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lunes, 12 de noviembre de 2012

EL LOCO DEL BARRIO





Siempre que cambiamos de aires y comenzamos a transitar por lugares nuevos, ya sea que nos mudemos, cambiemos de centro de trabajo, de ciudad o de país… si hacemos memoria, siempre que empezamos a reconocer las nuevas calles y vecinos, aparecen personajes que salen de lo común y le dan un toque novelesco y hasta macondiano al lugar.

Aquellos personajes especiales que no pasan inadvertidos y que suelen ser marginales… ya sea el borrachín que siempre hace bulla gritando improperios en sus frecuentes diablos azules; o el drogadicto que para sucio y desaliñado pidiendo monedas o viendo qué puede ‘levantar’ para vender y comprar lo que le gusta; o el loquito o loquita que hablan, ríen o reniegan solos, o se escapan semidesnudos de sus casas… suelen ser el temor de los niños y de algunas mujeres que -con justa razón-  se sienten amenazados de cruzarse un mal día con uno de ellos y ser agredidos, lo que hace aún más triste su ya de por sí miserable vida porque sufren el rechazo de todos sus vecinos. Incluso no faltan los muchachos crueles y abusivos que se burlan de ellos para provocarlos y luego pegarles, o las viejas neuróticas que los culpan de todo y los hacen llevar por la policía hasta por gusto.

En mi barrio de la infancia había hasta dos de estos personajes: uno fue el famoso ‘loco Calín’, un tipo muy alto, de raza blanca, calvo y bigotes a lo Dalí, que tenía la piel quemada por el inclemente sol arequipeño. No recuerdo con claridad su apellido, pero era compuesto y rimbombante. Recuerdo que todos los niños del barrio le teníamos terror por su gran estatura y su traza haraposa. El sólo verlo a varios metros era motivo para echarnos a correr. Recuerdo que una vez le contamos esto a mi madre y ella nos comentó que lo conocía, que de  muchacho fue muy apuesto y no sabía cómo ni porque terminó así y que le daba mucha pena, y es más, que era amiga de una de sus hermanas y él además era inofensivo. Fue a partir de esa fecha que dejamos de correr y empezamos a saludarlo por su nombre, a lo que él siempre respondía muy sonriente y con una venia. Otro fue el señor Pérez Lira, quien simplemente era un anciano borrachín y  enamorador, y que en sus borracheras no distinguía a jovencitas de ancianas, ni a señoras de señoritas y piropeaba a cuanta mujer se le cruzaba en el camino. Pero claro, no faltaba el abusivo pobre de espíritu que quería hacer gala de mucha valentía pegándole a un anciano (de esa basura tampoco falta en ningún barrio) y a veces se le veía magullado.

Ya más joven y en mi segundo barrio, estaba el famoso ‘Angelito’. Era un borrachín de unos cuarenta años aproximadamente, pero este sí que era malcriado y bruto como él solo. Le pegaban todos los días y no aprendía, tenía la nariz aplastada y el rostro desfigurado de tanto golpe recibido, era conmovedor, pero ahora que lo pienso… algún trastorno autodestructivo debía tener porque parecía pedir a gritos que le peguen. Insultaba a la gente, le caían golpes y perseguía durante cuadras a quien lo golpeaba hasta que se cansase de golpearlo. Algunas veces se le veía ecuánime caminando avergonzado mirando hacia el suelo. Un buen día no lo volví a ver. Nunca más apareció y tampoco nadie preguntó por él.

Ya de adulto cuando me fui a vivir a Lima, a espaldas de la casa que habitaba había una quinta de cuatro casas, y en una de ellas, vivía un tipo de unos treinta años que no sé si sería chino, japonés, coreano o vietnamita… pero oriental era. Este señor, parecía que había sido abandonado por una mujer. Por lo menos dos o tres veces por semana se emborrachaba -y al parecer- solo. Ponía en su estéreo a todo volumen baladas en español de Perales, Rafael y cuanto baladista hubiera para luego pasar a rancheras y boleros. Eso podía pensarse que era un simple mal de amores, pero lo anormal radicaba en que pasados algunos minutos… se asomaba a una de sus ventanas en unos llantos desgarradores y gritando al cielo en un idioma irreconocible, luego lanzaba cosas desde esa misma ventana hacia los muros vecinos y rompía vasos y botellas contra las paredes de su casa. Este ritual se repetía un día de por medio. El serenazgo y la policía ya no sabían qué hacer; le tocaban la puerta, lo citaban, lo multaban, y nada… durante los dos años que viví allí tuve que soportar sus locuras, incluso hubo algunas veces que destrozó todas las ventanas de su casa y una en que lanzó una cama con sus veladores hacia la calle. Hasta el día en que me mudé siguió viviendo allí.

Luego me arrepentí de mudarme, después de todo el chino no se metía conmigo. En el último piso del edificio que estaba al frente del mío, vivía un drogadicto de unos sesenta años, y que era hermano de un famoso corredor de autos que pertenecía a una familia antigua de mucho dinero. Este tipo tenía la costumbre de llamar a un delivery diferente cada día  -imagino con nombres falsos-  y una vez que le entregaban el pedido, ya sea comida o pastillas, cerraba la puerta de su departamento y nunca más la abría. Podían chancarle la puerta toda la noche y no le importaba. Esto sucedía inter diario y la policía y el serenazgo tenían casi como rutina reportarse en ese edificio. Era indignante ver cómo los pobres repartidores eran presas de la ira, e incluso algunas muchachas que sabe Dios cuanto ganarían haciendo reparto en bicicleta se iban en llantos de impotencia. No contento con eso, lo habían sorprendido más de una vez robando equipos o llantas de los autos que se estacionaban frente al edificio. Recuerdo que una vez, justo encontré a un repartidor llegando en su moto cuando yo llegaba a casa, y le pregunté a donde se dirigía… me dijo que al 401 y le advertí que lo estafarían, me hizo caso y se fue… y al día sub siguiente encontré mi auto todo arañado con clavo. Pero felizmente la justicia tardó pero llegó: una tarde, cuando ya casi me había acostumbrado a la pesadilla de tener un delincuente como vecino, llegando a mi casa, vi a este tipo esposado subir a un patrullero y nunca más regresó.

Luego me mudé a otro barrio bastante lejano al anterior. Ahí la cosa cambió, esta vez no fue loco, sino loca… y no vivía en otra cuadra, sino en el departamento contiguo al mío. Esta señora era muy guapa y simpática y además nos hicimos muy amigos. Mi especial y entrañable vecina, ha sido la mujer más adorablemente promiscua que he conocido en mi ya no corta vida, superando incluso a todos los personajes de novela de similares hábitos, confirmando el dicho que siempre la realidad supera a la ficción. Pero lo más simpático de esta perturbadora vecina y amiga… era que no tenía doble moral ni doble discurso, no escondía a nadie ni se escondía de nadie. Ella estaba orgullosa de tener tres novios ‘firmes’ a la vez, con los que dormía por turnos los diferentes día de la semana… y además tenía cuatro amantes debidamente empadronados y que se conocían y odiaban entre sí, pero que tenían prohibido pelearse so pena de ser expectorados inmediatamente. En los más de dos años que viví allí, le conocí ocho novios ‘firmes’ y más bien ya olvide cuantos amantes tuvo, lo que sí recuerdo es que muchos. Me tocaba la puerta para presentármelos a todos uno por uno y cada vez que tenía uno nuevo. Recuerdo también que más de una vez tuve que llamar a la policía por los pugilatos que se armaban en las cocheras y los pasillos del edificio. Nos hicimos muy amigos y me hacía reír mucho. En verdad la extrañé cuando me fui de aquel barrio.

Luego de eso me mudé por largo tiempo a otro barrio. Allí todo fue muy tranquilo. No me hice amigo de nadie, ni hablaba con nadie y curiosamente no conocí a ningún loco… aunque indagando… indagando… jalando la lengua a algunos porteros… me enteré para mi sorpresa que esta vez los papeles se habían invertido sin que yo siquiera lo sospechara: el resto de vecinos decían que era yo quien estaba loco, y que era el famoso ‘loco del piso seis’.

MAURICIO ROZAS VALZ

2 comentarios:

  1. jajajajaja....que buena...creo que todos tenemos un loco en nuestra historia. Cuando vivía en lince estaba el famoso "loco Panchito".....nada más espero que yo aquí no sea la loca de nada....

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