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miércoles, 17 de octubre de 2012

TACONES CERCANOS





Siento entre sueños los tacones de siempre. Logran despertarme. Prendo la luz. Son las dos de la mañana. Otra vez los tacos que retumban en las escaleras de madera del departamento vecino. Otra vez es ella, mi perturbadora vecina. La viuda negra hecha mujer. En mis fantasías eróticas llegué a imaginar que en su espalda encontraría los lunares rojos propios de esa especie de arácnidos. Los tacones una y otra y otra vez... Con el tiempo, a fuerza de tanto escucharlos, llegué a distinguir si subían o bajaban las escaleras, llegué a distinguir con claridad si el primer paso empezaba en el mezzanine donde dormía y libraba sus escandalosas y apasionadas batallas, o si recién empezaba a subir. Sí que era todo un personaje mi carismática vecina. Nos hicimos muy amigos. Tenía detalles muy tiernos conmigo, como llevarme el desayuno algunos domingos, tocarme la puerta para invitarme algunas cosas, además cocinaba delicioso. Llegó a conocer mis gustos y disfrutaba engriéndome. Felizmente nunca me atreví a cruzar la línea. ¡Felizmente!... Y sí que era guapa, espectacular, llamaba la atención. Ya era madurita. Se había casado muy joven. Sus hijos –la visitaban de vez en cuando, no vivían con ella– tenían dieciocho y veinte años. Su cabellera era platinada al pomo, pero combinaba muy bien con su tez blanca y pecosa. Hacía una hora de gimnasio diario. Cosa seria mi vecinita. Me daba temor cruzar la línea… Y quiero creer que hice bien.

Con el tiempo llegué a distinguir las voces de sus innumerables y sufridos amantes cuando llegaban a su puerta. Llegué a saber perfectamente de la boca de qué amante provenían los gritos, los insultos. Aquellos escándalos se armaban en las madrugadas… por celos siempre. Puta por aquí, perra por allá…Y así continuamente. Lo gracioso, y lo vergonzoso, es que aquellos amantes volvían siempre. Cuando yo llegaba tarde a casa ya sabía con quién estaba. Su departamento tenía dos parqueos, uno para ella y otro que alquilaba para sus amantes. Con el tiempo llegué a conocer sus nombres y los modelos de sus coches: Passat = Samir, Patrol = Sergio, Volvo = Víctor, Renault = Matías, BMW = Abelardo,  Kawasaki1000 = Santiago… Sólo un par de veces se le cruzaron dos. La primera vez tuve que llamar a la policía. Se armó un escándalo de proporciones que despertó a todos los vecinos. Salí a auxiliar a mi amiga que gritaba aterrada, tenía un ojo hinchado y el labio ensangrentado. Al pobre Santiago se lo llevaron en camilla. Había llegado Víctor y encontró en el parqueo la moto de Santiago. Entonces subió iracundo,  tumbó la puerta a patadas y les pegó a los dos. La segunda vez fue parecida. Otra vez Víctor llegaba tarde y encontró el auto de Samir. Igualmente subió rabioso y tumbó la puerta a patadas. Pero esta vez no tuve que llamar a la policía. Samir lo esperaba tras la puerta y Samir era un gorila. Víctor se arrugó feísimo. Se limitó a insultar y a bravuconear mientras retrocedía, bajaba de espaldas las escaleras y subía a su auto… Patético. Vergonzoso. Después supe que Víctor era el más exigente, justamente porque era él quien pagaba el alquiler del departamento. Luego se resignó calladito.

Yo creo que Alberto Moravia no habría escrito La Romana, ni Jorge Amado Tieta do agreste,  si hubiesen conocido a mi encantadora vecina. Agradecí al destino el haberme acobardado, venciendo la tentación de ser uno de sus amantes. Ocasiones hubieron… pero me dio terror. Algo muy especial debía de tener esa mujer que los volvía locos, los aniquilaba, los envilecía, al punto de hacerles aceptar, a todos, el ignominioso acuerdo de no ir sin llamar antes para no cruzarse, y que todos aceptasen que ella era de todos y de ninguno.


MAURICIO ROZAS VALZ

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