Feliciana Huamán era natural de Chuquibamba, un pequeño pueblo agrícola
ubicado en los Andes del departamento de Arequipa; tenía veintidós años, era
soltera, estudió turismo y hotelería, y dominaba muy bien el idioma inglés.
Kevin
Smith, era natural de St. Louis, Minnesota, un pueblo ubicado en el medio oeste
de los Estados Unidos de Norteamérica, tenía cuarenta años, también era
soltero, y era un policía retirado que tenía una pequeña industria de muebles
de oficina.
Se
conocieron -como hoy por hoy se
acostumbra- por internet, a través de
una de las miles de páginas web gratuitas dedicadas a emparejar a personas
ubicadas en todos los confines del planeta. Ella era muy pequeña y delgada,
medía un metro cincuenta y seis y pesaba cuarenta y seis kilos. Él era muy alto
y robusto, medía un metro noventa y cinco y pesaba ciento treinta kilos. Fue
amor a primera vista. Él, apenas vio la foto de ella, no dudó un segundo en
oprimir la yema de su dedo índice derecho en el mouse sobre la foto de ella
para pedir su aprobación. Ella, al día siguiente que él solicitara su
aceptación, apenas la vio, aceptó la solicitud sin vacilar.
Iniciaron una relación de amistad, que en pocos meses mutó en romance.
Se comunicaban todos los días, utilizando facebook, msn, skype y correo
electrónico. Incluso hablaban por teléfono dos o tres veces por día, y algunas
noches y fines de semana hablaban durante muchas horas aliviando sus
respectivas ausencias hasta quedarse dormidos. Él se enamoró perdidamente de su
enternecedora ingenuidad, y para ella, él representaba lo que ella siempre
había soñado, es decir, un hombre mayor con relativa fortuna, que la saque del
país y que le proporcione la codiciada green
card con la que soñaban muchos de sus parientes, amigos y colegas del rubro
de turismo y hotelería.
En ese
plan estuvieron por más de un año. Las diferentes ocupaciones de él, y las dos
veces consecutivas que a ella le negaron la visa, impidieron que pudiesen
conocerse en persona durante todo ese tiempo. Ante esa situación, él tuvo que
acomodar sus horarios para poder viajar al Perú y verse con su novia.
Todo fue
cuidadosa y detalladamente planificado. Él llegaría el primer sábado del mes de
agosto, y ella viajaría desde su pueblo hasta Lima dos días antes para
recibirlo en el aeropuerto. Para esto, ella había ahorrado algún dinero para -aprovechando
la temporada baja- rentar un pequeño apartamento en un balneario no muy costoso
del sur de Lima. Tenían ya todo listo, incluso el hotel en el que pasarían su
primera noche. Ambos se encontraban muy ilusionados con el día de su, tantas
veces postergado, encuentro.
Llegado el día
de sus viajes, ella llegó sin contratiempos en un bus que partió la tarde
anterior desde su pueblo. Él llegó sin contratiempos a Miami, y con sólo dos
horas de intervalo, partió el avión que lo llevaría en vuelo directo hasta
Lima. Poco antes de embarcar se comunicó por teléfono con ella para informarle
que todo estaba en orden y que estaba ansioso por llegar a destino y abrazarla
y besarla hasta agotarse.
A poco más de
una hora de que partiera el avión, Kevin no lograba conciliar el sueño. Decidió
tomar una pastilla para poder descansar, reclinó su asiento al límite e intentó
dormir en vano. Se incorporó y pensó que siendo él tan alto y pesado, quizás
debería de duplicar la dosis, e ingirió dos pastillas más, logrando -ahí sí-
dormir profundamente, no bien terminó de reclinar el asiento.
La hora
programada para la llegada del avión al aeropuerto de Lima era las cinco de la
mañana. Feliciana se levantó a la una para bañarse, arreglarse y estar lista y
puntual en el aeropuerto a la hora programada. Todo el día anterior se la pasó
de tienda en tienda comprándose ropa, y al terminar la tarde, se internó en un
spa para que le hagan la manicura, la pedicura y todos los arreglos necesarios
y estar muy linda para cuando su novio la viera por primera vez en persona.
Llegó al
aeropuerto a las tres -dos horas antes-.
No quiso ni tomar desayuno para hacerlo con Kevin. Los nervios la acosaban y no
podía estar sentada. Se la pasó caminando por todo aeropuerto con los brazos
cruzados y frotándose las manos para contrarrestar el frío que hacía a esas
horas.
Dieron al fin
las cinco de la mañana y en el pizarrín del aeropuerto estaba programada sin
retraso la llegada del avión en que llegaba Kevin. Pasaron diez minutos, y en
la pantalla salía la palabra ‘aterrizó’, lo cual emocionó mucho a Feliciana,
quien tuvo que contener las lágrimas. Fue presurosa a la zona por donde salían
los pasajeros que llegaban del extranjero. Salían decenas de personas, y
Feliciana trataba de pararse en puntas de pies y hacerse espacio entre la
multitud para no perderse uno solo de los rostros que pasaban por aquel ancho
pasillo.
Los minutos
fueron pasando y dieron ya las cinco y cincuenta y Kevin no aparecía.
Preguntaba a las personas que estaban cerca de ella si eso era normal, y todas
le decían que tenga calma, que había mucha congestión a esa hora, y que tanto
los servicios de aduanas, como las fajas transportadoras de equipaje estaban
muy congestionados, y que tuviera un poco de paciencia.
Pasó media
hora más y todas las personas que inicialmente estaban cerca de ella, se habían
ido ya con sus parientes o amigos recién llegados. Esto inquietó mucho a
Feliciana, y decidió ir a preguntar al counter de la línea aérea en que llegaba
Kevin. Una dependiente de la línea la atendió y le preguntó qué sucedía. Ella
le explicó que su novio, de nombre Kevin Smith, debería de haber llegado en el
último vuelo que decía ‘aterrizó’, pero que él aún no aparecía y había pasado
ya mucho tiempo. La dependienta le dijo que averiguaría, y que por favor, la
esperase unos minutos.
Luego de
quince minutos, la dependiente, junto con dos señores con uniforme de piloto y
dos policías se le acercaron, y tratando de esquivarle la mirada, le
preguntaron si ella era Feliciana Huamán, la novia del señor Kevin Smith. Ella
les respondió que sí, y les preguntó angustiada qué sucedía. Le pidieron que
por favor se calmase, y aprovechándose de sus nervios, le pidieron de que les firme algunos papeles
y que los acompañe.
Caminaron por
unos pasillos de acceso restringido, mientras ella insistía en preguntar qué
había pasado. Ninguno de ellos le respondía, sólo se limitaban a pedirle de que
se calmase, hasta que llegaron a la puerta de una habitación. Los policías y
los pilotos se quedaron afuera. La dependiente
-que era la más amable- la tomó
del brazo y la condujo al interior de la habitación.
Allí se
encontraba Kevin, echado en una camilla y tapado con una manta hasta el cuello.
La habitación no tenía ventanas, y el olor a mierda y orines era nauseabundo, y
tanto Feliciana, como la dependiente arrancaron en vómitos incontenibles.
Feliciana no podía incorporarse y se ahogaba con sus lágrimas y sus vómitos
pensando que Kevin estaba muerto. Cuando dejaron de vomitar, la dependiente la
tomó nuevamente del brazo y la sacó de la habitación. Afuera la esperaban los
policías, y uno de ellos le detalló lo sucedido: le explicaron de que habían
sacado una muestra de sangre de Kevin, y habían encontrado somníferos en
exceso, y que eso había ocasionado que se durmiera tan profundamente hasta
llegar a perder el control de sus esfínteres, y que se había cagado y meado, y
que dada la cantidad de mierda encontrada, calculaban que había evacuado hasta
en tres oportunidades sin poder despertar, y que no despertaría hasta dentro de
aproximadamente tres horas.
La dependienta
le alcanzó las maletas de Kevin, le dijo que tenía que quedarse hasta que Kevin
despertase para ayudarlo a cambiarse. Feliciana le dijo que de ninguna manera,
que ella se iría a su casa e intentó escapar corriendo. Fue detenida por los
policías, quienes aprovechando nuevamente de su ingenuidad, le recordaron de
que ella había firmado un papel en el que asumía la responsabilidad por el
ciudadano norteamericano Kevin Smith, y que no podía irse hasta que él se
recuperase y se fueran los dos. Como si no fuera suficiente, le dijeron que no
podía quedarse en ese pasillo porque era zona internacional, y que tendría que
ingresar a la habitación en la que se encontraba Kevin hasta que éste despierte
y solucionen su problema.
Feliciana se
encontraba sentada en una silla a los pies de la camilla donde se encontraba
Kevin.
Lloraba
desconsoladamente tapándose la nariz con un pañuelo. En esas estaba cuando entró
en la habitación una señora ya mayor, con gorro, guantes de látex y mascarilla,
portando un trapeador y un balde con agua, y mientras limpiaba los vómitos del
piso le dijo: tranquilícese señorita,
esto no es nada. Peores cosas va a tener que soportar cuando se case. Se lo
aseguro. Sino pregúntemelo a mí.
MAURICIO ROZAS VALZ
No hay comentarios:
Publicar un comentario