El Inter, era el nombre con el que se le conocía al Club Internacional de tiro al blanco de Arequipa. Mis recuerdos de aquel lugar desde mis primeros años son muchos; algunos divertidos, otros felices y algunos tristes.
Uno de los recuerdos más viejos que tengo se remonta a cuando tenía cinco años. Lo recuerdo bien porque aún no había perturbado mi espontánea felicidad el presidio escolar: Me encontraba en la piscina pequeña para niños junto con mi hermano y otros amigos, cuando una de las niñas, muy blanca y pelirroja se disponía a salir de la piscina, y mi rubicundo amigo Geoffrey le bajó el bikini hasta las rodillas. La niña se lo subió como pudo y se puso a llorar tapándose la cara con las manos mientras se marchaba humillada. La madre de Geoffrey se acercó a reprenderlo junto a mi madre que nos puso silencio apagando nuestras risas. Fue la primera vez en mi vida que le vi el culo a una mujer, imposible olvidarlo, me quedó grabado en la memoria, como deduzco que ese fue sólo el primero de los cientos de culos que vería Geoffrey el resto de su vida. Ese era sólo el comienzo. Ahora comprendo mejor a Geoffrey. Quizás aquella inocente niña de su edad, fue sin querer la culpable de su eterna fijación.
Algunos años después, cuando ya tenía doce y en ese mismo club, tuve mi primera decepción amorosa. Eran plenas vacaciones de verano. Íbamos todos los días con mi hermano, los primos y los amigos. Mientras los demás organizaban los equipos para el fulbito, el básquet o lo que fuere, yo me iba a la pista atlética a mirar a Sandy. Sandy era una adolescente, averiguando supe que tenía quince. Era bellísima. Me sentaba a la sombra de la tribuna a observar cada uno de sus pasos. Ella practicaba atletismo con otros chicos y chicas de su edad, a los que por supuesto yo veía como adultos. Alguna mañana que ella no asistía, yo sentía que me faltaba algo, no le encontraba ninguna gracia al estar allí. Recuerdo que en aquel grupo de atletas estaba Pepe, quién era hermano mayor de un compañero de clase. Pues una vez me armé de valor, y le pedí a Pepe que me presente a Sandy. Pepe se burló y me dijo que primero me crezcan los pendejos y después me presentaba a quien quisiera.
Así fueron pasando los días, hasta que mis amigos se dieron cuenta y empezaron a fastidiarme, lo cual me daba mucho coraje. Una tarde, saliendo ya del club, me encontré con Pepe que recién llegaba caminando al lado de Sandy. Pude ver en la expresión de Pepe la maldad cuando se acercaban a mí, pero ya no había para donde huir. Entonces me dijo: - Bueno mojón, es tu día de suerte, aquí te presento a Sandy- . A mí me hervía la cara de la vergüenza, le di un beso y ella me agarró el cachete y dijo: ‘Qué rico gordito’. Lo que provocó la risa de Pepe y mi odio infinito por él, por ella y por el mundo. Fue una situación espantosa.
Dejé de ir al club cerca de una semana por la vergüenza, no quería cruzarme con Sandy ni con Pepe y que se rieran de mí. Luego de esos días, ya cuando creía que el asunto dejó de importarme, regresé una tarde. Usualmente no iba en las tardes, y cuando lo hacía, regresaba a casa máximo a las seis y treinta. Fue un viernes, lo recuerdo bien, cuando me disponía a regresar a casa y me encontré con papá, quien llegaba con unos amigos de la oficina a comer algo y beber una cerveza. Papá me dijo que lo esperase, que no tardaría y que regresaríamos a casa juntos. Pues así fue. Serían cerca de las siete y treinta y caminábamos con papá hasta el estacionamiento, en eso vi una pareja en el auto que estaba estacionado al lado del de papá, se besaban en la boca y se abrazaban. Me acerqué... y sí… en efecto… eran Pepe y Sandy. Sentí una daga caliente atravesándome las entrañas. Sentí la tentación de agarrar una piedra y destrozar ese auto. Quizás, si no hubiese estado papá, lo hacía.
Subí al auto perplejo, me temblaban los labios y las piernas. Papá se dio cuenta y me preguntó: -¿Te ocurre algo, hijo?- , - nada papá, está todo bien- le respondí.
MAURICIO ROZAS VALZ
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