Siento entre sueños los
tacones de siempre. Logran despertarme. Prendo la luz. Son las dos de la
mañana. Otra vez los tacos que retumban en las escaleras de madera del
departamento vecino. Otra vez es ella, mi perturbadora vecina. La viuda negra
hecha mujer. En mis fantasías eróticas llegué a imaginar que en su espalda
encontraría los lunares rojos propios de esa especie de arácnidos. Los tacones una
y otra y otra vez... Con el tiempo, a fuerza de tanto escucharlos, llegué a
distinguir si subían o bajaban las escaleras, llegué a distinguir con claridad
si el primer paso empezaba en el mezzanine donde dormía y libraba sus
escandalosas y apasionadas batallas, o si recién empezaba a subir. Sí que era
todo un personaje mi carismática vecina. Nos hicimos muy amigos. Tenía detalles
muy tiernos conmigo, como llevarme el desayuno algunos domingos, tocarme la
puerta para invitarme algunas cosas, además cocinaba delicioso. Llegó a conocer
mis gustos y disfrutaba engriéndome. Felizmente nunca me atreví a cruzar la
línea. ¡Felizmente!... Y sí que era guapa, espectacular, llamaba la atención.
Ya era madurita. Se había casado muy joven. Sus hijos –la visitaban de vez en
cuando, no vivían con ella– tenían dieciocho y veinte años. Su cabellera era
platinada al pomo, pero combinaba muy bien con su tez blanca y pecosa. Hacía
una hora de gimnasio diario. Cosa seria mi vecinita. Me daba temor cruzar la
línea… Y quiero creer que hice bien.
Con el tiempo llegué a
distinguir las voces de sus innumerables y sufridos amantes cuando llegaban a
su puerta. Llegué a saber perfectamente de la boca de qué amante provenían los
gritos, los insultos. Aquellos escándalos se armaban en las madrugadas… por
celos siempre. Puta por aquí, perra por allá…Y así continuamente. Lo gracioso,
y lo vergonzoso, es que aquellos amantes volvían siempre. Cuando yo llegaba
tarde a casa ya sabía con quién estaba. Su departamento tenía dos parqueos, uno
para ella y otro que alquilaba para sus amantes. Con el tiempo llegué a conocer
sus nombres y los modelos de sus coches: Passat = Samir, Patrol = Sergio, Volvo
= Víctor, Renault = Matías, BMW = Abelardo,
Kawasaki1000 = Santiago… Sólo un par de veces se le cruzaron dos. La
primera vez tuve que llamar a la policía. Se armó un escándalo de proporciones
que despertó a todos los vecinos. Salí a auxiliar a mi amiga que gritaba
aterrada, tenía un ojo hinchado y el labio ensangrentado. Al pobre Santiago se
lo llevaron en camilla. Había llegado Víctor y encontró en el parqueo la moto
de Santiago. Entonces subió iracundo,
tumbó la puerta a patadas y les pegó a los dos. La segunda vez fue
parecida. Otra vez Víctor llegaba tarde y encontró el auto de Samir. Igualmente
subió rabioso y tumbó la puerta a patadas. Pero esta vez no tuve que llamar a
la policía. Samir lo esperaba tras la puerta y Samir era un gorila. Víctor se
arrugó feísimo. Se limitó a insultar y a bravuconear mientras retrocedía, bajaba
de espaldas las escaleras y subía a su auto… Patético. Vergonzoso. Después supe
que Víctor era el más exigente, justamente porque era él quien pagaba el
alquiler del departamento. Luego se resignó calladito.
Yo creo que Alberto Moravia
no habría escrito La Romana, ni Jorge Amado Tieta do agreste, si
hubiesen conocido a mi encantadora vecina. Agradecí al destino el haberme
acobardado, venciendo la tentación de ser uno de sus amantes. Ocasiones
hubieron… pero me dio terror. Algo muy especial debía de tener esa mujer que los
volvía locos, los aniquilaba, los envilecía, al punto de hacerles aceptar, a
todos, el ignominioso acuerdo de no ir sin llamar antes para no cruzarse, y que
todos aceptasen que ella era de todos y de ninguno.
MAURICIO ROZAS VALZ
:)
ResponderEliminarUhmm...
EliminarTe soy sincero, yo si que hubiera cruzado la línea. No lo pensaba dos veces. Solo me la imagino.
ResponderEliminarTe creo... Joseph.
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