o el loquito
o loquita que hablan, ríen o reniegan solos, o se escapan semidesnudos de sus
casas… suelen ser el temor de los niños y de algunas mujeres que -con justa
razón- se sienten amenazados de cruzarse
un mal día con uno de ellos y ser agredidos, lo que hace aún más triste su ya
de por sí miserable vida porque sufren el rechazo de todos sus vecinos. Incluso
no faltan los muchachos crueles y abusivos que se burlan de ellos para
provocarlos y luego pegarles, o las viejas neuróticas que los culpan de todo y
los hacen llevar por la policía hasta por gusto.
En
mi barrio de la infancia había hasta dos de estos personajes: uno fue el famoso
‘loco Calín’, un tipo muy alto, de raza blanca, calvo y bigotes a lo Dalí, que
tenía la piel quemada por el inclemente sol arequipeño. No recuerdo con
claridad su apellido, pero era compuesto y rimbombante. Recuerdo que todos los
niños del barrio le teníamos terror por su gran estatura y su traza haraposa. El
sólo verlo a varios metros era motivo para echarnos a correr. Recuerdo que una vez
le contamos esto a mi madre y ella nos comentó que lo conocía, que de muchacho fue muy apuesto y no sabía cómo ni
porque terminó así y que le daba mucha pena, y es más, que era amiga de una de
sus hermanas y él además era inofensivo. Fue a partir de esa fecha que dejamos
de correr y empezamos a saludarlo por su nombre, a lo que él siempre respondía
muy sonriente y con una venia. Otro fue el señor Pérez Lira, quien simplemente
era un anciano borrachín y enamorador, y
que en sus borracheras no distinguía a jovencitas de ancianas, ni a señoras de
señoritas y piropeaba a cuanta mujer se le cruzaba en el camino. Pero claro, no
faltaba el abusivo pobre de espíritu que quería hacer gala de mucha valentía
pegándole a un anciano (de esa basura tampoco falta en ningún barrio) y a veces
se le veía magullado.
Ya
más joven y en mi segundo barrio, estaba el famoso ‘Angelito’. Era un borrachín
de unos cuarenta años aproximadamente, pero este sí que era malcriado y bruto
como él solo. Le pegaban todos los días y no aprendía, tenía la nariz aplastada
y el rostro desfigurado de tanto golpe recibido, era conmovedor, pero ahora que
lo pienso… algún trastorno autodestructivo debía tener porque parecía pedir a
gritos que le peguen. Insultaba a la gente, le caían golpes y perseguía durante
cuadras a quien lo golpeaba hasta que se cansase de golpearlo. Algunas veces se
le veía ecuánime caminando avergonzado mirando hacia el suelo. Un buen día no
lo volví a ver. Nunca más apareció y tampoco nadie preguntó por él.
Ya
de adulto cuando me fui a vivir a Lima, a espaldas de la casa que habitaba
había una quinta de cuatro casas, y en una de ellas, vivía un tipo de unos
treinta años que no sé si sería chino, japonés, coreano o vietnamita… pero
oriental era. Este señor, parecía que había sido abandonado por una mujer. Por
lo menos dos o tres veces por semana se emborrachaba -y al parecer- solo. Ponía
en su estéreo a todo volumen baladas en español de Perales, Rafael y cuanto
baladista hubiera para luego pasar a rancheras y boleros. Eso podía pensarse
que era un simple mal de amores, pero lo anormal radicaba en que pasados
algunos minutos… se asomaba a una de sus ventanas en unos llantos desgarradores
y gritando al cielo en un idioma irreconocible, luego lanzaba cosas desde esa
misma ventana hacia los muros vecinos y rompía vasos y botellas contra las
paredes de su casa. Este ritual se repetía un día de por medio. El serenazgo y
la policía ya no sabían qué hacer; le tocaban la puerta, lo citaban, lo
multaban, y nada… durante los dos años que viví allí tuve que soportar sus
locuras, incluso hubo algunas veces que destrozó todas las ventanas de su casa
y una en que lanzó una cama con sus veladores hacia la calle. Hasta el día en que
me mudé siguió viviendo allí.
Luego
me arrepentí de mudarme, después de todo el chino no se metía conmigo. En el
último piso del edificio que estaba al frente del mío, vivía un drogadicto de
unos sesenta años, y que era hermano de un famoso corredor de autos que
pertenecía a una familia antigua de mucho dinero. Este tipo tenía la costumbre
de llamar a un delivery diferente cada día
-imagino con nombres falsos- y
una vez que le entregaban el pedido, ya sea comida o pastillas, cerraba la
puerta de su departamento y nunca más la abría. Podían chancarle la puerta toda
la noche y no le importaba. Esto sucedía inter diario y la policía y el
serenazgo tenían casi como rutina reportarse en ese edificio. Era indignante
ver cómo los pobres repartidores eran presas de la ira, e incluso algunas
muchachas que sabe Dios cuanto ganarían haciendo reparto en bicicleta se iban
en llantos de impotencia. No contento con eso, lo habían sorprendido más de una
vez robando equipos o llantas de los autos que se estacionaban frente al
edificio. Recuerdo que una vez, justo encontré a un repartidor llegando en su
moto cuando yo llegaba a casa, y le pregunté a donde se dirigía… me dijo que al
401 y le advertí que lo estafarían, me hizo caso y se fue… y al día sub
siguiente encontré mi auto todo arañado con clavo. Pero felizmente la justicia
tardó pero llegó: una tarde, cuando ya casi me había acostumbrado a la
pesadilla de tener un delincuente como vecino, llegando a mi casa, vi a este
tipo esposado subir a un patrullero y nunca más regresó.
Luego
me mudé a otro barrio bastante lejano al anterior. Ahí la cosa cambió, esta vez
no fue loco, sino loca… y no vivía en otra cuadra, sino en el departamento
contiguo al mío. Esta señora era muy guapa y simpática y además nos hicimos muy
amigos. Mi especial y entrañable vecina, ha sido la mujer más adorablemente
promiscua que he conocido en mi ya no corta vida, superando incluso a todos los
personajes de novela de similares hábitos, confirmando el dicho que siempre la
realidad supera a la ficción. Pero lo más simpático de esta perturbadora vecina
y amiga… era que no tenía doble moral ni doble discurso, no escondía a nadie ni
se escondía de nadie. Ella estaba orgullosa de tener tres novios ‘firmes’ a la
vez, con los que dormía por turnos los diferentes día de la semana… y además
tenía cuatro amantes debidamente empadronados y que se conocían y odiaban entre
sí, pero que tenían prohibido pelearse so pena de ser expectorados
inmediatamente. En los más de dos años que viví allí, le conocí ocho novios
‘firmes’ y más bien ya olvide cuantos amantes tuvo, lo que sí recuerdo es que
muchos. Me tocaba la puerta para presentármelos a todos uno por uno y cada vez
que tenía uno nuevo. Recuerdo también que más de una vez tuve que llamar a la
policía por los pugilatos que se armaban en las cocheras y los pasillos del
edificio. Nos hicimos muy amigos y me hacía reír mucho. En verdad la extrañé
cuando me fui de aquel barrio.
Luego
de eso me mudé por largo tiempo a otro barrio. Allí todo fue muy tranquilo. No
me hice amigo de nadie, ni hablaba con nadie y curiosamente no conocí a ningún
loco… aunque indagando… indagando… jalando la lengua a algunos porteros… me
enteré para mi sorpresa que esta vez los papeles se habían invertido sin que yo
siquiera lo sospechara: el resto de vecinos decían que era yo quien estaba
loco, y que era el famoso ‘loco del piso seis’.
MAURICIO
ROZAS VALZ
jajajajaja....que buena...creo que todos tenemos un loco en nuestra historia. Cuando vivía en lince estaba el famoso "loco Panchito".....nada más espero que yo aquí no sea la loca de nada....
ResponderEliminarYo creo que sí lo eres, gringa querida. Jajjajaja
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