Hace pocos días, llegué entusiasmado
y hambriento a un local de la conocida cadena Chilis. Esperaba ansioso mi
hamburguesa. Salivaba imaginando el plato en mi mesa, ya que eran cerca de las
cinco de la tarde y recién almorzaba.
En eso, entraron al lugar
tres personas por demás desagradables a la vista. Un gringo como de unos
setenta años, muy alto y con una gigantesca panza que le llegaba a los muslos.
Junto con él, entraron dos jovencitas de rasgos amazónicos; una tendría veinte
y la otra no tenía más de quince o dieciséis. Se les veía muy sucias. El gringo
viejo las llevaba abrazadas una en cada brazo, a él también se le veía muy
sucio.
Se sentaron y pidieron la
carta al mozo. Las muchachas miraban la carta confundidas, se notaba que no
entendían lo que ahí decía. Miraban la carta y al gringo a la vez para que las
auxilie. El gringo pidió tres cervezas y un piqueo de hot wings para tres. Mi
plato no llegaba, apuraba al mozo porque la escena que miraba amenazaba con
estropear mi gozo al comer mi hamburguesa, y en efecto lo estropeó.
Quise cambiarme de mesa,
lamentablemente el lugar estaba muy lleno y había lista de espera. A ellos les
llevaron su pedido antes que a mí, a pesar de haber llegado yo antes. Eso me
molestó. Reclamé a la jefa de los mozos quien se disculpó y me dijo que no
tardaría en salir mi pedido.
Las muchachas miraban las
alitas con extrañeza y ganas de devorarlas de un solo bocado. Yo las observaba
curioso, estaban al frente mío además, no podía evitarlo. Las dos tomaron apuradamente
su respectiva alita. Creo que el subconsciente las traicionó y las confundieron
con penes. Las tomaron de la base, les mojaron la punta con la salsa agridulce
lechosa y les pasaron generosamente la lengua. Poco a poco lamían la alitas a
manera de mamadas, se las metían y sacaban de la boca a ritmo de felación
francesa, mete… saca… mete…saca… lame… saca… y así, hasta dejarlas totalmente
blancas y secas. El gringo las observaba lujurioso. Él no comió nada, sólo las
observaba como quien da de comer a unas mascotas mientras bebía su cerveza con
ademanes vulgares. El espectáculo era grotesco. Los imaginé luego a los tres
desnudos en una habitación de hotel barato. Él con su enorme panza y su cuerpo
arrugado y blanco, a ellas jugueteando con él, denigrándose por el hambre y la
necesidad y soportando sus mutuos hedores. Todo eso imaginaba mientras se
mamaban con voracidad la última de las alitas.
Al fin llegó mi hamburguesa.
Se me había quitado el hambre, le dije al mozo que ya no la quería. Pagué mi
coca cola, la azafata y el mesero me miraban confundidos. Tomé mi casaca, pasé por la mesa de estos indeseables y los
miré con un odio infinito.
MAURICIO ROZAS VALZ
jejejejejeje
ResponderEliminarjajajajaajajaaj
EliminarLa cruda realidad de cosas que se suceden todos los días y de las cuales muchos estamos ajenos. ¡Creo que después de haber leído tu relato, nunca más comeré alitas de pollo.!
ResponderEliminartampoco para tanto, querida Sandra, jajaajaj
EliminarAhora entiendo porqué hot wings jejeje. En mal momento llegaron los indeseables, a cualquiera le hubieran quitado el apetito.
ResponderEliminarA mí me lo quitó, jajaajaj
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