En
el marco de una moderna línea de pensamiento acorde con los actuales referentes
éticos y paradigmas científicos y filosóficos, la humanidad de un tiempo a esta
parte, viene tomando conciencia de que
es necesario legislar a favor de los derechos de los animales, derechos aún no
debidamente reconocidos, para
protegerlos del abuso y la crueldad innecesaria a la que históricamente han
estado expuestos; por lo mismo resulta
absurdo calificar de “controversial” la propuesta de abolición de las execrables corridas de toros,
y más parece un burdo intento de relativizar el fondo del asunto con la taimada
y torva intención de llegar a una situación de tablas, pretendiendo de esa
forma marear a la opinión pública para que parezca que ambas posturas son “respetables”
y que por lo mismo ambas partes cuentan con herramientas suficientes -y de peso- para argumentar y contra argumentar
una respecto de la otra, y con ello, subrepticiamente conseguir que se mantenga la
inacción, para que se preserve el statu quo de esa infamante tradición, apelando a un predecible y paradójico llamado a la “tolerancia”; y que de ese modo se zanje la “controversia”
con la fácil salida, de que “al que no le guste lo arregla todo con dejar de joder y abstenerse de asistir”
Por
desgracia para un grupúsculo de aficionados taurinos, esa supuesta controversia
no existe más que como una maniobra de
distracción, y no resiste el más somero análisis… La
controversia, necesariamente requiere que
puntos de vista -aunque
encontrados- estén debidamente sustentados. En este caso puntual, es el
enfrentamiento entre la razón, la modernidad, el respeto por la vida, el
repudio por la crueldad; frente al deseo egoísta de mantener vigente una anacrónica tradición.
Entre
los manoseados y absurdos argumentos a favor, se suele comparar la muerte
supuestamente “gloriosa y honorable” de un astado en la arena, (como si el
animal fuese capaz de comprender conceptos, símbolos y convencionalismos antropológicos) con la
cruel muerte del ganado en el camal…
Nada tiene que ver una cosa con la otra. Por desgracia una población
afectada por una espantosa explosión demográfica, requiere cada vez de más y
más oferta de proteína animal, que contra lo que piensan los vegetarianos, no sólo es necesaria en una
dieta balanceada, sino que se ha probado que fue la causa principal y punto de
inflexión para nuestro desarrollo cerebral y correspondiente
salto cualitativo en la escala evolutiva natural; y en tanto la tecnología no
se perfeccione y haga viable a nivel de
fabricación y costos, la producción de esa
misma proteína, obviando la etapa de
extraerla a costa del martirio e inmolación de un animal ( vía construcción
molecular ), sí resulta necesario legislar e imponer ( cosa que no ocurre en
nuestro país ) métodos menos cruentos y efectivos para evitarle sufrimiento
innecesario a un mamífero superior. Y esta claro que ninguna persona normal -a menos que se trate de un sociópata- podría encontrar divertido o
placentero, presenciar la horrible matanza en un camal o las miserables
condiciones de vida y sacrificio de las
aves de galpón.
Pero
el argumento principal, es que se trata de una tradición muy antigua y
arraigada, además de un arte digno de considerarse como de un gran “valor
cultural”. En ese punto habría que definir primero en qué consiste una
tradición, y sobre todo si resulta justificable mantenerla, si la misma guarda o
no proporción con los mencionados al principio de este
manifiesto, como nuevos referentes éticos y paradigmas científicos y filosóficos.
Y tenemos -para comenzar- por mencionar que sobre ese punto existen dos corrientes: una conservadora y
otra renovacionista, acerca de la expresión en el tiempo de una determinada
tradición… Como imaginarán, la conservadora -y por lo mismo más obtusa- apuesta
por la preservación de la misma lo más fiel y exenta de críticas posible (a
pesar que con seguridad la mayoría de taurinos ignora los cambios que a través
de los siglos ha sufrido su amada tradición, hasta su expresión actual y más
brutal que data del siglo XVIII). La renovacionista, apuesta por necesarios
cambios a través del tiempo, para adecuarlas a una nueva realidad, conforme la
humanidad va desterrando a paso lento la violencia irracional, la superstición,
los prejuicios, y sobre todo la
ignorancia… fuente de todo mal. Una refrescante y bienvenida apuesta
renovacionista, para no extinguir la tradición taurina, pasaría por modificar
su reglamento y obviar de la faena: la
espada, la pica y la banderilla, que transformaría la tauromaquia en un
espectáculo pintoresco de verdadero y
admirable valor y habilidad…. Ahora,
cuando hablamos de máximas expresiones de valor cultural, cuesta aceptar que de
la grotesca exhibición de
tortura inaceptable hacia un indefenso animal, por pura diversión y en medio del griterío exaltado y la
fanfarronería de una chusma ensopada en
vino y ávida de sangre, pueda rescatarse
algo digno de preservación y orgulloso legado para la posteridad.
Que determinada y famosa personalidad del arte o
la política compartan esa afición, suele ser otro mal argumento utilizando un
sesgo de “autoridad” (reconocido entre las falacias lógicas) para legitimar y
justificar la vigencia de una barbarie ancestral. En este punto cabe mencionar, que casi siempre se cita a personas
de edad avanzada, que se criaron y vivieron sus años de juventud bajo
referentes y costumbres que ya no tienen espacio ni vigencia actual, en una
nueva era de conciencia ecológica, empatía
y respeto hacia la vida animal.
Espectáculos
brutales felizmente extintos ensombrecen
la historia de la humanidad. En nombre de la tradición, ya nadie aceptaría “revivals”
de sacrificios humanos o grandes hecatombes a dioses imaginarios, peleas de
perros, de los mismos contra toros, osos y otras fieras; la asistencia pública,
multitudinaria y festiva a sangrientas
ejecuciones de prisioneros, quema de gatos ( como en la Francia del siglo
XVIII) o el coliseo romano… y es que otros valores, conocimiento incipiente y
referentes arcaicos, constituyeron el
marco para su sustento y razón de ser: “ César, los que hoy van a morir te
saludan” era el homenaje que los gladiadores
(hombres condenados a morir o ser
gravemente lesionados) rendían a su emperador en la firme convicción de la valía de su actuación y la repercusión
que sus actos, tendrían para ensalzar su valor, su hombría, fama y buen
nombre… Hoy mismo, existen en diversas
partes del mundo tradiciones brutales e injustificables, como la ablación del
clítoris a las niñas, el sacrificio cruel de perros para alimentar a algunos homúnculos ignorantes y despreciables del continente asiático; y así
como las mencionadas, muchas tradiciones de lo más inauditas y bizarras que
sólo merecen una pronta abolición y futura triste recordación: “ El hombre no
tiene ninguna obligación moral para con los animales…” sentenciaría el inefable
papa Pío IX, cuando se opuso a la fundación de la que pudo ser la primera sociedad
protectora de animales. Pero La ciencia moderna, esa gran demoledora de mitos y
creencias, ha colocado al hombre en su
verdadero contexto en relación al universo, sin que ello le reste un ápice de
valor, al planeta que habita y su origen como simple especie animal… Argumentos de orígenes divinos
o creaciones ad hoc, ya no se sostienen más que en el ámbito de las creencias
personalísimas y en ningún modo como
verdad de alcance universal, so pena de arriesgar el ridículo monumental. No tenemos más de un
millón de años como especie. No somos la única especie de humanos que existió,
sino la única sobreviviente. Descendemos de mamíferos primordiales como
roedores y compartimos gran parte de ADN con todos ellos, y entre las más
resaltantes características, un desarrollado sistema nervioso central que nos
hace susceptibles al dolor… dimos el salto cualitativo de presas a
depredadores, no somos más que simples convidados de piedra en el contexto de un universo de trece mil
setecientos millones de años y ni siquiera del insignificante planeta que nos
alberga de cuatro mil quinientos millones de años que ha soportado múltiples
extinciones y que forma parte de un
sistema y una galaxia entre miles de millones más… A pesar de ello, en unos
siglos hemos por fin superado el
geocentrismo y el heliocentrismo medieval, pero por desgracia aún no el antropocentrismo, que fomentado
principalmente por las religiones y un humanismo mal entendido, ha contribuido
a la cosificación de los animales; como si su razón de ser y existir, fuese
sólo para nuestro mejor provecho y servicio, como de hecho lo afirman algunas
religiones.
El
hombre ha conceptualizado el mundo. Ha
llevado a cabo esa monumental tarea, como la elaboración de un sofisticado mapa, como un derrotero, fabricando símbolos, como una estandarización de criterios y una
eficiente comunicación y hasta como herramienta de control… nada tiene finalmente un significado per se, salvo el que nosotros le
queremos otorgar y que cambia a través del tiempo y las civilizaciones. En ese contexto, siempre hemos buscado
justificaciones morales para la
barbarie, la brutalidad y el genocidio…
Hitler, para manipular y conducir al abismo a una nación dolida y humillada, esgrimió muchísimos
argumentos, como la necesidad imperiosa
e impostergable de un Lebensraum, el oprobioso tratado de
Versalles, el derecho colonial de Alemania que llegó tarde en sus pretensiones
ultramarinas, mitos fabricados de superioridad racial y hasta en un supuesto
pero plausible boicot durante la primera guerra mundial, por parte de
banqueros judíos, que seguro nunca fueron parte de la “solución final”, porque
con certeza, fueron los primeros en
ponerse a buen recaudo de su brutal persecución. No hace mucho, el ex presidente
criminal y fronterizo de la primera potencia del mundo, el mismo al que le
debemos ocho años de atraso en los estudios de las células madre (porque iban
en contra de su “religión”), encontró en el ataque de una facción terrorista árabe saudí de Al qaeda, y la supuesta
presencia de armas de destrucción masiva
que sabía positivamente que no existían, la justificación forzada para perpetrar un
genocidio repudiable contra el pueblo iraquí y enriquecer aún más a sus socios
petroleros, fabricantes de armas y operadores logísticos… No podemos negar
nuestra herencia ancestral, feral y
sangrienta; pero hoy comenzamos a vivir
en la era del imperio de la razón, que
está destinada a prevalecer por sobre la impredecible emoción, el egoísmo, el
inmediatismo, la superstición, las creencias absurdas, los prejuicios,
atavismos y el instinto primordial.
Personas
que me conocen, acaso algunas de ellas abiertamente taurinas, cuestionarán mi
autoridad moral para hablar sobre el tema…Con vergüenza y no menos valentía,
confieso que de muy joven y por algo más
de diez años, me dediqué con verdadera pasión al vil deporte de la cinegética..
Hoy, es algo que repudio pero que por desgracia no puedo cambiar, pues no hay forma de retroceder el tiempo y volver
al pasado (al menos por ahora), sólo
queda afrontar -y con esa experiencia- ayudar a concientizar. Más fácil resultaría
justificar lo injustificable y mantener tozudamente una torpe posición; pero si
por un lado es cierto que errar es de humanos, persistir en el
error es de tontos, y rectificar es de sabios…
Que lo hacía para alimentarme de las presas ( nunca maté por matar ) que
los viajes eran riesgosos, desde el traslado a gran velocidad por caminos
estrechos y en malas condiciones,
pasando por lo agreste de la geografía en la que en más de una ocasión pude
perder la vida, no son más que parte de una ingenua
justificación acerca de algo que realmente nunca tuvo que ver con las víctimas inocentes…
ellos nunca me retaron a un enfrentamiento desigual, por más que se tratara de
su hábitat natural innegablemente hostil y peligroso para un hombre de la
ciudad… ese desafío sólo existió en lo más profundo de mi imaginación ( justificaciones
) y por desgracia, una memoria
privilegiada, paradójicamente, mantiene vívidas esas experiencias en las que ya
no me reconozco ( el mito de la personalidad, como una incuestionable ficción).
Las extenuantes caminatas, los paisajes alucinantes, el frío lacerante, los sentidos aguzados, el acecho, el rececho,
los acelerados y retumbantes latidos del corazón, la mirada vidriada por el
sudor ,el estruendo de las armas que anima los espíritus y una indescriptible y casi paralizantemente
mórbida emoción… No abjuré para siempre de esa brutal afición porque me dejara
de gustar, sino más bien por un
despertar de la conciencia, por empatía, por conmiseración; ¿qué culpa tendrían
esos seres extraordinarios y hermosos de mi exceso de testosterona, adicción a
la adrenalina e irredimible
competitividad? Ningún deporte,
tradición, afición o manifestación
cultural, merece prevalecer a costa de la vida y sufrimiento de un indefenso
animal.
Pero
volviendo a las corridas de toros, hoy no existe otra justificación para su vigencia,
que el egoísmo de una afición porfiada e
interesadamente reticente al cambio e insensible
al maltrato animal. ¿Puede aceptarse éticamente hoy en día, la barbarie y el
martirio por pura y simple diversión elitista o popular? Anacrónica “tradición” que en pleno siglo
XXI, emerge como el espantajo impresentable de un pasado remoto y vergonzante… La tauromaquia, como herencia de
nuestras raíces coloniales, es contemporánea de la esclavitud, la encomienda,
la horca, el descuartizamiento y el garrote… lo es a su vez del catolicismo oscurantista, represivo, dogmático,
intolerante y refractario a la luz que proviene de la ciencia y la razón… del eco infame y aliento
pútrido de la Santa Inquisición, sus
brutales “autos de fe”, y su ignominioso legado de tortura, muerte y humillación.
Como
colofón y consideración final a todo lo anteriormente expuesto, sinceramente estoy
convencido -como una nueva mayoría- que ya va siendo hora de aceptar que el fondo del
asunto está en que
los animales no son nuestros enemigos,
nuestros juguetes, ni rivales a los que enfrentar con la más mínima equidad; no olvidar que tenemos una deuda histórica e
impagable para con ellos; y que más bien como hermanos menores, sólo merecen nuestro respeto, cariño y protección.
Gustavo
Rozas Valz
Noviembre
2012.
no pode mos sesuir permitiendo esto.. no a la corrida de toros..
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. No más corridas de toros.
EliminarTe falta otro argumento que emplean para justificar el abuso y el maltrato a los animales; y es el de la superioridad cognitiva del hombre. Aunque supongo que no lo has mencionado porque es evidente que muchas, muchísimas personas lo ponen en tela de juicio, e incluso, lo contradicen. En la tv hay un claro ejemplo de ello.
ResponderEliminarMuy interesante tu manifiesto.
Es verdad, Alejandra. Gracias por comentar.
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