Es casi de madrugada, y he sentido en
el pecho la opresión de las cuatro paredes de mi habitación... y una atmósfera
densa que dificulta mi respiración. Y me doy cuenta que he ido envejeciendo y que me siento frío…
como mármol de hospital... seco como un cráter lunar.
¡Habla! ¡Respira! Siente los latidos
de tu corazón “estás vivo” y eso parece aminorar la náusea, el vértigo, que te
produce el voraz vórtice de la nada... que tarde o temprano terminará por
devorarte... y más pronto, en cuanto más desamparado y temeroso te sientas...
ya que es un monstruo que se alimenta de tus temores más profundos.
Puedes cantar... mejor no, bailar y reír
si quieres... mas nunca olvidar estar alerta... pues si agudizas tu oído, entre
la música distinguirás un rumor sordo... el inequívoco y rastrero movimiento de
una cascabel.
A veces te sientes como flotando en
una nube y de pronto ¡El vértigo! Y te das cuenta de que has caído en el mar y
piensas que te ahogarás… pero no. Verás extasiado el lento desplazamiento de
formidables animales marinos y sentirás el suave azote de sus pesadas aletas. Percibirás,
los ecos de algún antiguo naufragio
(anterior al tuyo), y sonreirás... y te sorprenderá no sentir la
indecible angustia del ahogo y del silencio marino... y te darás cuenta que no
te puedes morir... y eso porque acaso, hace tiempo que ya estás muerto... y ya
no hay dolor para los reincidentes... ni una segunda oportunidad para los
desheredados como tú... y serás más consciente que nunca de lo irrevocable y único,
aún del acto más pueril de tu existencia.
De pronto saldrás de tu éxtasis al ser
lanzado de nuevo a la superficie... y caerás en la cuenta que al amanecer
brumoso el aire es frío y la playa está desierta. Sólo está ella... ¡La esperaste
tanto! Y es tan bella que tratas de gritarle, pero las olas ahogan tu voz, la
tornan ininteligible. Tú ves que te sonríe de una manera enigmática, pero te
tornas triste... pues no te puedes acercar y eso porque hace tiempo que su
rostro se escurrió por los sumideros de tu memoria....simplemente se te olvidó.
Ha levantado el sol y disipado la
bruma... pero lejos de lo que pensaste, la playa se encuentra aún más desierta
que antes... ya ni siquiera está el espejismo del rostro que hace tiempo olvidaste...
y no puedes evitar sentirte como un niño que en medio de una confusa multitud
de pronto se perdió de sus padres... y te desesperas y hasta quisieras
llorar... pero ¡No! Pues ya no eres aquel niño y tus lágrimas no caerían en la
fría vereda de una tarde lluviosa, sino en las arenas candentes de aquella
playa, al medio día… y no recibirías la ayuda misericordiosa de algún distraído
transeúnte; más bien, del vapor que desprenderían al contacto con la arena
ardiente, verías dibujarse fantasmas de horribles y burlones rostros que gozarían,
hincharían y deformarían ante tu
dolor... y entonces, no sería sólo la pena y desesperación... te sentirías
además insignificante y ridículo, como aquel infortunado compañero de aula que
de niños -y para la burla de todos- cedió ante el apremio de una dolencia
estomacal.
Pero no te asustes ¡abre los ojos! Y
vuelve el rostro... estarás de nuevo en tu fría habitación... acércate al
espejo y observa… observa ese tu rostro endurecido y la mirada lánguida de tus
ojos vidriosos... vuelve ahora, la mirada torva hacia el cristal de tu
ventana... observa el sol ascendente y el infinito azul del cielo, ¡Eres un
hombre! Acaso triste, pero simple, hombre... pero no te está permitido llorar...
sorbe un trago de café amargo (como tu existencia) eso evitará que te marees en
los continuos viajes de tu espíritu tránsfuga, que deberá buscar un morboso y
masoquista placer en el dolor.
Las horas pasan lentas y ya no esperas
nada ni a nadie; pero… ¿Y esa carita? ¿Por qué te quieres ir? Si todavía falta
lo mejor. Recuerda: “no hay límites para el horror”
Gustavo Rozas Valz
Nov. 1,991
Hoy es la tercera vez que lo leo, no puedo dejar de comentar que la primera vea que lo leí me dejó helada y todavía no logro superar los sentimientos de angustia que me produce, no se si era esa tu intención. Un abrazo Mauricio.
ResponderEliminarEste relato no es de mi autoría, querida Sandra. Es de mi hermano Gustavo. Le haré saber tu comentario. Gracias.
ResponderEliminar