Cumplido
su horario y concluido su trabajo, Mariano se disponía a retirarse de la
oficina, cuando el “gallo ” le preguntó: ¿ Vas a ir más tarde a la presentación
de la nueva tarjeta Credimax Visa? - No creo, replicó Mariano. Es media semana.
Seguramente eso se prolongará más de la cuenta y mañana hay que levantarse
temprano... – Va a estar de puta madre, cholo; buen buffet, trago y lo mejor de
todo es que me han pasado la voz desde Lima, que van a sortear un auto del año
entre los asistentes… ¡Anímate! Nos encontramos a las 9.30 pm… - Por ahí que me
animo- , respondió Mariano.
Lo cierto
es que Mariano llevaba varios años trabajando en aquella entidad financiera,
experiencia que le había procurado material invalorable para un estudio
socio-antropológico digno de una tesis de graduación. Había conocido gente de
todas las edades y estratos sociales. Había conocido gente valiosa, gente
divertida (con ese humor negro, patrimonio exclusivo de los arequipeños, sin
importar la clase social a la que pertenezcan), pero también había conocido y
profundizado en los complejos y prejuicios recurrente y profundamente
enquistados en las mentes sencillas; quizá por una baja autoestima o una
inadecuada formación académica y sobre todo cultural.
Pero lo
que más le repugnaba de todo lo visto durante sus años de servicio, era ese
espíritu servil y genuflexo hacia los jefes de mayor rango, como rasgo común en
la mayoría de los empleados… la sobonería más indigna y hasta la delación
infame en busca de ascensos y promociones que les procuraran mayores ingresos (lo
que hasta cierto punto, y desde una posición definitivamente cínica, sería
comprensible) pero sobre todo (y eso sí, le resultaba inexplicable) que les
brindara la equívoca sensación de mayor importancia, realización personal y
definitivo encumbramiento en la escala social.
Lo cierto
es que el hombre ya tenía programada su renuncia, en la medida que algún
imponderable no modificara el plazo para dentro de seis meses; tiempo que le
permitiría preparar el terreno para consolidar una nueva actividad de tipo
comercial. No acostumbraba asistir a esa clase de eventos sociales promovidos
por la institución, justamente por no tener que padecer esas demostraciones de
afecto servil que le repugnaban tanto, además que, la tacañería de la
millonaria institución era proverbial y casi se podía adivinar el tipo de plato
que solían ofrecer y la cantidad exacta de bebidas alcohólicas a disposición,
las baratijas de mala calidad que se sorteaban para la ocasión y para colmo, la
conversación recurrente en medio de las botellas de un tema que aún, en medio
del esparcimiento, no conseguía escapar del contexto relativo a lo
exclusivamente laboral… como si no hubiera más mundo ni vida más allá de lo
estrictamente funcional y las fronteras físicas del local institucional.
Pero el
rumor sobre el sorteo del carro consiguió picar su curiosidad: una opción entre
algo menos de doscientos asistentes, era una apuesta que bien valía la pena
considerar. Llegó a su casa, dedicó algo de tiempo a la lectura y la
televisión, se aseó convenientemente y luego de enfundarse en el mejor de sus
ternos, partió a las nueve en punto rumbo al local que habían destinado para la
presentación de la dichosa tarjeta, cuyo nombre para ese momento le resultaba
imposible de recordar.
No bien
entró y le sorprendió la decoración de los salones y las mesas dispuestas para
el personal, mientras observaba, un tanto perplejo, toda la inusual parafernalia.
Pudo oír la voz del “gallo” que desde una mesa distante lo llamó.
Inevitablemente
se dio paso a las bromas y burlas que generaron no pocas risas, como cuando
Iguarán se aproximó a la mesa y el “gallo” le espetó: ¡Hola, camanejo cojudo! -
¡Soy mollendino, huevón!- Respondió Iguarán, y el gallo replicó: “La misma
huevada nomás son”… para la risotada general de todos los que estaban
alrededor.
Pronto
estuvo disponible el buffet y oh… grata sorpresa, realmente estaba de primera y
Mariano ya no tenía dudas de que esa noche, efectivamente, se sortearía un auto
del año. Terminado el banquete, continuaron un tiempo más con el whisky, hasta
que de pronto se anunció la inminente presentación de la tarjeta CREDIMAX VISA;
se apagaron las luces y una pantalla al fondo del salón dio inicio a un spot
insufriblemente marketero que anunciaba las bondades inigualables que otorgaba
el privilegio de contar con la celebérrima tarjeta de crédito CREDIMAX VISA.
Hasta
ahí, todo no dejaba de transcurrir de acuerdo a lo esperado; pero de pronto
Mariano comenzó a percibir un murmullo generalizado y los aplausos eran cada
vez no sólo más fuertes, sino anómalamente prolongados; el entusiasmo generado
resultaba a todas luces desproporcionado y en algún momento al spot de la
tarjeta de crédito, le siguió un video institucional, donde un hombrecillo
recitaba un estribillo acerca del orgullo de pertenecer a la institución que
remató con sonoro: SOY UN CAJERO… UN CAJERO DEL BANCO DECRÉPITO… y los hurras y
aplausos alcanzaron un estruendo que parecía tan irreal, que en medio de los
tragos, Mariano por un momento receló algún tipo de burla, que hasta le trajo
recuerdos de los últimos años de su período escolar… pero no; se prendieron las
luces y Mariano no pudo evitar percibir los rostros sonrientes y ligeramente abochornados
en el último instante del video. Hasta le pareció escuchar un gritito ahogado,
como el que las adolescentes descerebradas e histéricas dejan escapar, cuando
en medio de un concierto ven aparecer al vocalista de alguna mediocre banda
musical.
La gente
realmente estaba emocionada, ¿cómo podía generarse un efecto tan grotescamente
exagerado de legítima emoción colectiva? Mariano comenzó sentir una repugnancia
total que lo llevó a cuestionarse acerca de su presencia en aquel lugar. Se le
vinieron de pronto a la mente los videos de adoctrinamiento para las juventudes
hitlerianas. Se preguntó acerca de la autoría intelectual del spot ¿quién sería
la Leni Riefenstahl, detrás de todo esto? Pensó. Pero lo grotesco y
desagradable no había concluido allí; cuando Mariano reflexionaba acerca de
volver o no a tomar asiento en su lugar, una banda musical hizo su repentina
aparición e inició su repertorio con una viejísima canción que, sin duda,
Mariano había escuchado y por supuesto sin recordar dónde y en más de una
ocasión: Guanta nameeera,
guajiiiira guan ta nameeera… y
entonces el paroxismo de la indignidad y el servilismo alcanzaron “in crescendo”
su máxima expresión, cuando tres jefes de mediano rango e ilimitadas
expectativas y ambiciones, saltaron espontáneamente al escenario, sin duda
envalentonados por sendas dosis de licor.
Entonces,
aflojaron los nudos de sus corbatas para procurarle más aire a sus enrojecidos
rostros y arrebatándole el micrófono al vocalista del grupo, y a su vez,
arrebatándoselo por turnos entre sí, modificaron la letra de la canción para
entonarla a gritos horrisonantes y
destemplados algo más o menos así: BAAANCO DE CREEE PITO…YO SOY DEL BAAANCO
DECRÉEEPITO… vergüenza ajena es lo que sintió Mariano ante tanta indignidad… no
pudo soportarlo, o más precisamente: sufrirlo más. A la mierda con el auto,
pensó y, sin despedirse de nadie, dejó su vaso de whisky y se largó.
Una vez
afuera, y mientras cruzaba camino a su camioneta por una tradicional y linda
plaza que colindaba con el local -casualmente plagada de muchos recuerdos
personales- inexorablemente el desaliento se apoderó de él… la música a esa
distancia acompañaba sus pasos como un rumor lejano; y entonces recordó la
conversación que sostuvo con el gerente general, que casualmente, o quizá no,
dos semanas antes, inexplicablemente y para reconvenirlo a su oficina lo citó: “identificación con la institución,
Mariano… es el criterio principal que ahora aplica a la hora de evalúar… ¿ por
qué no te veo más seguido por acá? Me gustaría, por ejemplo, que me buscaras
para informarme acerca del funcionamiento de tu sección… lo que ves de mal, de irregular… ¿Por qué no
asistes a los almuerzos y partidos de fulbito, Mariano? ¿Acaso te crees más que
los demás?”
Mientras
encendía su vehículo, Mariano tuvo la inapelable certeza, a esas horas, que
tendría que tomar muy pronto una decisión trascendental… y que por desgracia,
seis meses era un plazo excesivo que no ya no se podía permitir.
GUSTAVO
ROZAS VALZ
Estupendo relato acerca de la "sobonería"; divertido y muy verdadero =)
ResponderEliminarGracias Melissa. Es de mi hermano Gustavo
ResponderEliminarexquisito relato =)
ResponderEliminarPersonajes claramente peruanos. Muy bien definidos. La narrativa capta la atención rápidamente. El final para la reflexión. Buen trabajo mauricio.
ResponderEliminarGracias, Ángel. El relato es de mi hermano Gustavo.
EliminarGracias, Ángel. El relato es de mi hermano Gustavo.
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